sábado, 29 de marzo de 2008

De jurado

Sí, confieso que también tuve mi etapa como jurado de certámenes literarios nacionales. La primera o segunda vez, uno tiene la ilusión de estar descubriendo Balzaques y Cortázares; ya después, las alegrías intelectuales disminuyen ante el más de medio centenar de fólderes que esperan, exigen y demandan ser leídos en su totalidad (por aquello de la ética profesional). Cuando a la persona a cargo de convocar al jurado se le ocurre la sustanciosa idea de reunir a los ínclitos para emitir un fallo consensuado, el tormento es prenunciado. ¿Por qué no pedir el resultado a cada quien, con formato “primero, segundo y tercero”? Digo yo: discutir a este nivel de sabelotodos... ¡oh, no, nunca más! Un detalle no tan ínfimo: a menos que la ley haya cambiado en los años recientes (que debería), los miembros del jurado tienen prohibido recibir estipendios, retribución monetaria o pago de honorarios por el servicio prestado. Como los premios de este tipo andan alrededor de los ocho salarios mínimos, las malas lenguas hallan tema, por aquello de ir “mixa-mixa con las bolitas”. En fin, que para abreviar, suficiente con aquella breve incursión. Alguien tiene que hacer ese trabajo, muchas veces loable. Vaya para ellos todo el mérito: ¡generosa cesión de mi parte!

viernes, 21 de marzo de 2008

Invitaciones

Nelson (muy parecido al de “Los Simpson”) me hizo hace poco una de esas preguntas de ocio y entretenimiento que suelen circular vía internet. Dependiendo de su respuesta, pueden ser interesantes o no, por lo que revelan de la persona interpelada. Se trata de imaginar que uno puede invitar a diez personas a cenar, sin restricciones de tiempo ni espacio. He aquí mi convocatoria.

DOS MÚSICOS

- Paul McCartney, el “Beatle” fino y a la vez conectado con la gente, más allá de las barreras idiomáticas. Luego de la cena, tomaríamos un par de guitarras para entonar piezas memorables. Antes, le preguntaría cómo llama él al acorde que hace en el piano Fender Rhodes al inicio de “With a little luck”. Para mí que es un Si con cuarta, séptima y novena.

- Sergei Rachmaninoff, compositor ruso, que hizo su imponente y visceral Concierto para piano y orquesta Nº 2 después de estar en tratamiento siquiátrico. Me gustaría oírlo hablar de ese proceso de creación desde un punto de vista catártico. También le pondría la escena de “Shine”, cuando el pianista David Helfgott (Geoffrey Rush) tiene un colapso mental mientras ejecuta una de sus obras. Seguro que explotaría en risas.

TRES ESCRITORES

- El verdadero autor de las obras firmadas por William Shakespeare, probablemente el decimoséptimo conde de Oxford, Edward De Vere. Mis puntos de conversación serían, el primero, si “Titus” en su conjunto no le parece excesivamente cruel; y el segundo, si no cree que la versión cinematográfica de “Romeo + Juliet”, por Baz Luhrmann, supera cualquier expectativa suya de puesta en escena barroca.

- Miguel de Cervantes Saavedra, cuya lengua hablamos. Más que comentar lo que escribió, en donde todo quedó dicho, le pediría una ampliación de la anécdota de cuando le fueron a poner un cadáver en la puerta de su casa. También le contaría que a él se le atribuye una frase célebre que nunca escribió: “Cosas veredes, Sancho amigo”.

- Robert Louis Stevenson, autor de “El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde”. Esperaría una conversación muy interesante sobre la dualidad del ser humano. Si no le da otro derrame, después de la comida lo invitaría a ver “Mary Reilly”.

UN CINEASTA

- Francis Ford Coppola, director de películas tan célebres como la trilogía de “El padrino” pero, sobre todo, del más hermoso filme de terror que me sé, “Drácula”. El tema principal sería la genialidad suya y del guionista James V. Hart, que pudieron transformar una novela buena a secas en una obra de arte superior, añadiéndole las páginas perdidas del diario de Mina.

UN NAVEGANTE

- Cristóbal Colón, quien habiendo llegado a un nuevo mundo, jamás lo supo. Hablar con alguien que se lanza al mar con incierto destino, sólo confiando en sus errados cálculos, debe ser interesante. Ya más en confianza y al calor de algunas copas de vino, le preguntaría si realmente nunca cruzó por su mente alguna idea pecaminosa con respecto a la Chabelita. De fondo, tendría aquella canción picaresca en ritmo cha-cha-chá de “Los hermanos Pinzones / eran unos mari... neros”, etc.

TRES CONNACIONALES

- Monseñor Romero, pastor y profeta. Me gustaría mucho oír su visión sobre la realidad actual y le comentaría mi particular hipótesis sobre el complot de su asesinato. Eso sí: aunque él, por su bondad, las recibiría con amabilidad, yo no le enseñaría ninguna de las canciones que la majada le ha dedicado en estos veintiocho años.

- El General Martínez, conocido como “el brujo de San Matías”, responsable militar y político de la represión de la rebelión indígena de 1932. Como se dicen tantas cosas de él, muchas a nivel de chambre, sería interesante platicar con un tipo tan desquiciado y misterioso.

- Roque Dalton cuando tenía menos de veinticinco años y estaba en el “Círculo literario universitario”. Dicen que era un tipo con un gran sentido del humor, por lo que sería agradable la velada. Eso sí: en cuanto empezara a ponerse bien a reata y algo pesadito, yo vería la forma de terminar esa primera y última visita.

Aclaración final: los invitaría uno por uno, que si están todos juntos eso acaba en una monumental trifulca.

jueves, 20 de marzo de 2008

Sello indeleble

Quizá las intenciones sean otras, a saber: acreditar que la portadora del documento entra en determinada categoría de edad y que éste no tiene fecha de vencimiento. Sin embargo, el descubrimiento de que en el reverso de la tarjeta del Seguro Social de mi madre hay un notorio sello que dice “vejez vitalicia” me provocó un par de reacciones: la primera, una inevitable exclamación hilarante (¿habrá otros sellos que estampen inscripciones como “juventud momentánea” o “adultez transitoria”?); la segunda, una reflexión sobre las cosas que se adquieren para nunca más dejarlas. Río, no sé muy bien de qué.

domingo, 16 de marzo de 2008

"Loqueísmo"

Hace algún tiempo, un voluminoso amigo me sugirió que escribiera un artículo contra un vicio de construcción que se comete insertando la fórmula “lo que es” en cuanto rincón hablado sea posible. Entonces, decliné por razones que no recuerdo; sin embargo, hoy escribiré un par de párrafos al respecto, aprovechando que tengo algunos minutos libres.

Con el uso de las estructuras “lo que es” o “lo que son”, logramos introducir una oración dentro de otra, procedimiento que se conoce como "subordinación", efecto para el cual también hay muchas otras fórmulas. En el caso específico de "lo que es", tiene sentido hacerlo cuando queremos referirnos a un conjunto de cosas concretas o difusas que no deseamos enumerar, a las cuales aludimos mediante el pronombre neutro “lo”; por ejemplo, si decimos: “uno, a cierta edad, ya distingue lo que es bueno para su salud". En este caso, la oración subordinada o proposición incrustada siempre tiene predicado nominal y su atributo es un adjetivo.

Sin embargo, añadir "lo que es" resulta completamente innecesario cuando el nombre que constituye el atributo de la proposición es concreto y ya está presente, inmediato, visible, adyacente y explícito en la oración original; tal es el caso de las frases como: “aquí le tengo listo lo que es el contrato” o “a su vehículo le cambiamos lo que son los amortiguadores”. Es entonces cuando se comete este vicio de construcción al que podríamos llamar “loqueísmo”, pues la oración da la misma información si dijese "aquí le tengo listo el contrato" o "a su vehículo le cambiamos los amortiguadores".

¿Por qué hablamos tan así de feo?

Una hipótesis explicativa es la creencia popular y extendida de que, al aumentar el número de palabras, demostramos más conocimiento, causamos una mejor impresión en el interlocutor o nos vemos más elegantes. Otra causa probable es el espíritu nacional de vendedor, promotor o “dador de paja”, que habla de modo interminable creyendo así ser más eficaz en sus pretendidas persuasiones.

En cualquier caso, parece que el “loqueísmo” calza bien al espíritu de las masas, porque es una forma fácil de inflar artificialmente... ¡lo que es nuestra expresión!

sábado, 1 de marzo de 2008

¡Muy bien, gracias!

Del concierto de Silvio Rodríguez anoche en el Estado “Mágico González” tengo que reconocer que esperaba algo menos... y también un poquito más. Me explico: musicalmente estuvo muy bien, el sexagenario icono trovador se oye bastante entero (previa prudente transposición de un tono abajo en la mayoría de canciones), los músicos acompañantes produjeron el requerido soporte y gusto auditivo, y el repertorio estuvo muy balanceado entre lo nuevo, lo tradicional y lo fino (aunque de mi lista personal apenas tocó una, “Óleo de una mujer con sombrero”, fue muy bonita la sorpresa de "El dulce abismo").

Sin embargo, dos despropósitos técnicos y uno de criterio impidieron el pleno éxtasis: primero, la potencia del sonido resultó exigua, de tal modo que hasta los graderíos centrales apenas se escuchaba y se entendía menos (ni pensar en los laterales); segundo, ¿qué les costaba poner un par de pantallas y proyectores de cañón, con una camarita de vídeo aunque fuera de las portátiles y así no hacernos añorar un catalejo?; tercero, aunque la programación previa y el clamor desorganizado de la gente lo hizo regresar cuatro veces al escenario, Silvio podía haber terminado su presentación con otra canción más apoteósica que “En el claro de la luna” (la cual, aunque bellísima, nos deja la melancolía demasiado instalada). Para tal efecto, hubiera bastado aunque fuera una de las que la majada se quedó pidiendo infructuosamente: “El tiempo está a favor de los pequeños” y “Te doy una canción”, sobre todo si consideramos éste como su único concierto por estas tierritas; aunque si no quería ponerse panfletario bien podría haber cerrado con "Por quien merece amor" o "Monólogo".

Pero, con todo y las quejas, siento que en mi fuero y balance personal queda una sensación ligeramente dulce; por lo tanto, rectifico y especulo que, si hubiera ido a las localidades más caras a fin de ver y escuchar mejor... quizá habría valido la pena y el esfuerzo.

* * *

Posdata para satisfacer curiosidades de llenos y vacíos: calculo que el conjunto de sillas en la cancha frente al escenario (boletos de $75 y $50) estaba ocupado en sus dos terceras partes. De los graderíos frontales, la zona baja ($25) estaba un poco más colmada, más del ochenta por ciento; entretanto, parte alta ($15) se llenó totalmente. De la parte popular (graderíos laterales, a $5) diría que estaba llena hasta donde era razonable quedar, es decir, con un ángulo de visión de setenta y cinco grados.