lunes, 9 de mayo de 2022

Por qué existen las tareas escolares

No es exagerado afirmar que las tareas escolares son el suplicio de la mayoría de niños, niñas y adolescentes. Algunos llegan a describirlas como un auténtico instrumento de tortura en manos de sus despiadados maestros/as.

Desde su mismo diseño, todo nuestro sistema educativo da por hecho que, en el desarrollo de los programas de las diferentes materias, las tareas escolares son ineludibles. El cuerpo docente lo da por sentado, así como los padres y madres de familia.

La pregunta clave es ¿por qué existen las tareas escolares? ¿Qué principio, axioma, dogma, creencia, teoría u opinión las justifica?

A mi parecer, los distintos argumentos que hay detrás de las tareas escolares se pueden clasificar en tres categorías: convincentes, dudosos y ocultos.

ARGUMENTOS CONVINCENTES

El mejor argumento a favor de las tareas escolares es que el desarrollo y maestría en una habilidad únicamente se alcanza con la práctica constante, la cual debe hacerla el estudiante en su tiempo fuera de la escuela, porque de otra forma (si la hiciera completamente dentro de su jornada escolar) el avance sería lentísimo.

Tomemos como ejemplo los casos de factoreo en Matemáticas. Sin una cierta cantidad de ejercicios diarios realizados por el alumno/a en su casa, su expectativa de dominar el tema únicamente con lo que trabaja dentro del aula sería bastante baja y muy dilatada en el tiempo. Lo mismo podríamos decir de la lectura de un libro en Lenguaje y Literatura, aunque este fuese relativamente breve: no se podría terminar sino al cabo de un mes, dejando sin desarrollar todos los demás contenidos. Igual sucede con la preparación personal de una exposición o de un examen: sólo con el tiempo dentro del aula no alcanza.

Otro buen argumento en el mismo sentido es que la tarea escolar refuerza el aprendizaje.

ARGUMENTOS DUDOSOS

Hay una gran variedad de argumentos que recalcan la importancia y conveniencia de las tareas escolares por los beneficios colaterales que estas aportan, pero son más o menos dudosos principalmente porque las tareas no son ni la única ni la mejor manera de lograr tales beneficios.

En esta categoría entran razonamientos como que las tareas escolares ayudan a crear hábitos de trabajo, forman disciplina, obligan a organizar el propio tiempo y favorecen la interacción entre padres e hijos. Si se piensa bien, todo eso es muy debatible y en todo caso dichos logros se pueden alcanzar sin necesidad de las tareas.

ARGUMENTOS OCULTOS

En el núcleo de las tareas escolares hay una razón que generalmente permanece oculta. Docentes, padres y madres de familia la piensan, la aceptan e incluso la exigen, pero pocos la dicen explícitamente, pese a ser su motivo más importante y fundamental.

Esta razón existe a nivel axiomático y es la siguiente: el ocio es intrínsecamente perjudicial para niños, niñas y adolescentes.

Conforme a este axioma, las tareas escolares existen para reducir la desocupación infantil y juvenil, evitando así que los/las estudiantes divaguen su atención en actividades perniciosas. A más tareas, menos vagancia; a más trabajo en casa, menos tentaciones. Así de claro, así de tajante.

Pero hay otra razón todavía más oculta para las tareas escolares. Esta tiene que ver con la sobreexplotación laboral y ocurre sobre todo en instituciones educativas de prestigio, característica fundamentada en su nivel de exigencia.

Si equiparamos la jornada académica de los menores de edad con la jornada laboral de los adultos, resulta claro que las tareas escolares son un trabajo fuera de horario (literalmente horas extras). En este sentido, el sistema normaliza el trabajo extra que se hace desde casa, instaurando la idea de que, para conseguir destacarse académica o laboralmente en un sistema hiper competitivo, hay que sacrificar al máximo el tiempo de recreación personal, familiar y fraternal.

Un claro ejemplo son los estudiantes de medicina, quienes se ven sometidos a extenuantes jornadas académicas bajo el argumento de prepararlos porque "así les va a tocar en su vida profesional”. Ese mismo argumento se replica en bachillerato, donde se les prepara para cuando lleguen a la universidad en una carrera muy demandante o a un trabajo “donde hay hora de entrada, pero no de salida”. Ese mismo argumento se replica en tercer ciclo, donde se les prepara para el bachillerato. Ese mismo argumento se replica en primaria, donde se les prepara para tercer ciclo.

El mensaje es implícito pero claro y contundente a la vez: si la vida adulta es así de dura, endurezcamos a la juventud desde la escuela. Y para ese sistema hiper competitivo, esto es más funcional que la transformación del sistema mismo.

 

domingo, 8 de mayo de 2022

Góchez Sosa contra El Diario de Hoy


Esta es la historia de cómo mis padres, Rafael Góchez Sosa y Gloria Marina Fernández, demandaron a la Editorial Altamirano Madriz S.A. (El Diario de Hoy) hace 40 años... y ganaron.

Desde que tengo memoria, en la casa de mi muy lejana infancia existió por varios años un cuarto orilla de calle conocido por todos en la familia como “el despacho”.

De mi percepción de niño, en la primera mitad de la década de 1970, tengo el vivo recuerdo de que mi padre o mi madre se levantaban todos los días a las 4:00 de la madrugada para abrir y recibir a un camión que dejaba unos bultos que caían sordos sobre el piso, los cuales luego supe que eran varios paquetes de 100 ejemplares cada uno del periódico El Diario de Hoy, que desde ese local eran distribuidos a los canillitas de Santa Tecla (de quienes recuerdo sobrenombres como “El Jotoy” y “El Campión”, este último indefectiblemente llegaba de último a traer su paquete). Más adelante supe que en algún momento la agencia de mis padres también distribuyó La Prensa Gráfica, pero para ese entonces ya sólo trabajaba con El Dioy.

Recuerdo borrosamente que una tarde lluviosa, que debió ser entre 1975 y 1977, alguien llamó a la puerta. Era una señora madura y muy elegante en un vehículo negro de aspecto lujoso, motorista uniformado incluido, y preguntó por mis padres, quienes no estaban en casa. Acto seguido la señora comenzó a expresar, en creciente voz alzada, un extenso recado que no recuerdo en detalle, pero que sonó como a reclamo y conminación por algún tipo de grave falta que mi padre habría cometido en su relación con los Altamirano Madriz.

Al regresar ellos a casa y trasladarles más o menos el mensaje, supe que aquella señora era la mismísima Mercedes Madriz de Altamirano. Escuché de mis padres algunos comentarios sueltos sobre el tema, pero realmente nunca me contaron con claridad, ni siquiera en un bosquejo general, cuál había sido el motivo de tal enardecida visita. Unos días después, los paquetes de periódicos dejaron de llegar para siempre: la agencia había sido cerrada.

Quienes conocieron a mi padre, el poeta y docente Rafael Góchez Sosa, saben que su vida transcurrió angustiosamente entre dos facetas antagónicas, la luz y la sombra, un auténtico Jekyll y Hyde. Sobrio, mi padre era un hombre lleno de sabiduría, elocuente, solidario, generoso, responsable y campechano; ebrio, era todos los adjetivos dolorosos que una familia tenga que soportar sin poder defenderlo.

(La resolución personal de este tema está en la Carta a mi padre que publiqué en 1994 y no tengo más que agregar.)

Menciono lo anterior porque durante décadas estuve con la duda de si mi padre realmente había tenido alguna responsabilidad que justificara la ruptura con los Altamirano Madriz, considerando esas etapas oscuras en que cada seis u ocho meses se sumergía. Nunca lo sabré con detalle, pero hoy encontré unos documentos antiguos que me aclaran bastante el asunto, al unirlos con los retazos del pasado.

Legalmente hablando, la agencia de distribución de El Dioy constituia una relación laboral con sus dueños, por lo que al cerrarla de hecho (es decir, de facto, sin que mediara un proceso judicial) realmente lo que estaban haciendo era despedirlos. Y como el Código de Trabajo establece que un despido de hecho se presume injustificado… da lugar a una indemnización.

Así pues, amparados en la ley, mis padres demandaron a Editorial Altamirano Madriz S.A. por daños y perjuicios. No es menor el hecho de que lo hicieron en la época de la dictadura militar del general Carlos Humberto Romero, de la cual El Dioy siempre fue encubridor y aliado, y el proceso continuó por varios años, ya en el contexto de la guerra civil.

En nuestra casa, “el despacho” no fue desmantelado sino hasta que llegó la tan esperada inspección del juez, quien supongo que también tomó declaración a varios de los canillitas para comprobar que efectivamente allí había estado la agencia de distribución.

Después de una larga batalla legal, en la cual El Dioy agotó todos los recursos (llegando incluso a interponer un recurso de casación ante la Sala de lo Civil de la Corte Suprema de Justicia), finalmente el 22 de julio de 1982 Editorial Altamirano Madriz S.A. no tuvo más opción que emitir el cheque certificado a favor de mis padres, por la cantidad de veintiún mil cuatrocientos noventa colones con cincuenta y ocho centavos, en concepto de indemnización por despido injustificado.

¿Qué representaba esa cantidad en 1982?

Hago la siguiente comparación a partir del único dato que me consta: que en 1979 un Volkswagen escarabajo nuevo, de agencia, costaba once mil colones y era prácticamente el vehículo más económico (porque el Cherito no cuenta, ni siquiera llegaba a carro). Extrapolando a 2022, su equivalente por accesibilidad bien podría ser el Hyundai Atos de trece mil novecientos noventa dólares. Entonces, haciendo la relación proporcional, aquellos 21,490.58 colones de 1982 bien equivalen a unos US$ 28,000 dólares en 2022, nada mal para una indemnización.

Pero hay un detalle inquietante: según los documentos encontrados, en el mismo acto de recibir ese dinero mis padres también saldaron una deuda de cuatro mil trescientos nueve colones con cuarenta y dos centavos, que tenían con Editorial Altamirano Madriz S.A. ¿Por qué? No lo sé.

Al final de cuentas, pues, don Rafael y doña Gloria recibieron un total de diecisiete mil ciento ochenta y un colones con dieciséis centavos (US$ 22,000 dólares hoy en día), de los cuales hay que descontar seis mil colones en concepto de honorarios del abogado (aproximadamente US$ 7,700 en la actualidad).

¿Y qué fue de ese dinero? Si creen que nos dimos la gran vida, se equivocan. No hubo nada de viajes, lujos ni placeres. Esos once mil ciento ochenta y un colones con dieciséis centavos netos (casi US$ 14,500 en la época actual) sólo sirvieron para pagar deudas y obligaciones patronales del Liceo Tecleño, la empresa educativa familiar que para entonces ya estaba en números rojos y muy próxima a su desaparición.

Así concluyo esta anécdota familiar entre dudas y certezas, pero con un comentario inevitable: ¡qué bonito se siente ver un documento legal que obligó a un poderoso a pagar por una arbitrariedad!

jueves, 5 de mayo de 2022

De mis evaluaciones subjetivas

En la vida docente, no es extraño que haya estudiantes (o sus padres y madres) que se quejen de que mi evaluación de cierta actividad suya es “subjetiva”, especialmente cuando obtienen una calificación por debajo de sus expectativas.

(Entre líneas: en más de 30 años de ejercicio de la profesión, sólo una persona me ha reclamado porque le puse más nota de la que, según su criterio, merecía en cierta actividad.)

En este punto, es importante entender que a nivel filosófico, psicológico y pragmático, hay variados estudios y suficientes argumentos para afirmar que, en las relaciones humanas (y la educación como parte esencial de ella), la plena objetividad no existe: esta es una utopía o un ideal al cual, en el mejor de los casos, podemos esforzarnos en acercarnos.

Incluso la así llamada “prueba objetiva” (como un examen de selección múltiple) está sujeta a ciertas variables subjetivas, desde la misma redacción de la pregunta y las opciones de respuesta, hasta la interpretación de las mismas por parte del docente y del estudiante. Aparte, este tipo de exámenes es adecuado únicamente para una pequeña porción de las inteligencias múltiples.

(Para quienes creen que los exámenes de matemáticas son el reino de la objetividad docente, permítanme preguntarles: ¿cuál de estos profesores/as es "objetivo": aquel que les da puntos por procedimiento aunque la respuesta sea incorrecta, ese/a que sólo acepta respuestas correctas o quien no les acepta una correcta por falta de procedimiento? Verán que en todos los casos media una decisión a partir de consideraciones subjetivas.)

Ya en el campo de las humanidades y en mi área de especialización, como es Lenguaje y Literatura, hay infinidad de actividades que exigen la apreciación de habilidades como la redacción, coherencia, expresión vocal, estética, creatividad, etc. de los estudiantes. Allí la pretendida objetividad puede ser aún más difícil, en la medida en que quien asigna las calificaciones es un subjectum, es decir, un “yo” como individuo ejerciendo el rol de maestro/a, exactamente como lo hace un juez en una competencia olímpica de gimnasia o clavados.

Con lo dicho hasta acá, el punto crítico no es que la evaluación que realiza un/a docente pueda ser “subjetiva”, sino que esta no debe ser caprichosa, antojadiza, prejuiciada, variable en función del propio humor, asignada sin criterios justificables, etc.

Por ejemplo, si la actividad evaluada es una representación de una escena teatral, yo como docente no puedo simplemente asignar una nota global sobre la opinión general de si me gustó o no me gustó, si me dio sueño o no y, menos aún, motivado por si me caen bien o me son antipáticos los chicos/as de ese grupo en particular.

Lo que sí puedo y debo hacer es especificar parámetros tales como el manejo de la voz (volumen, pronunciación, entonación), la expresión corporal (movimientos controlados, gestos, códigos proxémicos), la ambientación (escenografía, vestuario, sonido), etcétera. A cada uno de dichos parámetros, anunciados con anticipación, perfectamente les puedo asignar una nota numérica que considere apropiada, y que sea yo como docente (es decir, el subjectum) quien valore el grado de cumplimiento de los mismos jamás le quita validez al acto de ponderar.

Claro está que siempre existe la posibilidad de que alguien (desde su afectación subjetiva o interés particular) discuta una calificación en alguno de dichos criterios, por ejemplo la pronunciación (típico caso: “yo pronuncio bien porque me entiendo”), pero allí no estamos ante una contradicción de "objetividad versus subjetividad", sino en un conflicto de subjetividades, caso en el cual debe prevalecer el sano y honesto criterio docente (que para eso está).

Si la inconformidad persiste, procede entonces la mediación de las respectivas instancias institucionales, ante quienes el maestro/a tendrá que justificar sus apreciaciones, involucrando lo menos posible sus emociones, pero ojo: no olvidemos que en ninguna parte de este proceso estamos hablando de datos científicos “objetivos”, sino de pareceres que por su misma naturaleza se ejercen desde la propia subjetividad (que no es lo mismo que generarlos antojadizamente desde el puro capricho).

En suma: a mí como docente (o sea, como sujeto), pídanme las justificaciones necesarias para una nota, que estoy en la obligación de dárselas a partir de los criterios razonablemente explicados desde la asignación de la actividad, pero no me vengan con el mito de la objetividad... como defensa subjetiva.