Un asesinato político es, en esencia, un asesinato. Punto. No hay medias tintas. La etiqueta que se le ponga a un homicidio intencional y premeditado únicamente describe la motivación del victimario, pero es irrelevante al momento de condenar el hecho y exigir que sobre el responsable caiga todo el peso de la ley. No hay, en este punto, justificaciones o relativizaciones que valgan, así sean muy sutiles.
Sin embargo, esto último es precisamente lo que hace el director editorial de El Diario de Hoy, Óscar Picardo, cuando se refiere al asesinato del activista conservador estadounidense Charlie Kirk, en un artículo titulado El racismo como “enemigo cultural” (Charlie Kirk), publicado en ese periódico el 22 de septiembre de 2025, apenas doce días después de la muerte del emblemático polemista.
El objetivo de Picardo es señalar que Kirk propagaba el racismo y la xenofobia bajo una reconfiguración discursiva que presenta “narrativas que apelan a la identidad, la cultura y la seguridad nacional”. Para tal fin, cita varias frases fuera de contexto. Pero, al margen de que esta acusación pueda sostenerse o no, aparece ya un párrafo revelador:
"Probablemente esta narrativa antagónica —más otros factores religiosos e inclusive su férrea defensa de la Segunda Enmienda— llevó a que otro fanático le quitara la vida de manera violenta y absurda".
Al llamar al asesino “otro fanático”, Picardo extiende ese calificativo al propio Kirk, poniéndolo en el mismo plano moral que el criminal y, en cierto sentido, responsabilizando a la víctima por haber provocado su propia muerte, por andar difundiendo semejantes ideas. A continuación, cita de manera interesada una frase de Kirk en la que este defendía el derecho de los estadounidenses a portar armas de fuego, para concluir que fue víctima de sus propios planteamientos.
Pese a que el activismo de Kirk consistía, en buena parte, en debatir —de manera abierta pero respetuosa— con sus adversarios, en el transcurso del artículo Picardo lo señala de propagar la intolerancia y lo convierte en villano, cuando afirma lo siguiente:
"Las consecuencias de este tipo de discurso no son meramente simbólicas. El enemigo cultural, al construir un relato de 'nosotros contra ellos', fomenta la polarización social y contribuye a un clima de hostilidad y violencia hacia inmigrantes, latinos, asiáticos, musulmanes o afroamericanos."
Picardo sostiene además que “la narrativa de Charlie Kirk mostraba cómo el racismo y la xenofobia contemporáneos se visten de racionalidad política y de defensa de valores universales” y que, a ese discurso, hay que “analizarlo críticamente (...) para comprender el auge de nuevas formas de exclusión en las democracias occidentales”. Hasta allí, se puede entender el desacuerdo ideológico, que es respetable. Pero el cierre del artículo revela una toxicidad no tan sutil:
"Nadie debería celebrar el asesinato de Charlie Kirk, ni tampoco festejar su discurso como héroe o mártir de una causa política inhumana e indigna..."
Aquí hay dos trampas. Primera: la tibieza del “nadie debería celebrar”, en lugar de una condena explícita. Segunda: aunque uno esté en desacuerdo con su causa, calificar lo que Kirk defendía como “inhumano” le quita dignidad al hecho de debatir ideas diferentes.
Hay una línea muy delgada entre explicar y justificar un hecho abominable, y el citado artículo parece cruzarla con temeridad. Picardo —o cualquier otra persona— puede estar en profundo desacuerdo con Kirk y criticarlo duramente, pero culpar a sus ideas de su asesinato es una revictimización repudiable y una justificación implícita, todavía más impresentable cuando proviene de alguien que se presenta como defensor de la libertad de expresión.
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