miércoles, 23 de julio de 2025

Todo por convicción, nada por transacción

Hay una frase bastante común que aconseja no dar explicaciones, pues “tus amigos no las necesitan y tus enemigos no las entenderán”. Suena bien, pero la realidad no es tan simple. A veces es necesario explicar la razón de ciertas cosas, no solo como testimonio de reflexión personal, sino en atención a personas que se preguntan sin mala intención el porqué de ciertas acciones públicas que uno toma, tal vez por no conocer todos los elementos necesarios para llegar a una respuesta satisfactoria.

En más de una ocasión, he contado que viví los primeros 25 años de mi vida entre el violento periodo pre-insurreccional y la desgraciada guerra civil, donde la expectativa de mi generación era tan básica como evitar las balas. Luego, tras la firma del armisticio en 1992, entré al segundo periodo de mi vida con la ilusión de la paz democrática, pero fue efímera: pronto se convirtió en desencanto y, poco a poco, el país cayó bajo el dominio de estructuras criminales, con escenas cada vez más horrendas y una cifra de muertos superior a la de los años del conflicto armado. Los gobiernos de aquellas décadas toleraron y empoderaron esta masacre de baja intensidad, mientras en lo político quedamos atrapados en un bipartidismo corrupto y exasperante. Así fueron mis segundos 25 años, inmerso en el escepticismo casi total.

Hoy, en esta tercera y posiblemente última etapa de mi vida, veo que el país ha comenzado a recuperarse de esas terribles pesadillas que lo marcaron durante medio siglo. Hay signos e indicadores concretos de recuperación, de esperanza y expectativa de progreso. No es una percepción aislada, sino compartida con una amplia mayoría de la población.

En este contexto es que entro al pasatiempo de dar mis opiniones en el ámbito político, a través de medios de comunicación social. Opinar es algo irrefrenable en mí. Siempre lo hice en lo laboral, en lo familiar y en lo cultural, pero es hasta esta edad que me he involucrado en programas de opinión pública y en el uso sistemático de redes sociales para tal fin. No hace falta justificarlo, pues es mi derecho inherente. En este ámbito, no tengo ningún problema en aceptar que mis intervenciones y análisis tienden a estar en sintonía con el actual rumbo que lleva el país, que es un proceso imperfecto pero alentador.

En atención a quienes se sorprenden de buena fe por mis apariciones públicas, me interesa establecer algo muy simple: que mi postura es sincera. Esta declaración debería ser una base implícita entre personas que comprenden que el pensamiento crítico puede llevar a conclusiones distintas, razonadas y sustentadas. Mis opiniones son auténticas y no tengo que disculparme por ninguna de ellas, salvo errores involuntarios.

Estoy consciente de que, como toda persona, puedo equivocarme. Ese es un riesgo que todos corremos en todas las etapas de nuestras vidas. Ante eso, la solución ilusoria de muchos es refugiarse en una coraza de escepticismo. Otros optan por estar siempre en contra, al acecho del fracaso ajeno para decir “te lo dije”. Pero también sé que muchas personas, a lo largo de la historia —y en mi propia familia—, tomaron la decisión de confiar, porque el nihilismo no va con la vida humana.

Al final, lo que realmente importa es que las decisiones se hayan tomado a partir del discernimiento y la honestidad intelectual, no por intereses mezquinos. Y en esto, uno cuenta con el apoyo de quienes verdaderamente importan.

sábado, 19 de julio de 2025

Disculpen, pero no.

Ahora que estoy en mi tercer año de ejercer la ciudadanía como comentarista político (“analista” es más usual; ojalá algún día lo sea), recibo una amplia gama de reacciones, en un rango que va desde muy favorables hasta muy desfavorables. Todas trato de manejarlas con humildad y altura, aunque en el segundo caso cuesta un poco más y, si bien no soy completamente inmune al veneno, me recompongo y sigo adelante.

Las críticas dañinas e insultos de personas desconocidas me dan igual. En cambio, cuando el lodo viene de personas conocidas, con quienes en algún momento tuve un vínculo medianamente cercano, reconozco que eso me entristece un poco, pero me limito a lamentar que no hayan desarrollado tolerancia hacia opiniones distintas y lo supero pronto.

Hay una tercera categoría, en cambio, que sí considero una intromisión abusiva. Viene de personas que me conocieron en mi rol docente, el cual se desarrolló correctamente pero que, una vez concluido en cada caso, no permanece más que como un recuerdo y una experiencia. Posterior a aquella circunstancia, jamás cultivamos nexos de ningún tipo en la vida adulta. Ninguno. Y de repente aparecen de la nada, con mensajes pretenciosos de censurar y pontificar acerca de lo que debo o no debo pensar y expresar como ciudadano, invocando aquel vínculo espaciotemporal pasado, blandiéndolo cual recurso de control moral y emocional sobre mi persona. Disculpen, pero no tienen ningún derecho.

martes, 8 de julio de 2025

Disonancia cognitiva y "dictadura"

Publicado en Diario El Salvador

La disonancia cognitiva es un fenómeno psicológico que ocurre cuando una persona tiene dos ideas —conceptos, creencias o informaciones— que se contradicen entre sí, lo cual le genera una incomodidad interna, una especie de crisis mental, que busca resolver. Eso es exactamente lo que sucede en nuestro país, cuando alguien se ve expuesto a dos afirmaciones incompatibles entre sí: la primera, que en El Salvador de 2025 hay una cruel y terrible dictadura; y la segunda, que el presidente de El Salvador en 2025 tiene una altísima aprobación popular y respaldo electoral. La única salida psicológica aceptable para ese dilema es suprimir una de las dos ideas.

Una solución sana podría ser cuestionar la tesis de la supuesta dictadura salvadoreña. En su estricta definición, una dictadura es un “régimen político que, por la fuerza o violencia, concentra todo el poder en una persona o en un grupo u organización y reprime los derechos humanos y las libertades individuales”. El elemento clave para su existencia es llegar o mantenerse en el poder por la fuerza, de manera ilegítima. Pero eso no ha sucedido en El Salvador; al contrario: el apoyo de la opinión pública y de la realidad electoral para el presidente Nayib Bukele ha ido creciendo desde 2019 (53 %) hasta 2024 (85 %) y se mantiene en 2025, como lo muestran todas las encuestas serias.

Otros elementos a tener en cuenta para la conceptualización dictatorial de un régimen son si respeta o no las libertades civiles, los derechos políticos y la participación democrática. En el transcurso de estos años, la oposición política ha podido expresarse en todos los medios a su disposición y ha convocado a cuantas marchas ha querido. Las alegaciones de supuesta persecución política de algunos de sus militantes, voceros o simpatizantes —en algunas ocasiones bajo el título autogenerado de defensores de derechos— no se corresponden con los procesos jurídicos que la Fiscalía les sigue por dineros ilícitos. Los agrupados en un sector del periodismo activista inundan las redes y cámaras de eco con denuncias constantes de supuestos acosos e inminentes capturas que les habrían informado sus fuentes ocultas, pero ninguna de ellas se ha concretado. Un material de contraste adicional que podría servir para el análisis es la entrevista al ex comisionado presidencial Andrés Guzmán Caballero, disponible en redes. Tras un análisis crítico de estos y otros elementos, habría suficiente base como para descartar esta primera tesis.

Pasemos ahora a la otra solución para el dilema entre las dos ideas aquí planteadas, que sería negar a como dé lugar la aprobación y el respaldo popular del presidente, deslegitimando así su permanencia en el poder. Precisamente esto es lo que hace la oposición menos analítica, con afirmaciones de sorprendente ligereza y desconexión con la realidad, tales como que la mayoría de la población está desinformada y vive bajo una ilusión propagandística, que las personas que se expresan bien del presidente ignoran lo que tendrían que saber para retirarle su apoyo y volverse en su contra, que las encuestas están compradas, que hubo fraude electoral (citando como prueba el mito de las papeletas planchadas), etcétera. De esa manera, pueden continuar abrazando, repitiendo y repitiéndose la creencia en la dictadura, ya no tanto para convencer a otros, sino para que estos no los convenzan.

Al final del día, estos dilemas mentales no son cuestión de dogmas ni de repeticiones mecánicas. Se trata de analizar con base en los hechos, pensamientos e incluso emociones. Ganar y mantener la voluntad popular por tantos años no es cosa menor y, si la gente respalda con claridad un camino a seguir, tiene poco sentido práctico oponerse por egos y necedades. Otra cosa son los intereses particulares concretos y mezquinos, pero ese ya es otro tema.