viernes, 30 de abril de 2010

Que la vida es larga

Aunque "El secreto de sus ojos" (2009) pueda analizarse a partir de la receta de un best-seller, por los elementos que contiene, no me parece justo reducir un comentario a una enumeración de temas, de la misma forma que una sinfonía clásica tampoco puede describirse en términos de la lista de sus notas y armonías, como si no hubiera ningún arte ni secreto en la hábil combinación de esos y otros elementos capaces de producir una impresión emotiva memorable. A partir de la pasión-obsesión como tema central -y, al mismo tiempo, eje de las sub-tramas detectivesta, amorosa y vengadora- este filme resulta propicio para las hipótesis del espectador dentro de lo más o menos previsible, resultando un equilibrio inestable pero sin llegar a la ruptura lógica con elementos sacados de la manga, permitiendo también cierta distancia intelectual y una paradójica frialdad, pese a la dimensión de los asuntos que allí se manejan. Habría una o dos frases para etiquetar, las que tienen que ver con elecciones y recuerdos, pero me quedo con la imagen final: ¡nunca vi una puerta cerrada que dejara tantas posibilidades abiertas!

miércoles, 21 de abril de 2010

El silbador siniestro

Un incidente sobredimensionado en un aula de 9º grado de 1981 me reveló tres cosas: la primera, la profunda inmadurez de varios personajes que nos educaban; la segunda, los valores reales del sistema educativo de aquella época, que me impulsaron a decir en público al menos una estupidez (porque “uno, de cipote, es tonto”, como decía el mero Aniceto); y la tercera, la valiente y efectiva sabiduría de Don Balta, nuestro profesor encargado.

En aquel tiempo, la secretaria oficial del colegio marista tecleño estaba de permiso por maternidad y para cubrir su plaza había llegado una moza de unos veintitantos años, que no era la gran belleza, pero como en colegios "sólo de varones" uno se hace más bruto de lo que debería en cuanto a hormonas e inteligencia emocional, había compañeros que le hacían algo de bulla. La dama en cuestión era, además, novia de Mazinger, sobrenombre con el que se conocía a un temido profesor de matemáticas que, por fortuna, nunca nos tuvo bajo su yugo.

Ocurrió que a media mañana, mientras estábamos en no sé qué clase y el profesor escribía en la pizarra, la mencionada chica pasó frente al aula y, desde el pleno, se escuchó un silbido de “♪ qué cuero ♫”. ¡Ah, para qué más! El maestro, indignado, se dio media vuelta y comenzó a preguntar cada vez más fuerte “¿quién fue, quién fue?”. Y así, durante toda aquella mañana desfilaron todos los profesores imaginados, desde el Hermano Director hasta el mero Mazinger y otros docentes que ni sabíamos que existían, queriendo cada uno averiguar con sus métodos y amenazas el origen de tan cruda ofensa, con recursos que iban desde citar al grado completo en la cancha de fútbol para dar vueltas y vueltas hasta la extenuación, hasta bajar puntos en cuanta materia fuese posible.

(Si a estas alturas el lector o lectora pasó por alto u olvidó el origen de la oleada represiva, se la recuerdo en este instante: un silbido de “♪ qué cuero ♫”, por demás inmerecido.)

El punto más álgido llegó ya casi en la última hora de la mañana, cuando el Hermano Director repartió papelitos en blanco para que cada uno de nosotros escribiera el nombre del criminal y así salvar al grado de la cadena de penas que nos esperaban. Tras el recuento de votos, el vencedor de tan repudiable elección fue un pobre compañero cuyo crimen era tener la cualidad de caerle mal a la majada; pero del verdadero culpable, “neles pasteles”.

Llegó entonces el momento de los discursos, y allí pequé. Mi intervención de adolescente sistémico giró en torno a exaltar el valor de la verdad, la honestidad y la formación educativa, llegando a decir cosas de este calibre: “si el que cometió la falta hoy no la confiesa, ¡quién sabe qué otras cosas será capaz de hacer en su vida!”. Para que nos entendamos: quien silba un “♪ qué cuero ♫” clandestino y no lo admite, se convertirá en un ser abyecto. Tan sorprendente como todo este alboroto es que en aquel momento no me hayan linchado a mí, quizá porque todos estábamos demasiado atemorizados pensando en nuestra propia salvación.

El final llegó cerca del mediodía, cuando Don Balta dijo tres cosas contundentes y acertadísimas: primero, que “se estaba haciendo un elefante de una hormiga” (su particular versión del dicho “ahogarse en un vaso de agua”, sin mencionar explícitamente las implicaciones de bayunquismo, ridiculez y exageración de sus colegas); segundo, que los ansiosos verdugos estaban sobrepasando su autoridad como profesor titular del aula y, en consecuencia, procedía a mandarlos al carajo (no lo dijo así, pero se entendió); tercero, que “el excremento, cuanto más se revuelve, peor hedor expele” (paráfrasis del dicho que ya sabemos), así que daba por terminados los interrogatorios y ya vería él la forma de resolver el problema.

No sé cómo lo hizo, pero Don Balta logró que el abominable silbador le revelara en secreto su identidad, tanta era la confianza que todos le teníamos. La sanción se limitó a un 3 en conducta.

Treinta años después, aún me pregunto si en aquel momento Don Balta supo cuánta estatura moral había adquirido ante nosotros.

sábado, 17 de abril de 2010

Culto a la amnesia ajedrecística

Hace varios meses comenté los envíos masivos e indiscriminados que hacen varios miembros del ajedrez nacional, con el título de “Correos repelentes”. Pues bien: han vuelto a la carga.
Padezco de nuevo la inundación de correos ajedrecísticos no solicitados. Las protestas públicas de esta vez son por la decisión tomada por la Junta Directiva de la Federación Salvadoreña de Ajedrez (FSA), en el sentido de que la mitad de los integrantes de las delegaciones nacionales para la Olimpiada 2010 y el Torneo Subzonal 2.3.3 sean jugadores no mayores de 20 años, de acuerdo al criterio general por ellos expresado, según el cual “por cada dólar que se invirtiera en un atleta mayor se invirtiera algo parecido a un dólar en los talentos juveniles” (comunicado de la FSA en su web). Hay otros temas menores en discusión, pero el núcleo del problema es ése.

En este nuevo lío hay varios ángulos, el primero de los cuales es de carácter estructural, lo que podría llamarse “la cultura del protestón”: como casi durante toda nuestra historia patria hemos estado reprimidos e inhibidos a decir en voz alta nuestros puntos de vista, pareciera que cuando finalmente ganamos el derecho a la libre expresión del pensamiento la oleada es tan grande que en ella cabe de todo, como una represa que se rompe y lleva una repunta donde van desde argumentos bien razonados hasta las opiniones sin fundamento y algunas francamente vergonzosas. El resultado es que aquí todo mundo protesta por todo, viendo únicamente sus intereses personales, sin considerar siquiera el porqué de tal o cual decisión ni el punto de vista contrario, olvidando el respeto a las instituciones, que no significa necesariamente sumisión incondicional. Así, el berrinche es la primera reacción y alrededor de él se busca el apoyo de interesados e incautos, como hacen los quemallantas y tirapiedras en otros ámbitos de la vida nacional. De esa actitud hay evidencia en los tales correos, cartas, vociferaciones y retiros escandalosos de los torneos de selección.

Yendo a los hechos, la Directiva de la FSA, elegida por amplia mayoría para un período de cuatro años, tiene plenas facultades para tomar una decisión como la anunciada. Otra cosa es que a algunos y algunas no les guste, por las razones que fueren, y expresen su desacuerdo. Pero no hay derecho a que los y las protestantes hagan una pataleta mediática y se carguen en ella la imagen del ajedrez ante los medios de difusión masiva, ante los posibles patrocinadores (tan frecuentemente invocados) y ante la gente interesada en acudir a la FSA a jugar un partido del deporte que tanto le gusta en un ambiente sano y tranquilo. A veces, alguien debería hacerle caso a lo que desde hace ratos viene diciendo al respecto el octocampeón nacional, MF Boris Pineda.

En cuanto a las intenciones e intereses, la comunidad ajedrecista debe saber y recordar que los promotores de esta acometida son jugadores y jugadoras que creen verse afectados en sus aspiraciones e incluso sus "derechos" a estar en la 38º Olimpiada FIDE en Rusia, lo cual sería válido... ¡si no fuera porque hoy atacan el mismo criterio que los benefició ayer!

Fuera de fantasías y más allá de bocones, los recursos financieros del ajedrez nacional no dependen de patrocinadores ni de mecenas, sino de los dineros del Estado. Creer ingenuamente que hay un puñado de empresarios privados interesados en invertir o aportar al ajedrez es desconocer el estado de la economía del país, la mentalidad de esa clase a la que la izquierda llama "la burguesía" y los años de gestiones infructuosas en este campo. Salvo secreto de sumario, los únicos casos conocidos de patrocinios para viajes han resultado de las gestiones personales de familiares de atletas, siempre juveniles, y el único señor de dinero que se metió a dar y dirigir al ajedrez, acabó decepcionado por los pleitos internos y por la falta de apoyo de otros donantes, por muy amigos suyos que fueran, y ahora no quiere saber nada del mundo de las piezas y los tableros.

En los años recientes, cuando el Estado daba un presupuesto grande para fogueos internacionales, quienes más se beneficiaron de él fueron precisamente los entonces ajedrecistas juveniles. En esa época, se podía ir a las Olimpiadas y Subzonales, a torneos panamericanos infanto-juveniles, a los juegos escolares de Cuba, a los continentales masculinos y femeninos, etc. Ahí nomás saquen la cuenta y verán cómo la balanza se inclina abrumadoramente hacia los y las ajedrecistas otrora menores de 20 años.

Ahora que parece ser la época de las vacas flacas y sólo hay dinero para dos o tres eventos, resulta que los niños y niñas de ayer ya crecieron y son jugadores de categoría absoluta, y son precisamente ellos quienes se oponen y zapatean de cólera porque la FSA quiere destinar la mitad de los fondos disponibles para los nuevos valores, porque las máximas representantes activas de la categoría femenina ahora ya no son dos sino tres, y porque algunos de los mejores jugadores que antes eran sub-20 ahora tienen que eliminarse entre ellos.

En las cartas de protesta enviadas a todas las instancias posibles e imposibles, aparecen varias firmas que llaman la atención. Las primeras son de las pioneras del ajedrez femenino de alto rendimiento, quienes desde hace años han recibido importantes recursos federativos en forma de becas y torneos en la mayoría de los continentes, porque entonces no había jugadoras de élite: eran aquellas cipotas las primeras y las únicas. Está claro que en muchísimos casos han retribuido los viajes y estímulos con medallas y orgullos, aunque también es cierto que en dos o tres ocasiones sólo se limitaron a “estar allí”, cosa que nadie les reclamó en atención a los importantes logros obtenidos en otras competiciones. Pero de lo que ninguna de ellas parece haber tomado nota es que ahora las chicas infanto-juveniles ya no son ellas, y por lo tanto, los recursos ya no son sólo para ellas.

Otros firmantes deberían recordar o informarse que en la 32ª Olimpiada de Ajedrez, realizada en Armenia en 1996, la representación nacional recayó en dos atletas mayores, Boris Pineda y Remberto Gutiérrez, y en dos juveniles, Marvin Guevara (hoy presidente de la FSA, que en aquel entonces tenía 16 años) y Héctor Chávez (16 años), que ya empezaban a despuntar como nueva generación. Pero más importante aún en lo que compete al tema aquí tratado es saber y no olvidarse de que para la 33º Olimpiada de Ajedrez, efectuada en Kalmykia en 1998, no sólo la selección femenina era juvenil (porque eran prácticamente las únicas), sino también toda la selección masculina estuvo formada por puros bichitos: Héctor Chávez (18 años), Ricardo Chávez (16 años), Salmir Acevedo (casi de la misma edad) y Carlos Burgos (19 años), quienes ya eran muy buenos, pero todavía no eran la élite del ajedrez nacional ni el 1-2-3-4.

Lo curioso es que uno de los remitentes de los mencionados correos masivos se desgañita criticando a la actual Directiva y recuerda nostálgicamente los tiempos del finado Dr. Pedro Barrera, ex presidente de la FSA, de la Zona 2.3 y ex vicepresidente de la FIDE... ¡cuando fue precisamente el “Doc” el primero en tomar aquellas osadas decisiones a favor de los juveniles! Otro detalle menos gracioso es que por lo menos uno de los miembros de la delegación olímpica del 98, entonces juvenil, aparece hoy - ya de mayor- firmando la protesta en cuestión.

Quien conoce nombres y trayectorias, sabe perfectamente del antagonismo profeso del más reciente ex presidente de la FSA para con la actual gestión. En su bando también hay un joven estudiante y excelente ajedrecista que pareciera guiarse por la norma estándar de llevar la contraria. Esto no descalifica per se sus argumentos, pero al menos debería hacer pensar con mayor cuidado en las intenciones subyacentes, especialmente a quienes, convencidos por ellos, estampan sus firmas en documentos que a veces ni siquiera han leído por completo o no han calculado sus variantes, como el tablero debería haberles enseñado.

Ojalá y lo dicho en los párrafos anteriores sirva para que los actores y actrices de este malo y exasperante drama vaya encontrando un final si no feliz, por lo menos acorde con la madurez que cabría esperar de sus protagonistas.

domingo, 11 de abril de 2010

Otro artículo masivo

Dos semanas después, he tenido nuevo eco. Un clic sobre la imagen os llevará al objeto en cuestión. Por cierto, el segundo argumento de tal artículo se entiende mejor en compañía de mi entrada "Un pequeño ajuste de cuentas", que lamentablemente no es de ficción.

jueves, 8 de abril de 2010

"Normal activity" y la inclusión absoluta.

Que el exiguo cine local ha despegado estruendosamente con “Normal activity” (2010) –producida, escrita, dirigida y protagonizada por Al Phil, novel aunque maduro cineasta de ascendencia cuscatleca- es un hecho incontrovertible. Que los cánones tradicionales de la cinematografía han saltado en añicos ante el tsunami de creatividad imaginativa que el mencionado filme representa, es lo menos cuestionable en décadas.

Cualquier guionista instalado en un país del tercer mundo se habría visto fácilmente seducido por el amarillismo estético, desembocando sus inquietudes literarias en el rudimentario realismo que ha asfixiado los más nobles intentos de universalización. Al Phil, pionero que no se ha resignado a esperar el llamado de los grandes estudios cinematográficos, no sólo ha evitado cuidadosamente cualquier alusión a la situación generalizada de violencia que consume su pequeño país de origen, sino que ha ido un paso más allá: ha evitado cualquier alusión.

Filmada con un presupuesto que lleva hasta el límite el camino señalado por Robert Rodríguez con “El mariachi”, “Normal activity” rompe paradigmas y erige unos nuevos: $3.50 por el paquete de DVD en blanco, una cámara de vídeo prestada (con su respectivo trípode) y una sola habitación, más los costes de la electricidad que aún no han sido calculados pero se presumen ínfimos. Nada de engorrosas y humillantes solicitudes de subsidios estatales, nada de prostituir el argumento a cambio de unas cuantas monedas soltadas con escepticismo por inversores privados.

Las cuatro horas de duración del “final cut” aprobado por el editor (donde se suprimieron veinte minutos muy a su pesar) recogen íntegramente el período de 1:35 a 5:35 de una madrugada indeterminada en la vida de Al Phil, mientras éste duerme profundamente. La simplificación del trabajo de cámara es osada: una sola toma continua, un solo plano en reposo coherente con todos los elementos, una cámara única estacionada frente al protagonista, cuyos mínimos movimientos de sus globos oculares, apenas detectados, los que revelan que el personaje sueña. Ocasionalmente ocurre un mínimo cambio de postura, un suspiro, un atentado instintivo contra un zancudo, el sonido de gases naturales emanados, o lejanísimos ruidos exteriores de la ciudad dormida, hecho en donde reside la conexión con la realidad. Pero, en contra de la primera impresión, nada de lo presentado en esta obra es gratuito: todo tiene un sentido que el director, en un acto de estricto respeto para la inteligencia del público, no ha querido revelar con groseras pistas, cobijado en el argumento de que él no hace películas “para dummies”. Precisamente este es el reto para el espectador activo, creativo y osado, llamado a pasar doscientos cuarenta minutos elaborando hipótesis diversas sobre los temas, parajes y ficciones que están en la mente del durmiente.

Justamente por eso, una de las afortunadas características de "Normal activity" es la imposibilidad de que se arruine la experiencia conceptual de las y los espectadores por medio de adelantos, reseñas o “spoilers” de lo que sucede. El trabajo de adivinar, suponer o imaginar lo que pasa por la mente onírica del protagonista sólo corresponde al espectador o espectadora, y a nadie más. ¿Qué aventura más interesante que aquella que sólo tú puedes concebir? ¿Qué terror más sobrecogedor que aquel que sólo tú puedes generar desde el interior de tu mente? Tales son las premisas para comprender la complejidad del mundo interior del soñador.

Pero como la envidia es la actitud estándar entre el gremio artístico local, ya ha habido quienes, amparados en su supuesta erudición, han lanzado malintencionadas acusaciones de plagio. Concretamente, dicen que Al Phil ha tomado una idea de "Truman show", cuando el personaje duerme y su reposo nocturno es transmitido en tiempo real por televisión, mediante una cámara oculta. Olvidan estos eunucos artísticos que, en primer lugar, esa acción de la película mencionada es sólo un trasfondo para el show de comentarios y análisis que sobre la vida de Truman hacen los productores; y en segundo, que en "Normal activity" hay sutiles aunque bien ocultas intenciones expresivas y elementos provocadores, de tal modo que conducen de modo inevitable no solo a la participación del espectador en la trama misma de la obra, sino a su involucramiento absoluto, experiencia que jamás es igual de sujeto en sujeto, pues como suele decirse, "cada persona es un mundo".

En conclusión, este hipnotizante filme da varias vueltas de tuerca a la experiencia del espectador/lector participante, iniciada con más impacto teórico que literario por Cortázar en "Rayuela", y desarrollada con bastante buen criterio por David Llych en "Mullholand drive". En este caso, bien podríamos decir que "Normal activity" es el non plus ultra de la inclusión, la auténtica transformación del sujeto pasivo en auténtico y único creador virtual de su propia experiencia cinematográfica.

domingo, 4 de abril de 2010

Un pequeño ajuste de cuentas

Aparte de una pelea espontánea, la certeza de no tener cualidades futbolísticas y el aprendizaje vacacional de la guitarra, mis recuerdos de 3º, 4º y 5º grado de primaria están asociados con los profesores de aula que impartían casi todas las materias, excepto inglés y deporte. Miembros de una congregación religiosa de mucho prestigio, aquel trío de individuos solía llevarse bien conmigo por asuntos puramente académicos; sin embargo, los tres eran herederos de una nefasta tradición que en aquella época ni siquiera se cuestionaba: el maltrato escolar infantil.

Uno, el más benévolo, era famoso por sus coscorrones de diversa intensidad, aplicados con estricta justicia, de acuerdo a la torcida percepción generalizada de aquel tiempo. Su nombre era Benito Mendoza, español de origen, y cuando no tenía sus ataques de ira y frustración existencial, era buena gente. Lo más cerca que estuve de recibir una pescozada fue cuando su uña pasó lacerando la punta de mi nariz, mientras su mano viajaba veloz y decidida hacia un compañero de a la par. Se disculpó conmigo y mi mamá con gran sentimiento de culpa. Con el otro, no lo creo.

El más peligroso de los mencionados solía atacar a algunos compañeros sin previo aviso dentro del aula, con seguidillas de bofetones y patadas en el trasero, a cuatro extremidades. La avalancha de caricias duraba unos treinta segundos, aderezada con gritos recriminatorios por lo que fuera: no haber terminado las tareas, ir retrasado en el trabajo personal o llevar adherida una calcomanía en el cachete. Los aterrados espectadores lejanos hubiéramos querido que la tierra nos tragase, mientras que los cercanos trataban de ponerse a cubierto de la mejor manera. El pobre compañero golpeado apenas si tenía tiempo para comenzar a llorar de dolor y de vergüenza en los minúsculos intervalos en que tomaba impulso el agresor. Su nombre: Julio Liébana Merino, también venido de la Madre Patria, no dudo que franquista, anticomunista y yo deduzco que bastante amargado.

El tercero en cuestión era de origen local y aprovechaba cualquier ocasión para remarcar su orgullo de ser el primer connacional en haber ingresado a dicha orden. Bueno para enseñar matemática, pasaba el resto de las clases contando varias veces las anécdotas de su vida y dictando la resolución de las fichas de trabajo de la educación personalizada, sistema en el que evidentemente no confiaba. Rendía una extraña pleitesía al estamento militar en plena década de 1970 y solía hacer demasiadas alusiones al valor y el coraje relacionados con la genitalidad masculina como normas de vida. Algunos compañeros llegaron a comentar en corrillos presuntas conductas exhibicionistas suyas, pero a mí no me constan. De su boca oímos por primera vez la frase “¡esto es una infamia!” cuando rechazó indignado un regalo de cumpleaños que entre todos le compramos, un bonito reloj de mesa, desaire cuyo motivo aún permanece en el más absoluto misterio. Tenía guardado en su escritorio un chilillo de hule negro, que utilizaba –eso sí, hay que admitirlo- como último recurso y con previo aviso, lo que no lo hacía menos doloroso. Su nombre era tan simple como José Dolores García, que en paz descanse. A la distancia, esperemos que haya sido el que menos daño hizo.

Con todo y el perdón que se les pudiera otorgar, y pese al "no hurt feelings" por la propia sanidad anímica... ¡eran niños de nueve y diez años a quienes estos y otros personajes trataban de tal manera! Lo peor es que en algunos casos seguramente contaban con el aval de los propios padres y madres, que debieron darse cuenta por las huellas dejadas tras dichas sesiones educativas. Quizá nunca se les pasó por la mente que tales infantes habrían de crecer y eventualmente alguno de ellos, víctima o tan solo testigo ocular, llegaría a denunciarlos públicamente... ¡aunque sea en un "blog" perdido en la inmensidad del ciberespacio!

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Posdata: se dice que, de niño, el fundador de la orden religiosa a la que los aludidos pertenecían abandonó la escuela por temor al maltrato infligido por un profesor. En los colegios que fundó, prohibió el maltrato físico.