Blog de Rafael Francisco Góchez.
El final de un cuento onomástico titula este espacio de conversación imaginaria. Las razones, si las hubiere, acaso se sospechen en su mismo desarrollo.
sábado, 29 de marzo de 2008
De jurado
Sí, confieso que también tuve mi etapa como jurado de certámenes literarios nacionales. La primera o segunda vez, uno tiene la ilusión de estar descubriendo Balzaques y Cortázares; ya después, las alegrías intelectuales disminuyen ante el más de medio centenar de fólderes que esperan, exigen y demandan ser leídos en su totalidad (por aquello de la ética profesional). Cuando a la persona a cargo de convocar al jurado se le ocurre la sustanciosa idea de reunir a los ínclitos para emitir un fallo consensuado, el tormento es prenunciado. ¿Por qué no pedir el resultado a cada quien, con formato “primero, segundo y tercero”? Digo yo: discutir a este nivel de sabelotodos... ¡oh, no, nunca más! Un detalle no tan ínfimo: a menos que la ley haya cambiado en los años recientes (que debería), los miembros del jurado tienen prohibido recibir estipendios, retribución monetaria o pago de honorarios por el servicio prestado. Como los premios de este tipo andan alrededor de los ocho salarios mínimos, las malas lenguas hallan tema, por aquello de ir “mixa-mixa con las bolitas”. En fin, que para abreviar, suficiente con aquella breve incursión. Alguien tiene que hacer ese trabajo, muchas veces loable. Vaya para ellos todo el mérito: ¡generosa cesión de mi parte!
No se anima a volver a este oficio? ^^
ResponderEliminarJe! Bueno, bueno no niegue que de algo le habrá servido :)