Yo crecí escuchando a Roberto Carlos, que sonaba en discos de 45 r.p.m. en aquel viejo tocadiscos de mi antigua casa.
La sensación de suavidad acústica, la riqueza conceptual de sus letras a pesar de la aparente sencillez con que están confeccionadas, la dulzura e inteligencia instrumental y la sensación de sinceridad en el canto, esos y otros elementos detecto -hoy ya de adulto- como las virtudes más notorias de aquellas bellas piezas.
Un elemento muy particular y especialmente querido de su música es la incorporación de temas cercanos pero poco usuales. De la diversidad de personas y personajes que nos presenta, podemos reconocer la amistad en un sentido ingenuo, limpio e infantil ("Un millón de amigos"); la necesidad de consuelo y apoyo, proveniente de la querida madre de la infancia ("Lady Laura"); el gesto agradecido de cariño filial ("Mi querido, mi viejo, mi amigo"); la protesta ecológica ("El progreso") y hasta un gesto divertido para una anécdota automovilística que finalmente desembocó en ventajas de cara a las chicas ("Mi cacharrito").
Claro que además está la música propiamente romántica, desde el enfoque erótico plasmado con sutileza ("Cóncavo y convexo"), pasando por la conquista delicada ("Yo te propongo" y "El día que me quieras", esta última cuya versión es la que más me agrada), hasta la nostalgia por lo que se parece perderse irremediablemente ("Qué será de ti", "Candilejas" y "Un gato en la oscuridad").
Si por algo me es querida la música es, en buena medida, por las canciones de Roberto Carlos.