1989 fue un año laboral difícil, por lo que hube de buscar complementos para la mínima labor docente que por entonces ejercía. Producto de coincidencias circunstanciales, un conocido mío que trabajaba como pianista de restaurante me ofreció la posibilidad de sustituirlo ciertos días a la semana, lo cual acepté no sin antes evaluar seriamente si podía armar un repertorio de un par de horas para tal fin.
Así, un mediodía a la semana estaba tecleando en el restaurante "Basilea", de la Zona Rosa, y otra noche de sábado, en el restaurante "Ciao", de la Escalón. Creo recordar que la remuneración por hora tocada oscilaba entre diez y doce colones, con lo que semanalmente hacía a veces hasta cincuenta cristóbales, un refuerzo nada despreciable en aquella época.
En el "Basilea", recuerdo que la dueña siempre pasaba por el piano para recordarme de no traspasar el límite de volumen del aparato acústico, a fin de que las melodías se expandieran por entre aquel espacio rodeado de plantas y fuentes sin interrumpir las conversaciones de los comensales. Por la hora y el lugar, alguna vez los clientes echaban una mirada al pianista y hasta hubo quien solicitó alguna canción.
En el "Ciao", en cambio, la indiferencia era el estándar, tanto de los dueños como de los clientes. Lo bueno de este sitio era que cenaba allí, generalmente una sabrosa lasagna por cuenta de la casa; lo malo, el transporte de regreso, un pick-up como para ganado, cubierto con lona en noches de lluvia. De aquí renuncié la misma noche en que al propietario se le ocurrió la denigrante idea de sustituir la mencionada cena por unas hamburguesas mandadas a traer de la tienda de la esquina.
A la distancia, aquellas experiencias las recuerdo con simpatía, aunque en esos momentos puntuales, oculto tras maderas y cuerdas, había siempre cierta insatisfacción proveniente de sentirse como un objeto decorativo al que el público oía sin escuchar.
Por eso me pregunto si, de tener que elegir, ¿preferirá el artista la atención y el aplauso antes que el vil metal?
sábado, 10 de marzo de 2007
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1 comentario:
Cosas veredes: jamás me habría imaginado a tu largo esqueleto (bueno, con todo lo demás, se entiende) doblado sobre un piano en un restaurante. Añade interés a tu futura biografía, que esperemos no caiga en manos de alguien gordo y chismógrafo.
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