miércoles, 26 de diciembre de 2007

Tácticas de panadería

En una céntrica esquina de Santa Tecla (rodeada del caos citadino que forman los vendedores ambulantes conjugados con los comercios de electrodomésticos, cada quien y cual con su lesivo altoparlante), hay una panadería que yo recuerdo desde los tiempos de mi infancia, incendio intermedio incluido. A su primigenia función de producir pan dulce para venta al mayoreo y menudeo ha añadido los servicios de cafetería y pastelería, pero aquella primeramente establecida es la razón por la que siempre pasa atestada de gente.

Como siempre han funcionado así y les ha ido bien, no han visto la necesidad de organizar el despacho de pedidos por turno de llegada (por medio de un numerito obtenido en un dispensador electrónico, por ejemplo), aunque seguramente el intento resultaría tan vano como pretender que un grupo de niños silvestres haga fila para recoger los dulces que caen de una piñata en plena destrucción.

Las dependientas, que son numerosas, hacen lo posible por realizar su trabajo con celeridad, pero la demanda es tan agobiante que sería excesivo pedirles que reconocieran quién llegó primero y quién llegó después de entre el puñado de ocho o diez clientes por cabeza que suplican a gritos su atención detrás del mostrador. Por eso, la práctica y las mañas son necesarias para no pasar media hora esperando.

He aquí algunas tácticas útiles:

a) Elija a una dependienta que ya esté atendiendo a otro cliente y colóquese en su zona próxima (descarte a las que están en el mostrador comenzando a atender y a las que ya finalizan el despacho: las primeras porque tardarán más; las segundas, porque seguramente ya tienen comprometido el próximo turno).

b) Hágase un huequito para acercarse lentamente al mostrador, sin empujar pero sin ceder.

c) Establezca contacto visual con la dependienta cuando ésta ha recibido del cliente actual el pago, ha ido a la caja y está regresando con el cambio y el tiquete de caja.

d) En cuanto ella haya entregado el vuelto al cliente atendido, dígale con voz clara y audible: “me da cuatro pastelitos de piña, por favor” (evítense fórmulas protocolarias y fáticas como “señorita, dispense, ¿me puede atender?”). Si no funciona la primera vez, ella responderá con un “permítame, que la voy a atender a ella antes”, pero el trato ya está hecho.

e) Muy importante: deseche la cortesía tradicional de ceder su turno a las señoras, así sean de la tercera edad, pues si no... ¡nunca será atendido! (ya que buena parte de la clientela está formada, precisamente, por viejitas canosas).

Y, no obstante, aun dominando las anteriores artimañas... ¡el tiempo de espera bien puede ser de quince minutos en las horas de mayor tráfico!

Visto lo visto, sólo resta decir un par de cosas: la primera, que sí hay otras panaderías en la ciudad, mucho más despejadas pero también mucho más caras y no tan buenas como ésta; la segunda, que no se alegre si Ud. llega casualmente y ve el local más o menos vacío, sin el puño de gente comprando, pues eso sólo significa... ¡que todo el pan rico ya se acabó!

viernes, 21 de diciembre de 2007

Como si un querido amigo hubiera muerto

En la segunda mitad de la década de mil novecientos setenta, escuché por primera vez la música de Waldo de los Ríos. Fue Gustavo Granadino, director del grupo musical del colegio en el que estudiaba, quien me lo presentó. Andaba yo fascinado con un arreglo “pop” del “Ave María” de Schubert, no recuerdo de quién, y él, en contraparte, me dejó escuchar un disco del mencionado músico, del cual grabé algunos cortes (uno de ellos, original del célebre director, con el correr del tiempo llegó a hacérseme tan querido que dio un nombre a mi hija: Ximena). Ya después en 1982, motivado por el conocimiento de un par de piezas básicas en la clase de estética, compré un “long play” de vinilo titulado “Sinfonías”, el cual aún conservo. De allí a coleccionar casi todas las adaptaciones de grandes clásicos del célebre director de origen argentino, fue sólo cuestión de tiempo.

El toque distintivo y meritorio de Waldo de los Ríos fue acercar el mundo de los clásicos a la cultura popular, desde la exitosa versión de la “Oda a la Alegría” de Beethoven, arreglada por él para una orquesta sinfónica aderezada con instrumentos cercanos al oído de la gente (guitarra, bajo eléctrico, batería), hasta otras piezas más sublimes aunque menos conocidas, como el resumen del primer movimiento del concierto para piano y orquesta número dos, de Sergei Rachmaninoff y la pieza vocal “Voi che sapete” de “Las bodas de Fígaro”, de Mozart.

Hace algunos años busqué en internet la biografía de Waldo de los Ríos, sin éxito alguno. Hoy repetí la búsqueda, pero el resultado me impresionó tanto como si un querido amigo hubiera muerto. Waldo de los Ríos se suicidó en 1977, luego de una aguda depresión y en circunstancias inquietantes (ver aquí la nota periodística de “El país”, España).

¿Qué pesadumbre lo habrá llevado a tal terrible decisión? Yo sólo puedo enmudecer y seguir valorando, como algo de lo más preciado para mí, esa puerta que él abrió para que tantos de nosotros entrásemos al excelso mundo de la música clásica por la vía de sus atrevidos arreglos.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

Una respuesta natural

Ayer, conversaba vía “chat” con una personita en quien mi afecto docente ha hallado reciprocidad en el suyo de alumna, además de haber allí una función de consejería que, atendida o no, todos esperamos que acabe siendo para su mejoría y bien. En el transcurso de la plática de las cosas cotidianas, se produjo una situación que podría calificar como insólita si no fuera porque de ella siempre se pueden esperar cosas así.

A propósito del préstamo de una película, “The descent”, le pregunté si ya la había visto junto con su madre, puesto que ambas tenían expectativas de comprobar el nivel de susto provocado por dicho filme. Su respuesta natural fue la siguiente:

- Aún no: ¡mi madre ha procrastinado todo!

¿Qué cara puse ante yo? Multi-gestual, sin duda. Un par de golpes de cabeza contra el escritorio y, luego, a buscar en el diccionario y otras fuentes enciclopédicas para superar el golpe conceptual.

Transcurridas más de doce horas del incidente y sin haber intercambiado más mensajes, todavía no sé si lo que esta pulguita quinceañera quiso decir fue:

a) Que el hecho de ver la película se ha ido difiriendo o aplazando por razones diversas y fortuitas.

b) Que la constante posposición del evento esconde significados más enigmáticos y sugiere algún tipo de temor o sensación de desagrado, generalmente inconsciente (sobre esta acepción, aquí hay un artículo ilustrativo).

En verdad, temo preguntarle más al respecto. ¡Ella es capaz de salirme con una tercera, insospechada y extensa explicación!

domingo, 9 de diciembre de 2007

¡Ya me imagino!

En general, los salvadoreños carecemos de estudios serios sobre nuestros más polémicos personajes históricos: tal es el caso del dictador Maximiliano Hernández Martínez, quien gobernó a la República de El Salvador durante el período 1931-1944. Movido por la curiosidad al respecto, fui a la sección de colecciones especiales de la biblioteca “P. Florentino Idoate, S.I.” de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA). Allí encontré un libro titulado “El general Martínez, un patriarcal presidente dictador”. Su autor es Alberto Peña Kampy, quien al parecer fue su cercano colaborador, desde su puesto como locutor oficial y posteriormente director de YSS Radio Nacional.

La edición es de formato humilde, pues el volumen fue impreso en 1972 en papel de empaque (similar al papel periódico) por la Editorial Tipográfica “Ramírez” del barrio “Santa Anita”, con un tiraje de apenas un mil ejemplares. A partir de estas señas, este libraco parece un genuino homenaje del autor hacia el General Martínez y no parte de una campaña propagandística financiada por entes económicamente poderosos. Desde la primera página se advierte que Peña Kampy guardaba una estima superlativa para con el General Martínez, casi a nivel de idolatría histórica, y tal es la perspectiva que domina el estilo de las doscientas siete páginas de que consta la obra. No se trata de un minucioso estudio biográfico, sino de “vívidos relatos históricos”, la mayoría de carácter testimonial, basados en la propia percepción y memoria del signatario, aunque afirma contar “con una extensa y auténtica documentación” que los respalda.

Como es sabido, el General Martínez enfrentó y reprimió el levantamiento campesino promovido por el Partido Comunista en 1932, un evento traumático en la vida nacional acerca del cual mucho se ha escrito a partir de las ideologías y fanatismos políticos. En esa línea, Peña Kampy no duda en afirmar que “sería largo enumerar las muchas fechorías y crímenes, que las hordas vandálicas comunistas en pocos días causaron a los pacíficos e indefensos habitantes en muchos y distintos lugares”. En contraparte, de la represión gubernamental prolongada e indiscriminada apenas reconoce que en el proceso de “persecución, barrido y limpieza (...) fueron eliminados algunos inocentes”. Acerca del número de muertos durante aquella masacre no hay datos confiables, pues mientras el gobierno de Martínez reconoció la “lamentable pero obligada liquidación de más o menos cinco mil subversivos comunistas”, hay quienes calculan el número de muertos en un rango que oscila entre los diez mil y treinta mil. Por cierto, la tortura contra prisioneros implicados en aquel alzamiento la describe elegantemente como “un enérgico interrogatorio”.

Atendiendo a los relatos del autor, el General Martínez fue un gran lector, esforzado estudiante, quien no fumaba ni bebía, vegetariano, disciplinado y poseedor de una perfecta salud, tanto así que nunca se supo que se hubiera enfermado. Aunque acepta que Martínez fue un dictador, insiste en el término “patriarcal” para describirlo. De su gobierno dice que en él no hubo “nada de tiranía, despotismo, ni hubo abuso de mando del bienintencionado Presidente, que gobernó con dignidad, carácter y energía durante varios años”. Lo interesante de esta opinión es que también así lo recuerdan muchísimas personas que vivieron en aquella época: un gobernante honrado que no endeudó al país con empréstitos, una época de orden y tranquilidad, sin hambre y con obras públicas de progreso.

Casi a modo de conclusión y en un arrebato emocional no menos osado que atrevido, Peña Kampy redacta en primera persona plural lo siguiente: “para terminar, sólo nos resta decir que según nuestra particular opinión y la de muchos, la figura que se encuentra en el Monumento a la Revolución (el “chulón incógnito”) debería ser sustituido por la figura de cuerpo entero del tan histórico personaje que en vida se llamó Maximiliano Hernández Martínez”.

¡La Providencia nos libre de tan notable ocurrencia!

martes, 4 de diciembre de 2007

¿No más libros de papel?

A mediados de Noviembre, el fundador y presidente de Amazon.com, Jeff Bezos, lanzó al mercado el Kindle, un lector portátil de libros electrónicos que pretende marcar un “antes” y un “después” en la forma de concebir la lectura y escritura de libros, así como la relación entre lectores y autores. La revista “Newsweek” le dedicó la portada y un extenso e ilustrativo artículo sobre el tema.

Hasta hoy y por diversas razones, todos los intentos de “e-books” han fracasado en su tentativa de sustituir al libro de papel. Pero el Kindle ofrece notables ventajas comparativas: utiliza la tecnología "E ink" en su pantalla (moviendo a voluntad cada una de las ciento sesenta y siete gotas de tinta por pulgada lineal, dando la apariencia casi exacta de una hoja de papel impresa), pesa poco más de diez onzas (menos que algunas revistas y libros reales), su batería recargable le permite funcionar por treinta horas continuas (suficiente para leer un libro completo en sesiones diarias de una hora por todo un mes), y puede comprar y cargar un libro nuevo en cualquier momento y desde cualquier lugar (siempre está en línea vía “whispernet”, la misma tecnología inalámbrica de los teléfonos móviles).

¿Por qué este aparatito habría de correr distinta suerte a la de sus fallidos predecesores (incluyendo al Sony Reader, de características muy similares)? O mejor aún: ¿por qué estos no han logrado sustituir al viejo libro impreso?

En mi caso personal, tomo la siguiente respuesta como válida: porque el libro de papel es tan sólo el medio para transportarnos al mundo imaginario creado por el lector y, como tal, debe permanecer ajeno a la percepción consciente.

Para mí -que no soy un fetichista de la textura del papel, el olor de la goma o la composición de la tinta- la única forma en que puedo leer a gusto es cuando logro pensar en las ideas del autor en contraste con las mías, y no en el objeto físico que las contiene. Pero no puedo hacerlo si tengo en mis manos un objeto caro, demasiado bonito y seductor, el cual distrae mi atención y "me pide" a cada momento utilizar esta o aquella función novedosa que interrumpa el flujo de palabras, oraciones y mundos. No puedo hacerlo si, habiéndomelo llevado a la cama, temo dormirme mientras leo y, en acto reflejo, lanzar el lector electrónico por los aires, convirtiendo en astillas esos cuatro cientos de dólares. ¡No puedo hacerlo si sé que con ese mismo aparatito no espantar a una mosca ni golpear sobre el piso para ahuyentar a una cucaracha que ronde mi espacio de lectura!

Ignoro si algún día compraré un Kindle o alguno de sus descendientes: para ello, tendrían que bajar de precio y, sobre todo, ofertar una respetable colección de libros en español, disponibles en el ciberespacio local. Pero dicho esto y no obstante todo lo anterior... el gusanillo de la curiosidad ya comienza aquí dentro a roer resistencias y a palpitar la tentación del juguete nuevo: ¡que me pican los dedos por hacer la prueba y leer un libro en el mentado aparatito!

miércoles, 28 de noviembre de 2007

Discutir con fantasmas

Hoy discutí, sin fruto aparente. Llegados a ese punto muerto en donde el palabrerío se vuelve estéril, sentí que mi adversario ya no me escuchaba a mí: peleaba con sus propias voces interiores, ecos de personajes íntimos de quienes guardaba frases antiguas que encendían su ira bloqueando el análisis lógico. Sus actitudes me recordaron, con demasiada fuerza, a otra persona con quien el tratamiento y arreglo de ese mismo tema siempre fracasó; luego, es posible que yo también haya discutido con ese fantasma. Horas después, uno y otro admitimos la posibilidad de un doble desplazamiento y el tema quedó aparcado, porque no es prudente acicatear mucho a las bestias interiores.

¿Habrá un día en que podamos abordarlo fructuosamente?

domingo, 25 de noviembre de 2007

Prejuicio al carisma

Prejuicio: opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal.
Diccionario de la R.A.E.L.

Dada la extendida y aún creciente diversidad de opciones, estilos y prácticas religiosas en nuestra sociedad, con la consiguiente dificultad de estar razonablemente bien informado en esa torre de Babel de practicantes, el prejuicio viene a ser la forma usual de percibir estos modos de vivir la espiritualidad, con todo y las simplificaciones y errores que éste conlleva. Qué tanto de correspondencia con la realidad hay en este o aquel prejuicio es tema de discusión aparte: lo cierto es que existen y determinan la primera imagen que de cierta persona nos hacemos, en cuanto nos enteramos de su adhesión a tal o cual iglesia, culto, secta, congregación o grupo religioso.

Si explicitara cada uno de los prejuicios culturales aplicados a las y los cristianos -llámense católicos, protestantes o evangélicos- seguramente merecería la sabia reprensión de Edward Bloom -el protagonista de esa joya cinematográfica que es “Big Fish”- quien comenta durante una cena familiar que “no es prudente charlar sobre religión, pues nunca sabes a quién puedes llegar a ofender”. Sin embargo, tomaré un riesgo parcial y ojalá que bien calculado, en aras de un bien mayor: la mejor comprensión interpersonal.

El prejuicio al cual me refiero en este caso particular es aquél aplicado a las mujeres adolescentes y adultas jóvenes que asisten a grupos católicos de oración, gustan de retiros espirituales, van a misa asiduamente, escuchan música religiosa, leen con frecuencia la Biblia o dedican varias horas de su tiempo libre a diversa literatura de contenido espiritual. La cultura local las etiqueta como “beatas”, con un dejo de burla implícito; es decir: mujeres monotemáticas, fatalistas, retrógradas y reprimidas en sus pulsiones fundamentales.

Que hay gente -y, a fuerza de ser sincero, alguna congregación fanática- cuyo comportamiento puede dar la razón al prejuicio apuntado, la hay; sin embargo, tengo la impresión de que son casos aislados y, seguramente, patológicos. En cambio, conozco a varias personas de intensa devoción y profunda vida espiritual, quienes son la prueba viviente de la falsedad de tal prejuicio absoluto.

Con ellas, se puede hablar con madurez y franqueza de los más variados temas, desde los más triviales hasta los más polémicos; su filosofía de vida asume el libre albedrío y la voluntad humana como elementos centrales, lejos del determinismo irresponsable; tienen una visión de mundo progresista, comprometida con la emancipación pero sin fanatismos ideológicos; y, por lo visto, se diría que viven sus emociones de manera satisfactoria, tomando sus decisiones con autenticidad, sin dogmatismos absurdos.

Una cosa más: el mismo prejuicio las cree endogámicas, pero la cercana realidad contundente lo refuta con al menos dos paradojas (sin nombres, pero con décadas de respaldo): el esposo de una de ellas es el típico “intelectual marxista de antaño, ligeramente anticlerical”, mientras que el cónyuge de la otra vendría siendo una rara especie de “agnóstico en revisión constante”.

¿Cómo ha podido ser? Fácil es la respuesta: ¡porque el amor es más importante que las religiones!

jueves, 22 de noviembre de 2007

Juan 8, 32.

“El hombre restablece sus pedazos y vuelve a ser un árbol tranquilo”
Saint-Exupéry, “Piloto de guerra”, cap. I.


De todas las opciones (unas más plausibles que otras), sólo una iba a ser capaz de pacificar tribulaciones: aquella en donde la verdad se erigió cual elemento fundamental. De esa verdad brotó fortaleza para encarar, rechazar, aceptar y crecer. Paciente y constante, antes elegida como tal, ahora fue reafirmada en libertad; luego, a partir de su certeza es posible mantener el equilibro y evitar el abismo. Por eso, hoy hay alivio y paz. ¡Que pueda seguir contando con ella en lo que falta de camino!

viernes, 16 de noviembre de 2007

Un leve bluf de Verne

Dice en la presentación del filme "La vuelta al mundo en ochenta días" (1956) que el libro en el cual ésta se basa es "el clásico" de Julio Verne, calificación a la que no dudo en adherirme debido a la amenidad del relato, el hábil uso de recursos argumentales para mantener el interés del lector y la saludable dosis de humor que impregna sus páginas a través del viaje por los distintos países y parajes.

Quizá consciente de tales virtudes pero seguramente no del todo contento, ansioso por dar un golpe maestro al final, el autor francés decidió incorporar un giro que pareciera transcurrir en universos paralelos: mientras en un capítulo Phileas Fogg no llega a su destino dentro del plazo pactado, perdiendo toda su fortuna; al capítulo siguiente, Phileas Fogg entra victorioso en el "Reform Club", su destino, segundos antes de expirar el mismo plazo, con la consiguiente ganancia en fama, prestigio y dinero.

Ante semejante sorpresa, el perplejo lector es entonces ilustrado con la explicación técnica: que al completar una vuelta al mundo en dirección hacia el oriente -es decir, al encuentro del sol- el viajero gana tiempo puesto que "su día" dura, en promedio, casi dieciocho minutos menos, debido al avance en el mismo sentido de giro del planeta. Al cabo de ochenta días, como consecuencia natural, el total ahorrado producirá inevitablemente la ganancia de veinticuatro horas y así, mientras el viajero ha visto salir el sol ochenta veces, sus coterráneos llevan la cuenta en setenta y nueve.

Sin embargo, aunque en efecto esto debió ser así, paradójicamente la misma obra nos demuestra... ¡que tal cosa no ocurrió!

Phileas Fogg viajaba atenido a la rigurosa puntualidad de las salidas y llegadas de los diversos medios de transporte de la época, fundamentalmente barcos y trenes de vapor (aunque contingencialmente utiliza trineos de vela y elefantes). En su viaje a través de Europa y la India, si bien el ahorro diario de los mencionados dieciocho minutos es efectivo, las fechas y horarios siempre coinciden perfectamente con los manuales de viaje, dados en tiempo local.

El error de Fogg, revelado por Verne al final, fue no corregir la fecha de su calendario personal, retrasándola un día durante su viaje a través del Océano Pacífico, entre Japón y Estados Unidos. ¿Por qué? Porque, aun cuando en 1872 no se había acordado estandarizar la "línea internacional de la fecha" en el meridiano 180º, las diferencias horarias eran una realidad, como lo han sido siempre, entre los distintos países alrededor del globo terráqueo. Así, entre Japón y la costa oeste de los Estados Unidos hay una diferencia de siete husos horarios, de tal manera que cuando en Japón son las siete de la mañana, en la ciudad de San Francisco son las dos de la tarde... ¡pero del día anterior!

La consecuencia práctica, positiva e inexorable es que, cuando Fogg arribó a territorio estadounidense, ya debió notar el día de adelanto en su cuenta personal con respecto a la fecha local. Sin embargo, tal cosa no ocurre en la obra, pues se cuenta que "el 11 de diciembre, a las once y cuarto de la noche, el tren (donde viajaba Fogg) se detenía en la estación, a la margen derecha del río" y el barco "con destino a Liverpool había salido cuarenta y cinco minutos antes".

En términos simples: si el vapor sale puntualmente según lo previsto en todos los calendarios el 11 de Diciembre y Fogg estaba allí ese mismo día, sin que hubiera ningún desfase calendario, entonces Fogg no llega a tiempo y pierde la apuesta.

¿Arruina eso el "final feliz"? Pues... sí y no. En el peor de los casos, sólo demuestra la imposibilidad de su triunfo en cuanto a moneda y orgullo, porque el verdadero tesoro lo halló Mr. Fogg en el amor de Aouda, esa joven mujer de la India quien se convirtió en su amada esposa.

sábado, 10 de noviembre de 2007

Tarjeta de recarga para ciertos optimismos

En los meses anteriores y en dos tonos distintos, expuse al público a través de este espacio un par de notas dedicadas a dos personas significativas para mí. Con una de ellas, no pude evitar traslucir mi desaliento al no ver síntomas de recuperación en el problema específico en el cual se encontraba, un aparente e implacable círculo vicioso; en el otro caso, aunque daba ánimos al sujeto para perseverar en su búsqueda de eso que los seres humanos hemos conceptualizado como "felicidad", entre semana y semana notaba en él reticencias, renuncias y negaciones que detenían en el empeño, frenándolo injustificadamente.

Momentos bajos en el ánimo, como los antes aludidos, han encontrado una vertiente catártica en textos y reflexiones de tal naturaleza; sin embargo, no quiero depreciar el valor de estas incursiones a mi bitácora personal circunscribiéndolas únicamente al ámbito negativo, a pesar de que personalmente arrastro un incomprensible e irracional temor: que al proclamar jubilosos nuestras mejores expectativas y felicidades, por ese solo hecho éstas se destruyan y acaben en nada, cual si obrara ahí alguna malévola voluntad castigadora de nuestra rebelión ante el presunto destierro al cual, en este valle de lágrimas, estaríamos condenados. Por eso quizá me contengo y trato de moderar mis optimismos.

Y sin embargo... ¡acontecimientos recientes dan motivos para encarar enhiesto y luminoso a la vida!

Mirando hace unos días el rostro juvenil de aquella personita (mientras, ataviada con vivos colores, repartía las invitaciones para su próximo cumpleaños, el especial, el de quince), en contraste con aquél de apenas hace algunas semanas (cuando hundíase en el dolor de su propia impotencia para lidiar con sus males, tanto así que todos los que la queremos temimos cosas irreversibles), compruebo que su proceso de recuperación va por buen camino y siento en su actitud renovados síntomas de esperanza: ¡que sí, que lo está logrando!

Y ayer, otra buena noticia: la culminación de un primer paso en el acercamiento de dos entidades (cuerpo-espíritu), sencillo como un "sí", inquieto e incierto como todo futuro, rebelde a que se le decrete su rumbo sentenciosamente; y, sin embargo... ¡qué enorme regocijo el saber que esas manos se tomaron por vez primera! ¿Por qué...? ¡Sépalo el Autor Total! Acaso porque la contemplación de estas pequeñas felicidades nos impele a creer que el bien vibra en armonía y resuena en los seres inmediatos a quienes apreciamos, irradiándose como saludable efluvio.

jueves, 8 de noviembre de 2007

"Calcetines", teatro testimonial.


"Calcetines"
BREVÍSIMA PIEZA TESTIMONIAL EN UN SOLO ACTO

Personajes:
- Vendedor ambulante
- Habitante de una casa

(Tocan a la puerta, es mediodía, el habitante atiende por la ventana entreabierta)

Vendedor (con cierta amabilidad):
- Le llevo calcetines baratos, de a coloncito.

Habitante (con amabilidad a secas y gesto concordante con su respuesta):
- No, ahorita no.

Vendedor (con énfasis y creciente tono imperativo):
- Es que "ahorita" le estoy ofreciendo este paquete con tres colores, todo en su caja original, entienda que están en promoción y en oferta, la caja de seis a cincuenta centavos, le trae de varios colores diferentes.

Habitante (mirándolo fijamente, tono asertivo):
- No, ya le dije que no. No me tiene que dar más explicaciones. Muchas gracias, pero no.

Vendedor (irritado y al borde de la agresividad):
- ¡Es que si le estoy dando explicaciones es porque yo tengo que vender! ¡El par está a colón!

(El habitante se retira al interior luego de cerrar la ventana con movimiento pausado, queriendo evitar la discusión)

Vendedor (ya sin control, altisonante):
- ¡Y si se los estoy ofreciendo a tres por la "cora" ($0.25) es porque están de oferta!

Vendedor (a gritos):
- ¡Y también si los siente caros ahí me avisa!

FIN

viernes, 2 de noviembre de 2007

"Stardust", fantasía reinventada.

Dados los elevados costos de una salida familiar a la sala de cine, últimamente he procurado informarme lo mejor posible sobre las películas en cartelera y así disminuir los riesgos de un chasco. En esta ocasión, me place decir que no nos equivocamos en la elección. Lo que "Stardust" ofrece en las promociones, "trailers" y reseñas de Imdb.com es menos de lo que realmente da: es la reinvención del género fantástico, viejos códigos renacidos y aún capaces de cautivar.

Como es lo usual, el argumento se construye a partir de la existencia de dos mundos: el humano convencional y ese otro reino de princesas y brujas, con una estrella de por medio. Todo es predecible a partir de las pistas que da el guión (tal vez sólo en una ocasión reiterativo), pero es precisamente ese factor el que facilita la diversión, la sonrisa oportuna y la tranquilidad suficiente como para ir comentando con uno mismo en el pensamiento sobre la marcha (¡qué distancia de esta bonita película con respecto a aquel tormentoso ciclo repetitivo y desesperante "persecución-pelea-pausa" de la insufrible saga de "Lord of the rings").

Aun cuando no es novedosa, es notablemente apropiada la frescura, inocencia y brillantez (literal) que proyecta la imagen de Claire Danes. Puntos sobresalientes son la seductora maldad de bruja que impone Michelle Pfeiffer, como en otros papeles anteriroes, y el extravagante papel de Robert De Niro, que alcanza su apoteosis en la escena dentro de su vestidor. La existencia en el argumento básico de una relación sexual casual y otra prematrimonial, ambas justificadas a partir del amor como sentimiento espontáneo y verdadero, no dejan de resultar inusuales en una historia así, generalmente construida a partir de los valores tradicionales. Incluso podrían extraerse frases y situaciones propicias para el análisis y el aprendizaje sobre el enigma del amor y los códigos de los amantes.

Pero basta ya. Si alguien quiere una buena recomendación cinematográfica, héla aquí y que vaya a verla.

miércoles, 31 de octubre de 2007

"El bebé de Rosemary", horror de museo.

La contraportada del DVD la presenta como "posiblemente la mejor película de horror realizada", aunque les faltó añadir un preventivo "hasta ese momento". Me imagino al público de aquella época (1968) realmente muy impresionado: la escena de la fecundación de Rosemary debió resultar perturbadora ante una sensibilidad poco acostumbrada a enfrentarse, siquiera en la imaginación, a un hecho tan horrible. Su mérito es, entonces, contextual: una película fuerte en una época donde no se hablaban ni mucho menos mostraban muchas cosas, cuando las personas palidecían de sólo imaginar un engendro diabólico que, por cierto, nunca aparece en pantalla ni siquiera parcialmente ("el peor monstruo es el que te imaginas"). Pero pasados casi cuarenta años, veo en ella un horror de museo: ya no asusta, ya no angustia; lo cual es un pecado mortal para una película con tal etiqueta. El contraste inevitable surge al pensar en otras que mantuvieron su fuerza a través del tiempo y han seguido sacudiéndonos por la efectividad con que está armada la estructura de imágenes, palabras, música, efectos, diálogos y sugerencias. Pienso así en filmes como "El exorcista" (1973) y "La profecía" (1976), de la misma forma que comparo a un Porsche 911 con un Volkswagen escarabajo: aunque diseñados por el mismo ingeniero y sin que nadie demerite en su contexto al popular carrito merecedor de la saga de "Herbie", es aquel deportivo -y no este compacto- el que todavía sigue cautivando.

El último as bajo la manga

MONOMANÍA TELEFÓNICA III
(con suerte, el capítulo final)



Pedir la baja como usuario de una compañía de teléfonos celulares y servicio de internet, una vez que se ha cumplido el plazo obligatorio contratado, no es tan sencillo como presentarse en el centro de atención personalizada y manifestarlo asertivamente: hay allí un pequeño y amable interrogatorio acerca del porqué del retiro.

Como en lo particular (y de modo más o menos absurdo) me parece poco elegante decir la verdad más simple (es decir, que tomaré una mejor oferta de servicios en otra empresa), en lugar de eso respondí con una verdad a medias: "la persona que lo tenía ya no lo va a usar". También me siento descortés cuando no escucho atentamente lo que el ejecutivo o ejecutiva de ventas quiera decirme en el afán de evitar la pérdida de un cliente, aunque en esto he notado enormes diferencias en cuanto a la habilidad persuasiva de las distintas personas que me atendieron. Pues bien: por este par de debilidades mías, resultó que a fin de cuentas (y diría que casi por casualidad) he logrado lo que no me proponía: seguir allí, en condiciones más favorables.

Hace más de un año lo viví cuando me disponía a cambiarme de proveedor de internet (sigo con los mismos) y ahora lo he vuelto a experimentar con esto de los telefonitos. La estrategia utilizada por ellos en ambos casos se basó en la existencia de planes de consumo prácticamente secretos, tarifas y condiciones de comercialización que no las anuncian abiertamente ni se encuentran en ningún catálogo ni en su sitio web, pues sólo las ofrecen en privado en casos como el mío: un cliente antiguo, libre de contrato y que piensa marcharse. He aquí su as bajo la manga: una oferta irresistible que echó por tierra todo el razonamiento que me llevó a pedir la baja.

El epílogo es un tanto curioso: después de seis semanas de debates, indecisiones y tormentosas monomanías conversatorias, sí contraté un nuevo plan en otra compañía (que estará con "migo")... ¡pero todavía tengo activos los números y aparatos de la empresa inicial! Como el gasto total proyectado representará, con la mesura debida, apenas los dos tercios de lo que la familia en conjunto gastaba antes, ¿será entonces que la competencia es la mejor garantía a favor del consumidor?

sábado, 27 de octubre de 2007

Hechos fijos entre opciones móviles

MONOMANÍA TELEFÓNICA II



En esto de elegir entre compañías de telefonía móvil, algo obsesivo ha ocurrido en las últimas semanas, pues inmerso entre toneladas de logotipos y ofertas de aquí y allá, me resulta un tanto difícil tomar la decisión correcta en aras de optimizar el presupuesto, sin dejarme llevar por esos auténticos cantos de sirena con que nos pretenden seducir los publicistas.

He llegado a sentirme como Lenny, el protagonista "Memento", lleno de papeles y anotaciones cuyo sentido puede cambiar en cada nuevo y fugaz episodio de la memoria a corto plazo. Así pues, para evitar tatuarme las conclusiones de esta ya dilatada exploración, he considerado oportuno dejar aquí constancia de ellas, no tanto para ayudar a terceros como para recordármelas a mí mismo, ahorrarme repetitivos debates internos y evitar un colapso mental.

Hecho #1:
No se puede tener un celular por menos de $10 mensuales.

Una evidencia, toda vez tengamos el cuidado de leer la letra pequeña. Un teléfono de pre-pago tampoco es más barato, pues la única recarga que lo deja habilitado por treinta días es, precisamente, la de diez dólares (de otra forma, no se tiene un celular realmente activo, sino sólo medio teléfono para recibir llamadas). Aún hay algunos funcionando con planes menores a esta cantidad, pero todas las compañías han retirado ya esa opción de su comercialización y no es posible renovarlos en esas condiciones, por lo que más temprano que tarde el usuario se verá obligado a adquirir un plan con las tarifas actuales, debido a la caducidad o fallecimiento del aparato.

Hecho #2:
Lo único que el usuario puede gestionar es "cómo hablar más", pero nunca "cómo pagar menos".

Así es, consumidores: todos los cálculos, hipótesis y proyecciones posibles sólo apuntan a la posibilidad de "sacarle más jugo" a la cuota que se paga (especialmente si se elige la misma compañía con que están la mayoría de nuestro círculo de amigos). Evidentemente, un mal plan puede hacer que el gasto suba más de la cuenta, pero el límite bajo es inamovible.

Hecho #3:
Llamar desde un celular de pre-pago ("de tarjeta") es más caro que hacerlo desde un celular de post-pago ("de línea").

El costo por minuto en la modalidad pre-pago casi duplica a los de post-pago. La única excepción parece ser un nuevo plan de nueve centavos el minuto, pero aplicable únicamente en llamadas a móviles de la misma compañía. Admitamos que esto podría ser ventajoso en circunstancias muy específicas y determinadas, salvo que el usuario cometa el error de llamar a un teléfono de otra compañía (que no siempre puede saberlo anticipadamente), encontrándose con la desagradable sorpresa de una cuota altísima, como para compensar la oferta anterior.

Hecho #4:
Sólo conviene pedir cobro al segundo exacto si uno acostumbra hacer llamadas cortísimas.

Hice una tabla comparativa entre el valor real de una llamada, a partir de los veinte centavos por minuto redondeado contra los veintitrés centavos por minuto en la modalidad de cobro al segundo, variando en cinco segundos su duración. Según esto, la probabilidad de que una llamada cobrada al segundo exacto salga más barata que una cobrada al minuto redondeado es la siguiente, según la duración:
100% probabilidad -> si dura de 1 a 50 seg.
80% probabilidad -> si dura de 50 a 100 seg.
50% probabilidad -> si dura de 1:40 a 3:00 min.
42% probabilidad -> si dura de 3 a 4 min.
30% probabilidad -> si dura de 4 a 5 min.
17% probabilidad -> si dura de 5 a 6 min.

Hecho #5:
El "seguro" del teléfono en planes post-pago es, en realidad, una venta a plazos y con intereses.

Hagan la cuenta y verán: dieciocho cuotas de tres dólares, más la activación, suman sesenta y cuatro dólares por el teléfono "gratis" que proporcionaron con ese plan. Sin seguro, sustituir uno cuesta alrededor de veinticinco dólares.

De todo lo dicho anteriormente, sólo espero que mis gastos mensuales en este rubro vuelvan a estar en un nivel austero y, sobre todo, que el proyectado ahorro no sirva para costear en mí ningún tratamiento derivado de esta monomanía.

miércoles, 24 de octubre de 2007

Nada claro

MONOMANÍA TELEFÓNICA I



Como resultado del repentino pero previsible fallecimiento de mi antiguo teléfono celular (cuya pantalla animada mostraba un perro lanudo y campestre sacudiéndose las moscas cada quince segundos), así como de la revisión del presupuesto familiar asignado al área de comunicaciones, quise cambiarme de compañía telefónica en aras de la economía y, de paso, la renovación de los aparatos (esto último, imposible durante el presente mes, por inexplicable desabastecimiento).

Pues bien: luego de cuatro semanas de deambular por aquí y por allá, interrogar vendedores de toda la competencia y hacer minuciosos cálculos... resulta que aún estoy donde al principio. ¿La razón principal?: el desprecio que he sufrido hasta en tres formas por parte de la empresa hacia donde pensé emigrar.

La primera sensación negativa fue como de ir a suplicar, por la desganada y ciertamente mezquina "atención" al cliente de la agencia que queda a la vuelta de mi casa (¿será que a las cinco de la tarde todos quieren irse ya?). El segundo intento duró casi tres semanas, cuando no lograron responderme con un "sí" o un "no" a mi solicitud debidamente documentada, hecho por el cual acabé retirando la petición. La tercera fue una cuestión de orgullo personal y merece un párrafo aparte.

La información no la pedí yo, pues fui abordado por una vendedora de quiosco en un centro comercial. El plan me pareció interesante; el modelo de teléfono móvil, bastante práctico; el desembolso, razonable y el ahorro, justificado. Pues bien, tras haber presentado todos los acrónimos en regla (DUI, NIT, ISSS, ANDA, DELSUR, etc.) y firmar por revés y derecho un bloque de catorce páginas (solicitud, contrato en letra ínfima y pagarés en blanco, ilegales pero ineludibles), recibí una llamada el día pactado para la entrega del aparato, pero no para efectuarla sino para comunicarme que... ¡la documentación había sido rechazada! ¿La razón?: porque en el último documento escribí "Rafael F. Góchez" debajo de la firma idéntica a sí misma a todas luces, en vez de poner mi nombre completo. La nueva exigencia fue, entonces, presentarme de nuevo al lugar donde hice los trámites y volver a firmar el documento en cuestión, escribiendo de mi puño y letra mis dos nombres y dos apellidos.

¿Qué les pasa, qué les sucede?

Tras meditarlo un poco, le expresé a la vendedora que me sentía vejado como cliente potencial. Para esta gente, no basta que uno tenga décadas viviendo en su casa, laborando en su trabajo y pagando sus cuentas al día. Van al descaro pidiendo firmas a diestra y siniestra, para salir con una frivolidad o idiotez semejante (lo que calce mejor). El mensaje subyacente es: "si nos pone su nombre abreviado, no podremos demandarlo cuando no nos pague". Opté entonces por manifestar mi postura ya inflexible y mandarlos a donde se merecen, con toda la diplomacia del mundo: si la documentación así presentada es suficiente, procedo a la compra; si no, no hay trato.

Y no lo hubo ni lo habrá.

Supongo que esto no los llevará a la quiebra y a mí tampoco me dejará incomunicado (aún estoy donde estaba y todo indica que esperaré otro par de semanas y acabaré renovando por dieciocho meses más). Pero han quedado en evidencia, señores: es que, pese a su publicidad millonaria, ustedes nunca se pusieron "claros".

domingo, 21 de octubre de 2007

Mi "top five" de baladas fresa

Como casi todo adjetivo que se refiere a fenómenos humanos, la clasificación "fresa" está relacionada con grupos y estándares sociales. En este caso, suele aplicarse a un estilo de vida (forma de hablar, vestir y lucir), gustos que fortalecen la propia percepción de la persona como algo fino, estilizado, a la moda y en contraste con lo considerado tosco, rudo o vulgar. El estilo "fresa" requiere de un gasto importante de dinero para realizarse y sus detractores lo catalogan como superficial y vanidoso en extremo.

Uno de los aspectos que conforman esta cultura es el mundo radial adolescente, inundado de ese tipo de música "fresa": comercial, popular, industrial y repetitiva. Dentro del amplio y mayoritariamente insoportable repertorio tenemos varios subgéneros tales como el "pop" rítmico y bailable, además de algo que podría llamarse "rock light" y, por supuesto, las baladas románticas. Estas últimas se caracterizan por tener letras fáciles tejidas en melodías pegajosas y lacrimógenas con círculos armónicos convencionales; las multitudes las entonan o tararean con los brazos ondeando en alto en conciertos multitudinarios, en los cuales nunca se sabe si se oyen más los gritos del público que la música en sí.

El contacto circunstancial con este género me resulta inevitable: al pasar por las estaciones de radio o televisión, de una u otra forma se filtran y a veces hasta es posible estacionarse ahí por un momento; además, mi trabajo me permite el contacto diario con adolescentes de diversas edades y uno ve, oye y quizá hasta absorba tales productos. Cabe señalar, no obstante, que muchos de los intérpretes de estas canciones poseen indudables méritos musicales y en algunos casos hasta voces privilegiadas: no cualquiera tiene el conjunto de habilidades requeridas para cautivar a tantas personas y convertirse en icono de la cultura popular.

Luego de los anteriores párrafos introductorios, voy a lo que vine: confesar mis cinco baladas fresa preferidas, algunas de ellas a tal punto que podría escucharlas varias veces seguidas y luego otras tantas dentro de mi cabeza. ¿Qué argumentos objetivos puedo dar para esta lista? No es ni el altísimo nivel poético de las letras ni las especiales filigranas de la música; es más: algunas de ellas ni siquiera tienen voces espectaculares y sus acordes son tan fáciles de extraer que hasta un principiante podría hacer un acompañamiento mínimo. Tampoco están ligadas a ningun evento especial de mi vida pasada. Digo, entonces, que son inexplicables, pues cada una de ellas tiene un algo especial e indefinible que las ha puesto en tal especial lugar.

Helas aquí, vienen de distintas épocas y están en elemental orden alfabético.

- "Cielo" - Benny Ibarra.
- "Completamente enamorados" - Chayanne.
- "Entra en mi vida" - Sin bandera.
- "La vida después de ti" - Lu.
- "Yo sin ti" - Ricardo Montaner.

¡Vaya: que todos tenemos nuestras debilidades!

lunes, 15 de octubre de 2007

Una película de miedo

La semana pasada vimos la película "El descenso" con el grupo de adolescentes que tengo a mi cargo en la materia de lenguaje. Originalmente, tocaba ver un filme relacionado con temas históricos, conforme al programa, pero viendo su estado de ánimo y considerando además que ya antes habían visto "Romero" (de 1989, la única película sobre temas salvadoreños que merece verse), decidimos dedicar ese espacio para una película recreativa.

En mi análisis previo únicamente cupieron tres posibilidades genéricas: comedia, acción o miedo. Descarté la primera opción porque la mayoría de cintas son muy conocidas y el efecto se pierde a la segunda vez que uno las mira. En cuanto a la segunda posibilidad, el mercado está inundado, la mayoría de corte y sello norteamericano, y no creí digno dedicar mis horas de clase para hacerles eco. Me quedé, pues, con la tercera posibilidad: una buena película de miedo que no fuera muy conocida por ellos. La elegida estuvo poco tiempo en cartelera hace un par de años y, aunque la han dado recientemente en varios canales de televisión por cable, tampoco es de las más comunes o de referencia obligada entre la cultura juvenil.

La trama es bastante sencilla: un grupo de amigas en busca de adrenalina, emociones fuertes a través de pasatiempos extremos, como lanzarse en una balsa a través de los rápidos de un río, saltar de rascacielos dependiendo sólo de una cuerda teóricamente resistente o, como es el caso, una especie de alpinismo subterráneo, es decir, la exploración de cavernas. Desde el planteamiento inicial ya se ve que en esta aventura algo saldrá mal e irá aún a peor. Además de los recursos normales en este tipo de obras (golpes orquestales y efectos sonoros repentinos, apariciones sorpresivas, etc.), que manipulan hábilmente el temor básico del ser humano ante los ruidos fuertes y la oscuridad, se añade la sensación de claustrofobia, dando como resultado una tensión agobiante que es, paradójicamente, la gracia y el gusto de la película. Excepto una pequeña pesadilla al final, no hay aquí ningún elemento sobrenatural ni diabólico, aunque sí criaturas hipotéticas que, en la lógica de la evolución, podrían existir.

La exhibición fue un éxito rotundo... en todo sentido. Me explico: chicos y chicas realmente sintieron miedo, terror verdadero, en carne propia y hasta la médula de los huesos, como para que se les erizaran hasta los vellos de debajo de las orejas y sintieran las palpitaciones de su joven corazón irrigando de adrenalina hasta el último rincón de su cuerpo en desarrollo. Las evidencias principales no fueron sólo los gritos colectivos propios de un paseo por la "casa del horror" (pues estos son bastante comunes e incluso esperados, sin descontar los de algunos que los exageran, como parte de la guasonería que impera en el colectivo ante escenas así). Fue cuando salieron de la sala que noté aún la excitación y nerviosismo en el tono de sus rostros y la naturaleza de sus comentarios, aunque la reacción unánime fue un estruendoso aplauso cuando comenzaron a pasar los créditos aún en la oscuridad.

Sin embargo, una ligera duda me inquietó en las horas posteriores a este notable suceso: ¿no habrá sido... demasiado? Me justifico en un honesto "no" y explico mis argumentos.

La única clasificación verificable a través de internet en países latinoamericanos es la de Argentina y Brasil, donde la ubican como apta para dieciséis años (no tengo registros de para qué edad fue clasificada en nuestro país, aunque conociendo los criterios que manejan los encargados de estos asuntos, y dado el casi nulo contenido sexual de la película en cuestión, supongo que andaría por los quince años, menores acompañados de un adulto). Estos jovencitos y jovencitas ya han visto, en el cine y en su casa, películas como "El aro", que asusta mucho, y "Destino final", que salpica bastante sangre y vísceras. Es posible incluso que hayan brincado de sus asientos con el hábil tejido de "Los otros". También conocían, por literatura y también en película, a los morlock, esa horrible especie subterránea y antropofágica que ideó H.G. Wells en "La máquina del tiempo". En suma: suponerlos aptos y resistentes no es descabellado.

Pese a lo anterior, quizá lo pensaría un par de veces más si me tocara decidirlo de nuevo. De momento, confío en que los temores subsecuentes, si los hubiere, serán ahuyentados a partir de la razón y, como debe ser, con la asistencia paternal y maternal (con lo cual esta experiencia habrá contribuido a la unidad familiar). A la fecha, no tengo noticia de secuelas graves (como hospitalizaciones por problemas nerviosos) y, desde el fondo de mí, espero que estas posibilidades sólo sean temores irracionales e infundados, producto del masivo momento.

Pero, en resumen y al final de cuentas... ¡qué va! Después de todo, ¿no tendría la vida algo menos de sabor si de vez en cuando el recuerdo del miedo que sentimos ante una de estas películas no asomara en nuestra memoria, rodeados de la oscuridad de la noche perenne?

domingo, 14 de octubre de 2007

Perder por tiempo

El reloj de ajedrez es un mecanismo diseñado para regular el tiempo del que cada jugador dispone para realizar sus movimientos y así evitar que alguien, por ejemplo, pudiera tomarse todo un día para pensar y efectuar su próxima jugada, queriendo con ello quizá hallar la solución perfecta o provocar tal aburrimiento en el rival como para desesperarlo, inducirlo al error o provocar el abandono de la partida.

Aunque actualmente los relojes de ajedrez digitales tienden a sustituir por completo a los antiguos relojes mecánicos, ambos aparatos cumplen la misma función, si bien con ligeras variantes de aplicación en los distintos formatos de competencia. Salvo que su oponente no tenga material suficiente para dar cualquier mate posible a su rival, un jugador a quien se le termina su tiempo disponible pierde la partida. Por esa inexorable regla, el reloj de ajedrez obliga a tomar decisiones, cosa esencial en el juego y, sobre todo, en la vida misma: de ahí que la práctica avanzada del ajedrez sea una valiosa herramienta para formar el carácter.

A través de los años, el uso del reloj de ajedrez por parte de mis alumnos y alumnas me ha revelado una parte clave de sus respectivas personalidades. También he visto situaciones de personas que, aun cuando nunca practicaron el ajedrez, sus comportamientos bien podrían analogarse con situaciones relativas al mundo de los escaques.

Una de los casos más llamativos es el de quienes reiteradamente "pierden por tiempo", personas a quienes una y otra vez les cuesta lo indecible decidirse entre esta o aquella línea de juego hasta que, finalmente, el reloj acredita la consumición de sus minutos y, consecuentemente, la derrota. Mi percepción es que son personas un poco más inseguras que el resto, no proclives a asumir el mínimo riesgo y que se aferran al análisis exhaustivo como vía segura para evitar una caída. Debo señalar que muchas veces tal estrategia funciona, frente a las locuras y alucinaciones de un rival excesivamente impulsivo y seguramente menor. Sin embargo, cuando la lucha es pareja o incluso en desventaja, ocurre que ante una propuesta agresiva, complicada y ciertamente delicada no son capaces de dar una respuesta en el tiempo prudencial, sino que prácticamente se paralizan.

No se trata, como pudiera pensarse, de que no tengan la menor idea de cómo responder a la jugada del rival; por el contrario, visualizan dos o tres opciones, todas ellas con sus respectivos riesgos y ninguna con la plena seguridad que quisieran, y no acaban de elegir ni la una ni la otra, o bien la premura de tiempo en la tardía variante que finalmente ejecutan es la causa de la pérdida. En el análisis posterior a la partida, son capaces de explicar de modo bastante claro las desventajas reales o imaginadas de esta o aquella jugada, justificando en ello el porqué de su no elección. Incluso esgrimen argumentos relacionados con la posible censura del movimiento, por parte de su entrenador u otras personas de las que espera su aprobación.

Lo curioso es que, de modo implícito o tácito, razonan como si "perder por tiempo" fuera menos malo que perder por mate o rendirse en una posición insostenible, aunque a fin de cuentas el resultado se anote exactamente de la misma manera. ¡Cuántas veces el temor a decidir nos hace caer en la ilusión de que hallaremos en la parálisis un refugio para no asumir responsabilidades!

domingo, 7 de octubre de 2007

Consumismo (ideas dispersas)

La aparente censura unánime de ese mal contemporáneo que llamamos "consumismo" no deja de darme vueltas en la cabeza. Sospecho que con demasiada facilidad utilizamos esta palabra para criticar e incluso para sentirnos culpables, sin que sea del todo claro cuál es el problema. La dificultad quizá esté en su definición, o más precisamente, en la falta de ella. En todas las formulaciones que he consultado, asociados al consumismo aparecen al menos dos elementos: el primero, la subordinación de cualquier esencia personal al hecho de comprar y poseer objetos; el segundo, lo superfluo y vano de la mayoría de dichos objetos, en tanto exceden nuestras necesidades razonables. En ambos casos hallamos altas dosis de ambigüedad, subjetividad y quizá hasta algunos pensamientos absurdos.

Si determinar cuándo una persona en verdad se define a sí misma a partir de los objetos que posee es ya una tarea harto difícil, mucho más complicado es imaginar a alguien que no lo haga de una u otra forma. Me viene a la mente un chico que critica a sus amigos por usar chumpas marca "Adidas", mientras él porta una pieza con tinte de añil, expresando por el uso de ese objeto y a través de él un planteamiento más bien nostálgico, nacionalista y ciertamente anti-imperialista, legítimo a toda regla, aunque el objeto haya sido comprado en una tienda a precio de mercado, a fin de cuentas. Otro puede decir, acaso sinceramente: "yo poseo esta camisa de marca, pero sé que no soy ella", aunque esté bien envuelto por ese trozo de tela por el cual seguramente pagó un precio nada despreciable. ¿Quién podría demostrar o desmentir esa presunta identidad individuo-objeto?

Todas las personas proyectamos nuestras opciones, creencias e identidades, en objetos visibles, generalmente fabricados por otros (no sé si alguna vez en la historia de la humanidad haya habido una época en que cada persona hacía sus propias vestimentas y artefactos con sello personal e inconfundible). La diferencia está en cuáles de esos objetos queremos y de hecho podemos comprar. En este punto, un amigo bromeaba en tono cáustico: "El problema del consumismo es que unos sí podemos consumir, mientras que otros no tienen los recursos necesarios para hacerlo. Eso es injusto. Por lo tanto, ¡luchemos para que todos tengan igualdad de oportunidades... y puedan consumir!". Más allá de la broma, el sueño de un mundo sin pobreza, ¿no es, de hecho, un mundo donde todos tengan acceso a los bienes y beneficios del progreso y, en ello, a la sociedad de consumo?

En cuanto a quién puede realmente determinar cuán razonable puede o no ser determinada necesidad, el tema se vuelve aún más complicado, pues hubo países (y todavía quedan tres o cuatro) con sistemas que pregonaron como lema "pedir a cada quien según sus capacidades y dar a cada cual según sus necesidades", pretendiendo en ello que una supra-inteligencia estatal estableciese los límites para una y otra gestión, calcinando toda libertad personal. En cuanto a las "necesidades creadas" por la publicidad capitalista, no dudo que induzcan intereses y expectativas en las masas, pero me cuesta creer que haya alguien capaz de vender alguna cosa que no responda a alguna necesidad objetiva o subjetiva que tenga algún tipo de base real (otra cosa es juzgar si éstas son formativas o no, como los excesos de vanidad, ostentación, competencia, etc.).

Relacionado con todo este lío, está el problema de la pobreza, para cuya solución entiendo que el camino correcto no es la caridad sino el trabajo. Imaginemos qué pasaría si quienes tenemos cierta capacidad adquisitiva sólo tuviéramos las camisas "necesarias" (tres, un número razonable para poder cambiarse a diario y evitar ofensas odoríferas). Seguramente los dueños de muchas fábricas de camisas no se enriquecerían tanto porque, lógicamente, no se necesitarían tantas fábricas de camisas; pero entonces, tampoco se necesitaría tanta gente que trabajara en esas fábricas de camisas y, en consecuencia, habría más personas pobres. ¿Podría alguien explicar dónde está el error o la ventaja?

No obstante esta pequeña muestra de las dudas que me consumen, declaro lo siguiente: no avalo la esclavitud de la persona a los dictados de la moda, centrados en el culto a la imagen externa sostenida a partir de la portación de objetos que le den un estatus social con el solo fin de considerarse "persona digna" ante los estándares de su grupo de personas significativas. Esta actitud me parece una salida falsa y fácil, una pantalla para ocultar carencias íntimas, una especie de hipocresía ontológica. Sé y pregono que lo importante está en el cultivo y desarrollo de nuestras capacidades intelectuales, afectivas y espirituales. Es sólo que estos líos, debates y satanizaciones del "consumismo" no acaban de dejarme tranquilo cada vez que realizo una compra... ¿superflua?

domingo, 30 de septiembre de 2007

Agnosticismo: ¿vía unidireccional?

"Hay muchas más cosas en el cielo y en la Tierra, Horacio, de las que puede soñar tu filosofía".
Shakespeare en “Hamlet”


Hasta donde he leído, escuchado y conversado, los ateos razonables y los creyentes evolucionados están de acuerdo en al menos una cosa: que la experiencia de Dios, real o posible, es algo relacionado con la fe y, por lo tanto, no pueden ofrecerse demostraciones científicas al respecto. Así las cosas, en las palabras sencillas de Chico Buarque, “el único gesto es creer o no”, actitud fundamental que define la interpretación de nuestras experiencias de cuerpo y espíritu.

Sin embargo, en este misterio hay mucho más que la simple dicotomía ateo-creyente. Una de las posturas a mi juicio más sensatas y humildes es el agnosticismo, posición filosófica que reconoce la imposibilidad humana de conocer realidades más allá de los sentidos.

El agnóstico, al igual que el científico, sabe que no puede afirmar con certeza si hay un Dios o no lo hay, como tampoco si todo lo que ocurre es producto del azar esencial o hay una Mente Universal que ordena el cosmos, menos si estamos a nuestro libre albedrío o todo corresponde a los designios de un Destino fatal. Siendo así su perspectiva, el agnóstico tiene mente abierta y está a la expectativa, pero no se lanza a ese precipicio en el que no sabe si hay una red salvadora que lo espere. Respeta al ateo y al creyente en la legitimidad de sus respectivas opciones, pero ve en el primero cierta soberbia y en el segundo algo de ingenuidad.

Probablemente el agnóstico también intuye y sospecha, quizá con un dejo de nostalgia, que su razonada conclusión es un camino de una sola vía, sin regreso, pues ¿cómo podría tomar una creencia si previamente ha sabido, como verdad fundamental, que toda elección al respecto es un acto personal no necesariamente vinculado con un "algo" metafísico de lo que nunca podrá tener plena certeza? ¿O sí...?

Egodrecistas

Concluyó el campeonato mundial de ajedrez, jugado en la ciudad de México con la participación de la mayoría de los jugadores más fuertes del mundo y, en teoría, este evento es la reunificación del título mundial y establece un acuerdo razonable de procedimientos para ganarlo, poniendo un esperado, necesario y saludable fin a casi quince años de caos generalizado en el tema, tiempo en el cual hemos contemplado el penoso espectáculo que han montado los “grandes maestros” en relación con el campeonato mundial, sus continuas rupturas y fallidos intentos de reunificaciones (un asunto tan enredado, absurdo y prolongado que a cualquier patrocinador acaba dejando harto, por no hablar del civil espectador, a quien fácilmente podríamos aburrir aun con la más sucinta crónica al respecto).

Junto conmigo, que soy muy aficionado al tema, muchos se preguntarán por qué personas tan “inteligentes” como para ostentar un título de "gran maestro" se han comportado durante tanto tiempo como niños tan caprichosos e inmaduros. El origen y explicación de tales desaciertos está seguramente en el hiper-desarrollado ego de algunos de estos pensadores, así como sus alarmantes carencias de otras inteligencias distintas de la lógica-matemática y espacial. Es irónico que las vidas de varios de los grandes campeones hayan sido una colección de serios transtornos de personalidad: desde manías indeseables hasta obsesiones perniciosas, pasando por cierta misantropía: un triste inventario.

No obstante lo anterior, cabe decir también lo siguiente en honor a la justicia: el padecimiento de esos males no es exclusivo de los ajedrecistas, basta para ello examinar las miserias de otras celebridades en diferentes áreas intelectuales, artísticas y deportivas. También es verdad que la inmensa mayoría de seres humanos que practican el juego son personas normales e incluso felices. Particularmente, de mi gusto por la práctica y enseñanza del ajedrez tengo muchos recuerdos, la inmensa mayoría dentro del plano positivo. Es más: luego de algunos años de experiencia por el mundo de los cuadritos blancos y negros, con sinceridad y pleno convencimiento recomiendo la práctica del juego-ciencia como una forma de sano entretenimiento, desarrollo de la capacidad analítica y refuerzo de la voluntad y el carácter... ¡siempre y cuando los y las practicantes tengan como propósito llegar a ser personas integrales y cuiden que su ideal de vida esté a salvo y bien lejos de los "egodrecistas"!

domingo, 23 de septiembre de 2007

Convers(ac)iones

A propósito de dos eventos sencillos, cotidianos y ciertamente comunes en nuestro entorno, el tema de las dudas y creencias religiosas ha vuelto a ocupar un espacio importante en recientes conversaciones con un amigo (que lo es, tanto en algunos aspectos intelectuales como en otros banales).

Entiendo que sus debates trascendentes ya estaban en el fondo de sí desde hace varios años, a veces ocultos aunque no del todo resueltos, en esa zona que solemos llamar “corazón” (que lo tiene, y muy grande), alma, espíritu, psique, “inteligencia sentiente” o cualesquiera otras definiciones que indiquen la base en donde asientan nuestras meditaciones fundamentales.

Dos personas de género femenino han sido los factores desencadenantes para que sus antiguas incertidumbres espirituales emerjan en demanda de una respuesta o, al menos, una tendencia: una jovencita por quien él siente un gran cariño, desde un plano que se acerca bastante a la paternidad adoptiva, y una joven mujer que por el momento es sólo una posibilidad escurridiza como una anguila, pero que si el cultivo, el cuido y las circunstancias necesarias fueran favorables, podría llegar a ser una historia de ese concepto tan inasible y complicado al que llamamos “amor”. En el primer caso, la adolescente quiere que él acepte una responsabilidad formal importante en su vida, como es la del padrinazgo; en el segundo, él teme que el fuerte componente religioso de la chica en quien se ha fijado, contrapuesto con sus propias (y por él así consideradas) limitaciones en este aspecto, sean una dificultad importante en sus posibilidades de hacer pareja.

A mi estimado amigo se le vienen como avalancha, pues, algunas decisiones cruciales, que implican para él al menos dos ejercicios de valor: el primero, decidirse a evolucionar realmente su dimensión afectiva, en contra del estereotipo más pernicioso que coarta la integridad de nuestros varones; el segundo, participar de algunos rituales religiosos, con una visión que halle un difícil pero posible equilibrio entre las convicciones propias, las creencias ajenas y la enormes posibilidades que muestra y esconde un universo del cual apenas somos una casi invisible fracción.

Desde mi asiento de espectador, tengo la razonable esperanza de que estas tribulaciones desembocarán en actos de plenitud para él y ese par de seres queridos. Así pues, desde aquí, desde estas líneas, no me resta más que animarlo fervientemente, en los términos que mejor sinteticen mis buenos augurios: ¡avanza, miserable, que en este titánico esfuerzo acaso esté tu salvación!

jueves, 20 de septiembre de 2007

De pláticas y archivos

Confieso que el enterarme de que alguien con quien converso bastante y en confianza a través del sistema de mensajería instantánea de la internet tenía activada desde hace meses la casilla para hacer un archivo automático de nuestras pláticas, causó un pequeño y no sé si injustificado ataque de paranoia.

Es la ilusión de cercanía y privacidad con otras personas a través del "chat" la que nos hace olvidarnos de detalles como el mencionado; aunque, después de todo, nuestra cháchara no sea tan importante como para merecer espionaje alguno. ¿O sí...?

Todas las cosas cotidianas que uno dice por tales ventanitas (sean estas del tema que sean, dichas con ingenio, humor, ironía, imaginación o lenguaje popular), por el solo hecho de quedar grabadas en algún sitio adquieren de repente una relevancia inusitada, como si de documentos secretos de alta importancia se tratara, despertando todo tipo de temores por situaciones que, aun cuando prácticamente casi son imposibles, generan fantasías catastróficas ("si esta frase cayera en manos perversas, ¡nos hundiría hasta el mismísimo fondo del averno!").

sábado, 15 de septiembre de 2007

Cuando el consejo sobra

En un mundo ideal, uno esperaría dar un consejo oportuno y que este sea seguido; sin embargo, ¡cuánta frustración llegas a sentir cuando ves a aquella incompleta criatura despeñándose por el abismo de su propia perdición, siéndole inútil cualquier recomendación por el solo hecho de persistir ella en su necedad!

Varias veces he visto con tristeza la inutilidad práctica de las terapias y apoyos ofrecidos por otros colegas docentes, así como médicos especialistas, religiosos, psicólogos de uno y otro género, padres, madres, amigos y toda suerte de personas cercanas a las víctimas de esas obsesiones enfermizas llamadas "anorexia" y "bulimia". En algunos casos, cuando los he contemplado desde la grada de espectador más o menos a salvo, sólo he podido sentir compasión por las chicas afectadas (y algunas dudas sobre la eficiencia de la terapia); sin embargo, la perspectiva cambia cuando eres tú quien fracasa como consejero: en ti se encarna la impotencia.

En aquella época se limitaba a suprimir tiempos de comida y reducir al mínimo aquellos que, por obligación, aceptaba tomar. Ahora ya aprendió a engañar: come pero luego induce el vómito. Sólo en su mente cree que está gorda, aunque los datos objetivos la contradicen: además del peso muy por debajo de normal y las permanentes ojeras pronunciadas, ha estancado el desarrollo natural de su cuerpo. Veo que, con los meses, el problema ha empeorado, pese a la pequeña multitud de personas que sin mucho éxito hemos tratado de ayudarle, unos "ad-honorem" y otros recibiendo pingües estipendios.

Seguramente soy el menos especializado de todos los adultos que han intervenido en este caso, pero no creo ser el menos sensible en la contemplación dolorosa de cómo esta niña va destruyendo su vida, basándose en percepciones de la realidad que, de tan distorsionadas, irritan.

No se me ocurre mucho más que decirle: ni en sentido positivo (pues no hace caso) ni en sentido negativo (porque reclamarle por no seguir consejos y recomendaciones la deprime aún más, debilitando su voluntad: ¡viejo círculo vicioso!).

Me gustaría, por el bien de muchos, que las circunstancias no me motivasen a escribir notas como ésta. Quisiera, no obstante, que estas líneas llegasen a su destino, cual necesarias bofetadas anímicas que la sacudieran lo suficiente para levantarla de sus escombros.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Éxito a la tercera

Ayer, luego de una posposición por lesión de la directora y otra por el sombrerazo de un huracán que afortunadamente no fue, finalmente este grupo de chicos y chicas aquí retratados pudieron presentar el resultado de su curso-taller de teatro ante sus compañeros y compañeras adolescentes de la institución educativa donde laboro, una obra de génesis propia cuyo título probablemente no exista.

La primera función fracasó (¡ahrggg... llanto, llanto!). De ello culpo a un telón impertinente (mas no a otro rebelde) y al exceso de nervios que bajaron el volumen de las voces hasta menos de la mitad de lo necesario. ¿Resultado?: que, salvo en momentos muy breves... ¡el público no se enteró de qué iba la cosa! (aunque en su beneficio hemos de reconocer que hubo más silencio del merecido, quizá porque fue bien tempranito y el lenguaje escénico compensó en algo el despiste). Pausa y llamado de atención al elenco.

La segunda función, cercana al mediodía, mejoró en cuanto a la ejecución, pero el público estuvo medio mudo, un tanto apático y quizá hasta indiferente, acaso por la hora, quizá por la edad, misterios del universo. Cero y van dos.

Luego del almuerzo, más reflexión y una terapia casi de levitación mística aplicada por la directora, llegó la función de la tarde. Y he aquí que... ¡éxito, exultate jubilate!: buena ejecución, buena recepción, resonancia magnética y vibras en armonía (muestra de ello es la plena y auténtica sonrisa estampada en los rostros y/o almas de los fotografiados).

Así pues, en honor a ellos, contento y para la posteridad, pongo aquí sus nombres (siguiendo el orden usual, primero los de pie, luego los del piso): Fernando, músico y actor infiltrado por lazos sentimentales; Ana, mima silenciosa (no sólo en el escenario); Armando, pero no Duval (je); Angela, haciendo cuentas cotidianas para cuadrar su reloj antipuntual; Nidia, sobreviviendo a la afonía repentina; Tania, allí siempre allí; Donovan, laureado escritor y alienígena; Adriana, clown y actriz trágica; Sara, ¡vaya pluma! (y no hablo de la máscara); Marta, la otra mima hermana; Eloísa, "always shining" y también de contrabando; Ivania, de tinte lejano-oriental y culpable de que fueran catorce y no trece; Alejandra, insectito multifuncional en recuperación; Margarita, de Rusia, zares e imprecaciones; y Alejandra, directora del curso, paticoja a causa del arte, exhausta pero satisfecha al final del día.

sábado, 8 de septiembre de 2007

"The departed", el necesario equilibrio.

Dos minutos antes de que comenzara el desfile de créditos finales de "The departed" (2006) -cuando uno de los protagonistas le pregunta algo a su ex novia a la salida del cementerio, sin obtener de ella más respuesta que un despectivo silencio- se me ocurrió pensar que ese era el final y que el público inconforme comenzaría a silbar y tirar objetos a la pantalla (la multitud, desde cierto razonable punto de vista, exige un restablecimiento del orden perturbado, el mundo debe tener alguna ley de compensación, no puede abandonarse al caos y la arbitrariedad). Pero entonces, como en las antiguas obras teatrales de la época moralizadora donde Dios mismo era bajado al escenario a través de un aparato para resolver la situación ("Deus ex machina"), se procede a la escena del "final-final": un mazazo en la mesa del juez, todo queda compensado, hay satisfacción existencial y todos tan tranquilos.

Sin embargo, pese a que lo dicho luce como una recriminación, en este caso particular es un atributo positivo, casi la única forma de concluir el filme, puesto que desde el primer momento el paralelismo de los lados opuestos ha sido diseñado como espejos recíprocos, el "viceversa": policía infiltrado en la mafia, mafioso infiltrado en la policía; rápidos ascensos en uno y otro, pruebas de confianza y fidelidad absoluta, descubrimiento mutuo casi simultáneo... y un punto de confluencia común (una "ella", como es de sospechar).

Afirmar que el Oscar de la academia se lo dieron a Scorsese más por su trabajo anterior que por éste, cual deuda pendiente, es repetir lo que muchos críticos han señalado ya. Pero también es justo reconocer en esta obra la visible arquitectura de aquella música clásica, el balance justo, el necesario equilibrio... ¡o la ilusión de él!

miércoles, 5 de septiembre de 2007

Los símbolos de la patria

De mediados de la década de los '80 recuerdo una canción que utilizaba el antiguo Canal 12 para abrir y cerrar sus emisiones diarias. De letra sencilla pero sentida, hablaba de las cosas que significan "patria": personas, lugares, recuerdos, vivencias. En días recientes me reencontré con esa pieza y supe que la letra fue inspiración de un docente de Suchitoto, Guillermo Flamenco. La musicalización y voz son del ya fallecido músico Jorge Rivera, con arreglos que recuerdan la última época del grupo "Vía Láctea" (por aquellos años, también el cantautor panameño Rubén Blades se ocupó del tema con un enfoque similar, en la canción "Patria", incluida luego en la banda sonora de la película "Dance with me", donde dice que "patria" es "lo que lleva en el alma / todo aquel cuando se aleja", mencionando la multitud de cosas cotidianas que sustentan ese concepto).

En esta época de celebraciones a nuestro escudo y bandera, me quedo con la reivindicación de esos nexos y recuerdos como base de la idea (o ideal) de "patria": de ella me dice mucho más el recuerdo de mi abuelita que la sola o combinada figura de personajes lejanos, inexpresivos y con rostro de cera, puestos como afiches por doquier.

Haciendo clic aquí puede escucharse un fragmento de la canción, que fue de emisión pública y abierta en aquella época. También transcribo la letra, para recuerdo y conocimiento de las gentes:

ALLÍ TE NACIÓ LA PATRIA
(Guillermo Flamenco / Jorge Rivera)

En donde estrenaste el llanto,
donde un pezón te nutrió,
donde los brazos maternos
te mecieron con amor,
al compás de una sencilla
dulce y tierna canción.

Allí te nació la patria
que hoy vibra en tu corazón.

¿Te acuerdas de la maestra
que las letras te enseñó,
y de la abuela canosa
que, con reposada voz,
por el mundo de las hadas
de la mano te llevó?

Allí te nació la patria
que hoy vibra en tu corazón.

¿Te acuerdas, en fin, del día
cuando un místico temblor
te dijo "hoy has picado
el anzuelo del amor"?

Allí te nació la patria
que hoy vibra en tu corazón,
esa patria que mañana
será el fruto de tu hoy.

martes, 4 de septiembre de 2007

Sísifo es lavandero

El mito de Sísifo es real, yo lo vivo a diario. Me explico: dentro de la distribución de tareas domésticas, una de las que me corresponde es la lavandería, cosa que evidentemente no podría hacer sin la lavadora eléctrica, cuya carcasa aún se resiste a desvencijarse por completo. El ciclo (la piedra) comienza al ver las cestas llenas de ropa esperando atención, sigue con las convulsiones jabonosas que provocan en el aparato, continúa con la cuidadosa labor de tenderla optimizando todo el espacio posible, casi concluye con el doblado de las prendas que no necesitan plancharse y finaliza del todo con el hierro caliente aplanando algunas camisas y pantalones. Pero justo enconces, cuando una especie de fanfarria debería ocupar todo el espacio auditivo y una ilusoria satisfacción por el deber cumplido asoma en el horizonte... ¡ahí están de nuevo las cestas repletas de ropa!

domingo, 2 de septiembre de 2007

Ira apocalíptica

Mientras veía "Aguirre, la ira de Dios" (1972), del director alemán Werner Herzog, me resultó inevitable pensar en "Apocalypse now" (1979), del cineasta Francis Ford Coppola. Aguirre, el conquistador de andar deforme obsesionado con la mítica ciudad de "El Dorado", bien pudo llegar a ser el coronel Kurtz de la guerra de conquista, con su demente imperio de sangre y dolor. La desintegración humana mientras la balsa fluye río abajo en el Amazonas es homóloga al viaje que hacen río Nung arriba los tripulantes de otro bote, en el diámetro opuesto del mundo. Cierto surrealismo, una pestilente sensación depresiva y obsesiones demenciales marcan uno y otro filme, ambos de pocas palabras, los dos explotando hábilmente la narración visual, situando con fuerza al espectador en agobiantes ámbitos tropicales. Por un momento, traté de imaginarme a Klaus Kinski como Kurtz y a Marlon Brando como Aguirre. Ninguno hubiera desentonado.

* * *

Posdata: luego de escribir esta reseña he encontrado abundante documentación en la red sobre la relación entre ambos filmes. Me siento un poco como José Arcadio Buendía cuando, después de muchos días sumido en sus meditaciones, sentenció: "la Tierra es redonda como una naranja".

viernes, 31 de agosto de 2007

El espejismo de Coelho

Desde hace varios años adeudo una respuesta para las muchas personas que me han preguntado mi opinión sobre las obras de Paulo Coelho, la cual no había podido formular con conocimiento de causa dado que, hasta hoy, no había leído ninguno de sus libros ni tampoco había puesto demasiado interés en ello, dada la casi unánime opinión peyorativa de mis colegas de la "intelligentsia". Pues bien: este día, un par de horas de supervisión pasiva en cierto evento académico en mi lugar de trabajo coincidieron con una alumna cuya personalidad me recuerda a Liza Simpson, para tener en mis manos un ejemplar de "El alquimista" (1988), con la recomendación de leerlo sin prejuicios y con mente abierta.

Ya desde el primer párrafo fue evidente su estilo de parábola bíblica: aunque la historia es más extensa, la construcción de las frases procura ser tan clara y sencilla como para poder leerse con la mayor fluidez posible, de manera muy semejante a los cuentos infantiles y la "literatura juvenil" que producen los sellos editoriales contemporáneos, lo cual explica en parte la facilidad con que las masas pueden acceder al contenido, requisito indispensable para la creación de un "best-seller". En consonancia con lo anterior, en la trama hay un predominio casi absoluto de la acción y los diálogos, en desmedro de la descripción de ambientes y personajes, tarea que se reduce al mínimo posible. Quizá a la primigenia vocación teatral del autor se deba esta característica, para bien y para mal.

De cualquier forma, quizá no sean los detalles técnicos los que interesen a los lectores aficionados a Coelho, sino el contenido, fondo o mensaje. La historia es bastante sencilla: un joven que emprende una búsqueda esencial, a partir de misteriosas revelaciones. Sin embargo, el argumento es una excusa para incrustar en él decenas de pensamientos sobre el sentido de la vida, esas reflexiones que a tantísimas personas les parecen la revelación de verdades fundamentales (y que, sin duda, son objeto de vistosos subrayados al momento de leer y acaban transformadas en presentaciones en Powerpoint con suave música de piano de fondo, las cuales circulan como correos en cadena por todo el ciberespacio; sin olvidar la multitud de citas que rellenan las agendas con "copyright", a quince dólares cada una).

Es precisamente contra este supuesto "contenido fundamental" que apuntaban los comentarios negativos que mencioné al principio, antes de comprobarlo por mí mismo: trátase de frases, reflexiones y sentencias de carácter genérico, como pronunciadas por una sabiduría natural, las cuales podrían aplicarse a cualquier situación... o a ninguna, según el estado de ánimo y las circunstancias de la persona que lee.

Para el caso, cito un fragmento que me llamó la atención: "cuando todos los días resultan iguales es porque el hombre ha dejado de percibir las cosas buenas que surgen en su vida cada vez que el sol cruza el cielo". Si recientemente yo he estado meditando sobre la rutina, la estabilidad de la vida y las metas existenciales, al leer esta frase puede que sienta el estremecimiento propio de una epifanía y quizá le atribuya al autor la virtud de un hallazgo que yo mismo apenas intuía. Sin embargo, a otra persona cuyos afanes estén orientados en otra dirección, la frase pudiera resultarle insignificante. En este aspecto, el libro se parece mucho a esa multitud de aparatos, tratamientos y sustancias raras que dicen curar dolencias rebeldes a la medicina moderna: está comprobado que allí actúa el fenómeno de la sugestión, pues la persona siente lo que quiere sentir, oye lo que quiere oír y cree lo que quiere creer.

En síntesis, creo que mientras más dificultades tiene una persona para producir un pensamiento articulado, coherente y sustancioso sobre sí misma y sus circunstancias, más propensa está a adoptar algo compatible con su formulación ausente cuando lo oye en palabras escritas o dichas por otra persona. El problema es que, a menudo sin merecerlo, la simpleza de unos acaba provocando la ilusión de sabiduría de otros.

martes, 28 de agosto de 2007

¿Un "médico" pasado de la raya?

Hace un par de días me vi circunstancialmente como público en una presentación de "El médico a palos", célebre comedia de Moliére, presentada por el grupo Teatro Estudio ante unos trescientos estudiantes de bachillerato en un colegio capitalino. A juzgar por la reacción colectiva, me quedó la impresión de que el público realmente gozó por los casi setenta minutos de la representación. Sin embargo, un par de colegas maestros y varias jóvenes asistentes me comentaron, en distintos momentos, que sintieron la obra "un poco subida de tono", quizá algo "pasada de la raya", por la redundancia de situaciones humorísticas producidas a partir de alusiones sexuales y dobles sentidos bastante explícitos.

Coincido con uno de ellos cuando apunta que esta comedia no necesita vulgarizarse para resultar divertida y que la excesiva insistencia en bromas fálicas se aproxima mucho a la chabacanería; sin embargo, entiendo que este montaje fue diseñado "para jóvenes de educación media", queriendo con ello decir "para la majada", gente que posiblemente se aburriría si la obra presentara estos matices picarescos de modo más sutil.

A mi modo de ver, lo positivo del estilo de representación adoptado es que la carcajada, aunque fácil y primitiva, brota como reacción espontánea de la masa espectadora: nada hay menos divertido que explicar académicamente un chiste antiguo y, por ende, toda comedia que se precie de serlo debe cumplir con el objetivo primordial de hacer reír hoy, de manera genuina para que la catarsis sea verdadera, sin que el novel espectador deba pedir permiso para ello. Lo negativo, en contraparte, es el inherente machismo de la trama original, por razones históricas, tema cuya percepción por parte del público no sé si fue reflexiva o complaciente.