miércoles, 18 de octubre de 2023

Una oposición delirante


Publicado en ContraPunto.

En el panorama político al inicio formal y oficial de la campaña presidencial 2024, el adjetivo “delirante” parece calzarle a la perfección a la oposición política salvadoreña. Este no debe entenderse como agravio, sino como una apropiada descripción del estado en el que se encuentran y desde el cual se presentan a competir, puesto que delirar significa “desvariar, tener perturbada la razón por una enfermedad o una pasión violenta” o también “decir o hacer despropósitos o disparates”.

Comenzando por el partido Arena (que, a tenor de su 12 % obtenido en las elecciones de 2021, vendría a ser la segunda fuerza política), está claro que ya no es más el instrumento de la oligarquía tradicional y los sectores económicos más poderosos del país, conclusión que se desprende no solo de su declarada falta de financiamiento sino además de la ausencia de liderazgo y participación de quienes, en otros tiempos, representaban o provenían directamente de dichos sectores. La patética situación de este otrora monumental instituto político tricolor se asemeja a aquella grotesca curiosidad científica de 1945 en Colorado, Estados Unidos: Mike, el headless chicken, un pollo que siguió vivo por un par de años pese a haber sido decapitado, dando grotescos tumbos sin sentido.

Ciertamente, lo que ha quedado de Arena es un remanente acéfalo de militantes y dirigentes, incapaces de articular una propuesta coherente con sus pregonados principios republicanos y nacionalistas. Su desprestigio consciente es tal que prefirieron adoptar la candidatura de un desconocido Joel Sánchez, propulsado por una ficticia “sociedad civil”, antes que lanzar una fórmula orgánica. Los propulsores visibles de esta candidatura son un siquiatra obsesionado contra el ciudadano presidente de la república, productor incansable de furibundas diatribas sin más fundamento que su propia bilis, y un defenestrado y bastante desgastado político de la vieja escuela, capaz de ver un cuarto de millón de manifestantes donde apenas marchan algunos cientos, mayormente acarreados. Finalmente, en cuanto sus propuestas y lemas de campaña, si hay algo que Arena y su penosa dirigencia han sabido hacer muy bien es producir más anticuerpos en la población, acuñando la tristemente célebre frase “de la seguridad no se come” y emprendiéndola contra laptops y tablets para ofrecer cumas en su lugar.

Con respecto al FMLN, cuyo caudal de votos a duras penas llegó al 7 % aproximado en las últimas elecciones, se presenta como un partido en caída libre. Con sus dos expresidentes de la república prófugos de la justicia por escandalosos actos de corrupción, así como muchas figuras de su envejecida dirigencia procesadas judicialmente por enriquecimiento ilícito, únicamente la necedad y tozudez ideológica (característica de los movimientos de izquierda, aún desde la más insignificante minoría) podría explicar que aún tuviese simpatizantes, al menos los necesarios para alcanzar el número mínimo de votos o aunque fuera un solitario diputado para no desaparecer del mapa político.

La mejor carta de presentación de su candidato, Manuel “Chino” Flores, es la pretensión simplista de no relacionarse con el pasado partidario y afirmar que tiene las manos limpias, pero al ser una candidatura orgánica arrastra inevitablemente las taras e incoherencias de un instituto político desfasado con la realidad y, sobre todo, repudiado a causa de la traición cometida contra los intereses populares que dijeron enarbolar durante décadas y les llevó a mantener una guerra civil que costó tantísimas muertes y destrucción. A falta de credibilidad y propuestas políticas serias, Flores parece haber adoptado con gusto el papel de bufón político, con propuestas risibles del nivel de la sopa de patas y capiruchos en vez de teléfonos para los niños, o reciclando ofertas demagógicas de hace una década (que, por demás, jamás cumplieron). En esto, al Chino Flores hay que reconocerle, no obstante, su capacidad de expresarse con seguridad y absoluta convicción, aun cuando lo que esté diciendo no tenga ningún sustento; así como la valentía de exponerse a todo tipo de vejaciones verbales por parte de la población, sin contraer un solo músculo de su rostro.

En cuanto a la fórmula presidencial asumida por el partido Nuestro Tiempo, esta tiene características particularmente extrañas. Su gestación estuvo en un grupo de organizaciones aglutinadas en el movimiento Sumar por El Salvador (otro intento de “sociedad civil”), proponiendo al exmilitar y abogado conservador Luis Parada como candidato a presidente, junto a la activista progresista Celia Medrano como vicepresidenta. Además de la incoherencia ideológica esencial, tuvieron un problema de origen: la dupla fue anunciada al público por un sector de Sumar, cuando aún no existía acuerdo firme de todos sus propulsores: una acción estratégicamente difícil de entender que, lógicamente, abortó el plan de supuesta unidad.

Ya en el terreno y una vez lanzada al ruedo, la candidatura de Nuestro Tiempo parece apostarle a cierto sector de la población que consume y reproduce ese discurso particularmente crítico e implacable de cierto sector del periodismo en contra del gobierno, aglutinado en torno al periódico digital El Faro y otros similares, con el sustento de un par de organizaciones que se presentan como defensoras de los derechos humanos, financiadas desde el exterior, sin excluir a alguna institución de educación superior que acumuló prestigio en décadas anteriores, por sus agudos análisis de la realidad nacional.

Consonancias o disonancias aparte, el problema de esta fórmula es que reproduce algunas características de sus autores intelectuales que les impiden conectar con el gran público, especialmente la petulancia y pedantería propias de quienes se han llegado a describir a sí mismos como “los más pensantes”. Desde esa pose de superioridad intelectualoide, manifiestan su desprecio hacia la mayoría de la población que apoya la gestión del actual gobierno, tildándola de engañada e ignorante (cuando no usan otros adjetivos más abundantes y peyorativos) y atribuyendo la popularidad del presidente Bukele a la “desinformación y propaganda”.

Lo anterior explicaría que lancen propuestas deliberadamente radicales, altaneras, irreales, imprudentes o impopulares: desde pedirle a los candidatos de Arena y el FMLN que se retiren para dejarles el camino libre como fórmula opositora única, hasta amenazar con perseguir penalmente al presidente de la república, pasando por la promesa de desconocer a los magistrados de la Corte Suprema de Justicia (prácticamente dar un golpe de estado) y regañar en público al embajador del Reino Unido por haberse reunido con todos los candidatos incluyendo a Bukele.

De los demás partidos en contienda presidencial, hay poco que decir, salvo que apenas aparecen en las encuestas de opinión y gozan de la casi total indiferencia de los votantes.

Teniendo en cuenta que las elecciones de 2021 marcaron un apoyo al gobierno del 66 % (sin contar a los partidos aliados, con cuyo concurso llegaría al 75 %), y considerando además las mediciones de opinión pública de diversas encuestas subsiguientes, no es descabellado estimar que la oposición política, aún considerada como un todo difuso y ambivalente, podría ser de un nada despreciable mínimo de 25 %.

Sin embargo, dadas las características delirantes y decadentes que se han expuesto anteriormente, esa cuarta parte de la población que estaría descontenta con el actual gobierno difícilmente podrá ser atraída en positivo por los partidos opositores existentes. Hará falta, entonces, que estos desaparezcan del espectro político y, sobre todo, que sus decadentes figuras entiendan y acepten su propia obsolescencia, dejando paso a una nueva oposición, constructiva y propositiva, que esté a la altura de las necesidades del país.

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