viernes, 11 de abril de 2025

Generación IA: ¿la muerte del pensamiento?

Publicado en Diario El Salvador.

Siempre que surge un avance tecnológico disruptivo, ciertos sectores reaccionan con temor, emitiendo predicciones catastrofistas. En el ámbito educativo, tradicionalmente conservador, muchos docentes han seguido este patrón: advertir que esta o aquella nueva herramienta arruinará a las generaciones que la utilicen. Basta recordar la transición de las tablas de logaritmos a la calculadora científica o, más recientemente, el paso de las bibliotecas físicas con ficheros de tarjetas a la biblioteca global computarizada que es Internet.

Hoy, en 2025, estamos viviendo una de esas transformaciones que redefinen la educación y la percepción del mundo: la irrupción incontenible de los generadores de texto basados en Inteligencia Artificial (IA), accesibles para cualquier persona con un smartphone. ChatGPT, Grok, Gemini, Copilot, DeepSeek y otros han alcanzado un nivel de articulación de ideas que no solo organiza la información disponible en la web, sino que lo hace con una coherencia y sofisticación que supera al humano promedio. En sus versiones más avanzadas, se sitúan al nivel de la élite educada: escritores, filósofos, científicos, académicos, artistas y otros creadores de pensamiento que desde el siglo XIX se conocen como la intelligentsia.

En la experiencia docente cotidiana con adolescentes de la Generación Z, el uso de la IA ya está normalizado, no solo para tareas escolares (cuyo formato tradicional se ha vuelto obsoleto) y el desarrollo de habilidades de investigación, sino también para actividades de lectura comprensiva y redacción dentro del aula. El problema no es la herramienta en sí, que es asombrosa, sino su uso indiscriminado como atajo para todo, sin que el estudiante haya desarrollado previamente sus habilidades básicas de razonamiento y análisis.

Pero lo que hoy es solo preocupante podría tornarse desolador en la siguiente generación: aquellos nacidos a partir de 2020, que bien podrían llamarse Generación IA. Para ellos, el proceso educativo, desde la lectoescritura (que están aprendiendo ahora mismo, a sus cinco años), estará mediado por sistemas de inteligencia artificial cada vez más sofisticados. Así, lo que podría parecer una enorme ventaja de la civilización encierra un riesgo considerable: que estos niños y niñas deleguen desde la infancia la generación y expresión de sus ideas en la IA, no como herramienta complementaria, sino como sustituto de una de las facultades esenciales del ser humano: el pensamiento. Esto recuerda aquel principio evolutivo que asoma amenazante: “órgano que no se usa, se atrofia”.

No obstante, el futuro del pensamiento no tiene por qué ser necesariamente apocalíptico. Es posible que esta camada de humanos, la Generación IA, al interactuar constantemente con modelos de lenguaje avanzados, adopte sus patrones y desarrolle naturalmente ciertas inteligencias, como la lingüística y la intrapersonal; por ejemplo, recibir consejos fundamentados e instantáneos podría incluso fortalecer la inteligencia emocional y la capacidad de afrontar crisis existenciales.

Siendo ecuánimes, el rumbo que tome la humanidad en su relación con la IA aún no está definido. Gran parte de lo que venga dependerá del sistema educativo y de cómo las familias, los docentes y las autoridades integren estas herramientas, cuya presencia e influencia es imposible ignorar, aunque se pueda debatir sobre sus implicaciones. Tal como ha sucedido en el pasado con otros avances, la clave está en no satanizar el recurso sino, en primer lugar, entenderlo y luego diseñar estrategias que permitan aprovecharlo de manera crítica y responsable. La IA puede ser una aliada en la educación si se le otorga el rol correcto, como ya ocurre en el ajedrez (donde el motor más poderoso, Stockfish, es imprescindible en el entrenamiento de los jugadores de alto nivel). Si esto se logra, podría ser el mayor salto educativo de la historia; si no, podría ser la antesala de una generación intelectualmente dependiente, perezosa y sin ningún sentido crítico.

lunes, 7 de abril de 2025

El Síndrome del Frankenstein Cognitivo

Publicado en ContraPunto

La literatura clásica y la psicología están profundamente vinculadas, pues ambas exploran la naturaleza humana: la primera a través de universos de ficción que plantean dilemas existenciales; la segunda, desde una perspectiva clínica. No sorprende, por tanto, que algunos comportamientos humanos hayan sido nombrados en alusión a personajes literarios o mitológicos; por ejemplo, el narcisismo, derivado del mito de Narciso, o el complejo de Edipo, formulado por Freud a partir de la tragedia griega de Sófocles.

Actualmente, no existen en la psicología ni en la psiquiatría referencias clínicas al Síndrome del Frankenstein Cognitivo, pero el concepto bien podría proponerse para describir la conducta de ciertos individuos —especialmente académicos o intelectuales— que, en el ámbito político, producen una narrativa ficticia tan elaborada y persuasiva… que terminan creyéndosela. El temor a las supuestas consecuencias de un discurso, que ellos mismos han alimentado, los lleva finalmente a huir del mismo contexto que ayudaron a distorsionar. En este patrón concurren múltiples factores: sesgos cognitivos, profecías autocumplidas, burbujas de autovalidación, refuerzos grupales, distorsión perceptiva de la realidad y, en algunos casos, cierta dosis de paranoia.

Como es sabido, el doctor Víctor Frankenstein es un personaje de ficción creado en 1818 por la escritora inglesa Mary W. Shelley, en una novela considerada precursora tanto de la ciencia ficción como de la literatura gótica. Frankenstein es un científico obsesionado con la posibilidad de reanimar materia muerta. Su ambición lo lleva a ensamblar un ser humano a partir de partes de cadáveres. Cuando logra darle vida a la Criatura, queda horrorizado ante el resultado y huye de ella. El resto de la historia gira en torno a la persecución del creador por parte de su Criatura, quien, abandonada y rechazada, desarrolla un profundo resentimiento y una sed de venganza.

Un ejemplo contemporáneo de este Síndrome del Frankenstein Cognitivo podría ser el del académico Jason Stanley, profesor de la Universidad de Yale y autor del libro “Cómo funciona el fascismo” (2018), quien ha anunciado recientemente su intención de abandonar los Estados Unidos. Stanley sostiene que, bajo el liderazgo de Donald Trump, el país ya opera como un régimen fascista, en el que se han vulnerado el Estado de derecho, la libertad académica y los derechos civiles. Según una entrevista publicada por la BBC (cuya tesis central fue extraída con ayuda de ChatGPT), Stanley teme por su seguridad y la de su familia ante un clima crecientemente autoritario, antisemita y represivo. Como académico y padre de hijos negros y judíos, considera que las instituciones democráticas han cedido ante el poder ejecutivo y que ya no actúan como freno al avance del fascismo, lo que lo impulsa a mudarse a Canadá buscando libertad y protección.

Sin duda, el clima político en los Estados Unidos merece debate y análisis. Sin embargo, las afirmaciones de Stanley resultan excesivas y, francamente, muy dudosas. Más que una reacción racional a una amenaza inminente, su postura parece el resultado de haberse asustado con el mismo monstruo que ha venido estudiando durante años y del cual extrae una certeza: “el fascismo vive y está aquí”. En este sentido, su especialización académica podría haber influido no solo en su diagnóstico, sino también en su respuesta emocional.

En El Salvador contemporáneo, se han visto casos análogos de algunos periodistas, activistas e incluso académicos que han llegado a convencerse de que viven bajo una terrible dictadura, alimentando esa idea con ríos de tinta digital, discursos encendidos en diversos medios, artículos alarmistas y noticias catastróficas. Generalmente, no dan evidencia concluyente de persecución sistemática, pero han optado por autoexiliarse o solicitar asilo político, más por convicción personal que por amenazas objetivamente comprobadas. En ese trance, tampoco puede descartarse que en algunos casos haya influido el deseo de mejorar su situación laboral o económica, como también podría ser el caso de Stanley.

Como se ha señalado, el “Síndrome del Frankenstein Cognitivo” no está definido en la literatura científica; por ello, esta es una propuesta conceptual para nombrar y analizar un patrón observable. El fenómeno no es menor, si se considera que la decisión de abandonar un país, haciendo toda la alharaca posible, no solo tiene implicaciones políticas, sino que puede generar rupturas familiares y un desarraigo traumático para personas cercanas que, sin compartir esas creencias, terminan lidiando con sus consecuencias.