En lo que al mundo terrenal respecta, las religiones suelen tener como objetivo explícito que sus adeptos sean buenas personas. Dentro del cristianismo, religión predominante en esta parte del mundo, resuenan las palabras de Jesús, citado por Juan 13, 35: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor los unos a los otros.”
En el sentir común, se cree que ser una persona religiosa deriva en ser una buena persona, de ahí la insistencia en cultivar y difundir la doctrina desde la más temprana niñez.
Sin embargo, la realidad y la historia han demostrado lo azaroso y a veces falaz que resulta esta aparente relación de causa y efecto.
Es importante reconocer, en primer lugar, que en el mundo de hoy y en este contexto particular, mucha gente es al mismo tiempo religiosa y buena, y ellos mismos relacionan esta última cualidad con su devoción.
Ciertamente, la religión puede ser un método de perfeccionamiento personal y colectivo, una forma de crecimiento espiritual que derive en buenas acciones, en el sentido más amplio que puedan entenderse.
Sin embargo, también es evidente que bastante gente sinceramente religiosa comete acciones objetivamente dañinas en su entorno personal y social, no hallando contradicción entre sus creencias y tales formas de comportamiento, más bien justificándose en ellas.
Pese a la evolución que en la doctrina oficial de algunas iglesias ha habido al respecto, muchas de las más antiguas formas de discriminación y sometimiento de la mujer aún se amparan en la tradición religiosa judeo-cristiana, de la misma forma que se niegan derechos humanos fundamentales a sectores sociales tradicionalmente discriminados, esgrimiendo citas bíblicas.
Aun siendo una flagrante contradicción, personas que viven en el crimen y el delito se encomiendan diariamente a Dios. En esos casos, se dirá -con razón- que esa religiosidad es falsa e inconsecuente, pero el punto es que las creencias de esa gente son, desde su propio punto de vista, auténticas.
El Salvador es un país que se confiesa mayoritariamente creyente, de lo cual no se duda, pero es, al mismo tiempo, uno de los más crueles y violentos del mundo, así como el paraíso de la impunidad.
Militares y políticos señalados en el informe de la Comisión de la Verdad por su participación o encubrimiento de crímenes de lesa humanidad, algunos de los cuales hoy son diputados, siempre se declararon creyentes y andan predicando con su Biblia bajo el brazo. Cómo entienden ellos a Dios y a la religión, y si esta percepción es la “verdadera”, esos son otros temas; el punto importante es que en esos y otros muchos casos la religión en sí no ha producido buenas personas.
Reafirmo y amplío, antes de continuar, una idea ya expresada anteriormente: que ciertas prácticas religiosas pueden ser buenas y edificantes, siempre que se ejerzan como libre opción, propicien un sano discernimiento moral, cultiven valores humanos solidarios, impliquen el compromiso con el mejoramiento del entorno y, sobre todo, comprometan la responsabilidad en el uso de la propia libertad.
Añado y destaco lo siguiente: una práctica religiosa realmente humanizadora requiere de cierta dosis de librepensamiento, jamás de la ciega obediencia y nunca del fanatismo ni la obcecación. Implica además el reconocimiento de sí misma como una opción legítima dentro de muchas otras, incluyendo el ateísmo y la increencia. Esto lleva inevitablemente a la tolerancia y la convivencia pacífica.
De la negación de la relación causal absoluta entre religión y bondad, ya explicada anteriormente, se sigue por simple lógica que las personas no creyentes, sean ateas o agnósticas, tampoco han de ser necesariamente malas personas.
Por supuesto que hay malas personas sin dios ni religión, pero también es claro que hay quienes hacen mucho bien, aunque no crean en entidades sobrenaturales ni participen de cultos religiosos.
Ser no creyente es una opción y no implica automáticamente una mayor o menor estatura moral. Es, en cambio, un pensamiento primitivo, intolerante y promotor de violencia el usar “ateo” como sinónimo de “malvado” y “corrupto”, y como antónimo de “santo”, “justo” y “bueno”.
En el entorno actual, es lamentable que a muchas personas atrapadas en el fanatismo religioso les resulte imposible siquiera concebir esta idea: que una elevada conciencia moral puede desarrollarse desde una perspectiva estrictamente humanista, es decir, sin necesidad de pertenecer a una religión o creer en Dios.
Al menos para entender esto debería servirnos vivir en una época en donde supuestamente ya se ha superado ese terrible oscurantismo.