domingo, 30 de septiembre de 2018

Un intento más, un paso más.

COMENTARIO A "LA PALABRA DE PABLO"

Acudir a la sala de cine a ver una película nacional es una rareza, primero porque la producción local es exigua y segundo porque nuestro público es reacio a pagar por un boleto de cualquier forma de arte made in El Salvador.

Dicho lo anterior, puede considerarse bastante aceptable el número de espectadores de la función sabatina de La palabra de Pablo, dos días después de su publicitado estreno en el país.

No sé si la gente llegó por "apoyar el arte nacional" como subcategoría, por ver la evolución del director Arturo Menéndez con respecto a Malacrianza y Cinema Libertad, o si basaron su expectativa en el reciente anuncio de que Sony Pictures y HBO adquirieron los derechos para su difusión en Latinoamérica. El hecho es que había bastantes personas atentas y expectantes, ambos adjetivos sostenidos a lo largo de los 84 minutos de duración del filme.

Ciertamente, los espectadores/as querían saber qué estaba pasando pero, sobre todo, querían comprender por qué estaba pasando… y es ahí donde la película revela su mayor debilidad, pues aun cuando tiene la capacidad de enganchar a la audiencia en la trama no es capaz de ofrecer respuestas satisfactorias, incluso para alguien que guste y esté habituado al papel de receptor activo.

La palabra de Pablo muestra mejoras importantes con respecto a las anteriores obras de Arturo, como el manejo de cámara, la edición de sonido y las actuaciones de los personajes principales. Sin embargo, como ya han señalado otras críticas (unas más benévolas que otras), hay varios personajes innecesarios o impertinentes, así como una buena cantidad de hilos sueltos y acciones sacadas de la manga, sin credibilidad (no porque no puedan pasar en la realidad sino porque en la lógica interna del filme no encuentran asidero).

Ahora bien: tampoco nos desubiquemos, que las carencias antes mencionadas son bastante comprensibles, dadas las limitaciones presupuestarias y de producción propias de un país en donde este y cualquier otro arte o deporte es amateur. Por eso mismo, no perdamos de vista que para hacer una película se requiere del admirable espíritu quijotesco de alguien que al mismo tiempo produce, escribe, dirige, busca patrocinio y promociona su propia obra… con las virtudes y carencias que eso implica.

Y es entonces cuando uno acaba entendiendo que, al fin y al cabo, todo esto se trata de "arte nacional”, con el estigma que eso supone y con la actitud receptiva y acaso benevolente que este requiere. Lo siento, pero esto es y parece que seguirá siendo así por mucho tiempo. Por ello, poniéndola en nuestro contexto, la película tiene muchísimo mérito. Mi sugerencia es que pague por verla y disfrute lo que pueda.