sábado, 31 de marzo de 2007

RFG recargado

Después de quince años de retiro musical, volví a plantarme en un escenario ante un micrófono, esta tarde en el Festival Verdad 2007, en el campus de la UCA. Con quince minutos de tiempo disponible, preparé tres canciones: "Manifiesto", "Supernova" y "No hemos olvidado"; todas ellas en versión trovadoresca, es decir, sólo acompañado por mi guitarra, más sus respectivas presentaciones escritas, para contextualizar (las cuales salieron volando del atril, una vez fueron leídas).

La manera más cómoda de referirme a esta experiencia es con un trío de impresiones, al que doy paso de inmediato:

1. A la hora de inicio, había más gente de la que yo mismo esperaba en un evento maratónico como este: sin excesos ni baño de multitudes, a los amigos se unieron otros madrugadores que pusieron atención al mensaje. Clima humano agradable.

2. Sin prueba de sonido previa, nos acomodamos sobre la introducción de la primera pieza. Voz y guitarra aparentemente no exigen mucho pero tampoco pueden quedar al descuido. La grabación de la radio YS·UCA, además de los comentarios posteriores, me indican que hubo inteligibilidad y equilibrio.

3. Detalle simpático: un par de gentes me dijeron textualmente "¡Nos habían dicho que Ud. no podía cantar, pero ya vemos que no es cierto, se le oyó bien bonito!". No supe qué decir.

En fin: heme aquí que he vuelto.

domingo, 25 de marzo de 2007

Aute sin masas

Al Festival Verdad 2003, organizado por el IDHUCA, llegamos como a las siete de la noche con el solo propósito de escuchar a Luis Eduardo Aute. Aparte de sus canciones, había un elemento onírico en ello, pues en algún par de ocasiones durante la década anterior me había situado en episodios que involucraban un concierto suyo, al cual nunca había asistido ni siquiera por vídeo.

Hacia las nueve de la noche, comenzó el recital y el disfrute, facilitado por el éxodo de la masa amorfa y vociferante a la que el nombre de este cantautor no le sonaba mucho (para ellos, puras pancartas y consignas). Quedamos, pues, quienes nos la llevamos de finos (humildemente y sin agraviar): alrededor de... ¿dos mil personas? Da igual, el número no importaba, abstraídos como estábamos en la atmósfera musical y poética.

Aquello transcurrió entre la atenta escucha y el coro espontáneo, la conexión directa entre artista y público, hasta que las pringas de lluvia dieron por finalizada la noche, tras dos horas y quince minutos de plenitud. ¡Todo un éxtasis en sobria ebriedad estética!

lunes, 19 de marzo de 2007

El óleo de esa mujer

La canción de Silvio Rodríguez “Óleo de mujer con sombrero” es preciosa aunque algo críptica. Antes de la internet, intenté interpretar su significado, con resultados intermedios.

Partiendo de lo obvio, el tema central es una pérdida amorosa, la de esa mujer de “breve cintura”, debido a su cobardía. Reprocha el sujeto que “los amores cobardes no llegan a amores ni a historias, se quedan allí”, desde donde “ni el recuerdo los puede salvar, ni el mejor orador conjugar”.

En aquellas décadas no teníamos acceso a la transcripción de la letra original y habíamos oído otra cosa cuando el cantautor dice “una mujer con sombrero, como un cuadro del viejo Chagall”, en referencia al pintor francés de origen ruso Marc Chagall (1887-1985). Sin embargo, pese a este pequeño error auditivo, intuía el simbolismo de la imagen: la mujer con sombrero representaría la mujer aburguesada, conforme a los patrones sociales contra los cuales es incapaz de rebelarse para vivir esa “bella locura” propuesta por él. Por eso la visualiza “corrompiéndose al centro del miedo” y, sintiendo lástima por ella, derrama lágrimas, no ya por su propia pérdida, sino por “verla morir” en ese rol matrimonial contra el que Silvio en repetidas ocasiones ha arremetido. De paso, ejecuta ahí su venganza conceptual, una especie de "sé que no será feliz" en tono poético.

Uno de estos días, si se concreta cierta presentación artística combinada, quizá le hagamos un "cover" a dúo con un joven cantautor, intercalada entre nuestras originales. Así, después de aclarado este asunto, al menos la cantaremos sabiendo ya de qué va la cosa.

jueves, 15 de marzo de 2007

Locutor infiltrado

Recién graduado de bachiller, en 1985 tenía varios proyectos relacionados con los medios de difusión masiva; uno de ellos, la gana de ser locutor de radio. En esa quimera, conté con la ayuda de Johnny Calderón, experimentado hombre mediático, hoy recientemente fallecido, quien laboraba en la desaparecida Radio 10 (870 KHz en amplitud modulada). Él me permitía hacer algunas prácticas en su turno de 5 a 8 de la mañana, primero sólo en el oficio de operador de la consola, luego dando la hora y, por último, hablando un poco más, saludando cumpleañeros y presentando la canción siguiente.

La cabina quedaba en un edificio del centro histórico de San Salvador: a la vuelta del Diario "Latino", despuecito de ANTEL, la parada de bus luego del Parque Cuscatlán. Desde allí no había una espléndida vista: apenas la fachada descolorida de otro edificio similar por enfrente, más el tráfico matutino en crecimiento y, apenas al fondo, el volcán entre brumas. En alguna ocasión incluso hice el turno completo y hasta recibí el visto bueno de la directora de la radio, cuyo nombre nunca supe. Allí también comprobé que los locutores, incluso los más humildes y desconocidos, sí padecen el acoso telefónico de las radioyentes, quienes son capaces de llegar hasta la mismísima cabina si se les permite, quién sabe con qué propósitos.

Aquella juvenil aventura por las ondas hertzianas terminó por dos razones: la primera, porque se cumplió en mí la advertencia de Johnny, quien me previno sobre lo difícil que es perseverar en un trabajo así, pasada la novedad de las primeras semanas (es decir, me aburrí); la segunda, porque cuando me presenté al curso de acreditación y carnetización de locutores que daba el Ministerio del Interior como requisito de ley, descubrí que el requisito era tener... 21 años de edad, cosa que no sucedería sino hasta tres años más tarde, cuando ya mis intereses primordiales eran otros.

martes, 13 de marzo de 2007

Paranoias virtuales

Hace poco vi "The conversation" (1974), película de Francis Ford Coppola, un buen thriller de un espía espiado y con remordimientos de conciencia. También, como ya mencioné en entradas anteriores, estuve sumergido en ese monstruo social que es "1984", de George Orwell, en donde en cada casa hay telepantallas que no se pueden apagar, cuya característica más útil al Estado es que, además de verse, te ven.

En décadas anteriores, todos en nuestro país temíamos por las escuchas telefónicas, micrófonos infiltrados y, especialmente, los nefastos "orejas", informantes de todo tipo y calaña. Ahora, en cambio, creemos sinceramente que nadie está interesado en hurgar secreta y malignamente en nuestras opiniones puesto que, por vivir en democracia formal, asumimos que podemos tenerlas y expresarlas libremente.

Pero... ¿y si nos ponemos un poco paranoicos?

¿Qué tan difícil sería colocar dispositivos electrónicos que te vean y escuchen dentro de tu propia casa, más si la mayoría de ellos los has introducido tú, por tu propia e inconsciente mano? Precisamente, la primera victoria de ese enemigo virtual sería hacerte creer que él no está interesado en vigilarte.

Desde mi computadora me apunta un micrófono. ¿Cómo sé que no lleva mis sonidos hasta otros confines?. Los teléfonos fijos y celulares tienen otros tantos. ¿Se apagan realmente cuando yo lo ordeno? ¿Cómo sé que la webcam sólo está efectivamente desactivada cuando yo lo quiero así? Me parece raro que haya tantos sitios en donde uno pueda tener gratis su correo electrónico. ¿Cómo sé que no existen ya las telepantallas que te miran sin tú saberlo?

Sin embargo, a fin de cuentas, quizá todas estas posibilidades no sirvan más que para desecharlas: creer en ellas sería tanto o más perjudicial para la salud mental que su misma existencia.

sábado, 10 de marzo de 2007

Pianista de restaurante

1989 fue un año laboral difícil, por lo que hube de buscar complementos para la mínima labor docente que por entonces ejercía. Producto de coincidencias circunstanciales, un conocido mío que trabajaba como pianista de restaurante me ofreció la posibilidad de sustituirlo ciertos días a la semana, lo cual acepté no sin antes evaluar seriamente si podía armar un repertorio de un par de horas para tal fin.

Así, un mediodía a la semana estaba tecleando en el restaurante "Basilea", de la Zona Rosa, y otra noche de sábado, en el restaurante "Ciao", de la Escalón. Creo recordar que la remuneración por hora tocada oscilaba entre diez y doce colones, con lo que semanalmente hacía a veces hasta cincuenta cristóbales, un refuerzo nada despreciable en aquella época.

En el "Basilea", recuerdo que la dueña siempre pasaba por el piano para recordarme de no traspasar el límite de volumen del aparato acústico, a fin de que las melodías se expandieran por entre aquel espacio rodeado de plantas y fuentes sin interrumpir las conversaciones de los comensales. Por la hora y el lugar, alguna vez los clientes echaban una mirada al pianista y hasta hubo quien solicitó alguna canción.

En el "Ciao", en cambio, la indiferencia era el estándar, tanto de los dueños como de los clientes. Lo bueno de este sitio era que cenaba allí, generalmente una sabrosa lasagna por cuenta de la casa; lo malo, el transporte de regreso, un pick-up como para ganado, cubierto con lona en noches de lluvia. De aquí renuncié la misma noche en que al propietario se le ocurrió la denigrante idea de sustituir la mencionada cena por unas hamburguesas mandadas a traer de la tienda de la esquina.

A la distancia, aquellas experiencias las recuerdo con simpatía, aunque en esos momentos puntuales, oculto tras maderas y cuerdas, había siempre cierta insatisfacción proveniente de sentirse como un objeto decorativo al que el público oía sin escuchar.

Por eso me pregunto si, de tener que elegir, ¿preferirá el artista la atención y el aplauso antes que el vil metal?

martes, 6 de marzo de 2007

Sexo totalitario

Un (otro) dato interesante que me vino a la mente luego de la lectura de "1984", de George Orwell, conectado con aquel terrible mundo imaginado por Aldous Huxley en "Brave new world", es la importantísima función de control social que en ambas sociedades se le asigna al sexo.

En la proyección futurista de Orwell, originada desde los más oscuros temores sobre el socialismo totalitario, se promueve entre los miembros del Partido la supresión del sexo como parte de la vida normal, aspirando incluso a eliminar el orgasmo femenino, reduciendo el contacto a una necesidad estatal puramente reproductiva y anual. La razón es que la energía así contenida pueda volcarse, mediante la apropiada dirección, en actividades útiles al Estado, como el exacerbado fanatismo político, la delación constante y una alta dosis de paranoia ideológica.

Por el contrario, en la sociedad también antiutópica plasmada por Huxley (aunque evidentemente a partir del capitalismo), es el ejercicio del sexo indiscriminado el que predomina, aunque se vigila y combate la formación de cualquier pareja estable por más de tres encuentros consecutivos. De este modo, se suprime cualquier tensión que pudiera generar el posponer la satisfacción de ese instinto básico, disminuyendo así la sensación de malestar que de ello pudiera derivarse y, por lo tanto, dando un motivo menos para cuestionar la organización social imperante desde la posible insatisfacción existencial.

No obstante, aunque polarmente opuestas, en los universos de ambas novelas existen grandes masas de población fuera del sistema: en una, los "proles", seres marginales que deambulan sin sentido en las entrañas más deterioradas de aquel monstruo mundial, a quienes no se les ve como un peligro contra el sistema y, por lo tanto, en quienes se toleran las conductas sexuales que al resto se le controlan dictatorialmente; en otra, los "salvajes", viviendo lejos en la frontera sur y en un estado primitivo, como resultado de cierta involución social, entre cuyos habitantes la moral sexual es bastante arcaica, como ha sido en la mayor parte de la historia de la humanidad previa al siglo XX.

Visto entonces lo leído, cabe preguntarse, aunque sea por mero ejercicio retórico: ¿en verdad quedan tan lejos de nuestras vidas estos indeseables esquemas?

domingo, 4 de marzo de 2007

"1984": dudando del pasado.

Luego de la dilatada pero intensa lectura de la antiutopía "1984", de George Orwell, además de la efectiva descripción de los crueles procedimientos de lavado de cerebro en tal superestado totalitario, me han quedado resonando dos o tres párrafos relativos al pasado, los cuales atentan contra el título de este blog y, por ende, contra un principio filosófico muy querido por este que escribe.

Transcribo aquí, pues, tan macabra posibilidad. El lector sabrá encontrar las implicaciones que esto tendría para ciertos hechos de la historia universal y, en ella, nacional.

"La mutabilidad del pasado es el eje de Ingsoc (el Régimen). Los acontecimientos pretéritos no tienen existencia objetiva, sostiene el Partido, sino que sobreviven sólo en los documentos y en las memorias de los hombres. El pasado es únicamente lo que digan los testimonios escritos y la memoria humana. Pero como quiera que el Partido controla por completo todos los documentos y también la mente de todos sus miembros, resulta que el pasado será lo que el Partido quiera que sea."

(...)

"¿No te das cuenta de que el pasado, incluso el de ayer mismo, ha sido suprimido? Si sobrevive, es únicamente en unos cuantos objetos sólidos, y sin etiquetas que los distingan, como este pedazo de cristal. (...) Todos los documentos han sido destruidos o falsificados, todos los libros han sido otra vez escritos, los cuadros vueltos a pintar, las estatuas, las calles y los edificios tienen nuevos nombres y todas las fechas han sido alteradas. Ese proceso continúa día tras día y minuto tras minuto. La Historia se ha parado en seco. No existe más que un interminable presente en el cual el Partido lleva siempre razón. Naturalmente, yo sé que el pasado está falsificado, pero nunca podría probarlo aunque se trate de falsificaciones realizadas por mí. Una vez que he cometido el hecho, no quedan pruebas. La única evidencia se halla en mi propia mente y no puedo asegurar con certeza que exista otro ser humano con la misma convicción que yo."

jueves, 1 de marzo de 2007

Vídeos: años, libras y cabellos.

Hurgando los archivos pasados y recientes, he logrado digitalizar dos vídeos de VHS: el primero, de 1989 en el antiguo Canal 12; el segundo, de hace un par de semanas en Canal 10. En ambos aparezco en versión "trovador", con un par de mis canciones y pueden verse en el sitio de mi disco "No hemos olvidado". Eso sí: la brusca transición de dieciocho años y otras tantas libras, más infinidad de hebras capilares, puede ser un golpe demasiado fuerte para un espectador incauto y desprevenido.