lunes, 30 de julio de 2007

En la UTEC... con algo de prisa.


Hoy presenté el recital "No hemos olvidado" (música de RFG y poesía de RGS) en el Auditorium de la Paz, edificio "Francisco Morazán", de la Universidad Tecnológica; evento que fue posible gracias a la gestión de Silvia Elena Regalado, de la unidad de cultura de dicho centro de estudios.

El público lo constituyeron casi en su totalidad estudiantes de materias humanísticas, aunque de características distintas a lo que fue mi generación a mediados de los ochentas: parecían un tanto más pragmáticos, como de prisa y muy supeditados al cumplimiento de obligaciones académicas.

De qué les pareció la mezcla de canciones y poemas que condensé en cuarenta y cinco minutos, no puedo decir mucho, pues no hicieron mayores comentarios; sin embargo, confío que en alguno haya calado el mensaje, cosa que siempre es posible. Y aquí, como en cada presentación que he tenido este año, también hubo algo novedoso: si en Alegría, Usulután, el público estaba tan cerca que se le oía hasta respirar, aquí los asistentes estaban tan lejos que... ¡casi tuve que verlos con telescopio desde el escenario!

sábado, 28 de julio de 2007

En la ferretería

Mi título de bachiller dice "industrial con opción electromecánica", lo cual les resulta curioso a muchas personas que me conocen por mis labores relacionadas con el arte. Sin embargo, desde siempre he tenido afición por desarmar aparatos y ver cómo funcionan, así como hacer varias reparaciones caseras hasta donde los límites que la prudencia establece.

Es así como para mí andar por los pasillos de una ferretería podría fácilmente tomarme todo un día. Que si hace falta reparar esto, que si se podría mejorar aquello, que si debería remodelarse lo de más allá: tales pensamientos acometen mi mente al punto tal que alguna vez he olvidado precisamente aquello para lo cual originalmente llegué al lugar (quizá comprar un par de clavos de acero).

El problema, obviamente, siempre es la limitación presupuestaria, porque entre la multitud de tenazas y pinzas, selladores y empaques, herramientas y tornillos, no dudo que, de tener vía libre... ¡quebraría cualquier límite crediticio!

sábado, 14 de julio de 2007

Apagones en la sala de cine

En dos ocasiones en mi vida he sufrido apagones en una sala de cine. La segunda vez fue hace algunos días, a media función de "Shrek III", en compañía de mi esposa, en uno de esos multicinemas de pantalla gigantesca. Supongo que el proyector debía tener algún sistema de apagado inmediato, pues la imagen se cortó abruptamente en cuanto falló el voltaje. Las lámparas de emergencia mantuvieron lo suficiente iluminada la sala, así que no hubo penumbras ni búsqueda angustiosa de salidas por entre oscuridad absoluta alguna. Pasados veinte minutos (el público persistente siempre conservó la esperanza, mientras jugaba con sus celulares), regresó el fluido y la función continuó sin contratiempos.

Eso me recordó la primera vez: fue hacia 1980, en el antiguo y ya inexistente cine "Olimpia", de Santa Tecla (no sólo por la ausencia de míticas deidades y arquitectura helénica es que el nombre de aquel cajón de ladrillo y cemento le resultaba esencialmente impertinente: el golpe odorífero que emanaba de la sala de deposiciones humanas era la contradicción por antonomasia del término "inodoro" y, de cuando en vez, transitaban pequeñas manadas de roedores por entre las filas de butacas de madera, tanto de "arriba" -donde la admisión costaba un colón con cincuenta centavos- como de "abajo" -un colón a secas, donde se concentraban la mayoría de guasones).

La película era "Mr. Billion", un filme de segundo o tercer orden protagonizado por Terence Hill (famoso por sus películas de Trinity), de la cual alcanzamos a ver los títulos y créditos de entrada, hasta antes de que la pantalla se fuera opacando y el movimiento se volviera más lento hasta diluirse en la negrura total, plena. Como era la época de la guerra y los apagones generalmente se debían a sabotajes, no esperamos más de diez minutos antes de abandonar a ciegas el local (a puro tanteo, pues de luces de emergencia, ni hablar).

Al respecto, revisando en la base de datos de películas en internet, concluyo ahora que de aquel apagón obtuve, a la larga dos beneficios: el primero, una anécdota familiar; el segundo... ¡perderme de una película muy mala!

jueves, 5 de julio de 2007

Chambonadas

No sé si del dicho "lo barato sale caro" pueda extraerse la conclusión de que algo por lo que se pagó una buena cantidad de dinero es sinónimo de calidad. Digo esto porque, dedicándome a encargar o hacer por mí mismo algunos trabajos de reparación en la casa, he descubierto muchísimas cosas muy mal hechas por la pequeña multitud de trabajadores (electricistas, fontaneros, albañiles, herreros, etc.) que desfilaron por aquí en los años anteriores y que, según parece, cobraron cantidades que no se pueden considerar despreciables.

Cinco ejemplos, para ilustrar:

a) Una estructura metálica destinada a sostener un techo, misma que ni siquiera está a escuadra (los tipos desconocían la plomada) y cuyos polines encajuelados fueron pintados a la carrera, con pintura demasiado diluida y sólo por la parte externa (de donde resulta que se oxidan desde dentro).

b) Un cable de electricidad que, para ahorrar distancia, fue tirado por sobre el techo, a la plena intemperie y sin el menor sentido estético ni ético (había uniones hechas a la carrera y con aislante débil).

c) Láminas de asbesto ("duralitas") que, con la lluvia, se humedecen tanto que uno es capaz de deshacerlas con los dedos (cortesía del fabricante, con la venia del consumidor que no protesta).

d) Un canal lámina galvanizada para desagüe, con un tubo de bajada tan estrecho que, ni bien llueve un poco recio, rebalsa inundando el cielo falso de todo ese pasillo.

e) Un lavadero de concreto, torcido al menos cinco grados a la izquierda con respecto a la horizontal.

De los dos trabajos que contraté por mi propio medio no me puedo quejar: parecen estar bien hechos y los obreros se miraban algo espabilados. Mas, viendo el estándar de calidad de los despropósitos anteriores, no puedo evitar preguntarme qué pasó entonces con la tan afamada mano de obra salvadoreña.

¿Será que todos los buenos emigraron? ¿Será que quienes mis predecesores tuvieron "pulso" para elegir tipos sólo de tan marcada in-habilidad?

domingo, 1 de julio de 2007

Víctima del monopolio

A propósito del mantenimiento y reparación de mi vehículo, a estas fechas he sido víctima del fabricante un par de veces. Consciente estoy de que hay repuestos automotrices que responden al diseño y características propias del modelo y año, de tal forma que la pieza debe ser original para encajar en toda la estructura (un faro de diseño tal, una pieza del engranaje, etc.). Sin embargo, estoy seguro que hay una directriz intencional expresamente dirigida a colocar cada vez menos elementos estándar en la maquinaria, de tal forma que el cambio de un simple switch de contacto (encendido-apagado), un mínimo empaque o un cable interno, tenga que llevarnos al repuesto importado desde la casa matriz, con el consiguiente alto costo.

Reflexiono y digo: si los fabricantes fueron capaces de hacer un vehículo al que le queden llantas de aro de trece pulgadas de diámetro, con un ancho estándar y características compatibles con cualquier marca de cauchos, es que se pueden hacer las cosas pensando en proteger el bolsillo del consumidor, en vez de acudir a prácticas monopólicas.

¿Ante quién imploraremos defensa? En mi caso, tendré que esperar a que la marca de mi vehículo sea tan común como los Toyota o Nissan, para que los chinos comiencen a fabricar clones de repuesto a bajo costo, pues a este paso no sería raro que algún modelo por venir fuera tan exclusivo que necesitara llantas fabricadas especialmente para él, o un sistema tal que utilizara baterías que trabajaran a quince voltios en vez de doce, para obligarnos a comprar cada mínimo elemento eléctrico a su fabricante exclusivo... ¡al precio que ellos digan!