domingo, 24 de enero de 2010

Creencias estúpidas

"Estúpido/ da: necio, falto de inteligencia."
Diccionario de la RAE


Un influyente predicador dice que el devastador terremoto en una isla del Caribe se debe a que sus habitantes hicieron, hace casi doscientos años, un pacto con el Diablo para lograr su independencia política. Es decir: ellos se lo buscaron.

Una señora de anciana edad y aún más primitivo pensamiento cuenta en sendos artículos de un periódico local dos supuestas advertencias de Dios contra sus heréticos enemigos: un tornado contra luteranos pervertidos y una manada de elefantes cristianos vengadores, contra hindúes. Hay, entonces, que volver a las Cruzadas.

Uno de los más importantes líderes religiosos de nuestro país predica constantemente que Dios permite los crímenes, violaciones y vejaciones de todo tipo, con el fin de que las víctimas y demás espectadores, después de semejante maltrato, acaben aceptando a dicho Ser Supremo y acercándose a su rebaño. O sea que los más desalmados delincuentes son instrumentos divinos que sirven a un buen propósito.

Un predicador (que hablaba como poseído por Satanás, a juzgar por su horrible voz) les recriminaba a gritos a los enfermos de un hospital que ellos estaban allí porque aún no habían aceptado a Jesucristo. Curiosa forma de entender el amor divino.

Un viejito que se especializa en afirmar categóricamente cosas que no le constan, comentaba cuando el auge de la gripe A1H1 en un país vecino: “Ah, es que esos de por allá sí que son corruptos”. Se me pasó por alto preguntarle si los recién nacidos que fallecieron ya venían sumergidos en la podredumbre moral.

La lista de casos podría seguir, pero el comportamiento estructural es el mismo: atribuir los desastres naturales, las enfermedades e incluso las plagas sociales a la presunta voluntad de un Ser Supremo que con ello castiga, amenaza y fulmina, ya para demostrar su poder, ya para amedrentar a quienes se le alejen o no se le acerquen lo suficiente, ya para vengarse de ofensas recientes o lejanas (aun en las carnes y espíritus de inocentes, por aquello de que pagan “justos por pecadores”), etc.

Aparte de esgrimir muchísimas citas bíblicas fuera de contexto y carentes de toda interpretación simbólica inteligente, hay quienes dicen que la “explicación” del castigo divino para tales desgracias es cierta sólo porque no se puede demostrar lo contrario. ¡Qué descarada forma de la apelación a la ignorancia, qué vil falacia argumental! Es verdad que esta manera de “entender” las cosas ha estado presente desde los albores de la humanidad, cuando la superstición y la ignorancia eran la manera habitual de reaccionar ante las amenazas del entorno; sólo que entonces no era algo estúpido, sino un pensamiento normal e incluso comprensible, pues los cavernícolas no conocían otra forma de interpretar tales fenómenos. Pero que luego de siglos de supuesto desarrollo cultural y evolución teológica todavía estemos rodeados de creencias de tal calibre, es francamente frustrante.

Concebir y creer en esta retorcida imagen de Dios es prácticamente atribuirle características demoníacas, cuyas más visibles notas serían la vanidad y la ira, un dios sectario y caprichoso que se complace en el dolor con tal de satisfacer su necesidad de ser adorado.

Así que en esa nómina, por favor no me anoten.

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Posdata:

Contra esta idea de que las desgracias y desastres provienen de un dios castigador para purificar a la humanidad, el filósofo Bertrand Rusell (1872-1970) escribió valiosos y contundentes argumentos. Cito uno de ellos.

“Con el fin de afirmar esto, un hombre tiene que destruir en él todo sentimiento de piedad y compasión. Tiene, en resumen, que hacerse tan cruel como el dios en quien cree. Ningún hombre que cree que los sufrimientos de este mundo son por nuestro bien, puede mantener intactos sus valores éticos, ya que siempre está tratando de hallar excusas para el dolor y la miseria.”

sábado, 23 de enero de 2010

Tres homenajes a la depresión

Dispuesto a concluir mi ya extendida excursión semi-vacacional por una primera antología del cine español, y habiendo sentido ya los primeros indicios de esa fatiga que se adhiere al viajero en los postreros tramos de su recorrido, doy no pedida cuenta de tres títulos que, bien por ser así o por relación de contigüidad, difícilmente pueden disociarse de una honda sensación depresiva: "El viaje a ninguna parte" (1986), "El bosque animado" (1987) y "Los lunes al sol" (2002).

"El viaje..." es la historia de un cómico itinerante que se maneja entre el fracaso cotidiano y, en su vejez, los falsos recuerdos de una grandeza que nunca existió. Si el propósito del filme era insistir en la antigua idea del payaso que "ríe por no llorar", el actor, director y guionista Fernando Fernán Gómez lo ha conseguido con buena dosis de dramatismo, pese a que el final más poético está en una escena diez minutos antes del final cinematográfico.

En cuanto a "El bosque...", viene a ser una colección de retazos pueblerinos entre divertidos, trágicos y anodinos, bastante bien lograda si se ven aisladamente, aunque en la perspectiva global no alcanzan a cuajar en una trama totalmente unitaria, de tal modo que uno acaba preguntándose al final quién es el protagonista, o si lo hay en el estricto sentido del término. Que tiene momentos divertidos, graciosos y ridículos, los tiene, pero al final del par de horas la sensación que queda no es precisamente de optimismo.

Finalmente, la historia de "Los lunes..." no deja lugar a nada más que la desolación anímica: el drama del paro o desempleo para unos tipos de entre cuarenta y cincuenta años, todo hablado entre dientes, sin subtítulos en español y en una narración audiovisual tan plana como una llanura que se pierde en el horizonte.

Así pues, he aquí tres recomendaciones para quienes quieran sumergirse en las infinitas aguas de la tristeza ajena... o propia.

jueves, 21 de enero de 2010

Que sí, mas no.

Que yo sé de los trabajos que pasan los cantantes operáticos de uno y otro género para alcanzar el temple y la excelencia, sí. Que estoy consciente de los años de estudio, práctica, formación y empeño que este arte requiere, sí. Que la tradición acumulada en cuanto a compositores, orquestas, divos y divas del bel canto es del todo respetable y constituye además un bien cultural que es patrimonio de la humanidad, sí. Pero que escuchar a Domingo o Pavarotti por más de dos minutos me da la sensación de un tipo que está pegando afinadísimos gritos en un descampado, o que las partes pseudo-habladas de una ópera son para casa de locos, sí, también.

No descarto que haya excepciones en piezas excepcionales, como la dulce voz de mezzo-soprano en el aria "Qué es el amor" de "Las bodas de Fígaro", de Mozart; y también acepto que hay timbres mucho más potables (como el de Bocelli o Carreras), o en un complejo balance entre lo clásico y lo popular a manera de no perder la identidad (como Sarah Brightman, Nana Mouskouri o Josh Groban). Pero eso sí: que no me vengan con que el estilo operático es per se la máxima forma del canto a la que todos debemos aspirar, pues todos los géneros tienen sus más y sus menos y, a fin de cuentas... ¡yo reivindico mi derecho al gusto musical!

domingo, 17 de enero de 2010

Ganas de verla otra vez

Revisando la lista de nominaciones al Globo de Oro encontré esta joyita: "(500) Days of Summer" (2009), un filme agradabilísimo que puede ser bien valorado desde diferentes perspectivas y niveles: bien por quienes la vean por pasar un buen rato con una "comedia romántica" (a falta de otra etiqueta más adecuada), hasta quienes se fijen en los detalles de originalidad argumental y visual (quién es la persona que mejor aconseja, esa pantalla recortada al estilo Brian De Palma con la novedad del contraste expectativas-realidad, la gesticulación más expresiva que las palabras, los diálogos no sofocantes, pinceladas de sincero humor negro, etc.), pasando incluso el filtro de quienes evalúan una película por su "mensaje" o intención comunicativa. Si me preguntan, yo la vería otra vez. Y si no... ¡también!
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Posdata: sigo sin explicarme por qué cierta persona un poco negativa me dijo que a la mitad del filme yo iba a querer estrangular a ambos protagonistas y que la película es "algo triste". ¡Qué le pasa!

¡Ah, qué García Berlanga!

Como resultado de mi ya notoria exploración del cine español, encontré en la mediateca de la UCA este par de películas bien recomendadas: "¡Bienvenido, Mister Marshall!" (1953) y "El verdugo" (1963), ambas del director Luis García Berlanga. La primera es una comedia de costumbres, que cuenta las fantasías colectivas de un pueblito español ante la llegada de "los americanos", en el contexto del Plan Marshall de recuperación económica europea de la posguerra; mientras que la segunda es el devenir de un enterrador reticente a convertirse en aplicador de la pena de muerte dentro del sistema de justicia español de aquella época, que era mediante la pena de garrote.

En ambas es evidente el humor negro en el estricto y oficial sentido de la expresión: "humorismo que se ejerce a propósito de cosas que suscitarían, contempladas desde otra perspectiva, piedad, terror, lástima o emociones parecidas". Si hay crítica social, es hacia las formas y modos que las personas adoptan en ciertas situaciones de la vida que ameritan reflexión y opciones. El ritmo de la acción y la trama es bastante ágil, y el espectador se deja llevar por una paradójica sensación de optimismo.

No sabría decir si, como lo manifiestan varios sitios de Internet (8.4 y 8.1 en Imdb, por ejemplo), estas obras deban estar en el "top five" del cine español de todos los tiempos. Pero de que uno se divierte viendo, analizando, recordando y comparando... ¡se divierte!

sábado, 16 de enero de 2010

¿Seré yo... o la época?

Uno busca y encuentra por cualquier parte las referencias a "El séptimo sello" (1957) y no puede menos que esperar una obra maestra. Seguramente lo es, con trama interesante y ritmo aceptable, pero de allí al éxtasis emocional o intelectual en el que uno legítimamente esperaría verse envuelto, no es corta la distancia. Que si las tomas y la simbología, o si las referencias a la cinematografía "bergmaniana"... todo lo que Uds., cinéfilos y especialistas, quieran. No obstante, supongo que no es lo mismo plasmar en imágenes y recitar los principios generales de la filosofía existencialista (de cierta filosofía existencialista) cuando ésta era la moda entre la intelectualidad europea, que cuando ya es una referencia en la historia del pensamiento que, más allá de la adhesión entonces o ahora manifestada, no deja de ser algo como "muy en su contexto", sin todo el encanto de una revelación recién conocida. Finalizo con un detallito (aun considerando el difuso entendimiento general del juego del ajedrez por parte de las multitudes, para darle validez a la metáfora): ¿de dónde saca Bergman que el solo hecho de dar un jaque represente per se alguna ventaja, fortaleza o motivo de optimismo ante el eterno rival?

sábado, 9 de enero de 2010

Mercenarios del deporte

El diccionario de la RAE, en su estricto afán de objetividad, define a un mercenario como un soldado “que por estipendio (paga o remuneración) sirve en la guerra a un poder extranjero”, aunque curiosamente la segunda acepción es “que percibe un salario por su trabajo o una paga por sus servicios”, (según la cual, técnicamente, todos los que tenemos un empleo remunerado lo somos).

La primera vez que escuché esa palabra fue a los cinco años de edad en el programa de televisión “Titanes en el ring”, en donde luchaba “el soldado apátrida”, el Mercenario Joe. Por aquella época no tenía la menor idea de su significado, pero la caracterización escénica del personaje correspondía al bando rudo, o sea, “de los malos”. Las demás connotaciones negativas las fui asimilando no sólo a partir de películas y teleseries, sino y sobre todo en el uso cotidiano del término, el cual contiene la consabida caracterización social: que el mercenario es un tipo sin valores, sin más lealtad que la que el dinero puede comprar, que se vende al mejor postor y en el cual obviamente no se puede confiar. Así pues, me quedó claro que el término “mercenario” está impregnado de significados e implicaciones de orden ético y, en la práctica, es peyorativo.

Al ocuparme del tema de los mercenarios del deporte y nombrarlos de esa manera no es mi propósito insultar a ningún atleta; sin embargo, la realidad lingüística no presenta ninguna otra opción para definir con exactitud la situación de alguien que, por dinero y prestaciones, cambia de bandera en justas deportivas. En este punto, es importantísimo señalar que el orden de los ciertos factores sí altera el producto (como ya lo indiqué en una entrada anterior): no es lo mismo un ciudadano extranjero que por convicción y lazos vitales cambia de nacionalidad y, como parte de su vida en ese nuevo contexto, se le presenta la opción de competir por su país adoptivo; que un ciudadano extranjero a quien prácticamente se le contrata para representar al país y, para que pueda hacerlo, se le nacionaliza.

De estos últimos hemos tenido varios casos, algunos de ellos con la complicidad de la Asamblea Legislativa, que para nacionalizarlos violó la Constitución de la República, pues recordemos que nuestra Carta Magna en su artículo 92, numeral tercero, dice que pueden ser salvadoreños por naturalización “los que por servicios notables prestados a la República obtengan esa calidad del Órgano Legislativo”, siendo evidente que la ley fundamental se refiere a servicios ya prestados, no a los “que se prestarán en el futuro” (como fue el caso de al menos dos futbolistas de la selección nacional que participó en las eliminatorias mundialistas para Francia 1998 y que, pasado aquel momento, volvieron a sus países de origen y no se asomaron más por la Guanaxia tropical).

No es mi punto de discusión si este o aquel mercenario del deporte es alguien capaz, dedicado a su trabajo, campechano, buena gente, camarada o casi hermano (que pudiera ser que lo fuera, como creen quienes lo defienden). Incluso es posible que destine parte de los beneficios aquí obtenidos al noble fin de ayudar a su familia lejana en el país extranjero de donde provino, lo cual quizá hasta legitimaría moralmente su esfuerzo.

El tema central que me interesa plantear, y que parecen haber olvidado los valedores de tales personajes, es mucho más simple, descarnado y desprovisto de sentimentalismos:

¿Hasta cuándo vas a poder contar con sus servicios?

La respuesta es bien sencilla: hasta cuando puedas pagarle y mantener los beneficios que tú o alguien más le ofreció para que se viniera para acá.

viernes, 8 de enero de 2010

¡Ah, pero aquí también!

Tartufo, el protagonista de la obra homónima clásica de Molière, también significa "hombre hipócrita y falso", conforme al diccionario de la RAE. Frente al escenario, uno disfruta a carcajadas del enorme ridículo que hacen aquellos que, dentro del universo de la obra, no se dan cuenta de que el susodicho es un vividor aprovechado y, por el contrario, lo defienden a capa y espada, pues lo consideran un tipo humilde, sincero, leal, dedicado, fiel, abnegado y no sé cuántos apelativos más. La tristeza viene cuando nos enteramos del caso de algún tartufo de nuestro entorno real que, ante la pérdida de privilegios comprobados e injustos, es capaz de arrancar hondas demostraciones públicas de sincero afecto y solidaridad a personas que -por desconocimiento, por ingenuidad o por conveniencia- se creyeron el cuento y ahora, en la partida, acompañan su éxodo con los violines más tristes del mundo. ¡Ah, mi pueblo!

Resonancias y parangones

"I believe the common character of the universe is not harmony, but chaos, hostility, and murder."
Werner Herzog

Del documental "Grizzly Man" (2005), del cineasta alemán Werner Herzog sobre el ambientalista Timothy Treadwell, extraigo, por resonancia, la nihilista visión del veterano realizador, diametralmente opuesta a la óptica romántica ingenua e infantil de su protagonista; y, por terrible semejanza, el parangón con la tragedia tropical de otro documentalista, víctima también de los personajes de su obra.

miércoles, 6 de enero de 2010

Cuando el momento se acerca

¿Qué posibilidades de conmover o emocionar tiene una película con un aire surreal tan marcado como "Intacto" (2001), en donde los personajes compiten y se juegan la suerte por la suerte misma? ¿Y si, por añadidura, es europea (con lo que ya se sabe sobre el ritmo y demás)? ¿Y qué pasa si el espectador no cree en la diosa fortuna? ¿Y si para ubicar a una personaje en una escena clave tiene que recurrir a una deducción totalmente sacada de la manga? Pues igual, que a fin de cuentas la tensión está en los instantes antes de los disparos buscados, anunciados y preparados, como cuando se estira algo cada vez más y más, muy lentamente... hasta alcanzar su punto de quiebre.

martes, 5 de enero de 2010

De una añeja alergia

En el ejercicio de mi profesión docente y sin que quiera presumir de aburrido, siempre he sido algo alérgico y bastante reticente al uso de las "dinámicas", como suele llamársele a esas breves rutinas de hacer el ridículo colectivamente, ya sea para quitar la tensión, "romper el hielo" o despertar a la audiencia de su somnolencia ocasional. Pero aún más rebelde me muestro contra esas prácticas (cada vez más en boga, como si allí estuviera la solución mecánica, automática y mágica) cuando en jornadas de capacitación diversa yo mismo me hallo formando parte de la concurrencia a la cual el o la ponente conmina mediante tales artificios.

La mejor explicación que había podido dar de mis huidas puntuales en dichos difíciles momentos era hasta ahora un gentil y axiomático "es que no me gustan las dinámicas", pero por fin encontré un razonamiento mucho más convincente, justo en la entrada anterior de esta mi bitácora virtual, en las sabias palabras que el padre Brown le espeta a la falsa alegría, esa misma que tan fastidiosa se vuelve cuando, por no brotar espontáneamente del propio espíritu, carece del imprescindible e insobornable buen humor.

lunes, 4 de enero de 2010

El buen padre Brown

El padre Brown es una creación literaria del escritor británico Gilbert Keith Chesterton (1874-1936). Este personaje de apariencia inofensiva y hasta un tanto insignificante, tiene la rara habilidad de elaborar hipótesis y encadenar supuestos de tan buena manera que concuerdan con hechos aparentemente inexplicables, de carácter criminal. Es, pues, un detective genial a quien, no obstante, no le quita la tranquilidad de su sueño el poner a los maleantes tras las rejas tanto como esperar de ellos la contricción, el arrepentimiento y la confesión voluntarias (y como prueba exhibe a su mejor discípulo, Flambeau). Agudo conocedor de la naturaleza humana, este pequeño sacerdote católico en tierras protestantes logra comprender las oscuras motivaciones del delito, aun a partir de los estereotipos. Sus relatos nos regalan, como añadido a la trama del misterio a resolver, varias frases ingeniosas, como esta tomada no tan al azar, que me pareció especialmente simpática:

- A la gente le gusta la risa frecuente -respondió el padre Brown-, pero no creo que le guste una sonrisa permanente. La alegría sin humor es un fastidio.

domingo, 3 de enero de 2010

La realidad de las manos vacías

"Memories of murder" es una película surcoreana de 2003, una ficción sobre asesinatos en serie la cual se maneja entre una especie de humor casi involuntario y un nihilismo bastante desolador, en la trama de un intenso suspense policíaco en donde sus protagonistas ciertamente evolucionan a la par de los hechos. Resulta interesante advertir las semejanzas de varios de sus ámbitos, hábitos y caracteres, con el contexto local, en donde no valen ni los métodos tercermundistas y primitivos, ni tampoco los métodos científicos, pues la impunidad acaba ascendiendo como verdad incontestable.

sábado, 2 de enero de 2010

Más allá de la etiqueta

Luego de consultar en Internet varios "top-tanto" de películas basadas en libros de Stephen King, me interesé por conocer dos títulos que son mencionados con bastante unanimidad y que no había tenido ocasión de ver: "Stand by me" (1986) y "Misery" (1990), ambos dirigidos por Rob Reiner. Mientras que la amistad y la nostalgia predominan en el primero, hay en el segundo una enfermiza obsesión al estilo de Hitchcock, con un par de situaciones bastante estremecedoras, por los crujidos. Y aunque a King se le asocia con el género del terror sobrenatural, llama la atención que de las catalogadas como mejores adaptaciones de novelas de King a la pantalla grande (contando además con "The green mile" y "The shawshank redemption"), la mayoría no sean precisamente de este género, salvo la desoladora visión solitaria y demencial de Kubrick en "The shining".