martes, 2 de enero de 2024

Paso a la esperanza


Publicado en Diario El Salvador

El devenir humano está lleno de ciclos, periodos de tiempo que se repiten por causas naturales, sociales, psicológicas o espirituales en los cuales hay emociones básicas asociadas con su inicio y finalización. Uno de los ciclos más universales lo representa el cambio de año, época donde las personas tienen la sensación de que comienza algo distinto, viéndolo como una oportunidad para alzar vuelo con nuevos bríos. Las celebraciones de Navidad y Año Nuevo tienen lugar en fechas muy cercanas al solsticio de invierno, ese momento en que el sol tiene mayor distancia angular con respecto al ecuador en el hemisferio norte, por lo que se ve menos elevado en el horizonte y de allí en adelante comienza nuevamente a ascender. La mayoría de culturas ven a este fenómeno como “un período de renovación y renacimiento, que conlleva festivales, ferias, reuniones, rituales u otras celebraciones”.

En el campo político también existen ciclos, en cuyos inicios la población generalmente manifiesta y deposita sus expectativas ciudadanas. En la historia de El Salvador, pueden reconocerse varios de estos momentos históricos de esperanza popular que, tristemente, no prosperaron: unos fueron abortados por clamorosos fraudes electorales, como los de 1972 y 1977; otros fueron decepcionados por mezquinos intereses, como el de 1992 con la finalización de la guerra civil; y otros fueron traicionados miserablemente, como en la década 2009-2019.

Ahora en 2024, estamos a las puertas de un nuevo ciclo: un evento electoral particularmente distinto, pues estas podrían ser las primeras elecciones claramente afirmativas en la historia del país, a diferencia de otras que solo sirvieron para repudiar partidos o votar por el menos malo. Lo previsto, de acuerdo a todos los sondeos de preferencias y sensaciones percibidas en el entorno social, es que se respalde y renueve con una mayoría abrumadora la gestión de un gobernante; pero no porque las otras candidaturas sean percibidas negativamente (que también lo son) sino, principalmente, porque él es percibido muy positivamente por la población, habiendo estado en el cargo por cuatro años y medio sin sufrir el paradigmático desgaste político y, por el contrario, viendo aumentar su caudal electoral del 53 % en 2019 al 66 % en 2021 y muy probablemente arriba del 75 % en 2024.

Al respecto, cabe traer a cuenta la encuesta electoral del IUDOP, presentada el mes pasado, que formuló la siguiente pregunta a las personas entrevistadas: “Imagine que el presidente Nayib Bukele gana las elecciones del próximo año. Cuando piensa en esa posibilidad, ¿qué es lo primero que siente: esperanza o temor?” El 71.2 % respondió “esperanza”. Basándose en este dato, es posible afirmar que la población inicia el año en un estado de esperanza colectiva, definida como el “estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea”.

Este fenómeno político merece una explicación académica bien articulada, que vaya más allá de la superficialidad del pensamiento opositor que lo atribuye —entre el simplismo y la negación— al engaño, la ignorancia o la propaganda. Nótese que, al presentarse la posibilidad de renovar un mandato presidencial, la esperanza ya no descansa tanto en las emociones volátiles de la primera vez, sino que necesariamente se fundamenta en situaciones objetivas, logros concretos y prospecciones (“exploración de posibilidades futuras basada en indicios presentes”).

Lo dicho anteriormente va bastante más allá de lo que están dispuestos a admitir algunos miembros de la intelligentsia, con demasiada frecuencia alejados del sentir de la población; pero también representará, en caso de concretarse, un reto y un compromiso aún mayor del elegido para responder a las legítimas demandas y expectativas de la gente, que después de mucho tiempo parece haberse animado a creer en algo de manera sostenida.

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