lunes, 14 de agosto de 2023

Wrestling

Publicado en ContraPunto.

Presenciar y tomar partido en peleas ajenas tiene un atractivo particular para los seres humanos, fenómeno cuya explicación involucra factores instintivos que están con nosotros desde tiempos inmemoriales. Desde la antigüedad, han existido modalidades deportivas consistentes en enfrentamientos individuales entre atletas, siendo una de ellas la lucha grecorromana y, desde hace un par de siglos, su derivación escénica transformada en entretenimiento deportivo, que hoy conocemos como wrestling o lucha libre.

En la actualidad, la empresa de lucha libre profesional más grande y reconocida en el mundo es la World Wrestling Entertainment (WWE), con un estimado de 40 millones de telespectadores en 150 países y una capitalización de mercado de 6.87 billones de dólares (US$ 6,870,000,000). Esta marca tiene la capacidad de convocar a decenas de miles de personas en continuos espectáculos presenciales, dentro y fuera de los Estados Unidos, aparte de millones de suscriptores por plataformas de streaming y pay-per-view.

Muchas personas ajenas a la lucha libre o wrestling no se explican el éxito de este fenómeno mediático, deportivo y económico; tampoco entienden la euforia que nos provoca a quienes seguimos este deporte en el cuadrilátero (desde la lejana infancia, con los recordados Titanes en el Ring). El principal argumento que los indiferentes y escépticos suelen esgrimir en contra de la fanaticada es que, en dichos combates, los golpes son falsos y los resultados están previamente acordados. Esta observación no es del todo cierta y, además, refleja una profunda incomprensión del tema.

En cuanto a los golpes y movidas, si bien es cierto hay muchos que son evidentemente fakes, también hay otros que requieren de extrema precisión y habilidad técnica, tanto para darlos como para recibirlos. Que un tipo de 225 libras de peso se lance desde una altura de más de dos metros para aterrizar sobre tu cuerpo tendido en la lona no es cosa menor; esto para no hablar de los silletazos y aporreos sobre todo tipo de superficies (mesas, escaleras o el suelo mismo, a veces sin protección alguna). Estas constantes sacudidas son un reto atlético para los luchadores, así como una permanente exposición a lesiones.

Comoquiera que sea, toda esa secuencia de golpes, fingidos o no, que ocurre sobre el ring no es por sí misma la atracción para los creyentes (pues, para golpes reales, están el boxeo o las artes marciales mixtas). Si el combate mueve las emociones de la multitud y tiene sentido, es porque este desarrolla un guion que cuenta una historia debidamente preparada.

De ahí que el éxito de la lucha libre no dependa solamente de lo que los atletas presentan dentro del cuadrilátero, sino también de la capacidad creativa de los guionistas para armar una novela que genere interés en la pelea y, sobre todo, de las cualidades escénicas y el carisma de los luchadores para encarnar y darle credibilidad a su personaje, conectando con el público para provocar simpatías o antipatías, pero jamás indiferencia.

En el fondo de la afición a la lucha libre está el fenómeno psicológico de la identificación con los personajes, es decir, lo mismo que ocurre con toda forma de ficción literaria, cinematográfica, teatral o de cualquier otra índole (incluso los videojuegos). Diversos teóricos han analizado este concepto multidimensional de identificación, distinguiendo en él varios procesos, entre ellos la empatía emocional y cognitiva (ponerse en el lugar de los personajes), la atracción y el deseo temporal de ser como ellos, así como ser partícipe de la narrativa expuesta.

Un elemento esencial en el wrestling, y muy particularmente el de la WWE, es el manejo de los arquetipos, que son “imágenes o esquemas congénitos con valor simbólico que forman parte del inconsciente colectivo”, representados en sus personajes más icónicos, a los cuales se les construye una espectacularidad impresionante desde la misma entrada al escenario, que implica un diseño artístico de gran nivel.

Como se ve, la lucha libre profesional es un universo increíblemente complejo, mucho más allá del debate superficial sobre la veracidad de los golpes. Explicarlo es un trabajo intelectual, pero vivirlo es un privilegio emocional que los mortales podemos permitirnos, incrustándonos por unas horas en ese apasionante mundo ficticio de héroes y villanos.

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