domingo, 25 de agosto de 2013

No hay infalibilidad roqueana

Las pesquisas literarias de Rafael Lara Martínez y las investigaciones documentales de Carlos Cañas-Dinarte han revelado la falsa autoría del apelativo “El Pulgarcito de América” para la República de El Salvador, que la voz popular atribuye a la poetisa chilena Gabriela Mistral, Premio Nobel de Literatura, cuando en realidad es del escritor salvadoreño Julio Enrique Ávila.

La validación de esa creencia generalmente se remonta al libro de Roque Dalton “Las historias prohibidas del Pulgarcito”, en donde aparece como epígrafe la supuesta afirmación de Gabriela Mistral: “El Salvador es el Pulgarcito de América”, lo cual, a la luz de lo expuesto, constituye la legitimación de un error cultural.

Sin embargo, en el texto de Lara Martínez donde cuenta este hallazgo lanzan una hipótesis temeraria: que el propio Dalton sabía del engaño y lo puso allí con intenciones cuya explicación resulta, por decir lo menos, un tanto enredada.

¿Por qué no admitir que Dalton (al igual que todos nosotros en algún momento) tomó equivocadamente como cierto dicho engaño?

En abono de lo anterior, cito un fragmento de la novela de Dalton, “Pobrecito poeta que era yo” (EDUCA, Centroamérica, 1976) en la página 16:

… y entre aferramientos -conmovedores como un archipiélago recién bombardeado, no lo niego- a la creencia de que todo lo bueno viene en frascos chiquitos (el Pulgarcito de América, ay no tú, carajo, no hay derecho de que esa vieja cerota nos haya ninguneado así por el camino del muchacho a quien consolamos diciendo: “No, mijito, qué va, qué vas a ser cabezón”) vamos ostentando (llamando a piedad, cherito, a piedad que ha tenido que aguantarse la risa) esta terrible naturaleza de enanos con demasiada sangre…

A mi parecer y por el contexto en donde se dice, queda claro aquí que Dalton sí asumió como cierta la autoría apócrifa. Que no haya, pues, dogma de infalibilidad roqueana.

Cinco falsedades culturales en la Guanaxia Irredenta

Acostumbrados a la poca investigación y a creernos cualquier paja que nos dicen (más aún si esta viene de nuestros mayores), hemos acabado creyendo cosas relativas a la cultura nacional que son, por demás, falsedades de alto calibre. En esta entrada nos ocupamos de desmentir cinco de las más difundidas.

1. El Himno Nacional de El Salvador, tercero mejor del mundo.

Ante la relativa escasez de méritos con que alimentar la autoestima patria, se suele decir (incluso a nivel académico) que el Himno Nacional de El Salvador (letra de Juan José Cañas, música de Giovanni Aberle) ocupa el tercer lugar a nivel mundial, resultado obtenido en un concurso realizado nadie sabe dónde ni cuándo ni organizado por quiénes.

Al respecto, en la parte del “Prólogo y teoría general” de la novela póstuma de Roque Dalton, “Pobrecito poeta que era yo”, encontramos este párrafo alusivo al tema:

Porque nunca, nun-ca, se dio ese fantástico concurso mundial de himnos nacionales en cuyo seno -je ajegura, je dije, rumoran juentej por lo general bien informadaj- el “Saludemos la patria orgullosos” ganó un tercer lugar tipo están-verdes-las-uvas, detrás (honrosísima y ú-ni-ca-men-te) del “Allons, enfants de la patrie” y el “Mexicanos al grito de guerra” y no sé cuántas cosas al cañón.

2. Una Nobel de Literatura nos bautizó como “El Pulgarcito de América”.

El apelativo de Pulgarcito alude a las cualidades de astucia, valor y excelencia que -pese a su diminuto tamaño- tiene el protagonista del cuento tradicional recogido por los hermanos Grimm y Perrault. La creencia popular es que fue la poetisa chilena Gabriela Mistral (1889 - 1957, Premio Nobel de Literatura en 1945) quien bautizó a El Salvador con ese apelativo, dado que es el país más con menor extensión territorial del continente. Esta especie se ha visto prácticamente oficializada por la referencia explícita en “Las historias prohibidas del Pulgarcito”, de Roque Dalton.

Sin embargo, investigadores como Rafael Lara Martínez no han encontrado un solo texto de ella en donde se compruebe tal afirmación; por el contrario, el historiador Carlos Cañas-Dinarte muestra evidencias de que fue el escritor Julio Enrique Ávila, hacia mediados del siglo XX, quien publicó un texto en donde como letanía se repite el apelativo en cuestión. En esta publicación hay más detalles al respecto.

3. El Salvador y Honduras, a la guerra por un partido de fútbol.

En 1969 ocurrió la llamada “guerra de las cien horas”, cuando el ejército salvadoreño atacó territorio hondureño en respuesta a los despojos, expulsión y vejaciones que sufrieron miles de compatriotas en aquel país. Por esa época, las selecciones nacionales de fútbol de ambos países se enfrentaban por un boleto al Campeonato Mundial México 70.

Aprovechando esta circunstancia como gancho publicitario, el periodista polaco Ryszard Kapuściński publicó un libro titulado precisamente así, “La guerra del fútbol”, en donde narra diversos conflictos en países subdesarrollados, entre ellos el ocurrido en Centroamérica.

Las causas de esta guerra fueron de orden social, político y económico, pero la coincidencia de la mencionada serie eliminatoria en el deporte de las masas populares acabó por acaparar la atención y pasar a la historia.

4. “La bala”, original de la orquesta Hermanos Flores

La internacional orquesta Hermanos Flores es seguramente el más popular y conocido de los combos tropicales cumbieros salvadoreños. Con casi cuarenta años de trayectoria, es un punto de referencia de identidad para sus compatriotas dentro y especialmente fuera de las fronteras patrias. Una de las canciones que nunca puede faltar en las fiestas animadas por ellos (fuera de toda duda y a riesgo de injurias y agresión popular si falta), es “La bala”, que la gente -al igual que “El carbonero”, de Pancho Lara- ha elevado a una especie de himno nacional oficioso.

Pues bien: “La bala” es una versión o “cover” de la cumbia original del compositor panameño Arturo C. Hassan (1911-1974), la cual se popularizó primero en Colombia.

5. Atlacatl, el cacique heroico.

Cuando se habla de la propia raíz cultural, emerge el mito de “el indio cuscatleco”, los valerosos Atlacatl y Atonal, supuestos líderes de la resistencia indígena ante los conquistadores españoles.

Sin embargo, desde hace algún tiempo se sabe que, salvo en la escultura de Valentín Estrada que está a la entrada de Antiguo Cuscatlán, Atlacatl no existió y su nombre puede ser el resultado de una mala traducción que alude a una población cercana a la frontera con Guatemala, no a un soberano ni tal. Mucho menos creíble es la versión cuasi-cinematográfica de que fue Atonal, disparando una flecha en cámara lenta y con efectos sonoros, quien acertó en la pierna de Pedro de Alvarado.

¿Y entonces…?

Lo que toca es construir realidades dignas a base de esfuerzo diario, no vivir de mitos inventados.

lunes, 19 de agosto de 2013

Una guapachosa Incitación al delito

“La colegiala” es una cumbia de Walter León y Los Ilusionistas, que se popularizó en los años ochenta, en la versión del colombiano Rodolfo Aicardi y, a nivel local, con el cover de Los Hermanos Flores.


Un poco de atención y sentido común bastan para ver que, detrás de esta letra sencilla con ritmo guapachoso, asoman situaciones potencialmente delictivas.

Ubiquemos primero a los personajes en un contexto verosímil.

Está claro que, si la chica a quien el sujeto se dirige cursa 9º grado o 1º año de bachillerato, ella es menor de edad. Y si no lo fuera (pues en último año de bachillerato algunas las estudiantes cumplen 18) el simbolismo de la colegiala como objeto de seducción suele dirigirse a una adolescente, no a una adulta joven.

La caracterización de la colegiala tiene dos rasgos que son muy apetecidos por el depredador que va tras su presa: inocencia y picardía a la vez. La primera está en la imagen de ella caminando con sus libros y una sonrisa que no conoce del "sufrimiento" (eufemismo de deseo) que provoca en el tipo. La segunda está en la doble mención que la califica como “coqueta” (en la segunda acepción de la RAE: “esmerada en su arreglo personal y en todo cuanto pueda hacerla parecer atractiva”). Nótese que, según esta lógica, la responsabilidad de lo que pueda pasar estaría en ella, por "provocar" con su belleza y atributos tales reacciones.

Veamos ahora quién es el sujeto.

Obviamente, no es un colegial adolescente compañero de ella, sino un adulto (joven o viejo, da igual) que la acosa mientras ella se dirige a su centro educativo. Recuérdese que la categoría de “colegiala” tiene dos características que ya no pertenecen al sujeto: la juventud adolescente y el hecho de estudiar todavía en un colegio o escuela. O dicho de otro modo: ningún joven colegial usaría el término “colegiala” para referirse a una chica de colegio.

Establecido lo anterior, vamos a los posibles o potenciales delitos.

Dada la reiterada insistencia del tipo en que le dé el “sí” (y nadie cree que esté pensando en solo un besito), se entiende que la chica lo ha rechazado anteriormente, por lo que bien podría ser acoso sexual (art. 165 del Código Penal). Y ya que él no la llama por su nombre, es claro que se trata de acoso callejero.

¿Pero qué tal si ella le diera el “sí” (para relaciones sexuales consentidas, cuando menos preamatrimoniales, si no es que extra)? Entonces el caso caería en lo contemplado en el art. 163 del Código Penal, si fue “con engaño” de por medio. Ojo, que este concepto se puede aplicar a situaciones tan diversas como falsas promesas de matrimonio, ocultamiento de relaciones o compromisos previos, etc. La denuncia también podría hacerla, en calidad de ofendida, la familia de la menor y… ¡a bartolinas!

Como dijimos al principio, la canción fue un éxito en radios y fiestas. No recuerdo que alguien señalara su inconveniencia o peligrosidad. Así se ha fundamentado nuestra "cultura".

domingo, 11 de agosto de 2013

Juventud 75

Más de treinta años después, no sé decir con total exactitud qué fue el grupo “Juventud 75”: un coro de iglesia, un conjunto de amigos, un lugar recreativo, un centro de reflexión, una plataforma artística…

Quizá tuvo un poco de todo.

Lo que no sé si haya tenido es un documento formal de constitución, aunque sí algún reglamento indicando tener 15 años de edad y ser invitado por un miembro del grupo como requisitos para ingresar.

Sé que fue fundado en 1975, quizá por el padre Peralta, sacerdote que por muchos años fue director del colegio salesiano “Santa Cecilia” de la ciudad de Santa Tecla, más conocido como “el padre Queiquito” del Chaleco.

Supongo que el objetivo de J-75 coincidía, en general, con una de las visiones salesianas más sencillas acerca de los jóvenes: es preferible reunirlos los sábados por la tarde y en la misa dominical, en lugar de que anden en otras actividades insanas.

Dos de mis hermanas mayores estuvieron en algún momento en el grupo, en la que seguramente fue su época de esplendor, en los primeros años de su existencia. De esa etapa, recuerdo que se puso en escena “Jesucristo Superestrella”, la versión española de la ópera rock de Andrew Lloyd-Webber y Tim Rice, protagonizada por Camilo Sesto, Teddy Bautista y Ángela Carrasco. En la ocasión más memorable, se hicieron algunas canciones en vivo, con los buenos elementos de aquella época; en las demás, se hizo con fonomímica.

(Tema aparte es preguntarse si la gente habrá captado que esta obra es una dramatización libre y muy humana de los personajes de la historia sagrada, con especial énfasis en las motivaciones y cuestionamientos de Judas, herejías para los ortodoxos.)

Por mi parte, yo viví un periodo un tanto errático del grupo, entre 1982 y 1985, porque mientras unos íbamos motivados por la música y el coro a cuatro voces, otros iban por el lado de la entretención con dinámicas de grupo y aun había quienes se decantaban por algún tipo de formación espiritual, visitas a asilos y actividades afines. En esa época el cura a cargo era el padre Luis Mangana. Teatralmente, en ese periodo lo que se hacía eran parodias con fines de entretenimiento y recaudación de fondos para fines asistencialistas. Incluso tuvimos alguna fiesta de disfraces, amenizada por nosotros mismos.

Para mí, esa fue una etapa donde pude ejercitar los arreglos y dirección musical, socializar, aprender y corregir en algo mi muy mal carácter (¡sí, entonces era peor!), ocupar en actividades inocuas mis fines de semana y discutir por cosas que entonces me parecían importantes.

Desconozco cuándo y por qué dejó de existir “Juventud 75”, pero creo que no llegó a ver los noventas. Tengo la impresión de que los miembros que estuvieron en esa primera etapa (finales de los setentas) guardan los mejores recuerdos del grupo. En todo caso, lo importante es lo que fue y la nostalgia que en muchos aún despierta.