No es que “Gravity” (2013) marque una nueva forma cinematográfica de entender el espacio exterior, pues ese hito corresponde a Stanley Kubrick con “2001: a space odyssey” (1968), pero sí es una vuelta a lo real y lo esencial, después de cientos de filmes con naves que zumban y suenan en el espacio exterior, sin aire, como si fueran bólidos de fórmula uno.
En el aspecto técnico, quizá lo más impresionante no sea ver las escenas de ingravidez, sino pensar cómo las hicieron. En cuanto al contenido, si bien es cierto la supervivencia de Ryan, la protagonista, es posibilitada por una secuencia casi imposible de aciertos y casualidades, el aspecto clave es su determinación de sobrevivir, sin la cual no podría haber aprovechado aquel propicio juego de azar entre partículas de escombros espaciales viajando a velocidades mortales.
Al final de la película, uno acaba sintiendo –por pura toma de conciencia- la cálida hospitalidad de su propio planeta, aun cuando solo sea por esa condición básica de la gravedad.