domingo, 26 de octubre de 2008

¡Pobre tipo!

“My way” es una de las canciones más cantadas en la historia de la música, por varios intérpretes y en multitud de idiomas. La letra que Paul Anka le puso a una canción francesa es, en verdad, una declaración plena y satisfecha de quien está al final de su vida: hay en ella frases de sereno lirismo, asunción madura del propio ser y cierto estoicismo. Disfrutar el significado y el sentido exige entrar de lleno en la lógica del inglés, pues ninguna traducción es ni puede ser exacta, no sólo por el asunto de los paradigmas y campos semánticos, sino también por la dificultad añadida de mantener métrica y rima.

La versión en español de este tema se titula “A mi manera” y ha sido interpretada por cuanto cantante algo viejón y con voz potente haya habido en nuestro idioma. Sin embargo, aunque los versos intentan mantener el tono vital de la original, hay allí una estrofa contradictoria, impertinente y machista, que hace fracasar todo el proyecto, a pesar de la calidad de cualquier intérprete:

Jamás viví un amor
que para mí fuera importante:
corté sólo la flor
y lo mejor de cada instante.


Lo contrario ocurre con el tema que popularizó Sinatra, donde no hay lugar a dudas:

I’ve loved, I’ve laughed and cried,
I’ve had my fill, my share of losing.


Por estas pocas líneas es que, al tiempo que doy con una mano mis respetos para Paul Anka, dejo con la otra mis condolencias para ese otro tipo (que a saber quién es); porque si yo al final de mi vida me diera cuenta de que no amé (y, por lo tanto, no fui amado), rumiaría mis amarguras en privado y andaría, de verdad, de muy mal genio.

sábado, 18 de octubre de 2008

Los otros himnos

Etiquetar a una canción como “nuestro segundo himno nacional” me parece un excesivo acto de infantilismo y soberbia incultura. Lo primero, por creer que el mundo gira alrededor de nuestros gustos (o disgustos); lo segundo, por el atrevimiento de revelar en voz alta la propia falta de análisis.

Tenemos un solo himno, letra de Juan J. Cañas y música de Giovanni Aberle, punto. El coro expresa el orgullo abstracto de la nacionalidad, que existe hasta en los pueblos más humildes, al tiempo que manifiesta un compromiso con el bien colectivo, mientras que en la primera estrofa se reflejan ideales a los que ningún pueblo sensato puede oponerse: la paz, el progreso y la libertad (problema aparte es que algunas de sus palabras hayan sido miserablemente utilizadas por partidos políticos o tenebrosas instituciones).

¿Por qué entonces a cada momento leemos y escuchamos esa falacia de que que “El carbonero”, de don Pancho Lara, es una especie de himno suplente? Francamente y a riesgo de herir susceptibilidades e inmadureces, debemos reconocer que dicha canción, aunque popular a fuerza de ser enseñada maniáticamente en colegios y escuelas, carece de la riqueza musical sinfónica requerida por un símbolo patrio, pues apenas consta de un trío de acordes básicos y una melodía simple en las notas estrictamente compatibles hechas desde la más elemental sencillez. Su letra es la declaración lírica de alguien que vive de un oficio: la venta de carbón vegetal, actividad digna como cualquier trabajo honrado, pero minoritaria y que, evidentemente, ni nos aglutina ni nos identifica. Los valores subyacentes tampoco son para ponerse sublimes, ni desde el punto de vista ecológico (imaginémonos un pueblo de carboneros depredando árboles) ni desde la óptica social (el “¡Sí, mi señor!” es, cuando menos, servil).

Otra canción que ha padecido injustamente la sandez de tal denominación es el vals “Bajo el almendro”, de David Granadino, pieza instrumental de una época tan añeja como olvidada y que, hoy en día, sería el fondo musical justo para un vídeo cómico en blanco y negro y cámara rápida, o también para la lotería de Atiquizaya, entonado junto con los notables valses de Strauss por aquel célebre “músico trompa de hule, labios de hígado y culo de pájaro”.

Hay más canciones que también han sido mencionadas abusivamente como segundos, terceros y hasta cuartos himnos, tales como “Patria querida”, de Álvaro Torres (que, si acaso, aspiraría al discutible título de "Himno de los Hermanos Lejanos") y hasta “Las pupusas”, de Jhosse Lora cuando estaba con el grupo Espíritu Libre. Tampoco han faltado los fanáticos alienados que en su momento quisieron sustituir la trompetita nacional del “tan tararán” por el Himno de la Internacional Socialista o “El sombrero azul”; e incluso hay quienes, en sus peores delirios, no dudarían en poner como estandarte nacional el grito de “¡Patria, sí; comunismo, no!”, que amparó tantas matanzas, torturas y ejecuciones sumarias.

Por eso, compatriotas, paremos ya este tormento onomástico: tenemos un solo himno, letra de Juan J. Cañas y música de Giovanni Aberle. ¡Punto!

domingo, 12 de octubre de 2008

Olvido y error

A mediados de 1979 sonó en las radios del país la canción “Plástico”, de Rubén Blades y Willie Colón. Ella atacaba un estilo de vida que, en otros círculos, solía llamarse “pequeño-burgués” y actualmente los y las jóvenes identifican como “fresa”, con lo cual se describe a grandes rasgos la ideología de la apariencia y la superficialidad, lo vano e intrascendente.

El disco donde venía el tema, “Siembra”, lo compré dos veces, pues la aguja de mi tocadiscos siempre saltaba como rechazándolo, seguramente una combinación entre mala calidad del aparato y el acetato en sí (porque sólo con ése ocurría). El arreglo musical tenía la originalidad de los trombones como únicos metales y, además, un intermedio de acordes construidos sobre una impresionante disonancia. Las razones extra-estéticas para admirar la canción estaban, además, en una coincidencia naciente e ingenua de enfoques sobre el tema.

Al final de la canción, Blades habla también de que “se ven las caras orgullosas que trabajan por una Latinoamérica unida y por un mañana de esperanza y de libertad”, para después pasar lista de países y, tras cada mención, lanzar un vigoroso “¡Presente!”. Encabezan la nómina Panamá y Puerto Rico, países de origen de Blades y Colón, respectivamente. Luego siguen México, Venezuela, Perú, República Dominicana, Cuba, Costa Rica, Colombia, Honduras, Ecuador, Bolivia, Argentina y, entre el “fade out” característico de las grabaciones de aquella época, se distinguía un revolucionario “¡Nicaragua sin Somoza!”, seguido por “el barrio” y “la esquina”.

¿Y nosotros...? Pues al parecer éramos tan insignificantes como desconocidos por el cantautor panameño. Que tampoco haya mencionado a Guatemala, Brasil, Chile, Paraguay ni Uruguay, no quita hierro a la omisión, fallo agravado porque en teoría medio-vecinos y en ese entonces el país ardía en ímpetus y fragores de rebelión.

Estoy seguro que alguien se lo ha de haber reclamado a Blades, pues un par de años después escribió “Tiburón”, reivindicada por el frente rebelde como una alegoría anti-imperialista, cosa de la cual tiene bastante, implícita y explícitamente (“si lo ves que viene, palo al tiburón, pa’que no se coma a nuestra hermana El Salvador”), sólo que no acabamos de entender cómo podría atacarnos si el depredador acecha en el mar Caribe... ¡donde no tenemos costa!

Posdata: en esta excelente ejecución en vivo de "Plástico" (2011), Rubén sí recordó a los olvidados -> http://youtu.be/N_WoMizhIoo?t=1m12s