sábado, 30 de septiembre de 2023

Un espacio más

Ya impulsado al riesgoso arte del comentario político (que insisten en ponerme "analista"), atendí la invitación de Radio Fuego 107.7 FM, para conversar sobre temas de actualidad (panorama electoral y estado de excepción), así como un brevísimo repaso a mi trayectoria como escritor. Siento que estuve a la altura.

Hoy en #BuenosDiasElSalvador nos tomamos #UnCafeCon Rafael Góchez escritor y analista político

Hoy en #BuenosDiasElSalvador nos tomamos #UnCafeCon Rafael Góchez escritor y analista político

Publicado por Fuego 107.7 en Viernes, 29 de septiembre de 2023

domingo, 24 de septiembre de 2023

Migración inversa y burbuja inmobiliaria

Publicado en ContraPunto

Hace algunos meses, un joven profesional me comentaba acerca de sus planes para formar familia, con simultánea ilusión y desazón, este último sentimiento provocado por la enorme dificultad de adquirir una casa propia acorde a sus expectativas y a precio razonable. En pláticas informales con diversas personas al hablar del tema, la conclusión ha sido siempre generalizada: los precios de las viviendas están elevadísimos y las cuotas son inaccesibles, incluso para aquellos afortunados que califiquen como sujetos de crédito. El corolario apareció en un tuit reciente de un periódico digital: “Sector inmobiliario enloquece y elevan las viviendas a precios irreales”, mencionando casos concretos en colonias populosas y populares.

El término “burbuja inmobiliaria” se utiliza, desde hace un par de décadas, para describir el incremento sensible de los precios de bienes inmuebles, percibido por los posibles compradores como excesivo o injustificado, muchas veces puramente especulativo. En este tema, como en casi todo, opera la simple y primitiva ley de la oferta y la demanda: si hay suficientes personas con el dinero y la voluntad de comprar a semejantes precios (a lo sumo, con un moderado regateo), la oferta se adecúa a esa demanda y los precios se mantienen altos. Si, por el contrario, los montos solicitados por las viviendas no encuentran suficientes clientes con los recursos monetarios para pagarlos, la oferta supera a la demanda y necesariamente los precios bajan.

De acuerdo a lo anterior, la pregunta clave en esto es, entonces, la siguiente: ¿de dónde sale tanta gente comprando viviendas a esos precios?

Una de las hipótesis más mencionada es que hay una significativa cantidad de salvadoreños que trabajan y residen en el exterior, especialmente en Estados Unidos y Canadá, interesados en regresar al país a corto o mediano plazo, en muchos casos con miras a vivir aquí su retiro laboral. Esto se explicaría principalmente por dos factores: el primero, el peso de la raíz sociocultural (clima tropical incluido); el segundo, la notable mejora de la seguridad ciudadana en el país que los vio nacer. Dicho en otras palabras: el anhelo de muchos compatriotas por volver a su tierra en condiciones favorables parece ser ahora mucho más factible. El término acuñado desde la esfera gubernamental para describir este fenómeno es “migración inversa”.

Para indagar más sobre esta hipótesis, consulté con una persona experimentada que trabaja en el rubro de bienes raíces, quien maneja inmuebles de amplio rango de precios: desde viviendas moderadamente sencillas hasta casas y apartamentos que podrían considerarse relativamente lujosos. Me dijo que, efectivamente, la clientela formada por salvadoreños en el exterior es un factor que ha influido en la creación de esta burbuja, por cuanto el valor de cambio del dólar en El Salvador no es el mismo que en Estados Unidos, pues cien mil dólares representa un valor muchísimo más elevado aquí que allá (digamos diez años de salario contra dos, para alguien con un empleo donde gane moderadamente bien).

Sin embargo, la agente de bienes raíces consultada me aclaró que no es tan cierta la queja local frecuente de que los hermanos lejanos compran al precio que sea; sino que ellos generalmente investigan, comparan, buscan referencias y toman decisiones informadas, para no dejarse sorprender por intermediarios informales que quieran domárselos. Otro elemento que mencionó es que, al parecer, la efervescencia inmobiliaria de la primera mitad del año está tendiendo a aminorar, no en cuanto a que bajen los precios alcanzados sino que ya no están aumentando al mismo ritmo que lo hicieron hace algunos meses.

Así explicado el fenómeno, queda la interrogante de cuáles van a ser las opciones de vivienda accesible para aquellas personas que, como el joven profesional mencionado al inicio del artículo, quieren pero no pueden independizarse e iniciar su propio núcleo familiar. Los especialistas en el tema, tanto del sector público como del privado, son los llamados a hacer propuestas viables y además sostenibles en el tiempo y en el espacio.

miércoles, 20 de septiembre de 2023

Hablando con prudencia

Este día fui invitado al programa matutino "Las cosas como son", que conduce el periodista Natan Váquiz, para conversar largo y tendido sobre temas políticos. Hay varias citas de lo que dije, frases que hay que poner en su debido contexto, pero en general considero haber hablado con prudencia y tratado de fundamentar lo dicho. No sé qué tantos haters pueda haber ganado (espero que no muchos), pero creo importante ejercer la ciudadanía expresando mis opiniones con respeto y algo de sensatez. Cruzo los dedos por que, si en el futuro hay más oportunidades así, esté a la altura de las circunstancias.


👉🏽 Entrevista completa.

Charla histórica

En el 202º aniversario de nuestra independencia patria, tuve la oportunidad de hablar largo y tendido sobre la independencia y la identidad nacional, en el programa Debate TCS, que se transmite a las 8:00 p.m. por los canales 5 (en cable) y 35 (en señal abierta). Dejo aquí el enlace de la nota resumen, en donde hay extractos de mi intervención, así como la entrevista completa.

👉🏽 Nota informativa.

👉🏽 Entrevista completa.

sábado, 16 de septiembre de 2023

Requisitos discriminatorios

Publicado en ContraPunto.

Toda persona que anda en busca de una oportunidad laboral seguramente ha experimentado ese instante emocional e íntimo, al momento de ver un anuncio de plaza vacante y leer los requisitos para aplicar a dicho empleo, celebrando como una pequeña pero esperanzadora victoria cada una de las características solicitadas que está segura de cumplir e incluso lanzándose con optimismo al reto de asumir aquellas de los cuales duda tener al cien por ciento (entre ellas, las que son de dudosa medición objetiva, como el “espíritu colaborativo y de superación”).

Sin embargo, en estos afanes no todas son alegrías, pues también hay que rumiar con amargura esas otras condiciones de la convocatoria que descartan a la persona de entrada, no siendo por habilidades técnicas específicas e imprescindibles para el puesto, sino exigencias realmente antojadizas, objetivamente discriminatorias, francamente ambiguas o incluso que tocan aspectos del propio ser y su dignidad.

Evidentemente, si alguien sabe desde el inicio a qué tipo de empleo y en qué tipo de institución se está postulando, la misma persona ajusta sus expectativas a esa realidad y decide aplicar o no al puesto. No tiene ningún sentido, por ejemplo, que un farmacéutico pida trabajo como ingeniero civil, tampoco que alguien envíe una solicitud para puesto de electricista si no sabe ni cómo cambiar un foco. El problema viene cuando en las convocatorias hay requisitos que nada tienen que ver con la calificación profesional o las habilidades necesarias para desempeñar el trabajo requerido, tales como la edad, el sexo o la profesión religiosa.

En el caso de la discriminación por edad (cuyo término acuñado y registrado en el diccionario es “edadismo”), es frecuente encontrar en las convocatorias restricciones tipo “no mayor de 35 años” y a veces menos, lo cual no obedece sino a una burda lógica empresarial de sumisión, en tanto se considera a las personas de mayor experiencia y edad como proclives al conflicto si estas tienen que defender sus derechos laborales.

En el caso del sexo, pedir que el candidato sea hombre o la postulante sea mujer generalmente se debe a los estereotipos sociales en cuanto a las profesiones, excepto en casos muy específicos en donde puede tener sentido este requisito (por ejemplo, si busca una dependiente para la sección de ropa íntima femenina en un almacén, o si quiere un custodio para un centro penal destinado exclusivamente a población masculina).

En cuanto al tema religioso, exigir una determinada profesión de fe para poder aplicar a un empleo no solo es inverosímil en una sociedad secular supuestamente fundamentada en las libertades, entre ellas la religiosa, sino que también es ilegal. Una sentencia de 2008, de la Sala de lo Constitucional salvadoreña, esclarece que el Estado y los particulares están obligados a “no adoptar medidas coercitivas para que [una persona] manifieste sus creencias” y también los inhibe para “investigar sobre las creencias de los particulares”.

En este último caso, se podría argüir que si el empleador fuese una institución confesional en donde el puesto estuviese directamente relacionado con la propagación de sus creencias fundamentales (por ejemplo, una iglesia que busque un director para sus escuelas dominicales en donde se adoctrina a los asistentes), el requisito de profesar la misma religión del convocante sí tendría sentido; sin embargo, sería discriminación injustificada si una universidad, cualquiera sea su filiación, incluyese esta exigencia específica para contratar docentes, confundiendo su rol con el proselitismo.

Si lo que se quiere es construir una sociedad fundamentada en la integración y el respeto a la diversidad, persistir en requisitos como los apuntados no abona en nada; por el contrario, dicha actitud refuerza prejuicios e impone de facto limitaciones al derecho al trabajo. En este sentido, conviene pensar en crear o ajustar la normativa al respecto, tarea que corresponde al Ministerio de Trabajo y, de ser necesario, a la Asamblea Legislativa.

jueves, 14 de septiembre de 2023

El sentido de celebrar la independencia

Publicado en Diario El Salvador

Las celebraciones de la independencia ocurren en todos los países que alguna vez fueron colonias de pasados imperios, celebrando así el nacimiento de ese colectivo como nación. Sin embargo, por realizarse de manera casi automática, muchas veces se olvida actualizar su sentido, siendo necesario volver a reflexionar sobre la identidad nacional y su historia.

Hasta hace unos setenta años, el discurso oficial dictaba una visión romántica de la independencia, según la cual un grupo de nobles patriotas —liderados por el presbítero José Matías Delgado y henchidos de ideales— arriesgaron sus vidas para darle al pueblo la ansiada libertad, quebrando así el yugo español. La visualización de ese mito está en un famoso cuadro del pintor chileno Luis Vergara Ahumada, donde se ve a Delgado arengando a la extasiada multitud (brazo extendido señalando al futuro), composición gráfica que llegó al pueblo impresa en los antiguos billetes de cinco colones.

Sin embargo, a mediados de los años cincuenta comenzó una calculada labor de demolición de la cultura tradicional (entendida como “ideología” en el sentido de representación falsa de la realidad), aparejada al surgimiento de las organizaciones políticas y militares de izquierda. El primer símbolo artístico relevante que representó ese quiebre fue el poema-discurso “Patria exacta”, de Oswaldo Escobar Velado (agria y desgarradora contracara de la “Oración a la bandera”); mientras que el libro más demoledor fue la monografía El Salvador, de Roque Dalton, publicada por el sello cubano Casa de las Américas en 1963 (prácticamente la base y preludio académico de Las historias prohibidas del Pulgarcito, su obra contracultural más representativa).

Como resultado de lo anterior, durante las convulsas décadas de los setentas y ochentas las celebraciones patrias fueron cayendo en descrédito ante muchos sectores de la población. Los próceres perdieron su aura mística y pasaron a ser vistos como una élite criolla de gestores de una independencia conveniente solo para sus intereses económicos, los fundadores del estado semifeudal oligárquico que se perpetuó por décadas a base de negarle sus derechos a las mayorías. En este afán, hasta hubo activistas radicales de izquierda que quemaron la bandera nacional, en señal de repudio al statu quo.

Finalizada la guerra civil, las celebraciones de la independencia resurgieron en medio de los escombros de la demolición que supusieron 12 años de matanza inútil y más de 80,000 víctimas mortales. El azul y blanco fue abrazado entonces de manera universal por los salvadoreños en un soñado reencuentro.

Tristemente, las dos décadas y media de progresiva decepción política y descomposición social que siguieron a la firma de los Acuerdos de Chapultepec fueron creando una mancha degradante para el orgullo nacional. Identificarse como salvadoreño implicó evocar irremediablemente a la capital mundial de los homicidios y el reino de la más salvaje impunidad, provocando incontables expresiones de desazón; sin embargo, nuestros símbolos patrios pervivieron como una declaración implícita de perseverancia y fidelidad a los ideales de un mejor destino.

Hoy, a 202 años del acta de independencia de Centroamérica, el entusiasmo por la celebración de la existencia de este colectivo llamado República de El Salvador ya no depende de los dudosos motivos por los que actuaron los próceres. Nuestras celebraciones y símbolos han sobrevivido a tantas estocadas porque los colectivos no pueden existir sin una identidad, aunque sus orígenes hayan sido polémicos. Gestos tan sinceros como el canto fervoroso del Himno Nacional, enarbolar jubilosos nuestra bandera y declarar con orgullo nuestra nacionalidad en cualquier rincón de la tierra representan ahora la esperanza vigente en la inmensa mayoría, por recorrer el camino definitivo hacia la emancipación de los grandes males históricos que han bloqueado sus más caras aspiraciones.