domingo, 20 de abril de 2014

¿"Los salvadoreños según García Márquez"? ¡Ja!


¡Dejen ya de atribuirme textos que nunca escribí!


Hace algunos años circuló por redes sociales una tal carta de Gabriel García Márquez a los salvadoreños, un texto dedicado a la mera raza de Atlacatl que, a propósito del reciente fallecimiento del Nobel colombiano, ha vuelto a ponerse de moda con furiosa fruición.

Si usted se lo creyó y le dio clic a “reenviar”, “compartir” o “retuitear”, no tiene que avergonzarse más allá del hecho simple de haber sido “sorprendido/a en su buena fe”, víctima de una pequeña estafa virtual cultural como aquellas ya añejas del “paquetazo”, el billete de lotería premiado, el cheque sin fondos o la barra de oro.

O sea, pues, que de lo que se trata este artículo es de dejar totalmente claro que García Márquez jamás escribió ese texto.

Ahora bien, ¿cómo saberlo, cómo probarlo?

En primer lugar, y como criterio general, al atribuirle un texto a un autor se suele citar la fuente, ya sea de libros u otras publicaciones físicas, o bien, conferencias con suficientes referencias que validen el dato. Está claro que el texto de marras no procede de ninguna fuente fiable.

En segundo lugar –y, en este caso. quizá más importante que el punto anterior- está la notoria inverosimilitud del gesto, pues ¿a cuenta de qué García Márquez escribiría un homenaje verbal para un país con el que no tiene mayores nexos culturales, fraternales o de otra índole? ¿Acaso vivió el Gabo en El Salvador? ¿Cuántas veces y por cuánto tiempo visitó la Guanaxia Irredenta? ¿Qué entrañables amistades salvadoreñas tuvo como para gestar tales arrullos lingüísticos? La respuesta a las anteriores preguntas resuena en el más penoso silencio y, en cambio, algunas anécdotas que faltaría confirmar más bien apuntan en dirección contraria.

En tercer lugar, está el análisis del estilo literario; que, por una parte, nada tiene que ver con la particular forma de manifestarse del Maestro del Realismo Mágico y, por otra, exhibe yerros que, de saber él que tanta gente lo cree capaz de cometer, sus cenizas se estremecerían en un tornado punitivo.

En la sola entrada del texto ya se detectan estos males. Comienza así:

No hay nadie que no conozca a un salvadoreño o, por lo menos, conoce a alguien que conoce a un salvadoreño. De todas maneras, le preguntaron en una ocasión a un reconocido sabio maestro:

- ¿Qué es un salvadoreño?

Su respuesta fue la siguiente:

- ¡Ah, los salvadoreños… que difícil pregunta! Los salvadoreños están entre ustedes pero no son de ustedes. Los salvadoreños beben en la misma copa la alegría y la amargura. Hacen música de su llanto y se ríen de la música. Los salvadoreños toman en serio los chistes y hacen chistes de lo serio...

Cualquier elemental manual de estilo literario abomina de incluir tres negaciones en una misma oración: “no hay”, “nadie” y “no conozca”. Luego, en la oración coordinada siguiente, el verbo cambia sin justificación alguna del modo subjuntivo (“conozca”) al indicativo (“conoce”), una disonancia lógica. Y el “de todas maneras” puesto a continuación no tiene ningún sentido.

Después de esta catastrófica introducción, sigue la esencia del texto: una serie de retruécanos, juegos de palabras que no por fàciles son menos literarios, pero que aun con todo sí marcan una diferencia con la mala forma de escribir con la que se inicia el apócrifo y, como se verá más adelante, también en la conclusión.

Para mayores señas, en el texto aparecen algunas expresiones que no concuerdan con la idiosincrasia ni el modo de hablar guanaco, a saber, “¡se la comió!” como sinónimo de admiración hacia una mujer y el vocativo “hermano” para referirse a los amigos. Y finalmente, la frase chovinista que raya en el ridículo: “dedicado con cariño a los habitantes del mejor país del mundo”.

Y ya con esto debería ser suficiente para vislumbrar la falsedad del texto… además de que hay una versión gemela para los vecinos guatemaltecos.

Sin embargo, por si alguien aún se resistiese a la evidencia, luego de conversaciones, preguntas e investigaciones relativamente fáciles por internet logramos visualizar el texto original que se mutiló, degradó y adaptó de tan lamentable manera. Trátase de “El Profeta habla de los cubanos”, escrito por el historiador, ensayista y profesor cubano Luis Aguilar León, publicado originalmente en el diario “Las Américas”, de Miami, en diciembre de 1986 y en el que, “imitando a Kahlil Gibrán en El Profeta, critica irónicamente y con amargo dulzor la idiosincracia cubana”.

Dicho texto comienza así:

Desde una roca en el puerto, el Profeta contemplaba la blanca vela de la nave que a su tierra natal había de llevarlo. Una mezcla de tristeza y alegría inundaba su alma. Por nueve años sus sabias y amorosas palabras se habían derramado sobre la población. Su amor lo ataba a esa gente. Pero el deber lo llamaba a su patria. Había llegado la hora de partir. Atenuábase su melancolía pensando que sus perdurables consejos llenarían el vacío de su ausencia.

Entonces un político de Elmira se le acercó y le dijo: Maestro, háblanos de los cubanos.

El profeta recogió en un puño su alba túnica y dijo:

“Los cubanos están entre vosotros, pero no son de vosotros. No intentéis conocerlos porque su alma vive en el mundo impenetrable del dualismo. Los cubanos beben de una misma copa la alegría y la amargura. Hacen música de su llanto y se ríen con su música. Los cubanos toman en serio los chistes y hace de todo lo serio un chiste. Y ellos mismos no se conocen."

“Nunca subestimes a los cubanos. El brazo derecho de San Pedro es un cubano, y el mejor consejero del Diablo es también cubano. Cuba no ha dado ni un santo ni un hereje. Pero los cubanos santifican entre los heréticos, y heretizan a los santos. Su espíritu es universal e irreverente. Los cubanos creen en el Dios de los católicos, en Changó, en la charada, y en los horóscopos al mismo tiempo. Tratan a los dioses de tú y se burlan de los ritos religiosos. No creen en nadie y creen en todo. Y ni renuncian a sus ilusiones ni aprenden de sus desilusiones."

Y luego sigue el texto propio, que es más extenso que la versión mutilada y apócrifa y, por supuesto, conserva en todo momento el buen uso del lenguaje, su respectiva dosis de humor e ingeniosidad.

Así que... ya ve, pues.