Publicado en ContraPunto
Hay aclaraciones no pedidas que no necesariamente son culpas confesadas, sino precauciones necesarias en un contexto donde cualquier cosa que uno diga puede ser y seguramente será usada en su contra, “haters” al acecho. Comienzo, pues, negando cualquier posible acusación de ser anti Messi; por el contrario, he participado desde el inicio en la fundada admiración a uno de los tres mejores futbolistas de todos los tiempos, por lo que su reciente venida al país es, lejos de toda duda, un hecho histórico cuya importancia traspasa las fronteras deportivas.
En esta línea, confieso que me tentó ir al partido de su actual equipo, el Inter de Miami, contra nuestra maltrecha y maltratada Selecta, convocado para el pasado 19 de enero en el Estadio Cuscatlán. Lo que me detuvo no fue el precio en sí (US$ 200 la localidad más accesible, que me pudo quedar en 12 cuotas sin intereses), sino el resultado de analizar objetivamente la relación costo-beneficio de esa inversión en entretenimiento y emociones.
En primer lugar, vi que no iba a ser un partido jugado al cien, sino prácticamente el entreno con público de un equipo —el Inter Miami FC— que apenas iba a iniciar su pretemporada, con jugadores aún lejos de su forma física óptima, frente a otro —la Selecta, prácticamente un “trabuco”— que ni siquiera tenía entrenador a dos semanas del compromiso y además está en su racha más larga de no conocer la victoria. Esto, de entrada, no auguraba un encuentro de gran nivel futbolístico como para justificar el desembolso del billete, más considerando que la expectativa obvia era que Messi jugase entre 45 a 60 minutos, si acaso.
En segundo lugar, tuve que hacer un ejercicio de honestidad para recordar la realidad futbolística actual de quiénes venían, en contraste con cualquier recuerdo nostálgico e idealizado. Hablando en oro, el Inter Miami FC es un equipo de la Major League Soccer que terminó penúltimo en su conferencia, mientras que sus figuras ya están en la última fase de su carrera profesional: Messi y Suárez con 36 años, Busquets con 35 y Alba con 34. Si bien son veteranos de envidiable palmarés y el nivel de la liga gringa es muy superior a la nuestra (ya quisiéramos tener media docena de jugadores cuscatlecos en la MLS, pero no hay ni se vislumbran, salvo que los nacionalicemos), lo que se veía venir era un equipo de medio pelo, a años luz de distancia de aquel glorioso FC Barcelona de la temporada 2014-2015; sin embargo, los organizadores pusieron los precios como si de este último se tratase y, calculando que hayan vendido el 80 % de las localidades, se embolsaron una taquilla de entre 5 y 6 millones de dólares.
En tercer lugar, ya en la plataforma para comprar el boleto (sí, admito que ingresé y pese a los anteriores razonamientos estuve a punto de darle clic), me encontré con la desagradable sorpresa de que, por cada boleto comprado, la empresa expendedora del ticket digital iba a cobrar US$ 25 por el solo hecho de emitirlo. Este cargo no fue anunciado previamente y me pareció, además de publicidad engañosa, excesivo y abusivo. Digamos que fueran 30,000 personas al evento, la empresa se embolsa US$ 750,000 dólares del puro aire, un “palito de pisto” que de solo pensarlo da grima.
Con estas tres razones me bastó para desistir de cualquier intento de hacerme presente al estadio, pues desde antes ya estaba planteado el cuasiatraco: me hacen pasar un entreno como partido, vendiéndome al Inter como el Barsa y, de ribete, me bolsean veinticinco dólares adicionales al precio ya de por sí carísimo. Aceptar este trato es exactamente lo que planteo en el título: una semiestafa consentida, que se reveló en toda su plenitud cuando inició el segundo tiempo del juego y, ante la salida de Messi y los estelares, mucha gente comenzó a retirarse del estadio.
A lo anterior hay que añadir un par de detalles de mal gusto: primero, que no haya habido rueda de prensa ni antes ni después del partido, ni siquiera una entrevista en el pasillo de Messi ni los ex Barsa (vamos, ni siquiera del cuerpo técnico); segundo, que Messi se retirara de la banca hacia los camerinos faltando cinco minutos para terminar el juego, una auténtica falta de respeto deportiva.
Al final del día y dicho lo dicho, como salvadoreño a punto de haber caído en esa treta parcial (porque sí, lo importante es que vino Messi y fue todo abrazos con el Mágico y cara de admiración con Nayib), sólo me quedan dos pequeñas satisfacciones reivindicativas: la primera, los dos quites que nuestro portero Mario González le hizo al astro argentino (único momento realmente emocionante mientras La Pulga estuvo en el césped); la segunda, la cara de disgusto que deben haber puesto los directivos del Inter Miami FC al ver la multitud de camisetas rosadas “chabeleadas” que compró y lució la afición, sin que a ellos les quedara un cinco por sus derechos de marca.
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