Hace algún tiempo, al caer la tarde, llamó a la puerta una señora que tenía toda la aflicción posible en su rostro. Entre su turbación, dijo ser una vecina de a la vuelta de la esquina. Le creí, aunque jamás la había visto antes.
Me dijo que a su señor esposo, enfermo de no recuerdo qué, se le había agotado una medicina vital y la necesitaba con urgencia, pero no tenía efectivo a la mano y tampoco encontraba la tarjeta de débito.
Entre sobresaltos y visibles lágrimas, me pidió de favor -superando la vergüenza que ello implicaba- que le diese en préstamo la cantidad de dinero necesaria para salir del percance.
Ofreció firmar un pagaré, comprometiéndose a regresar horas más tarde para retornar la cantidad recibida, en cuanto llegase una pariente cercana a quien no había podido contactar en la urgencia.
La señora firmó el documento redactado a mano, recibió el dinero y se retiró con la natural prisa que ameritaba salvar una vida.
Han pasado ya más de cinco años, el pagaré aún lo tengo aquí y a la señora no he vuelto a verla.
He considerado varias hipótesis para explicar lo sucedido.
Si el esposo se agravó y requirió inmediata hospitalización por varios días, es lógico que la señora no haya podido venir a pagar el préstamo. También es posible que, si la situación fue a peor, algún pariente se haya ofrecido a venir en su nombre, pero no haya encontrado la dirección o haya venido precisamente en un momento en que no había nadie en casa. Incluso puede ser que a la propia señora le haya dado algo, dado el estado de extremo nerviosismo en que se encontraba.
No sé, este asunto me tiene muy intrigado. ¿Qué habrá ocurrido?