No es exagerado afirmar que las tareas escolares son el suplicio de la mayoría de niños, niñas y adolescentes. Algunos llegan a describirlas como un auténtico instrumento de tortura en manos de sus despiadados maestros/as.
Desde su mismo diseño, todo nuestro sistema educativo da por
hecho que, en el desarrollo de los programas de las diferentes materias, las tareas
escolares son ineludibles. El cuerpo docente lo da por sentado, así como los
padres y madres de familia.
La pregunta clave es ¿por qué existen las tareas
escolares? ¿Qué principio, axioma, dogma, creencia, teoría u opinión las
justifica?
A mi parecer, los distintos argumentos que hay detrás de las
tareas escolares se pueden clasificar en tres categorías: convincentes, dudosos
y ocultos.
ARGUMENTOS CONVINCENTES
El mejor argumento a favor de las tareas escolares es que el
desarrollo y maestría en una habilidad únicamente se alcanza con la práctica
constante, la cual debe hacerla el estudiante en su tiempo fuera de la escuela,
porque de otra forma (si la hiciera completamente dentro de su jornada escolar)
el avance sería lentísimo.
Tomemos como ejemplo los casos de factoreo en Matemáticas.
Sin una cierta cantidad de ejercicios diarios realizados por el alumno/a en su
casa, su expectativa de dominar el tema únicamente con lo que trabaja dentro del aula
sería bastante baja y muy dilatada en el tiempo. Lo mismo podríamos decir de la
lectura de un libro en Lenguaje y Literatura, aunque este fuese relativamente breve: no se podría terminar sino al cabo de un mes, dejando sin desarrollar todos los demás contenidos.
Igual sucede con la preparación personal de una exposición o de un examen: sólo
con el tiempo dentro del aula no alcanza.
Otro buen argumento en el mismo sentido es que la tarea
escolar refuerza el aprendizaje.
ARGUMENTOS DUDOSOS
Hay una gran variedad de argumentos que recalcan la
importancia y conveniencia de las tareas escolares por los beneficios colaterales
que estas aportan, pero son más o menos dudosos principalmente porque las
tareas no son ni la única ni la mejor manera de lograr tales beneficios.
En esta categoría entran razonamientos como que las tareas
escolares ayudan a crear hábitos de trabajo, forman disciplina, obligan a
organizar el propio tiempo y favorecen la interacción entre padres e hijos. Si
se piensa bien, todo eso es muy debatible y en todo caso dichos logros se pueden
alcanzar sin necesidad de las tareas.
ARGUMENTOS OCULTOS
En el núcleo de las tareas escolares hay una razón que
generalmente permanece oculta. Docentes, padres y madres de familia la piensan, la aceptan e incluso la exigen, pero pocos la dicen explícitamente, pese a ser su motivo más
importante y fundamental.
Esta razón existe a nivel axiomático y es la siguiente: el ocio
es intrínsecamente perjudicial para niños, niñas y adolescentes.
Conforme a este axioma, las tareas escolares existen para reducir
la desocupación infantil y juvenil, evitando así que los/las estudiantes divaguen su atención en
actividades perniciosas. A más tareas, menos vagancia; a más trabajo en casa,
menos tentaciones. Así de claro, así de tajante.
Pero hay otra razón todavía más oculta para las tareas escolares. Esta tiene que ver con la sobreexplotación laboral y ocurre sobre todo en instituciones educativas de prestigio, característica fundamentada en su nivel de exigencia.
Si equiparamos la jornada académica de los menores de edad con la jornada laboral de los adultos, resulta claro que las tareas escolares son un trabajo fuera de horario (literalmente horas extras). En este sentido, el sistema normaliza el trabajo extra que se hace desde casa, instaurando la idea de que, para conseguir destacarse académica o laboralmente en un sistema hiper competitivo, hay que sacrificar al máximo el tiempo de recreación personal, familiar y fraternal.
Un claro ejemplo son los estudiantes de medicina, quienes se
ven sometidos a extenuantes jornadas académicas bajo el argumento de prepararlos
porque "así les va a tocar en su vida profesional”. Ese mismo argumento se
replica en bachillerato, donde se les prepara para cuando lleguen a la universidad en una carrera muy demandante o a un trabajo “donde hay hora de entrada, pero no
de salida”. Ese mismo argumento se replica en tercer ciclo, donde se les prepara
para el bachillerato. Ese mismo argumento se replica en primaria, donde se les
prepara para tercer ciclo.
El mensaje es implícito pero claro y contundente a la vez: si la
vida adulta es así de dura, endurezcamos a la juventud desde la escuela. Y para
ese sistema hiper competitivo, esto es más funcional que la transformación del sistema mismo.