domingo, 28 de noviembre de 2021

Some reparations… and savings

I am not an expert, but I do have some knowledge about how electric appliances work, thanks to my high-school electricity-tech lessons. Therefore, when a home electric appliance fails, my first reaction is to ponder if I could fix it, by looking over the device and trying to figure out what the problem could be.

Starting for the easiest, some days ago the iron stopped working and, after some minutes looking for the locations of the hidden screws to disassemble it, I could open it, run some tests and find the problem: the thermal fuse was broken. The cost of the piece was $ 1.70 and the replacing process was very simple in order to "resurrect" the appliance. If I had gone to any electrical workshop, I could have been charged with no less than $ 15 for the job.

When the treadmill started to smell burn and stop working, the challenge was not so simple. Taking a big risk, I managed the way to dismantle the carcass and look inside the apparatus. There was no burned components, but I detected some stuck gear that could cause overheating. To fix it, I had to disassemble de electric motor, put some oil in the gear and reassemble it. It took me four hours, with no cost for reparation. I am sure the technician would have charged me no less than $ 50, just for the visit.

But the real thing was when the tailgate of my car refused to open. Everybody knows that, in my country, car replacement parts are very expensive, almost a robbery. The dealer said that the replacement part would cost $ 110 (because they had to place a “special order” from the very factory). That sounded me absurd, because I knew that the problem was a simple broken button.

Anyway, I googled the part and the cost was about $ 35 including shipping. “Ok, I can take it -I thought, but what if I can replace de button by myself?” Guess what? I did it! The cost for the new button was $ 0.40, the part does not look exactly as new, but it works perfectly.

Certainly, tech high-school investment was worthy!

viernes, 26 de noviembre de 2021

Quedando a deber

Cuando en la Librería UCA de Plaza Soho Las Cascadas vi en la estantería el libro ¿Quién es Nayib Bukele?, escrito por Geovani Galeas, brotaron en mi mente argumentos encontrados.

Por una parte, me llamó la atención conocer algo más de un político tan omnipresente como es Nayib, admirado por una amplia mayoría y odiado por una feroz minoría; sin embargo, también tenía en mi recuerdo la decepción con un libro anterior de G. Galeas sobre el extinto mayor D’aubuisson, que en su momento comenté.

Mi debate interno fue resuelto a favor de darle al autor una tercera oportunidad (contando la fallida puesta en escena sobre Mágico González, siento decirlo), resolución en la cual la giftcard que obraba en mi poder jugó un papel importante en la adquisición.

Leído que el libro en cuatro sesiones, lamento que una vez más el autor haya quedado a deber.

Me explico: si alguien me presenta un libro bajo el título “quién es fulano de tal”, yo espero hallar allí rasgos de la persona real detrás de la figura política o mediática, sabiendo que la imagen que cada uno de nosotros presentamos en nuestros roles cotidianos es un apenas un carácter o ethos que sirve al propósito del trabajo, rol o función social en que nos desenvolvemos.

Para ponerlo en términos sencillos y usando la acuñada frase popular, la expectativa en estos casos es visualizar de alguna manera a el hombre detrás del mito. Pero la realidad de los capítulos en blanco y cyan, tan numerosos como breves, es otra.

En muchos más momentos de los deseados, las páginas están llenas de referencias o extensas citas de discursos, entrevistas, declaraciones y tuits que Nayib dio en sus periodos como alcalde de Nuevo Cuscatlán y San Salvador, así como su convocatoria a la fundación y puesta en marcha del partido político Nuevas Ideas; es decir, nada que no hayamos visto, leído o escuchado si estamos medianamente conectados con la escena política nacional.

Otras veces, son paráfrasis o transcripciones de artículos de opinión o intervenciones públicas que el mismo G. Galeas y otros analistas publicaron en esos años. Si acaso, hay un par de referencias a pláticas del autor con el personaje motivo del libro, que podrían ser reveladoras de haberse trabajado mejor.

Si bien es cierto que leyendo el libro se puede tener una idea de la trayectoria política de Nayib entre 2011 y 2018, a mí me hubiera gustado conocer cómo él vivió, en cuanto ser humano, su proceso de decepción y separación con el FMLN, más allá de las declaraciones mediáticas. Otros elementos de interés podrían ser qué imagen tiene él tenía de sí mismo en ese periodo, cómo era su día a día, cuáles eran sus más serios momentos de duda y cómo los resolvió, cómo afrontaba en realidad las críticas y ataques… en fin: asomarse a la complejidad de la persona más que la simplicidad del personaje.

En ese sentido y en resumen: dándoles el justo valor en la realidad comunicacional contemporánea, me dicen mucho más de Nayib las conversaciones que en su momento tuvo con Residente y Luisito Comunica, que lo leído en este libro.

Finalmente, si he de citar un fragmento relevante a favor del autor, me quedaría con la tremenda descripción que el propio G. Galeas hace de San Salvador antes de que Nayib ganara la alcaldía:

Era muy difícil pensar que existiera un lugar más desordenado, sucio, maloliente, sumido en oscuranas y más peligroso que ese centro histórico. Ahí, los mercados se habían convertido en verdaderos muladares, a punto de colapsar en todos los sentidos; sus calles intransitables, en hostiles mercados a la intemperie, disputadas metro a metro por unos 30,000 vendedores ambulantes o hacinados en un champerío de latas, plásticos, madera y cartones; sus plazas y parques, rodeados de sórdias cantinas y miserables pensiones para el comercio sexual y el refugio de maleantes, en basureros y prostíbulos a cielo abierto.

El contraste de este cuadro memorable con los avances, estancamientos o retrocesos que se vayan teniendo en las subsiguientes administraciones municipales ya es trabajo de cada ciudadano/a de la capital.