lunes, 29 de diciembre de 2014

Una instrumental

De las casi cuarenta canciones que he compuesto en mi vida, hay unas cuantas que siempre se resistieron a tener letra. Intentos no faltaron, pero el resultado nunca me satisfizo, bien porque los conceptos vertidos en la melodía no resultaban coherentes, bien porque ya con la sola voz imaginada de alguien acababan perdiéndose ciertas delicias armónicas que uno siempre coloca como a escondidas, pero cuyo efecto no pasa desapercibido.

Así pues, esas canciones quedaron sencillamente como instrumentales.

En 2007 incluí dos de ellas en mi disco No hemos olvidado: el “Tema personal de RFG” y “Niña Esperanza”, pero esta última acabó teniendo letra unos años después, así que no cuenta. Luego en 2010 puse “Dedicatoria” dentro de La vida llama, disco de Balada Poética. Hay otra pieza que aún está inédita, llamada “Tierra adentro”, que espero dar a conocer en su oportunidad. En mi corta etapa de pianista de restaurante, ellas estaban en mi repertorio, aunque naturalmente nadie de los comensales se daba cuenta.

Tengo a bien dejar aquí el "Tema personal de RFG", para quienes gusten de escucharlo. No sé si alguna vez podré disponer de una orquesta real -muy al estilo de aquellas antiguas grandes como las de Paul Muriat o Bert Kaempfert- para que mi canción suene "en vivo" con toda la gama de timbres, pero para mientras, nos arreglamos con los recursos digitales.


CLIC AQUÍ PARA DESCARGAR LA CANCIÓN


jueves, 25 de diciembre de 2014

Enredémoslo para que quede claro

La convocatoria "revisada y corregida" para los Juegos Florales 2015, lanzada por la Secretaría de Cultura de la Presidencia de la República a través de la Comisión Nacional Organizadora de los Juegos Florales de El Salvador, no es precisamente un dechado de economía de lenguaje, claridad conceptual y eficiencia institucional, pues en su conjunto refleja cierta necedad, un poco de enredo mental, algún descuido y hasta un involuntario espíritu de comedia.

La necedad más notoria plasmada en el documento es seguir negándose a poner sin ambages como requisito que la obra sea “original del participante”, omisión que en la edición 2012 bien pudo haber utilizado el ya célebre Mario Rojas para justificar la estafa literaria que cometió. En aquella ocasión, más allá de su bellaquería, el implicado puso en notorio ridículo a los organizadores, quienes en la revocatoria de aquel malogrado premio sólo pudieron alegar, conforme a las bases, que ese trabajo “no era inédito”. Para prevenir cualquier nuevo engaño esta vez se pusieron bien atentos e incorporaron como novedad el requisito de “no ser plagio”.

Luego de varios meses de intensos análisis, la tal Comisión -supongo que en conjunto con la Dirección de Letras de Secultura- logró plasmar otras excelencias verbales en las nuevas bases, como esa que dice: “podrán participar todos los autores salvadoreños de nacimiento, residentes en el país o en el extranjero, así como naturalizados salvadoreños, mayores de 18 años, sin importar su afiliación política o religiosa”. La formulación podría ser algo peor, pero también les bastaría haber escrito simplemente esto: “podrán participar todos los autores salvadoreños mayores de 18 años”, con las excepciones mencionadas en el numeral once.

Lo demás no sé si fue por por magnanimidad o espíritu progresista, pues quisieron reconocer y dejar establecida la libertad de “afiliación política o religiosa” de los participantes. Ya que estaban en esa labor bien pudieron haber insistido en que “tampoco se discriminará por raza, orientación sexual, estrato social, condición económica, estado civil o afición futbolística”, así nadie se siente excluido.

En el tercer numeral vuelven a la carga con que los trabajos no “hayan sido difundidos por medios físicos o electrónicos”. ¿Y no habían dicho ya en el numeral dos que debían ser inéditos, pues? A menos que se refieran a que no los debe haber conocido de primera mano ninguna otra persona distinta al autor, mucho menos los miembros del jurado, pero eso es otra cosa. En ese mismo párrafo piden que “no estén compitiendo en otros certámenes”, requisito ocioso por cuanto no me imagino cómo podrían verificarlo.

Ya que mencionamos al jurado calificador, es curioso que no se diga nada al respecto. Uno supone que ha de existir tal instancia y ciertamente no estaría de más una cláusula redactada en estos términos: "Los organizadores delegarán la tarea de elegir al ganador a un jurado calificador, el cual estará formado por cuatro personas idóneas cuya identidad se reservará hasta que se publique su fallo, que será definitivo e inapelable". Pero ya pensándolo bien, esta omisión es comprensible, pues con la política de no pagar por ese trabajo especializado aún es incierto que encuentren personas idóneas para hacerlo de gratis.

Hay otros gallitos, como cuando especifican las extensiones requeridas para todos los géneros convocados... excepto para novela corta. Uno sigue leyendo y no entiende exactamente qué es eso de presentar los trabajos en “formato tipo Word”. ¿Qué pasa si alguien lo hace en OpenOffice o en máquina de escribir IBM? ¿Y si fuera una antigüedad mecánica como una Underwood o Remington?

No faltan las indicaciones repetitivas y contradictorias a la vez, como la del numeral siete (“en la portada de cada copia debe estar escrito el título de la obra y el seudónimo del autor”) y la del numeral ocho (una “carátula en la cual se indique la rama en que participa, título de la obra y seudónimo”). O sea: ¿quieren que vaya o no la rama?

Otra cuenta más del rosario es el término “plica cerrada”, el cual es redundante (pues una plica es, precisamente, un “sobre cerrado y sellado en que se reserva algún documento o noticia que no debe publicarse hasta fecha u ocasión determinada”). Créanme: está en el mataburros.

Si en el numeral cuatro piden que presenten los trabajos personalmente o que los envíen por correo certificado, sale sobrando el numeral doce (“no se aceptarán trabajos enviados por e-mail”); pero si a esas nos vamos, hubieran dicho algunas otras formas en que tampoco recibirán obras, por ejemplo: enviadas a través de un amigo, deslizados subrepticiamente por debajo de la puerta, etc. En este punto, es un enigma saber si en el plazo de recepción cuenta o no la fecha de envío, conforme al sello de la oficina de correos.

En el numeral trece les faltó especificar que al finalizar el certamen incinerarán los trabajos “no premiados”, para que no se entienda que quemarán hasta al galardonado. Eso sí: den parte anticipada al Cuerpo de Bomberos Nacionales, no vaya a ser y la pira se les salga de control.

Valga lo siguiente como aviso: pese a la corrección gramatical de los nombres de género no marcado (como “escritores” para referirse a “hombres y mujeres que escriben”), esperen más de una protesta por la falta de lenguaje inclusivo, mas no seré yo quien la haga.

¡Ah, pero no todo es crítica! Admito que añadir al final la exigencia de una declaración jurada haciendo constar por enésima vez que la obra “es inédita" y -¡oh, finalmente!- "de su autoría” es un avance significativo. Eso sí: debieron advertir -visto lo visto- que de comprobarse lo contrario el infractor quedará sujeto a demanda judicial y no se admitirá en su descargo que esté haciendo un performance>.

Ahi me cuentan si no se les pasó algún otro detallito.

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Carta a los Reyes Magos

Estimados Reyes Magos:

Reciban un atento saludo desde la Guanaxia Irredenta.

Es la primera vez que les pido algo, pues mis cartas de infancia iban dirigidas a Santa Claus; sin embargo, como he leído en redes sociales que esa costumbre es imperialista, alienante o hasta satánica, mejor me atengo a la tradición de sus regalos, pese a que encuentro alguna contradicción en eso del oro.

Pero no nos metamos en berenjenales religiosos y pasemos a mi wish list.

Son diez regalitos, pero no vayan a creer que ando de abusivo. Lo que sucede es que a uno se le abre el apetito si a la par están comiendo, y uno ve y oye que las cosas solicitadas se les dan a ciertas personas por estos lares. Digo yo que nada se pierde con caer en el vicio de pedir, allá ustedes cómo administren la virtud de no dar.

Así pues, para el próximo año me gustaría lo siguiente:

Una columna permanente en un periódico de gran circulación, para publicar como si fueran temas de interés nacional las efusiones más febriles de mis íntimos fanatismos religiosos y políticos (o sus respectivas antítesis).

Un cargo de concejal en un municipio donde yo pueda autorizar eventos extremos (algo así como la versión tecleña de "Fast and furious"), aunque no esté facultado por la ley para hacerlo y sin que me quite el sueño la seguridad ciudadana, sólo para cumplir mis caprichos o los de mis cheros.

Un juez (en lo posible, con nombre de marca de jeans) que me garantice arresto domiciliario y permanentes controles de salud institucionales, en el nefasto e improbable caso de que se me acusare de algún delito que, por supuesto, declararé solemne y sonriente no haber cometido jamás.

Un look de chico guapo, mesiánico y que enamore multitudes con un discurso inspirado en Arjona, Coelho y Gloria Estefan. No incluyo en el combo “la boda del año” porque la mía fue hace muchos años y no fue parte de ninguna campaña polìtica.

Un grupo de patrocinadores para un documental (de preferencia, trilogía fílmica) sobre hechos históricos, presentados a mi conveniencia ideológica pero haciéndolo pasar por objetivo y equilibrado, a ver si así logro engancharme a alguna gente incauta.

Un hábito de ahorro tan constante y disciplinado como el de un diputado que, sobre esta base, pudo comprar en efectivo unos terrenitos de una institución estatal, que se los dio en rebaja “por ser usted”.

Una imaginación retorcida y truculenta como la del candidato que no ganó la presidencia, para escribir libretos de conspiraciones y fraudes electorales, con testigos falsos y encapuchados incluidos. Con suerte, tal vez algún productor de teleseries baratas o películas "B" las lleva a la pantalla.

Una expresión histriónica, desorbitada e indignada, como la de aquel joven plagiario literario cuando se defendió, atacando con su supuesta performance artística.

Un redondel, calle, auditorio, cuartel, monumento o parque al que pueda bautizar con el nombre de algún personaje siniestro de nuestra historia, sólo por molestar.

Y por último, un bajo perfil público, como de expresidente a quien todos quieren olvidar, pues no ha de ser ninguna gracia que a uno le anden ventilando sus intimidades, menos si son de aquellas que... ve'á.

Atentamente,

RFG

__________

Posdata: si no se puede nada de lo anterior, aunque sea regálenme un banner como el de Bonner.

lunes, 22 de diciembre de 2014

Negligencia criminal a 120 km/h

El domingo 21 de diciembre al final de la tarde, en una competencia de cuarto de milla dentro de la calle principal de la ciudad de Santa Tecla, se produjo un accidente que cobró la vida de dos personas y lesionó gravemente a otras cuatro.

Pero llamarlo "accidente” es una falacia, pues en realidad no fue tal cosa, sino pura y llana negligencia criminal que en cualquier país civilizado merecería por lo menos responsabilidad civil y penal para los organizadores del evento, un grupo llamado Drag Tecleño (aunque en un primer momento también se mencionó a la revista Todomotor, pero ellos alegan que solo daban cobertura periodística) y además a las autoridades competentes, concretamente la Alcaldía Municipal de la localidad y la División de Tránsito de la Policía Nacional Civil.

El común de las gentes cree que los accidentes son fortuitos y se refieren a ellos en términos de “desgracia”, “mala suerte” o incluso “cosas de Dios”, cuando en realidad obedecen a causas totalmente terrenales que en la mayoría de casos se pueden prevenir. La negligencia criminal ocurre precisamente cuando ciertas personas no actuaron de una manera “razonable y prudente” para evitar el peligro.

Hay por lo menos cinco factores causales de estas muertes, analicémoslo brevemente.

1. La ubicación del público

A la gente se le convocó para escuchar el rugir de los motores y sentir la adrenalina. No había valla de seguridad ni tampoco una distancia prudencial con la pista. Algunas personas bajaban a la calle para asomarse y ver venir a los carros, se subían a la acera al pasar estos y luego volvían a la calle para verlos alejarse.

El solo hecho de efectuar la competencia en estas condiciones es de por sí un atentado contra la seguridad ciudadana, pero esto fue avalado por las autoridades “competentes”, a ciencia y paciencia de los agentes policiales.

2. Los vehículos participantes

La mayoría de estos vehículos son modificados en cualquier taller a solicitud de su propietario, para permitirles alcanzar mayor velocidad. Tienen placas particulares, no son profesionales ni están debidamente supervisados. Les arreglan el motor para darles mayor potencia y les quitan partes de la carrocería para aligerar su peso.

Se olvidan así de la avanzada ingeniería que hay detrás de la fabricación de todo vehículo, en donde se consideran escrupulosamente las relaciones estructurales entre su peso, superficie de contacto, cilindrada, tipo de llantas, mecanismo de frenado, dirección, etc.

Modificarlo al tanteo o a lo loco, como es lo usual aquí, aumenta significativamente el riesgo de accidentes.

3. Los pilotos

Dudo que estos pilotos hayan recibido una capacitación adecuada y sistemática. Se trata de aficionados, espontáneos amantes de la velocidad que creen divertido hundir el pie en el acelerador en cualquier carretera. Tampoco son profesionales, no vengan con ese cuento. ¿Qué piloto realmente profesional correría en una pista improvisada en medio de una multitud expuesta?

Se dirá que ellos mismos se ponen en riesgo por propia voluntad y están en su derecho, pero una cosa es hacer malabares con botellas de nitroglicerina en un descampado y otra hacerlo en medio de una multitud curiosa a la que has convocado para tal fin.

4. La pista

La competencia se desarrolló sobre la 2ª calle poniente, es decir, la Carretera Panamericana que lleva al occidente del país. Es una calle citadina para uso cotidiano -civil, no deportivo- recién reparada por el Fovial con concreto hidráulico, la cual tiene habilitados tres carriles bien señalizados que incluyen series de lámparas LED de recarga solar de casi dos centímetros de altura (conocidas como vialetas), que uno siente como pequeños bultos al manejar sobre ellas y supongo que algún efecto desestabilizador deben tener sobre un vehículo de peso aligerado que como un bólido pasa sobre ellas.

Para crear mayor distancia entre los dos coches competidores, uno o ambos corrían sobre la línea que divide los carriles, rompiendo el esquema habitual e internalizado por cualquier conductor, de mantenerse dentro del carril. Añadamos a lo anterior que a esa hora el sol poniente pega en la cara de los pilotos.

Obviamente, no hay vallas de contención.

5. Los antecedentes históricos

En esta misma ciudad y a finales de la década de los setenta, el Chaleco organizaba un rally en lo que hoy es la calle Chiltiupán, de la colonia Santa Mónica. Los competidores iban a toda velocidad de estación en estación, siendo el copiloto el encargado de sortear diversas pruebas (como aplastar con el trasero globos de agua, tomarse una Coca-cola heladísima tan rápido como fuera posible, etc.).

Yo fui testigo de la última edición, que se suspendió luego de que un participante -cuyo pick-up llevaba el nombre de “Burro”- se pasó una estación y, al advertirlo, frenó en seco y retrocedió frenéticamente, perdiendo el control y atropellando a un grupo de espectadores.

Dirá alguien que el episodio está muy lejano como para que los organizadores lo tuvieran en cuenta, si es que no les alcanzaba el sentido común, pero hace un par de meses tres niños murieron en la pista “Singüil”, de Santa Ana, en un evento similar.

No sé si los irresponsables que causaron este dolor serán demandados ni procesados. En todo caso, dudo que lleguen más allá de ofrecerles cinco mil dólares -como mucho- a las familias de los muertos como compensación y conciliación. Tampoco creo que haya destituciones de los funcionarios públicos que autorizaron este macabro evento en pleno centro de la ciudad, mucho menos que cierto candidato a alcalde se retire luego de que invitó al evento a la población, a través de sus redes sociales, y tras lo ocurrido borró dichas publicaciones.

Lo que me pregunto con tristeza es cuántos muertos más tendrá que haber hasta que la sensatez prive más que la tonta y criminal pleitesía a la velocidad desbocada en medio de una multitud.

__________

Posdata: el periodista Fernando Romero nos deja ver esta carta donde el Viceministerio de Transporte había negado autorización para el evento en el Bulevar "Monseñor Romero", por no reunir condiciones de seguridad.

sábado, 20 de diciembre de 2014

De agradable sabor

Seguramente la mayoría de lectores/as de la novela corta “Ardiente paciencia” (1985), de Antonio Skármeta, llegamos a ese simpático libro impelidos por la película “Il postino” (1994), si bien su primera realización cinematográfica había corrido a cargo del propio autor-director en 1983.

La trama esencial del libro es la que conocimos a través del laureado filme de Michael Radford, aunque hay importantes variaciones no sólo de época sino de contexto, pues la ficción originalmente se desarrolla en la pequeña Isla Negra chilena, durante los últimos años de vida del poeta Pablo Neruda (1969-1973) y la represión posterior al golpe militar.

De la narración plagada de ingeniosas metáforas skarmetianas y nerudianas, podemos decir que es dulcísima, por momentos hilarante y en un par de ocasiones tan hábilmente erótica que consigue llevar el primer encuentro amoroso entre los fogosos adolescentes Mario y Beatriz hasta una idealizada apoteosis lúbrica de la que, no sin razón, bien se puede culpar a la poesía.

Por otra parte, el retrato del poeta nos lo hace parecer cercano, verosímil, cordial y entrañable; mientras que la sombra del convulso trasfondo histórico abre el espacio para la meditación reflexiva.

Queda la sensación del equilibrio justo en ese sabor agradable remanente en el paladar emotivo.

lunes, 15 de diciembre de 2014

Soportando sombras sadomasoquistas

Cada cierto tiempo –ya sea por curiosidad cognoscitiva (no digo que intelectual), por estar al tanto de las modas o por mera diversión- uno se asoma al mundo del best seller, esa millonaria industria editorial de masas diseñada a partir de estudios de mercado que revelan y al mismo tiempo moldean gustos estandarizados propicios para el consumo a gran escala, basándose en las carencias y necesidades psicológicas de cierta parte de la población.

Con algo de paciencia y mucha tolerancia, uno puede confirmar prejuicios tanto favorables como negativos, meditar un poco sobre el siempre engañoso concepto del gusto popular, e incluso dejarse llevar momentáneamente por tramas trilladas -aunque en nuevos envoltorios- tan solo para ver a dónde conducen y qué nos revelan de esa naturaleza humana tan voluble a manipulaciones y engaños tan repetitivos como superficiales.

Con este espíritu de momentánea concesión y la disposición de desconectar el cerebro por dos o tres días, cayó en mis manos el superventas de 2011 en el primer mundo, "Cincuenta sombras de Grey", de E.L. James, primer volumen de la trilogía completada por "Cincuenta sombras más oscuras" y "Cincuenta sombras liberadas".

De una novela industrial de este tipo, todo lector o lectora seguramente agradece la facilidad con que se avanza en su lectura, merced a la construcción sencilla sin ningún experimento, novedad ni complicación estilística ni estructural, equilibrando diálogos y descripciones de tal manera que las páginas parecen andar por sí solas.

Por su contenido, la novela fácilmente podría describirse como un manual de iniciación sexual sadomasoquista y seguramente el morbo que esto trae es, en buena medida, la razón de su popularidad.

Otra cosa es el manejo de la sustancia narrativa y los valores implicados.

Si uno es capaz de aceptar el argumento esencial de telenovela barata o la enésima actualización de Cenicienta (chica común que conoce a millonario joven, guapo, educado y superpoderoso, de quien se enamora hasta perder la razón), quizá podría continuar más allá del primer capítulo.

Si puede soportar frases tan ingeniosas como “debería estar prohibido ser tan guapo” y no advierte o no le molesta el grotesco simbolismo de la escena en que Christian conoce a Anastasia (“estoy de rodillas y con las manos apoyadas en el suelo en la entrada del despacho del señor Grey”), tal vez pase al segundo capítulo.

Si no le carga demasiado que en todas y cada una de las veces que Christian se dirige a Ana ella haga exactamente la misma descripción de sus sensaciones (en términos de electricidad que recorre cada terminación nerviosa de su cuerpo, mariposas en el estómago y contracciones ventrales que solo calmará el coito inmediato, para no hablar de la fastidiosa diosa que lleva dentro), acaso vaya más allá de la tercera parte de la novela.

Si después de la descripción de la primera relación sexual entre los protagonistas (¡ojo: alerta de spoilers!) está dispuesto/a a leer muchas veces más esa misma descripción de orgasmos supremos, sucesivos e incluso inverosímiles (tan solo con algunas variantes en los procedimientos), seguirá sin dificultades significativas hasta las dos terceras partes del libro.

Si no ve ningún problema en la relación de poder y absoluto sometimiento que se establece desde el principio entre el macho alfa (el "amo") y la hembra esclava sexual (la "sumisa", aunque con título universitario), no tendrá problemas de humor para llegar a los capítulos finales.

Si además de todo lo anterior usted siente que es una gran novedad de profundidad psicológica que en la segunda mitad del libro la protagonista descubra que su dominador sólo es, en realidad, un niño traumatizado por innombrables abusos físicos y psicológicos de los que se siente incapaz de hablar y, por lo tanto, necesita ser comprendido por ella para ser sanado y redimido, esta novela quizá sea para usted.

Si pese que la protagonista acepta de buen grado la violencia ejercida sobre ella, usted cree que la chica mantiene su dignidad porque se resiste a aceptar los lujosos regalos del millonario seductor, qué se le va a hacer.

Y si, para concluir, un lector o lectora ve el "to be continued" con que malamente concluye este volumen como una motivación ocurrente y esencial para lanzarse sin salvavidas al segundo volumen, quizá el tercero y además la película próxima a estrenarse, entonces ya no hay más que decir sino "¡que le aproveche!".

Yo ya tuve suficiente. Paso.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

De coros

La labor de dirección coral no me es ajena desde hace 30 años y ocasionalmente la he ejercido de manera oficiosa en diferentes ámbitos.

A raíz de una colaboración interinstitucional, Juan Carlos Berríos (del Centro Cultural Universitario de la UCA), me invitó a preparar unos cuantos cantos corales con los chicos y chicas del Colegio Externado de San José, para el Concierto de Villancicos del 9 de diciembre.

Elegí tres canciones: dos de ellas (“Navidad”, de José Luis Perales y “Ven a mi casa esta Navidad”, de Luis Aguilé), porque enfatizan en valores y actitudes de eso que se conoce como “el espíritu navideño” yendo más a la solidaridad y el fortalecimiento de lazos familiares o fraternales, antes que al excesivo consumismo y ruidos estridentes; mientras que la tercera (“Mi burrito sabanero”, de Hugo Blanco) por evocar el sentido de la fiesta y también del candor infantil.

Aparte, teníamos que preparar “Mundo feliz”, de Händel, para cantarla con todos los demás participantes en el evento, que eran los coros Universitario UCA, del maestro Juan Carlos Berríos; Renacer, del maestro Ángel Rivas; y Vocalis Novum, del maestro Julio García.

Estas tres piezas y media que preparamos durante siete ensayos de dos horas cada uno me generaron muchas expectativas, temores y nervios, especialmente por el nivel de exigencia del evento; pero una vez concluimos nuestra actuación en el escenario, lo que de esa experiencia emana son agradabilísimos recuerdos, ecos armónicos y una sonrisa de esas que llaman "de oreja a oreja".

Creo que así se me ve en esta foto.

sábado, 6 de diciembre de 2014

Ecos de una novela despublicada

Noticia cultural

En septiembre de 1995 se terminó de imprimir, en los Talleres Gráficos UCA, la edición de un mil ejemplares de “Putolión”, del escritor salvadoreño David Hernández. Entre finales de octubre y principios de noviembre de ese año comenzó su distribución en librerías locales, pero sorpresivamente y a los pocos días, UCA Editores retiró todos los ejemplares de las librerías.

La noticia apareció en periódicos nacionales. Creo recordar que la editorial argumentó erratas en la edición. En general, no les creyeron, aunque ciertamente hay un promedio de un error ortográfico por página. Luego, hubo cruce de declaraciones encontradas: unos hablaron de censura, otros de represión intelectual, otros de crimen cultural. En este enlace hay una reseña de las principales reacciones.

La hipótesis más sonada, comentada y aceptada por el gran público fue que el escritor David Escobar Galindo habría estado detrás de la maniobra, supuestamente indignado por una alusión bufa que de él se hace en la página 177, tanto así que en algunas publicaciones contestatarias se dieron a la tarea de reproducir precisamente ese párrafo grotesco, en una especie de afán vindicativo.

No recuerdo que haya habido un pronunciamiento público por parte del poeta señalado y, al final, todo quedó en pura especulación.

El último ejemplar

El jueves 23 de noviembre de 1995 a las 8:00 a.m. entré a la librería de la UCA buscando cierto libro que no recuerdo. Para el día de mi incursión ya había estallado el escándalo literario, así que -sin mucha expectativa- fui a curiosear en la sección de literatura nacional y -¡oh, sorpresa!- había allí un ejemplar de la novela despublicada, quizá el último, seguramente olvidado por descuido en el estante, entre otros volúmenes ajenos a la polémica.

Lo tomé por inercia, lo presenté en caja junto con los treinta colones del precio de lista y los encargados se vieron entre sí extrañados, como preguntándose qué hacer. Pero como el ejemplar tenía su código de barras en regla y estaba en el sistema, lo facturaron y procedieron a entregármelo.

Sospecho que alguno de ellos llamó de inmediato a la editorial para pedir instrucciones, pero no podría asegurarlo. Sentí como si hubiera hecho una compra clandestina y que a la vuelta del siguiente edificio de aulas un par de empleados me interceptarían para despojarme del libro, pero eso no pasó de ser una fantasía peliculera.

Una lectura y media

Animado por la polémica del momento, ese mismo día comencé la lectura de la novela de 275 páginas, dejando plasmadas en ella mis anotaciones, con la intención de publicar algo al respecto. El trabajo fue bastante fatigoso, no diría que del todo placentero, más bien lo califico de disciplinado. La concluí dos días después, pero al final perdí el interés en hacer mi reseña y valoración del asunto, sobre el cual muchos se habían pronunciado ya, con mayor o menor acierto. Diecinueve años después, emprendí la relectura de la obra y quedé varado a la mitad, ya con más certezas que inquietudes.

Sobre esto, tengo una anécdota no del todo marginal: en el momento de la polémica, recuerdo haberle hecho un par de comentarios al autor, con quien sosteníamos correspondencia a través del correo aéreo tradicional, incluso habíamos intercambiado libros y reseñas mutuas de “Salvamuerte” y “¿Guerrita, no?”. Fue la última carta que le envié y no recibí respuesta. Puede ser que se haya molestado o tal vez la misiva (¿suya, mía?) se extravió.

Qué es y qué quiso ser

Yendo al producto literario en cuanto tal, me parece que "Putolión” es algo así como una antinovela que no despegó de sus propias intenciones.

La contraportada del libro, construida con extractos del prólogo de Manlio Argueta, dice que es “en cierta forma, una historia emotiva de La Cebolla Púrpura, el grupo de poetas cuya juventud coincidió con el conflicto bélico”.

En varios pasajes del libro el autor reitera hasta la saciedad tal intención explícita, describiendo una y otra vez su propio proyecto:

“Y aparecen en un desfile de actores, brujos, fantasmas, poetas y músicos muertos y vivos, como en un baile carnavalesco de la época colonial, por las calles empedradas de una ciudad de otros siglos.” (p. 18)

“Esta era la gran novela que planeaba como un maniático desde siempre: un relato atípico que por el sólo hecho de carecer de estilo definido sería experimentación y búsqueda a lo largo de un camino empedrado de malas intenciones y técnicas fugaces que es toda novela verdadera, una, donde hablara de la epopeya y la tragedia de mis hermanos decapitados en plena juventud, y sobre la gloria y la tragedia de los sobrevivientes.” (p. 79)

“Han caído de repente con la lluvia como limones maduros (…) los recuerdos que siempre quise rescatar para una novela imposible que en una locura audaz me librara de fantasmas y demonios del pasado, donde los poetas de La Cebolla Púrpura, que murieron en la flor de la vida y de la juventud, escriban y griten lo que la muerte prematura no les dio tiempo de expresar.” (p. 99-100)

“Es posible que escribiendo sin orden lógico, como dentro de un infinito agujero negro vagabundo del cosmos, donde a pesar de todo existe el calor y la energía, puedan ellos en determinado momento emerger y tomar vida, y que en niveles específicos de apreciación y densidad, sigan existiendo en un instante inmortal.” (p. 132)

La desazón viene cuando ya se ha pasado más de mitad del volumen y da la impresión que aún no ha comenzado, que sigue planteándose a sí misma como la sola voluntad de ser.

Qué más contiene

Además de esa constante y eterna declaración de intenciones a modo de cuenta regresiva siempre postergada, están los largos monólogos interiores de un emigrado, en tono autobiográfico y demasiadas claves íntimas; una breve parte propiamente narrativa que cuenta el regreso de unos exiliados a su tierra, diseminada en trozos a lo largo de la novela; ciertas anécdotas de un pasado mítico ancestral, relacionados con uno de los narradores-protagonistas; referencias a las correrías de aquellos poetas rebeldes y bohemios por célebres antros de los setentas, todos hombres, en donde los alcoholes parecían pesar más que los versos; conversaciones de la posguerra en donde se mencionan en clave semicríptica algunos hechos del conflicto; y un episodio final en donde convergen poetas vivos y muertos, que debió ser apoteósico aunque apenas pasó de la anecdótica e imaginaria megarreunión.

Hay otros elementos menores que a más de alguno/a podrían fastidiar, tales son ciertas descripciones superficiales de lugares de aquí y de allá en estilo como de guía de turista; el rampante machismo característico de la cultura guanaca, con su correspondiente misoginia y homofobia; las enésimas repeticiones de pasajes que ya se habían mencionado antes, como si el propio autor los hubiera olvidado dentro del caos narrativo; así como la penosa sensación que ese tipo de novela ya se había intentado anteriormente, con resultados distintos (“Pobrecito poeta que era yo”, de Roque Dalton, y “El asma de Leviatán”, de Roberto Armijo).

Otra curiosidad: en medio de todo, se inserta una crítica literaria de “Manlio, el cronista”, quien le hace ver que la novela no despega y le sugiere, entre otras cosas, que las alusiones a personajes de la vida pública nacional no sean tan evidentes (eufemismo de "poco ingeniosas").

Dudas y dudas

Pasadas casi dos décadas de ese grave accidente editorial, nunca me quedó claro ni cuál fue el criterio para publicar la obra (¿la sola opinión del prologuista, el dictamen de un consejo editorial, el currículum académico del autor?) ni cuál fue la verdadera razón para retirarla de circulación.

No carece de valor literario si se ven los fragmentos aislados, pero su carácter de colección caótica y bastante a la deriva hace que su lectura resulte un esfuerzo un tanto excesivo en contraste con la sustancia. Por otra parte, la mofa chabacana personalizada que se mencionó como supuesta causa de la despublicación de la novela no es la única de esa clase, sino una entre muchas otras. Aunque todas ellas apenas ocupan unos cuantos párrafos, eso no le quita cierto carácter injurioso, difícilmente salvable por el supuesto carácter ficticio del texto (que en este caso no aplica tanto).

¿Y entonces?

Lo diré de la manera más simple que puedo: a mi modo de ver y por las razones antes apuntadas, esta obra no tenía por qué haber sido publicada; pero una vez dada a luz, no tenía por qué haber sido retirada.

Al final del día, siempre fue más interesante hablar y analizar lo que pasó con ella, antes que ocuparse de ella misma.

lunes, 1 de diciembre de 2014

Es noticia relevante... según convenga.

Que los medios salvadoreños de difusión masiva -especialmente los periódicos de mayor circulación y noticiarios de poderosas corporaciones- seleccionan a conveniencia los contenidos a los cuales darán mayor relevancia es una práctica conocida y para nadie debería ser un secreto ni un espectacular descubrimiento.

Tampoco es novedad el ocultamiento de ciertos hechos a los que, no obstante cumplir con los requisitos para ser noticia, se les da bajo perfil o sencillamente se ignoran e invisibilizan, bien porque no coinciden con la ideología de los dueños del medio o porque, como ha ocurrido en algunos casos, una persona con algún tipo de poder o influencia le pide al propietario que no se publique algo.

Sin embargo, todavía hoy hay personas incautas se creen ese discurso según el cual estos grandes periódicos son objetivos e imparciales, y que la ideología de sus propietarios no influye en la selección y tratamiento profesional de las noticias.

(Breve paréntesis: recuerdo una canción nacional de mediados de los ochenta, “Mundo inalámbrico”, la cual comenzaba al son de ♫ “Un, dos, tres: hoy me levanté a la seis, un poco después...” narrando el inicio del día de un ciudadano de clase media y dejaba esta frase mientras el protagonista toma un sorbo de café: “... y el periódico me trajo la realidad”. Así de fácil, así de ingenuo. Cierro paréntesis.)

Lo anterior viene al caso para señalar el tratamiento periodístico de la oposición manifestada por el Arzobispo de San Salvador, Monseñor José Luis Escobar Alas, ante el cambio de nombre que el alcalde capitalino Norman Quijano hizo a la calle “San Antonio Abad”, colocándole el del mayor Roberto D’aubuisson.

Esta no es una causa religiosa o partidaria, sino de carácter ciudadano contra todo monumento u homenaje infamante.

En su habitual conferencia de prensa posterior a la misa dominical en Catedral Metropolitana, el prelado manifestó el malestar de la Iglesia ante tal hecho, por dos razones: la primera, porque es el nombre de un santo y la calle, ya tradicional, conduce a un lugar así llamado; y la segunda porque la Iglesia es “parte ofendida en el caso de monseñor Romero, el caso de los jesuitas, las religiosas asesinadas, así como otros sacerdotes y laicos" y -ojo con esto- su sentimiento "lo puedo comparar como cuando a una persona le matan a un hermano y quien se supone es el autor material o intelectual de ese asesinato es galardonado".

Ni más ni menos.

Esa noticia nos llegó a través de publicaciones de medios virtuales: Contrapunto, Diario1 y La Página.

“La Prensa Gráfica” publicó una notita web en donde, curiosamente, sólo citan la primera de las razones que dio el Arzobispo, omitiendo la segunda. En su edición impresa no publicaron absolutamente nada. Por su parte, “El Diario de Hoy” no se enteró de esa declaración o la consideraron irrelevante, puesto que no publican una tan sola línea, ni en su sitio web ni tampoco en el periódico impreso. En cambio y en contraste, se extienden por páginas completas a partir de un comentario incidental que el Arzobispo hizo sobre otro tema.

Sorprende un poco que el Diario “Colatino” tampoco publique nada, no sé si porque no acuden a las conferencias de prensa de monseñor Escobar Alas (quien, al parecer, no les simpatiza, aunque por razones distintas).

Diario “El Mundo”, quizá no tiene espacio para esas cosas.

A ver cómo les queda el repetido discurso de autoalabanza y objetividad a los editores jefes.

sábado, 29 de noviembre de 2014

¿Ha evolucionado la formación militar?

Todo ejército se basa en la obediencia jerárquica de sus miembros. El soldado recibe y cumple órdenes, no las discute. En la medida en que esta simple norma se aplique en toda la cadena de mando, así será la eficacia de una estructura militar. Por eso, parte esencial del entrenamiento es interiorizar -hasta el nivel más inconsciente- la disciplina y la subordinación. A la par de lo anterior, el militar debe endurecer sus músculos y su carácter, desarrollar hasta el extremo su instinto de supervivencia y aprender a soportar las condiciones más duras, acorde al mito espartano.

En teoría, suena lógico; en la realidad histórica salvadoreña, fue otra cosa.

A finales de los setentas, conocí a un cadete de la Escuela Militar “Capitán General Gerardo Barrios”, que era novio de una familiar. Entre los temas de conversación habitual, siempre había anécdotas del día a día en dicha institución castrense. Esas pláticas, junto con comentarios de compañeros de colegio que tenían parientes militares, marcaron en mí la impresión que para graduarse de subteniente había dos requisitos principales: primero, tener suficiente aguante físico y sicológico para soportar durante los años de entrenamiento un constante trato despótico y, segundo, estar dispuesto a ejercer ese mismo trato con sus subordinados, cuando llegase la oportunidad (como suele decirse: “no con quien se las debe, sino con quien se las pague”).

Muchas de esas y otras anécdotas conocidas no eran aleccionadores ejemplos de instrucción y disciplina, sino de tortura. De lo que se trataba no era de fortalecer el carácter sino de deformar la personalidad. Los testimonios de El Mozote y otras masacres de la época son apenas un ejemplo de a lo que se llegó con este tipo de "educación".

Como corolario, en 1989 oficiales del ejército dispararon sus armas de guerra contra las cabezas de seis sacerdotes jesuitas y dos mujeres, todos no combatientes y absolutamente desarmados. Lo hicieron en cumplimiento de su deber. La formación castrense había dado sus frutos. Todos excepto uno fueron exonerados, merced al principio de la obediencia debida, por lo que se condenó también al coronel que transmitió la orden. Una amnistía del mismo gobierno de la época los liberó de la cárcel.

Antes de que ocurrieran las peores violaciones a los Derechos Humanos por parte del ejército y sus batallones élite, entrenados por los Estados Unidos de Norteamérica, Monseñor Romero les hizo este llamado: "Ya es tiempo de que recuperen su conciencia, y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado". Pero en El Salvador, un militar con conciencia no era un buen militar.

En 1992 se firmaron los Acuerdos de Paz. Entre las muchas expectativas estaba la de revisar y reformar la doctrina de la Fuerza Armada, a fin de adecuarla a los nuevos tiempos democráticos. Esto implicaba también la formación de los cadetes en materias tan importantes como Derechos Humanos. Se esperaban nuevas generaciones de oficiales profesionales, comprometidos con el tan vilipendiado pueblo salvadoreño y no con sus opresores; que poco a poco fueran desplazando a las oprobiosas “tandonas” y otras generaciones cuyos oficiales más destacados se fueron a graduar de la tristemente célebre Escuela de las Américas, al amparo de la Doctrina de la Seguridad Nacional.

Ese ideal también tendría que haber desterrado aquellas prácticas claramente arbitrarias, abusivas y vejatorias al interior de la Escuela Militar. Pero en días recientes nos hemos enterado de la muerte de un cadete de apellidos Zelaya Díaz, como resultado de abuso de autoridad y negligencia. Y hace cuatro años ocurrió un caso similar con el cadete Rivera Salinas.

Es entonces cuando nos preguntamos, con grave preocupación, si estos son casos aislados, o -por el contrario- podrían ser apenas la punta visible de un inquietante iceberg, la trágica muestra de que muy poco ha cambiado, el oscuro presagio de que lo más nefasto de nuestra historia podría repetirse.

jueves, 27 de noviembre de 2014

Mis años en el Colegio "Sagrado Corazón"

Entre los años 1990 a 1996 tuve la oportunidad de trabajar como docente a tiempo parcial en el Colegio “Sagrado Corazón”, dirigido por las Hermanas Oblatas del Corazón de Jesús. Ese periodo lo guardo con especial cariño en mi memoria, primero porque pude aprender muchísimo como docente y evolucionar en mi formación profesional hacia un enfoque de educación mucho más integral, validando e incorporando diversas técnicas y actividades de enseñanza-aprendizaje en el desarrollo de mi materia; y segundo, porque el día a día con aquellas jovencitas me permitió desarrollar aspectos de mi carácter que me ayudaron no sólo a ser mejor maestro sino, sobre todo, a ser mejor persona.

Paradójicamente, durante mi primer año de trabajo tuve serios choques especialmente con un grupo de estudiantes de 7º grado que me fue asignado (aunque también tuve algunos conflictos en bachillerato). Esas chiquillas eran, por decirlo de alguna manera, un tanto alborotadas y sus hábitos de trabajo me parecían poco menos que inexistentes, pero también admito que de mi parte había algunos estándares y actitudes que no contribuían a tener la mejor relación.

A la mitad del primer año de trabajo -dadas las quejas de sus padres, madres, abuelos/as y otros parientes- estuve a punto de que me cesaran, cosa que no ocurrió gracias a la paciencia y voto de confianza que recibí de la directora, Hna. Hilda Rodríguez, quien sin descalificar los reclamos supo ver en esa coyuntura la oportunidad de iniciar un proceso de renovación institucional, que continuó con buen tino su sucesora, la Hna. Noemí Moscoso. En mi salvación creo que también fue decisiva la opinión de mis compañeros del Departamento Humanístico, en ese tiempo a cargo de Adilia Hernández y, más adelante, de José Antonio Portillo.

A ese grupo de pequeñuelas que con el tiempo fueron la Promoción de Bachilleres 1995 les di clase durante cinco años, por lo que acabaron convirtiéndose para mí en una promoción significativa, esto sin excluir muy buenos recuerdos de estudiantes de otras generaciones.

Tuve que dejar el COSACO por falta de tiempo disponible y me fui en muy buenos términos, no sin ese nudo emocional que a todos nos acomete en momentos de despedida. En dos o tres ocasiones he vuelto allí a visitar a antiguos/as colegas, algunos de los cuales ya se jubilaron. Las veces que me he encontrado a la actual directora -la Hna. Nidia Ramos, que en aquel tiempo era apenas una novicia- hemos comentado con alegría algunas anécdotas de antaño. Las instalaciones de hoy son algo distintas y apenas sobreviven un par de edificios de aquellos años. El colegio ha cambiado en muchas cosas pero, de alguna manera, conserva esa aura significativa para mí.

En mi balance general, no creo andar descaminado al afirmar que si hubo desaveniencias, críticas, errores, altercados y momentos de crisis, al final los fuimos superando juntos, creciendo en eso que llamamos inteligencia emocional y quedándonos una sensación agradable que, en el recuerdo, hoy se ha convertido en nostalgia.

lunes, 24 de noviembre de 2014

Disculpe usted, doña Evangelina.

Doña Evangelina del Pilar de Sol
Columnista de El Diario de Hoy
Presente.

Respetable doña Evangelina:

Reciba un atento saludo.

No es esta la mejor manera de comenzar una epístola pero, a fuerza de sinceridad, déjeme decirle que desde hace bastante tiempo decidí abstenerme de leer su columna semanal, una vez detectado el carácter fanático que exuda. No me malentienda, doña Evangelina: aplicarle ese adjetivo no es un insulto sino una descripción, conforme al diccionario de la Real Academia Española (pues usted “defiende con tenacidad desmedida y apasionamiento creencias u opiniones, sobre todo religiosas o políticas”).

Esta vez, no obstante, cuando leí el titular “Un llamado a los dirigentes de la UCA”, que es mi alma máter, respiré hondo, puse cerca el bote de antiácido y me dije: “tengo que leer esto, va a estar bueno”.

Le confieso que en ese momento pensé que iba a encontrar las consabidas acusaciones: que en ese centro de estudios se seguía indoctrinando y envenenando la mente de los y las jóvenes con discursos marxistas, de lucha de clases y todo eso. Afortunadamente, no fue así y le agradezco que por esta vez nos haya ahorrado esa diatriba.

Su artículo, en cambio, es una queja por “la forma escandalosa con parlantes a todo volumen” en que se realiza la Vigilia de los Mártires, con lo cual se mantiene “despierta, atropellada y victimizada, la noche completa hasta las cinco de la mañana, a toda la comunidad de los alrededores” (y eso que, según nos cuenta, su casa queda como a dos kilómetros de distancia).

Fíjese, doña Evangelina, que si su pretensión es iniciar una cruzada contra todas las vigilias ruidosas que no dejan dormir a la sufrida y honrada ciudadanía, le doy la razón y tiene mi completo apoyo. Viera cuántos cultos religiosos de todas las denominaciones -en ciudades, pueblos y cantones- atormentan constantemente a sus vecinos, especialmente en horas nocturnas, casi siempre con gritos desaforados y ruidos que difícilmente pueden considerarse música, para no hablar de la visión enfermiza y perniciosa de la divinidad que muchos de ellos transmiten a las pobres gentes.

Sin embargo, no creo que esa sea su intención, ya que este suplicio auditivo tiene varios años de practicarse a ciencia y paciencia de las autoridades y usted nunca ha dicho nada, tal vez porque en su apartada residencia de vecindario exclusivo esas cosas no ocurren.

En cambio, usted se queja de algo que sucede anualmente el sábado más cercano al 16 de noviembre, fecha en que se conmemora el martirio de los jesuitas de la UCA y sus colaboradoras.

Le escribo esta carta porque me siento aludido y, en parte, responsable de su molestia. Déjeme contarle que yo he estado en el escenario de la Vigilia dos veces: en 2010 como cantautor y en 2012 con un grupo de jóvenes bajo mi dirección. Sin saberlo, quizá hemos interrumpido su sueño. Disculpe usted, doña Evangelina, no sabíamos que lo hacíamos, y si en el futuro tenemos nuevamente la oportunidad de acudir allí (toda vez las autoridades concedan el permiso necesario para que dicho acto se realice), trataremos que sea lo más temprano y con la mayor discreción posible.

Sin embargo, al leer su vehemente artículo me dio la impresión que su mayor molestia no es el ruido, el cual -ya habiendo empezado- bien podría atenuar en esa sola noche y madrugada con un par de inocuos tapones para los oídos. Pregúntele a su compañero de espacio periodístico, el Dr. Cuervo, él se los podría recetar.

Lo que usted no puede soportar, según se desprende con bastante claridad de sus palabras, son las “arengas, protestas revolucionarias o jactancias de guerra a grito pelado” que, según nos cuenta, ocurren frecuentemente en la Vigilia, que usted ve como “un proyecto premeditado para fustigar el descanso de la ciudadanía”.

Mire, doña Evangelina: yo admito que a veces a esos actos llegan algunos grupos que se pasan un poquito en el tono de sus cantos y consignas. Pero compréndalos: ha de ser por la gran frustración de ver la impunidad que aún protege a los militares que dieron la orden de asesinar a los padres jesuitas y sus colaboradoras, así como el cinismo de quienes todavía pretenden justificar ese crimen de lesa humanidad. Quizá no hallan otra forma de expresar su malestar, los pobres, viendo que las instancias encargadas de aplicar justicia se lavan las manos.

Usted, como persona piadosa y de oración, téngales un poquito de paciencia, se ve que todavía no les ha bajado la cólera y, a fin de cuentas, mire que sólo es una vez al año, aunque me imagino que no debe ser muy agradable para usted y algunos de sus vecinos/as estar oyendo a altas horas de la noche consignas como “¡juicio y castigo a los asesinos!”, “¡extradición para los criminales!”, “¡la lucha por la justicia sigue!” y ese tipo de cosas que supongo son a las que usted se refiere (aunque a nosotros, como público lector, nos hubiera gustado que nos ilustrara con ejemplos concretos de esta edición en particular). Esto me recuerda lo que decía un lema de la Asder, algo así: “podemos cerrar los ojos, pero no podemos dejar de oír porque no tenemos párpados en los oídos”.

Si acaso las autoridades de la UCA no tienen la cortesía de contestarle o simplemente no le hacen caso, considere la posibilidad de irse a lo legal. Según tengo entendido, la mitad de la UCA está en el municipio de San Salvador y la otra mitad en Antiguo Cuscatlán. No sé si Nayib o Edwin atenderían su petición, pero por qué no acude donde doña Milagro, a ver qué le dice. Eso sí: tampoco vaya a extender su queja a las pachangas navideñas y de fin de año que arman en el parque de Antiguo hasta el amanecer, mucho menos vaya a mencionar lo del Día de los Inocentes.

Por último, doña Evangelina, si esas opciones no le funcionan, le sugiero -con el mayor respeto y sin ningún ánimo cáustico- lo siguiente: ¿qué tal si acude a un recurso mayor y absoluto, en el que usted cree fervientemente, el cual ha invocado una y otra vez en sus publicaciones anteriores (especialmente para las elecciones presidenciales recientes)? Imagínese que en una de esas vigilias ocurriese una aparición milagrosa -la Virgen de Fátima, por ejemplo- para decirles directamente a las miles de personas presentes que se dejen de resentimientos y arengas comunistas, y que mejor oren en silencio como usted dice: “en sufragio de estos mártires” (o sea, para sacarlos del Purgatorio). ¿No cree que sería convincente y apoteósico?

Espero tome a bien mis palabras y logre conciliar el sueño reparador pese a esas molestas interrupciones.

Atentamente,

Rafael Francisco Góchez

Posdata: va a disculpar que no le envíe esta carta directamente, pero no sé su dirección postal, el periódico democrático en el que usted escribe nunca tiene habilitado el espacio para comentarios en sus columnas, usted jamás pone dirección de correo electrónico y no la encuentro ni en Facebook ni en Twitter.

Nota: Esta carta también fue publicada en la Revista Factum.

domingo, 23 de noviembre de 2014

De creatividad, antologías y auras.

El “Índice antológico de la poesía salvadoreña”, compilado por David Escobar Galindo (UCA Editores, San Salvador, 1982) contiene fichas bio-bibliográficas y muestras literarias de 105 poetas nacidos entre los años 1795 y 1954, es decir, un periodo de 159 años. Por decirlo de alguna manera, esto da un promedio de dos poetas por cada tres años.

Este mes, el joven letrado Vladimir Amaya publicó el “Segundo índice antológico de la poesía salvadoreña”, una libro de Kalina e Índole Editores en alianza. Contiene 73 poetas nacidos en el periodo de 1955 a 1987. En ese intervalo de 32 años, el promedio mencionado al principio se triplica... y un poco más.

Desde el punto de vista tradicional, se puede pensar que son muchos autores/as los incluidos y que la relativa cercanía temporal de los escritores en cuestión todavía no permite dilucidar con estrictos filtros quiénes al final serán los que trasciendan. Tal punto de vista lo encontramos claramente expresado en la siguiente cita, de hace un siglo:

Una nueva generación literaria ha aparecido en la América Central, y uno por lo menos de sus poetas ha mostrado serlo de verdad. Es cierto que la producción comienza a ser excesiva y que la cizaña ahoga, como en todas partes de América, el trigo. Los versos son allí una especie de epidemia. No sólo hay Parnaso Guatemalteco, sino Parnaso Costarricense y Nicaragüense, y una Guirnalda Salvadoreña, que consta de tres volúmenes: muchos poetas son para tan pequeña república. Pero esta abundancia desordenada ya se irá encauzando con el buen gusto y la disciplina, y por de pronto es indicio de la fertilidad de los ingenios americanos.

(Marcelino Menéndez y Pelayo en “Historia de la Poesía Hispano-Americana”, volumen publicado en Madrid en 1911; consultado en línea en la Biblioteca Virtual Menéndez y Pelayo. El resaltado en negritas es mío.)

Tengo fuertes dudas de que este primer criterio siga teniendo algún sentido en nuestro entorno cultural, pues al no haber una expectativa realista de carrera literaria sostenible por sí misma, resulta difícil que el tiempo establezca esa especie de juicio final que impartirá la ansiada justicia poética en la historia. Ese tiempo es generalmente entendido como la abstracción de la crítica literaria y la obra publicada; pero, como sabemos, la primera es incierta, circunstancial y muchas veces ejercida por los propios creadores/as dentro de sus círculos fraternales; mientras que la industria editorial nacional es tan exigua en estos tiempos -más que antes- que casi llega a su desaparición, salvo loables esfuerzos individuales por evitar su extinción.

También están los premios y galardones, pero -a diferencia de las competencias numéricas o deportivas- creo que en el arte hay un umbral técnico luego del cual, una vez traspasado y ganado el estátus literario, ya dependerá de los gustos y contextos particulares la resonancia que tenga.

No obstante, podemos cambiar radicalmente el enfoque y movernos de un punto de vista elitista a otro más democrático, entendiendo que la creatividad literaria es una habilidad que por milenios y para la mayoría de la población fue, si acaso, un talento sin descubrir, una mera potencialidad truncada por la falta de acceso a la educación, campo en el cual algunos avances se han hecho en el último medio siglo en el país. Cito a una eminencia intelectual como apoyo:

¿De verdad podemos tener la expectativa de que los seres humanos sean generalmente creativos? ¿La creatividad no es fenómeno raro y precioso que tan sólo se presenta ocasionalmente? Depende de lo que usted quiera decir con “creatividad”. Si está hablando de una genialidad suprema -como la de Mozart, Shakespeare o Newton- pues sí, es extremadamente rara. Pero, ¿qué sucede con la creatividad moderada? ¿Qué sucede respecto a los músicos que no son Mozart pero que añaden algo a nuestro legado de canciones y composiciones? ¿Qué respecto a los escritores que resultan ser menos que Shakespeare pero que, sin embargo, son divertidos e instructivos?

(Isaac Asimov en el ensayo “Llenando el espacio cerebral”, publicado originalmente en 1988 y compilado en el volumen “La receta del tiranosaurio”, Edamex, México, 1992.)

Por años he tenido la oportunidad de detectar jóvenes talentos literarios, tanto en la poesía como en la narrativa. También he conocido la magnífica labor de talleres de escritura creativa desarrollados por académicos/as y escritores/as. De ahí mi convencimiento de que esta habilidad específica no es menos escasa que la aptitud natural para aprender un instrumento musical, un deporte físico, el ajedrez o las matemáticas.

Por otra parte, y sin demérito de esa antigua generación de colegas escritores/as que logró destacar con los criterios tradicionales (crítica, premios y publicaciones), creo que el panorama venidero local es de más y más escritores/as despojados de esa misteriosa y mística aura de vate, gente que publica a través de la web, se autoedita o comparte sus escritos de una manera más terrenal, con buena técnica e ideas interesantes pero sin necesidad de demasiados pedestales.

sábado, 22 de noviembre de 2014

Viendo nucas en acto público

Organizar un acto público, así sea el más sencillo, requiere de eso que suele llamarse “sentido común”, denominación paradójica por cuanto, visto lo visto, tal cualidad es ajena a la mayoría de mortales. Además, está el tema del buen gusto, que ya es más difícil.

Este día asistí a un evento que, por el tema y características, se suponía solemne, significativo y bonito; pero que -ya en la crasa realidad- no difirió mucho a otros tantos que he presenciado: mal planificado, soso, desabrido y sin estética.

Para comenzar, no hicieron una estimación realista del número de personas asistentes, pues lo menos que se preveía eran cien y en el local no cabían más de setenta, y eso un tanto apretaditas.

Luego, no se enteraron de que en estos tiempos ya no es tarea interplanetaria conseguir un mínimo equipo de sonido para poner siquiera un micrófono, considerando no sólo la cantidad de gente a la que se iban a dirigir sino que, además, en ciertos lugares se cuelan ruidos exteriores.

Tercero, si el sitio no es un auditórium con butacas a desnivel, sino un local donde tanto el público como el escenario están al mismo nivel del piso, es imprescindible poner una tarima para los ponentes, especialmente si estarán sentados, considerando que a nadie de los espectadores/as le gusta estar torciendo el pescuezo o viendo nucas, melenas y calvas durante más de una hora.

Y por último, pero quizá lo más importante: si se convoca a la gente, es de esperar que el programa justifique tanto el tiempo de desplazamiento como la espera (tradicional en la “hora salvadoreña”), no que sean dos o tres intervenciones espontáneas -que no improvisadas- de los anfitriones, para después dar paso a otras tantas alocuciones tipo “no venía preparado” (que, en el caso de hoy, fue así de textual y por varios kilómetros).

A los encargados/as no se les alumbró el foco.

jueves, 20 de noviembre de 2014

Carta abierta a Gerardo Muyshondt

Lic. Gerardo Muyshondt
Guionista y director del documental
“El Salvador: archivos perdidos del conflicto”
Presente (en línea).

Distinguido Lic. Muyshondt:

Reciba un atento saludo.

He visto con interés y atención la primera parte de su documental “El Salvador: archivos perdidos del conflicto”, del cual publiqué mis valoraciones generales, mismas que puede leer en este enlace.

Esta carta no es para discutir la intención general y organización del contenido del filme, primero porque ya lo expuse en mi crítica publicada y, segundo, porque al ser una obra producida por y desde la derecha (no sé si dentro o fuera de su expresión política partidaria) cabe esperar de ella una visión con la que, obviamente, otros sectores de la vida nacional discrepemos.

No obstante lo anterior, es de reconocer que su documental contiene mucha más diversidad de opiniones y enfoques que los documentales realizados por su contraparte, la guerrilla. Pero aunque usted entrevistó a un amplio espectro de personajes, el filme no se narra solo. Usted seleccionó a quiénes darles más espacio, más credibilidad y más protagonismo, no necesariamente por la objetividad y sensatez de sus opiniones, sino por su coincidencia ideológica. Como ciudadano y ente político está en su derecho, otra cosa es que el documental logre un nivel de objetividad aceptable.

En esta misiva, lo que me interesa distinguir y puntualizar es lo siguiente: una cosa es que, por su ideología, le conceda mayor relevancia a lo que un entrevistado/a haya dicho (con o sin fundamento); pero otra muy distinta es que usted, personalmente y como director, valide una apreciación o serie de opiniones y, a partir de ellas, realice cinematográficamente una acusación maliciosa.

Concretamente, me refiero a la escena inicial del bloque de contenido en donde se discute la supuesta implicación de la Iglesia Católica como causante, propiciadora o alentadora del conflicto armado, la cual transcribo y describo a continuación:

Ana Guadalupe Martínez (excomandante del ERP):

- Los grupos juveniles de los colegios católicos... es importante tenerlos en cuenta porque han sido partícipes importantes en la configuración y en la construcción, precisamente, de lo que fueron los núcleos originales de la guerrilla salvadoreña.

(Aparece en pantalla una vista aérea de la capilla del colegio jesuita “Externado de San José”, con la correspondiente identificación rotulada.)

La excomandante Martínez -hoy distanciada de la izquierda- se equivoca al vincular genéricamente a “los grupos juveniles de los colegios católicos” con la naciente guerrilla. En apego a la verdad, debería haber dicho que fueron “algunos/as jóvenes” de esos grupos que, por opción personal, decidieron incorporarse a la insurgencia armada. El error conceptual es de ella, no de usted, eso está claro.

Pero he aquí el punto importante: aun aceptando lo dicho por la excomandante Martínez como opinión personal de ella, en ningún momento menciona en pantalla a un colegio ni orden religiosa en particular. Es usted, como director del documental, quien inserta e identifica institucionalmente al Colegio "Externado de San José" como núcleo original de la guerrilla.

Esta acusación no es invención suya, Lic. Muyshondt: es una herencia de la corriente ideológica en la cual usted se formó. La etiqueta comunista es algo que, durante aquellos años y aún ahora, la derecha recalcitrante endilgó no solo a los jesuitas, sino a todo religioso/a o seglar que tuviera cierta visión crítica y denunciara las injusticias sociales. Ataques como estos se dieron primero contra el Externado y después -cada vez con mayor virulencia- contra la Universidad Centroamericana "José Simeón Cañas" (UCA).

Durante las décadas anteriores, los propios jesuitas y muchos otros intelectuales han argumentado y rebatido esta calumnia. Al respecto, hay amplia documentación publicada y no redundaré en ello; solamente -por la alusión directa- le remito al documento “El Externado piensa así”, publicado en 1973 en respuesta a la ola de ataques y difamaciones hecha a través de los medios de difusión masiva. Ojalá pueda leerlo con interés, apertura y en su debido contexto.

En síntesis, lo que me interesa subrayar es esto: validar, reproducir y sobre todo transmitir audiovisualmente dicha acusación maliciosa no es una ligereza. Señalar e identificar a una institución educativa y la orden religiosa que la dirige como sostén y apoyo de la guerrilla puede ser, hoy en día, una opinión acaso inocua y en apariencia anecdótica; sin embargo, recuerde que hace 25 años ese fue el argumento fundamental que usó el alto mando de la Fuerza Armada para justificar la orden de matar a los padres jesuitas de la UCA (y sus dos colaboradoras, para no dejar testigos).

Espero que logre entender la gravedad moral de eso.

Atentamente,

Lic. Rafael Francisco Góchez
Docente, escritor y músico.


miércoles, 19 de noviembre de 2014

La mano detrás de los hilos

¿Cómo urdir un engaño sin decir mentiras? Basta seleccionar cómo y en qué momento decir los trozos convenientes de la verdad. Tal es el procedimiento usado en el documental “El Salvador: archivos perdidos del conflicto”, filme ya comentado en una entrada anterior.

Me ocuparé aquí de sólo un caso, a modo de ilustración, uno solo entre las muchas distorsiones que allí aparecen, logradas a partir de la organización del contenido, distribución de tiempos y énfasis, selección e inserción de imágenes y, sobre todo, graves y perversas omisiones.

El efecto buscado se logra audiovisualmente, pero como no disponemos del video, nos limitamos a la transcripción literal a manera de guion.


Tema: represión contra manifestaciones (San Salvador, 1979).

Duración del segmento: 4 minutos y 27 segundos.


Eduardo Vásquez-Bécker h.:

- El país vivía en ese momento una inestabilidad total. Todos los días había actos de violencia, quemaban buses, había manifestaciones, asaltaban comercios, asaltaban bancos.

Imágenes del noticiario Teleprensa, tomas lejanas, con la voz en off del reportero Deleón.

Deleón:

- Nos acercaremos más para que… Están los radiopatrullas… que se apostan ya para tirar. La policía está con chalecos salvavidas… A nosotros, Dios nos protege.

Corte, van al set.

Cristiani:

- Era de las cosas que más impactaban, ver escenas en televisión, de balaceras… de uno y otro lado, no sólo las fuerzas de seguridad iban armadas, entre los manifestantes había gente bien colocada que también iba armada y les respondía.

Tomas de video confusas, lejanas, gente corriendo en las calles.
Corte, van al set.

(Uno de los gemelos) Samayoa:

- En ese momento creían que la manera de que no hubiera protesta era matando a los dirigentes de la protesta, no solucionando lo que había que solucionar para que no hubiera protesta. Te agarraban a balazos… y entonces, ¿cómo hacemos, pues? Si yo quiero hacer las cosas en paz pero me estás agarrando a balazos sólo porque protesto, así sí ya no se puede.

Más tomas de video lejanas, confusas.

Voz en off:

- Estamos situados en el centro de la ciudad… no hemos logrado ninguna comunicación ni mayores informes… sólo nos permitimos presentarles estas escenas.

Toma larga de dos jóvenes manifestantes armados con revólveres, huyendo por las calles de la ciudad.

Voz en off:

- Bajate a la orilla… aquí, atrás ….

Corte, van al set.

Oscar Ortiz:

- Yo fui de los fundadores del movimiento estudiantil, con mi hermano Fidel, que era dos años mayor que yo, y fuimos del primer círculo de estudiantes de (educación) media y de (educación) básica. Yo estaba en 9º grado, y empezaba de esa manera el movimiento estudiantil; en realidad, era toda una generación que empezaba ya a cuestionar cosas.

Video de la época, entrevista a un manifestante huyendo de la represión.

Manifestante:

- Nosotros veníamos saliendo específicamente del Ministerio de Educación, después de haber planteado nuestras demandas, específicamente con la presión del pueblo, del estudiante de secundaria, logramos nuestras peticiones.

Deleón:

- ¿Dónde fueron atacados?

Manifestante:

- A la altura de la iglesia “San Francisco”.

Corte, van al set.

General Gustavo Perdomo:

- ¿Qué sucedía? Andaban cinco, uno andaba armado, los otros cuatro no, entonces usted dispara, en una de esas le dispara un policía o un guardia, y el de a la par recoge el arma y se la lleva, entonces el tipo aparece “inocente”. Lo que pasa es que dentro de la lucha revolucionaria deben de crear mártires. Era un gran “éxito” que hubieran muertos así, y de preferencia no les pudieran agarrar el arma como evidencia de que andaban armados. Ese “pequeño detalle” no lo mencionan.

Imágenes de entierro de algunos manifestantes muertos en las calles.

Voz en megáfono:

- Compañeros: en este momento, la combatividad de las masas debe hacerse presente con su disciplina revolucionaria…

Corte, van al set.

Ana Guadalupe Martínez (excomandante del ERP, hoy en el PDC).

- Ese conjunto de milicianos y de milicias que acompañaban las manifestaciones en las calles de San Salvador, que se enfrentaban a la Guardia y a la Policía, y así el movimiento guerrillero urbano se empezó a fortalecer de una manera… fuerte.

Imagen de la época, un hombre con el rostro cubierto por un pañuelo, tañendo las campanas de una iglesia no identificada, tomada por manifestantes como acto de protesta. Luego, manifestantes.

Voz en megáfono:

- Las Fuerzas Armadas de la Resistencia Nacional hacen el llamado a que empecemos a forjar las milicias populares.


Tesis narrativa subyacente

Con el párrafo introductorio de Vásquez-Bécker Salgado, se etiquetan las manifestaciones de protesta como actos vandálicos, no de protesta legítima, pese a la tibia declaración de Samayoa. Por su parte y con distintos estilos, Cristiani y el general Perdomo insisten en que no eran manifestaciones pacíficas sino armadas, justificando con ello que los Cuerpos de Seguridad y el Ejército actuaran contra ellos. Esto se prueba con la larga toma de video de jóvenes revolucionados corriendo por las calles, armados con un revólver. No se ven las armas de guerra del Ejército ni las tanquetas contra la manifestación. Según el militar, la responsabilidad de los muertos por la represión no es de los actos represivos del Estado sino de los dirigentes de izquierda que buscaban crear mártires. En ese contexto argumentativo, la intervención anecdótica de Óscar Ortiz, las declaraciones de la excomandante Martínez y las exhortaciones por megáfono para radicalizar la lucha armada “confirman” la tesis planteada.

Qué está invisibilizado

a) Los motivos de las protestas en las calles: denunciar la constante represión ilegal (muertes, desapariciones y torturas ampliamente documentadas) e incluso “legal”, ésta amparada en la Ley de Defensa y Garantía del Orden Público, de corte fascista, que permitía -entre otras cosas- encarcelar indefinidamente y sin el debido proceso a personas sospechosas de ser subversivas, bastando para ello que fueran señalados por informantes (los tristemente célebres “orejas”).

b) Hechos como el ataque a mansalva sufrido por manifestantes sentados en las gradas de Catedral Metropolitana el 8 de mayo de 1979. De esto hay videos y fotografías donde se ve con claridad a agentes de la Policía disparando indiscriminadamente contra la multitud. Dando clic en la siguiente fotografía se accede al testimonio del fotoperiodista Ken Hawkins. Esta es apenas una muestra del estilo de la represión estatal de la época, que inició el 30 de julio de 1975 con la masacre de los estudiantes universitarios en la 25ª avenida norte.

Como decía el poeta, “así camina la mentira entre nosotros”; pero también dice la voz popular: "la mentira tiene patas cortas".

martes, 18 de noviembre de 2014

Distorsión ideológica en alta definición

Acudí a la sala de cine a ver el documental “El Salvador: archivos perdidos del conflicto”, del director Gerardo Muyshondt, con tres temores expresados en forma de prejuicios: primero, que el filme distorsionara las responsabilidades y culpas; segundo, que las referencias a la realidad fueran los grandes medios de difusión masiva de la época, con su conocido discurso de ocultamiento y encubrimiento; y tercero, que los voceros de la guerrilla fueran los apóstatas hoy convertidos al servicio del gran capital.

En líneas generales, dos de esos tres se vieron plenamente confirmados y uno a medias. Hubo, además, un tema adicional que me sorprendió desagradablemente.

De los elementos técnicos (encuadres, secuencias, sonido, música y ritmo) no hay más que decir, excepto que están bien logrados. Pero nadie va a ver este documental por estas características, sino por el contenido, así que de eso me ocuparé.

El balance de responsabilidades y culpas

El primer temor albergado era que, bajo la pretensión de presentar una visión equilibrada del conflicto, se repartieran responsabilidades y culpas en un 50% - 50%, cuando la realidad fue algo distinta; por ejemplo, en el tema de violaciones a los Derechos Humanos, el informe de la Comisión de la Verdad señala un 85% - 5% en contra el bando estatal, con un 10% sin atribución conocida.

Este primero de tres documentales anunciados, donde se exploran las causas de la guerra civil, ciertamente no presenta ese pretendido empate, pero tampoco hay fidelidad a los datos históricos de la década de 1970 sino todo lo contrario: es la reiteración del discurso ideológico de la derecha tradicional, para quienes fue principalmente la guerrilla quien cometió crímenes imperdonables, como el secuestro y asesinato de prominentes empresarios.

No es que no se mencione en absoluto la salvaje represión gubernamental de los regímenes militares del coronel Molina y el general Romero, pero por cada frase de cinco segundos que alude genéricamente a aquellos terribles crímenes amparados en la Doctrina de la Seguridad Nacional, hay tres o cuatro minutos de conmovedores relatos acerca de las víctimas adineradas.

Claro está que toda vida humana es valiosa, pero una cosa es señalar que la izquierda armada también cometió crímenes y otra muy distinta es invisibilizar o reducir a una simple alusión a los miles de ciudadanos y ciudadanas que fueron perseguidos, encarcelados, torturados o asesinados bajo la sola sospecha de ser comunistas o simpatizar con la oposición; y esto no fue el resultado de acciones aisladas, espontáneas o individuales, sino el resultado de una política estatal que prácticamente derivó en un terrorismo de Estado.

Esta línea narrativa de soslayo, por una parte, y señalamiento acucioso, por otra, es evidentemente ideológica y -concediendo el beneficio de la duda al director- quizá inconsciente, pero se deja ver con bastante claridad en la selección de los personajes a quienes se les deja el cierre de cada bloque temático, algunos de ellos nefastos para la historia del país por cuanto encubrieron o estuvieron involucrados en crímenes de lesa humanidad, justificándose en el anticomunismo visceral.

El discurso de los medios de difusión masiva como “realidad”

El segundo temor era que el documental, al buscar la referencia a la “realidad” para contrastar las versiones de los entrevistados, acudiera a los periódicos de mayor circulación en la época: “La Prensa Gráfica”, “El Diario de Hoy” y “El Mundo”, además de los noticiarios televisivos de los canales 2, 4 y 6 (hoy TCS), con lo cual cabría esperar la misma actitud de distorsión, ocultamiento y encubrimiento que practicaron dichos medios de difusión masiva en aquellos años.

Ciertamente, los tres medios escritos mencionados aparecen en los créditos iniciales y también hay varias portadas y recortes de noticias; también hay algunos cortos del noticiario de Canal 2; pero no es tanto por esa vía donde viene la reproducción de la ideología de derecha (no como visión de mundo sino como falseamiento), más bien es por los tiempos y protagonismos concedidos a los entrevistados que coinciden con tal discurso, como cuando se intenta justificar las masacres en las calles de San Salvador, cometidas entre 1975 y 1980 por el ejército y los “cuerpos de seguridad” con armas de guerra, con el argumento de que algunos manifestantes también llevaban revólveres.

El seudodebate estratégico sólo con aliados

El tercer temor era que los voceros del bando de la guerrilla fueran la misma colección de apóstatas que mantienen espacios de opinión y asesoría -con más o menos descaro- a favor del gran capital, algunos de los cuales aún tienen la desfachatez de presentarse como gente de izquierda, progresistas o independientes.

En efecto, quienes exponen la visión y versión de la izquierda desde su postura actual de convertidos al buen sistema son, principalmente, Marvin y Geovanni Galeas (cuyas referencias pueden buscarse en sus columnas periódicas y publicaciones). El caso de Facundo Guardado es un tanto más decepcionante. Algunos excomandantes como Eduardo Sancho, Nidia Díaz, Francisco Jovel y Ana Guadalupe Martínez aparecen, sí, pero insertados de tal modo -no sé si con expresa intención- que sus palabras sirven para validar las apreciaciones de los primeros. Fabio Castillo, excoordinador del FMLN, da algunas valoraciones interesantes, como es usual en él, pero pesan poco en el balance final, caso similar al de Henríquez Consalvi (“Santiago”, de la Venceremos), así como los hermanos Joaquín y Salvador Samayoa. El vicepresidente Oscar Ortiz apenas tiene un par de líneas donde le preguntan por sus inicios en la lucha armada. Dicen que el presidente Salvador Sánchez Cerén declinó ser entrevistado. No sé si ese será el caso de Dagoberto Gutiérrez, cuya ausencia es clamorosa.

Así, el documental presenta un pluralismo ilusorio.

La factura contra la iglesia popular

Una de las líneas argumentativas más fuertes es responsabilizar del conflicto a la iglesia católica posconciliar, específicamente aquella que tomó la Teología de la Liberación por inspiración, por cuanto le dieron sustento y validación religiosa a la rebeldía y aspiraciones de cambio social de las masas populares. Pese a las explicaciones -fragmentadas en el filme- de los sacerdotes Rogelio Poncel y el jesuita José Mª Tojeira, predomina un sentido de reclamo y recriminación por el acompañamiento de aquellos sacerdotes de los setentas a las luchas sociales, junto con la acusación de ser marxista-leninistas, el mismo espíritu que propició y justificó el magnicidio de Monseñor Romero y el asesinato de los padres jesuitas en 1989.

En el caso de Monseñor Romero, no obstante, hay algo curioso: la sola palabra del obispo mártir, expresada en el extracto más conocido de su última homilía en Catedral Metropolitana, resuena más que los anacrónicos y turbios intentos por desacreditar su labor en la denuncia y acompañamiento a los oprimidos.

¿Entonces?

El documental es una versión pretendidamente pluralista del mismo discurso de la derecha tradicional salvadoreña, según el cual las causas del conflicto fueron, principalmente, la expansión comunista prosoviética y las prédicas de curas “rojos”, proceso en el cual los mayores y más abominables crímenes y actos de destrucción fueron cometidos por la guerrilla. Si acaso se reconocen algunos vejámenes de la contraparte gubernamental, estos son vistos como hechos aislados y no institucionales.

Y el gran peligro es…

Cuando uno ve un documental producido por el FMLN, uno sabe que es totalmente la versión propagandística de la izquierda y puede tomar su distancia crítica. Pero el gran peligro de “El Salvador: los archivos perdidos del conflicto” es, precisamente, que se presenta engañosamente como pluralista, siendo poco más que la misma vieja ideología de la derecha criolla en nuevo envoltorio, esta vez en alta definición.

Posdata: adicionalmente a todo lo anterior, el mismo título es un engaño mayúsculo. No hay en él absolutamente ningún archivo "perdido": más bien, los auténticos archivos perdidos, como otros ya lo han dicho, son los de las miles de víctimas de la represión, esos mismos que aquí han sido ignorados.

Nota: Esta entrada fue publicada también en la Revista Versa.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Contra el ocaso de la luz

Es difícil saber si el hecho de haberme quedado sin palabras cuando me preguntaron por mi opinión acerca de “Interstellar” (2014) se deba a mi muy arraigada devoción por la “ciencia-ficción”, a las reminiscencias de filmes y novelas precursores que bullían en mi mente, a la favorable expectativa ante las películas de Christopher Nolan o, sencillamente, a que la película está muy bien hecha.

Hubo, seguramente, un poco de todo, así que iré por partes.

El tema del tiempo que transcurre diferente para dos sujetos según su velocidad de movimiento, así como la posibilidad del viaje interestelar a través de túneles hasta hoy puramente hipotéticos (como los “agujeros de gusano”), ha permitido imaginar universos y situaciones fascinantes. Lo anterior, combinado con la certeza científica del fin de la vida en la Tierra y la búsqueda de trascendencia del género humano, a través de su expansión a otros mundos, presenta desde el inicio un menú atractivo para quienes, desde la lejana infancia, nos sumergimos en los devaneos, paradojas y posibilidades de este género literario muchas veces tan adulterado como la science-fiction. Integrar estos elementos ya conocidos en un todo coherente sin perder la novedad es, sin duda, uno de los grandes méritos de los guionistas.

De manera consciente, el filme evoca ideas y elementos de realizaciones cinematográficas anteriores, siendo la más fuerte la posibilidad que el género humano pueda evolucionar hacia estadios más elevados. En esta concepción, son inevitable las alusiones a “2001: a space odyssey” (1968), del director Stanley Kubrick, basado en un cuento de Arthur C. Clarke; los episodios y películas de “Star Trek”, especialmente el filme de 1979 donde enfrentan a V-ger; y por supuesto “Contact” (1997), basada en la novela de Carl Sagan. En el trasfondo de todo esto también están las ficciones de Isaac Asimov.

En cuanto a los demás aspectos mencionados, cabe destacar aquí el impecable manejo del ritmo y la tensión, eso que se llama suspense, durante las casi tres horas de duración de la obra. Por la exigencia de la industria cinematográfica de conectar con el gran público, quizá se cuelen uno o dos breves momentos cursis, pero son detalles mínimos que no opacan la profundidad de la idea central desarrollada, esto es: la tenacidad de los seres humanos por sobrevivir, la no resignación y lucha titánica expresada bellamente en los versos del poeta Dylan Thomas (1914-1953):

Do not go gentle into that good night.
Old age should burn and rave at close of day.
Rage, rage against the dying of the light!

”No entres dócilmente en esa buena noche. La vejez debería arder y delirar al final del día. ¡Enfurécete, enfurécete contra el ocaso de la luz!” La voluntad de lucha, así sea la rebelión absurda de que habló Albert Camus, sale fortalecida.

Hay otros elementos temáticos muy interesantes para meditar, como la exigencia de pensar como especie más que como individuos, las motivaciones personales que impulsan al sacrificio, el engaño colectivo o incluso autoinfligido para mantenerse en tareas decisivas, el momento de la intuición cuando la ciencia ha alcanzado sus límites, la perspectiva agnóstica subyacente, etc.

Por eso es que esta, como las buenas películas, lo deja a uno pensando más allá de lo sensorial y de las emociones inmediatas... ¡que también las tiene!

domingo, 16 de noviembre de 2014

La chismografía y el lector

Este artículo fue publicado originalmente en el Suplemento Cultural 3000, de Diario Colatino, el 2 de octubre de 1993.

Uno de los mayores fantasmas y peores lastres contra los que los escritores hemos de luchar es la tendencia de muchos lectores a identificar, por inercia, a la persona real y concreta del autor con el yo lírico expresado en un poema, con algún personaje particular de una pieza narrativa o con el narrador -sea este en primera, segunda o tercera persona, participante u omnisciente.

Esa antigua y espontánea idea pareció encontrar más fuerza en el país durante la década de los setenta, en los círculos intelectuales afines a la autodenominada “Generación Comprometida” o ligados de modo casi invariable a las universidades más importantes de la época, sitios en donde la teoría marxista fue la panacea de buena parte de los docentes del área humanística. Allí se aplicaron mecánicamente los postulados del filósofo alemán y sus derivaciones en torno a la literatura, en particular las tesis de Lucien Goldmann y Arnold Hauser, concluyendo que el autor, siempre y en todos los casos, expresaba su propia visión de mundo y -por ende, quisiéralo o no- la de su clase social.

Con semejante postulado alumbrando sus noches de lectura, un inauto ciudadano que leyera “Pequeño poema para armar un regreso”, debería encontrar allí al combatiente Otoniel Guevara dando testimonio de su estancia en las trincheras; al entrar en el mundo de “La Chelita”, tendría que reconocer en Horacio Castellanos Moya al típico clasemediero machista tratando de excitar a una prostituta en un conocido burdel capitalino; y al recitar en voz alta “En la arena”, habría de querer rastrear a la destinataria de una proposición demasiado indiscreta por parte de Javier Alas y, de paso, acusarlo de inconsecuente y evasionista. Y así, tendrían razón algunos de mis lectores cuando se (o me) preguntan, no sin cierta morbosidad, si la chica con cara de gato de mi cuento “Alea jacta est” en realidad se llamaba fulana de tal, vivía en esa colonia y tuvo alguna experiencia sexual conmigo a finales de la década pasada.

Pero, por fortuna, la verdad y la vida no son tan simples.

Desde hace algunos siglos se viene debatiendo el grado de identificación entre el autor y los personajes y percepciones expresados en su obra, sin que hasta el momento haya una respuesta definitiva. En efecto, grandes autores y críticos han dado argumentos, ejemplos y testimonios a favor de una u otra postura.

Hay quienes sostienen que todo autor se proyecta o retrata en lo que escribe, aún cuando no se defienda sin más que la obra constituya una copia directa o testimonio fiel de lo vivido o sentido por él. Esta idea está muy relacionada con la concepción mimética de la obra literaria y con las teorías del arte como desbordamiento y expresión de sentimientos íntimos.

Por otra parte, están quienes ven en la obra literaria un mundo virtual, autónomo y autosuficiente, que se rige por sus propias leyes y cuyos personajes son creaciones de su autor, a partir de su capacidad de ficcionar, y no obedecen necesariamente a proyecciones, deseos reprimidos o expresión de posibilidades propias. En todo caso, reconocen que el elemento existencial no queda anulado en la obra, sino superado y transformado.

Lo más probable es que ambas posturas sean ciertas, según cada obra y cada caso particular.

Efectivamente, hay escritores que tienen una mayor tendencia a incorporar elementos vivenciales en sus escritos. El caso de Roque Dalton, en especial su “Pobrecito poeta que era yo”, puede ser válido como ejemplo. Por lo contrario, hay otros que prefieren ocultar su intimidad y desdoblarse, creando personajes no sólo distintos sino hasta contrarios a sí mismos. Allí está, para el caso, Salarrué expresando con maestría el mundo interior del indio salvadoreño.

En un país como el nuestro, en el cual la literatura testimonial ha tenido bastante difusión en los últimos años, es todavía muy difícil desprenderse de la idea del autor confesionalista. No obstante, acaso sea más saludable distinguir entre la persona real del autor y lo que es su obra, moderando la curiosidad de rastrear aspectos biográficos.

Tales hechos anecdóticos, aún cuando puedan darse, no tienen nada que ver con la calidad literaria de la obra, pues si el haber vivido una experiencia determinada fuera requisito indispensable para convertirla en literatura, demasiados escritores acabaríamos en la cárcel, en el manicomio o en el cementerio antes de haber escrito una sola palabra.


Nota del autor: en esa época lo común era usar sustantivos y adjetivos genéricos, es decir, de género gramatical masculino pero usados como "no marcados" o "no excluyentes", es decir, aplicables tanto a hombres como a mujeres.