Publicado en Diario El Salvador
Los programas dedicados a la política ocupan casi totalmente los espacios de discusión, debate o reflexión en los medios de comunicación masiva. En radio, televisión o internet hay multitud de ellos. El único tema distinto que se le acerca en cuanto a cobertura es el fútbol, pero a bastante distancia en cuanto a cantidad de tiempo de emisión.
Ya sea en formato de exposición, entrevista, diálogo, discusión, debate o tertulia, a estos programas acuden personas relacionadas con distintas áreas del quehacer nacional. Entre ellos, hay una especie muy particular que generalmente usa la etiqueta de “analista político”, término en el que conviene profundizar y estar alerta.
Un análisis es el “estudio detallado de algo” y requiere la “distinción y separación de las partes” o aspectos involucrados, a fin de “conocer su composición”. Siendo rigurosos con el significado del término (y dentro de las limitaciones de tiempo típicas de estos programas), de un analista político se esperaría que diera un panorama lo más completo posible acerca de un hecho o situación puntual del contexto, llámese coyuntura o estructura. Esto implica explicarle al público el qué y el porqué del asunto, así como la lógica de los diferentes puntos de vista involucrados. Si bien puede hacer una valoración de los hechos, la prioridad de su análisis es ilustrar o exponer ordenadamente y de manera comprehensiva las cosas.
Un comentarista, en cambio, hace un “juicio, parecer, mención o consideración” de algo a partir de su experticia o experiencia. En el idioma inglés existe el vocablo “pundit”, alguien que “hace comentarios o juicios en forma autoritativa” (es decir, que presume autoridad). En ciertos casos, este podría considerarse un analista, pero muchos medios estadounidenses prefieren el término “political commentator” para designar este tipo de invitados o panelistas. Aunque debe fundamentar sus opiniones para ganar credibilidad, el comentarista no profundiza tanto en el análisis y, en cambio, se concentra en expresar sus valoraciones y reacciones, generalmente dirigidas (aunque no restringidas) a un público afín.
Por su parte, el activista es un “militante de un movimiento social, de una organización sindical o de un partido político que interviene activamente en la propaganda y el proselitismo de sus ideas”. Como tal, el activismo es válido y además necesario, pues de esa manera se impulsan las propuestas para realizar cambios sociales. El activista no necesariamente está reñido con el análisis, pero se entiende que su trabajo es promover una agenda preestablecida por el partido u organización que representa; en ese sentido, no cabe esperar de él o ella tanta objetividad, mucho menos imparcialidad o independencia de criterio.
Teniendo clara esta distinción, es evidente que en los actuales programas políticos de la radio, televisión y ciberespacio salvadoreños desfilan indistintamente unos y otros, etiquetados como analistas cuando en realidad la mayoría de ellos son comentaristas y especialmente activistas. Con estos últimos, el problema es que no siempre aparecen declarados, sino muchas veces solapados en ese concepto ambiguo de la así llamada “sociedad civil”, cuando no escudados en investiduras supuestamente impolutas.
En consonancia con lo anterior, y como gesto de respeto al público, los productores de estos programas tendrían que ser más cuidadosos con las etiquetas con que presentan a sus invitados. Sería bueno normalizar el uso del término “comentarista político” y reservar el de “analista” para quienes realmente lo son. Y para los demás, así como no hay ningún problema en colocarle la viñeta a un militante de un partido específico (con o sin el chaleco puesto), nadie tendría que molestarse si lo presentasen como activista, seguido del correspondiente adjetivo.
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