Publicado en Diario El Salvador.
El concepto de paradigma es bastante amplio y su significado varía según el ámbito en el que se aplique. Referido las humanidades, específicamente las ciencias sociales, un paradigma es un conjunto de creencias desde las cuales se percibe, se interpreta y se responde ante la realidad; en ese sentido, puede considerarse un modelo o patrón mental compartido por personas o colectivos, el cual actúa como un organizador ideológico de los hechos y datos que recibimos del entorno, así como de nuestras reacciones.
La relación entre los paradigmas y la realidad es recíproca, no siempre está claro qué ocurre como causa y qué como consecuencia. Por una parte, se puede pensar que nuevos paradigmas (como ejercicios teóricos o propuestas sociopolíticas) pueden moldear la realidad; sin embargo, la sociedad también puede cambiar debido a su propia dinámica hasta un punto tal que sea inaprehensible desde los paradigmas tradicionales y, entonces, obligue a crear unos nuevos para asimilarla y comprenderla.
Pareciera que la realidad política salvadoreña actual tiene un poco de ambas cosas. La llegada al poder del presidente Nayib Bukele en 2019 evidenció la obsolescencia de algunos elementos paradigmáticos electorales, tales como la preponderancia absoluta de una estructura partidaria histórica por sobre el liderazgo individual o la necesidad imperiosa de mítines multitudinarios para asegurar simpatías y votos. Luego, a partir del inicio de su ejercicio en el poder, su inusual estilo de gobierno parece requerir de nuevos paradigmas políticos que lo expliquen; pues incluso sus detractores internos y externos admiten, explícita o tácitamente, que su gestión no se ajusta al manual (por decirlo de algún modo).
En este tema, sería interesante analizar el aparente cambio de actitud de la actual administración estadounidense hacia el gobierno salvadoreño, la cual pareciera haberse movido de una hostilidad sensible (más notoria a partir de la instalación en 2021 de la Asamblea Legislativa) hacia un discurso más respetuoso y colaborativo en los últimos meses (coincidiendo con la llegada del nuevo embajador). Esto abonaría a la tesis de que los encargados de ver los asuntos latinoamericanos desde el país del norte se habrían desconcertado hasta el punto de recelar del paradigma inicial que los activistas opositores les vendieron (and they bought it), para observar con mente más abierta el panorama sociopolítico salvadoreño.
En cuanto a la oposición política local, la obsolescencia de los paradigmas con que accedieron al poder y gobernaron por décadas quedó evidenciada en los descalabros electorales de 2019 y especialmente de 2021; sin embargo, lo más grave para ellos es que siguen apegados a esos esquemas caducos en su forma de comprender la realidad y de hacer oposición, aparte de que sus figuras más visibles se resisten a aceptar su necesaria jubilación política.
Un dato relevante en este análisis es que esa apuntada persistencia de los paradigmas vencidos también ocurre en personas e instituciones de la intelectualidad que, en otras épocas, eran tenidos como referentes de opinión y análisis. En relación con lo anterior, también cabe señalar que cierto sector del periodismo (que se presenta a sí mismo como la conciencia crítica de la sociedad) ha transformado su profesión en puro activismo, por paradigmas propios, hecho que en combinación con ciertos egos desmesurado les complica severamente su labor analítica y comunicativa.
De cara al presente y al futuro inmediato, queda por ver si la continuidad en el ejercicio del poder de la actual fuerza política durante el próximo quinquenio confirma la necesidad de elaborar, de manera explícita y teóricamente articulada, esos nuevos paradigmas. En esta labor, una intelectualidad que sea capaz de reinventarse y pensar out of the box es la que tendrá la palabra.
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