¿Qué le diría usted a un boxeador que, amoratado por la soberana paliza que le acaban de propinar en el cuadrilátero, en la misma rueda de prensa (una hora después del último trompón) pide la revancha para dentro de un mes?
Algo así ocurre con el FMLN, que pasó de recibir casi 850 mil votos en 2015 a unos 475 mil en 2018 (es decir, un 44 % menos). Una caída tan dramática no es casual, sino producto de la acumulación de muchos factores que resultaron en la pérdida de confianza que llevó a 375 mil electores a dar la espalda al fracasado proyecto revolucionario.
Muchos análisis de las causas de la debacle se han publicado (uno de los más completos, el de Ricardo Vaquerano en la Revista Factum), por lo que el presente artículo de opinión no pretende ser otro más, sino plantear una propuesta bastante osada para que el FMLN recupere la confianza de la población y sea, a mediano plazo, una alternativa viable para abanderar las reivindicaciones sociales.
Ante todo, el desplome del partido de izquierda debe verse como una verdadera tragedia para quienes han dedicado la mayor parte de su vida a la lucha revolucionaria. Desde una perspectiva psicológica, es similar a la pérdida de un ser querido; de ahí las manifestaciones típicas de las primeras etapas del duelo (aquellas que formuló la psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross), tales como la negación y la ira.
En efecto, no es de otro modo como hay que entender las expresiones de amargura de veteranos dirigentes repartiendo culpas entre todas las entidades e instituciones imaginables: la oligarquía, la Fiscalía, los poderes fácticos, la Sala de lo Constitucional, la sección de Probidad de la CSJ, los grandes medios, los empleados/as públicos (en términos de “esos hijos de puta”), etc.; amenazando con volver a la lucha de calle para superar la insignificancia legislativa que se les viene por los próximos tres años. En estas lamentables declaraciones, la analogía suprema la dio un diputado que citó el pasaje bíblico de Jesús y Barrabás, comparándose a sí mismo con el Redentor.
Pasados algunos días, se han conocido otras expresiones más mesuradas (como la declaración de Gerson Martínez), que parecen estar en la tercera etapa del duelo: engañarse con una ficticia negociación, tipo “si en menos de un año cambiamos y corregimos, la gente volverá a creer en nosotros”.
No muchas voces se han expresado desde la cuarta etapa, la depresión, aunque seguramente existe en varios/as militantes de corazón: la casi certeza de que el Frente llegará irremediablemente a la mínima expresión de los otrora partidos grandes (PCN y PDC), con el dolor que conlleva saber que han perdido su vida en un proyecto que se reveló inoperante para realizar lo que tanto anhelaron.
Así, la única forma de superar esta pérdida es llegar a la etapa final, la aceptación, tras la cual es posible replantearse las cosas con serenidad y sabiduría… y continuar con renovada esperanza.
Y sin embargo… llegar a eso no es sencillo.
El FMLN debe tener claro que ni ellos ni ninguna otra institución pueden hacer ese proceso de transformación interna de manera efectiva en un tiempo tan corto como el que falta para la próxima elección presidencial.
Querer “ya” la revancha es ir a otra derrota anunciada, que puede ser aún peor considerando el factor mesiánico de Bukele. Ciertamente, no es descabellado pensar que el FMLN podría ver la segunda vuelta presidencial de 2019 por televisión.
Hay quienes creen que lo urgente para el Frente es pasar página y abocarse a la campaña presidencial, haciendo (por pura necesidad de maquillaje) algunos cambios superficiales; sin embargo, lo verdaderamente importante es repensarse, actualizarse y refundarse.
El FMLN necesita una completa reingeniería, que pasa por temas tan difíciles la jubilación de su anciana dirigencia, acostumbrada al verticalismo jerárquico, así como su dogmatismo ideológico, que lo mantiene anclado en los años setenta.
Lo grave es que, habiendo hecho tantas cosas mal durante tanto tiempo, no hay ahora mismo a quién o quiénes pasarles la estafeta para dar un relevo generacional justo y necesario, que sea percibido como algo realmente diferente a lo visto en el pasado.
Por lo anteriormente expresado, el FMLN debería abstenerse de participar en la elección presidencial de 2019, para iniciar un genuino proceso de renovación y reestructuración, proyectándose hacia las legislativas y municipales de 2021 (y a más largo plazo, las presidenciales de 2024).
Esto le permitiría enfocar tiempo, recursos y energías a un trabajo institucional que le permitiría aterrizar aquí y ahora, en El Salvador del siglo XXI, y garantizar su futuro político en las próximas décadas.
Volviendo a la analogía del principio: si aquel boxeador quiere tener opciones reales de ganar la próxima pelea a su feroz oponente, debe hacer las cosas de manera muy distinta, comenzando por un análisis objetivo de fortalezas y debilidades, cambiar de entrenador, actualizar sus métodos de trabajo y, sobre todo, darse el tiempo suficiente para que estos cambios produzcan efectos reales.
Suena lógico, ¿no? El único problema es que ese boxeador es conocido por ser tan, pero tan necio...