jueves, 30 de octubre de 2014

Recetas

Todos tienen una receta para ti.

Multitud de psicólogos/as, titulados o empíricos, te hablan de estas y aquellas directrices para vida, según tal o cual enfoque. Los libros de autoayuda, del corte que sean, son un rubro editorial rentabilísimo y son devorados en frenética búsqueda por lectores en angustiosa búsqueda. Desde el escenario del culto religioso o del púlpito, pastores y sacerdotes transmiten la quintaesencia de sabiduría acumulada por siglos, a fin de mantenerte en el buen camino. Gurús de superación personal llenan sus salas de conferencias con público ávido de brújulas existenciales.

¿Hay acaso una receta que funcione?

Quizá sí, pero tal vez no sea única para todas las personas en todas las circunstancias. En la búsqueda de ser mejores personas, a unos les sirve una fórmula y a otros, otra.

La receta buena y verdadera es aquella que te funciona.

Lo difícil es hallarla.

martes, 28 de octubre de 2014

XXX aniversario

Estos viejitos con quienes sonrío para la foto son mis compañeros de la Promoción Chaleco 1984, sentados en las legendarias gradas de la Capilla "María Auxiliadora" del Colegio Salesiano "Santa Cecilia", en la ciudad de Santa Tecla.

El día anterior había sido el típico combebio (cuyas fotos obviamente no publicaré, por discreción) y el sábado 25 de octubre se realizó la tradicional misa de acción de gracias. El padre Héctor Cruz, miembro de la promoción, no pudo estar a consecuencia de haber sido atacado por un zancudo chicunguñesco, pero envió a un emisario que dio un bonito discurso a modo de homilía, tan pragmático que fue bueno más allá de las creencias particulares.

No estuvimos tantos como para los veinticinco años, quizá por ser esta celebración menos emblemática, pero la convocatoria fue buena. Finalizamos cantando el himno del colegio, recuperado hace cinco años con el esfuerzo colectivo. Tras espaldarazos y bromas, nos retiramos con buenas sensaciones.

De cuando en cuando, es bueno ver a los coetáneos. Se recuerdan tiempos juveniles y uno se siente algo así como acompañado solidariamente en el tránsito temporal.

¡A ver, a ver... jóvenes!

lunes, 27 de octubre de 2014

Mi guitarra y su heredera

I. La guitarra

Mi guitarra electroacústica “Palmer” de cuerdas de nailon ha sido jubilada, luego de más de una década de nobles servicios prestados en múltiples eventos musicales, en mi faceta de cantautor y también con el grupo “Balada Poética”.

Guayo, del Centro Cultural de la UCA, conoce las entrañas del instrumento y puede dar fe de que la factura y el sonido de esta guitarra ya amplificada son excelentes, una singular excepción en el estándar de la marca.

Entre las heridas de guerra más notables de mi querida guitarra está una enorme grieta que atraviesa el mástil (daño sufrido no por mi mano, hace ya bastante tiempo); sin embargo, esa dolorosa rajadura se produjo de tal manera que, con la tensión de las cuerdas, se cierra en vez de que abrirse. Hace dos o tres años tuve, no obstante, que enroscarle un tornillo estratégico, para corregir un leve desplazamiento horizontal de menos de un milímetro entre las placas, que entonces ya comenzaba a notarse.

Aún con esas reparaciones y cicatrices, mi guitarra se desempeñó muy bien en diversos escenarios todo este tiempo, siendo incluso internacional en el Teatro “Rubén Darío” de Managua (sobreviviendo heroicamente al transporte terreste).

Esta querida guitarra cumplió con nota sobresaliente sus tareas. Jamás me dejó varado, incluso sacó de apuros a uno o dos guitarristas ajenos a quienes sus instrumentos les fallaron. De esta mi guitarra siempre brotó el mejor timbre. Toda vez tenga buenas cuerdas, su sonoridad y exacta afinación son impecables. Oigan los acordes iniciales de la versión de estudio de “Algo sencillo” o el solo de “Brillo de amor” y me concederán la razón.

Al día de hoy, la guitarra está en muy buen estado y, como es fácil concluir, su valor sentimental es grande. Sin embargo, siento que ya ha cumplido su ciclo y me parece justo darle un honorable retiro.

II. La heredera

Hace ocho años, una niña llamada Fernanda acudió a un curso vacacional de guitarra que tuve a bien convocar. Aprendió como si para ella fuera la cosa más natural y en los años siguientes colaboró conmigo en varias actividades dentro de la institución educativa donde nos conocimos. Con el tiempo, atendió mi invitación para integrarse a lo que luego sería “Balada Poética”.

Hoy, Fernanda está por cumplir veintiún años y estudia ingeniería en la universidad. A esta fecha, no tengo la cuenta exacta de las veces que ha estado conmigo en el escenario, pero son muchísimas.

Desde el punto de vista musical, me pareció natural que fuese Fernanda quien recibiera en herencia mi guitarra electroacústica “Palmer” de cuerdas de nailon. En algún momento anterior se lo dije así y hablaba en serio, pues a lo largo de ocho años la vi transitar por esa etapa tan difícil de la vida, como es la adolescencia, tiempo en el cual supe de varias de sus alegrías e intuí (más que conocí) algunas de sus tribulaciones, me enteré de muchos de sus aciertos y también la vi cometer errores.

Todo eso construyó un valioso nexo maestro-alumna. El hecho de heredarle mi guitarra electroacústica "Palmer" de cuerdas de nailon muestra reconocimiento y aprecio por esos años pasados, pero también significa comprensión y, sobre todo, confianza en que, siendo fiel a ella misma, encontrará el preciado don de la sabiduría.

La guitarra se la entregué directamente en sus manos el pasado viernes. Fue un momento significativo.

Espinitas

La que hasta el momento ha sido mi única etapa como narrador duró unos doce años, contados a partir de 1988 cuando escribí mis primeros cuentos válidos. En ese lapso, la literatura fue bastante generosa conmigo, tanto en aspectos tangibles (libros, premios y viajes) como inmateriales.

Sin embargo, tengo un par de espinitas que voy a sacarme en esta entrada. A la distancia, más allá de las naturales susceptibilidades del ego, ambas quedaron en anécdotas sin mayor trascendencia cultural; no obstante, las verteré en desahogo saludable, pues mejor desprenderme de ellas que andarlas llevando. De paso, también retratan mezquindades del mundillo literario, contaminando a menudo el periodismo cultural e incluso la dirección editorial.

¡Avisa, que ahi van!

- La primera

En una entrevista de 1995, página y media en la sección cultural de LPG, platicamos cordialmente y sin mayores incidentes con el periodista encargado, Francisco Ayala Silva, un joven de aspecto introvertido, tocayo para más, a quien le dejé mi libro (no recuerdo si con autógrafo). De más está decir que no vale la pena consignar aquí su nombre.

Ya impresa, la entrevista fue otra cosa.

Intercalada con uno de mis textos más directos, la parte que correspondió al periodista tenía la subjetividad propia de un personaje teatral situado en un escenario, por momentos en tono simpático y en otras tal vez no tanto, válido si se quiere y hasta cierto punto.

La referencia inicial a mis logros literarios dejó ver cierta... Tengo la palabra, no la quiero decir pero se deduce fácil, mire usted:

Mientras que un montón de jóvenes tienen escritos un montón de poemas y un montón de cuentos y les ha sido imposible publicar una palabra, a Rafael Francisco no le costó encontrar un editor.

Según él, sólo fue cosa de llegar y ponerlo en prensa.

Más adelante, una vez agarró confianza, se dejó ir con valoraciones y réplicas en segunda persona familiar, como un maestro bonachón que le hablase a su discípulo, enseñándole como escribir, sólo que con el interlocutor ausente y desde la página de un periódico. No sé si alguna vez se haya publicado aquí otra entrevista con esas características, pero el párrafo final es de antología doctoral:

Si dominaras tu energía y adoptaras el hábito de la paciencia podrías reunir todas tus figuraciones y, en lugar de escribir una treintena de chingastes de historias, escribirías una docena de excelentes cuentos o una novela bastante decente.

¡Cómo no, chero! Cuando tengás tiempo, dale una leidita a la teoría de géneros literarios.

Años más tarde, encontré una explicación más plausible que la presunta deficiencia de los textos aludidos, merced a un premio de teatro que le fue entregado. Supe entonces que él también era escritor y entendí que tal coincidencia de anhelos puede ser terriblemente desventajosa para uno como entrevistado, aunque sea por el solo hecho de tener un palmarés que el otro sujeto percibe o quiere hacer ver como inmerecido.

- Las segundas

Por esa misma época, existía un periódico impreso que se las daba de cultural. Había surgido en la posguerra gracias al financiamiento solidario internacional, con el que pronto acabaron quienes lo dirigieron. Les llevé mi libro recién publicado por UCA Editores y me atendió el subdirector, Miguel Huezo Mixco, un poeta con cierta formación académica, de quien considero más elegante omitir su nombre. En la breve nota que luego apareció, puso la foto mía con el libro, los principales datos del volumen y, claro, su infaltable valoración negativa del mismo:

En el quehacer literario de Góchez se percibe, sin embargo, bastante prisa por publicar, lo que redunda en que algunos de sus relatos sean desiguales, poco depurados.

Tan simple como que no hubiera habido un respetable criterio editorial de por medio.

Pasado un tiempo, este mismo poeta fue nombrado director de la editorial estatal. Se le recuerda por su celo y afán de convertirse en censor de agudo criterio, César cultural de pulgar inclemente, ese filtro que tanta falta le hacía a la cultura salvadoreña, llamado a redefinir y establecer altos estándares de publicación en la DPI. La aplicación implacable de este criterio resultó, no obstante, curiosamente flexible para con un su amigo literario, pero ese es otro tema.

En una conversación, no sé si a sabiendas de que ya se me había publicado un libro allí, me dijo con clara intención peyorativa:

Es que, mira: aquí en esta editorial ha publicado gente muy joven, muy joven.

Valga el eufemismo y la ninguneada, que yo tenía menos de 30 años.

Pero seamos justos: también tuvo sus momentos de benevolencia, aunque no para mí sino para un ascendiente directo. Al hacer entrega de la antología “Esta mueca circular y sola”, de Rafael Góchez Sosa, no se atrevió a poner en tela de juicio los méritos de un poeta ya reconocido; por el contrario, se refirió a él con encomio en estos términos:

Cualquier poeta que esté de Góchez Sosa para arriba, tiene que estar publicado en esta editorial.

Todavía recuerdo el vivo gesto de su mano indicando dónde quedaba la parte baja de su ranking.

¡Vaya personajes!

jueves, 23 de octubre de 2014

"Del asfalto", para quienes gusten.

“Del asfalto” es un libro de cuentos y conexos, publicado por UCA Editores en 1994, tanto por méritos literarios como por la buena experiencia de circulación de su predecesor de 1992, “¿Guerrita, no…?”, cuya primera edición se agotó en el término de un año.

Si bien algunos textos que conforman “Del asfalto” siguen esa dualidad -entre cruda y humorística- que tuvo éxito en los certámenes literarios que validaron primer libro, los demás relatos exploran nuevos ámbitos, con un estilo narrativo más elaborado y -lo creo sinceramente- más maduro, consciente de sí mismo.

Si un buen crítico literario etiquetara este volumen como “de transición”, no andaría del todo descaminado: tal evolución se hizo patente algunos años después en la colección “Los encierros”, que en 1997 obtuvo el primer lugar en los Juegos Florales de San Salvador ante un jurado irrepetible: José María Méndez, David Escobar Galindo y Álvaro Menén Desleal.

No obstante lo anterior, la atención del público lector en aquella época se volcó principalmente hacia mi primer libro, no sé si por el nexo con la recién terminada guerra civil o por su estilo más desenfadado, dejando “Del asfalto” algo olvidado.

Así, pasadas dos décadas de su publicación, encuentro que hay un remanente de existencias en la editorial universitaria (a diferencia de ya mencionado “¿Guerrita, no…?”, que cuenta tres ediciones, y su posdata de 1993 “Desnudos en una capilla”, libro del cual la Dirección de Publicaciones e Impresos me confirmó que ya no hay en existencia).

Viéndolo así, es mi deseo darle un impulso muy peculiar a la circulación de este libro, llevándolo a nuevos lectores/as y así evitar que pasen otros veinte años sin más novedad que el añejamiento progresivo del papel.

Es de esta manera como -luego de las correspondientes gestiones, posibilitadas por condiciones muy particulares que no sé si se repetirán en el futuro- ofrezco a partir de esta fecha el libro “Del asfalto” a aquellos lectores y lectoras que deseen sumergirse en él. Las condiciones para obtenerlo son las siguientes:

a) Tiene un precio simbólico de un dólar. Obviamente, no hay fines de lucro pero tampoco estaría bien regalarlo, por aquello del respeto al arte en cuanto producto cultural.

b) La oferta es válida para quienes me han conocido (mucho o poco, pero sabien quién soy) en cualquier ámbito en que me he desenvuelto (docencia, música, ajedrez, literatura, baloncesto, etc.) o por donde haya pasado (colegio, universidad, trabajo, etc.).

c) El trámite es directamente conmigo. No aplica en librerías.

d) No hay entregas a domicilio ni envíos por correo (aunque recibiera anticipadamente el importe). El ejemplar se lo entrego en sus manos, pero usted debe venir a buscarlo. El transporte del ejemplar físico hasta su destinatario final es responsabilidad del interesado/a.

e) Aunque parece innecesario decirlo, por obvio, más vale aclararlo: tenga presente que el libro es de ficción literaria, no testimonial ni confesional.

f) Queda a opción de la persona que lo lleve el pedirme que lo autografíe, pero yo decido qué le pondré.

Para contactarme con este fin, llegue a mi oficina, mándeme recado, envíeme un correo electrónico, hágalo a través de un comentario en este blog, póngame un mensaje en Facebook o en Twitter.

Una vez en sus manos, espero que disfrute de la lectura.

Posdata:
Algunas partes del libro -en sus hechos, voces y personajes literarios- tocan temas tabú en la cultura local, con los cuales algunas personas podrían sentirse incómodas (dependiendo de sus valores, creencias y prejuicios).
En atención a ese hecho contextual, valoré poner un filtro como "para mayores de quince años"; sin embargo, desistí por cuanto eso muchas veces sólo le añade morbo indeseado y, además, he vivido lo bastante como para tener la fundada impresión de que el criterio de edad no siempre garantiza una lectura sana y lúcida.

sábado, 18 de octubre de 2014

Cinco habilidades casi perdidas

El mundo cambia, la tecnología avanza y los hábitos humanos se modifican. Unos dirán que es progreso material y otros, por el contrario, resentirán el presunto retroceso del espíritu humano, según sea la perspectiva.

Comoquiera, hay ciertas habilidades y destrezas que están en claro proceso de desaparecer casi por completo debido al desuso, a que ya no se consideran necesarias porque hay aparatos omnipresentes que resuelven mejor el mismo problema, o al cambio de circunstancias y contextos.

Helas aquí, no sé si con solo afan descriptivo o con alguna nostalgia.

1. Teclear de modo ortodoxo

Ya en la época de la máquina mecánica de escribir había una expresión que aludía a las personas que no tecleaban correctamente en el qwerty (es decir, usando todos los dedos en las teclas asignadas, con la capacidad de hacerlo sin ver el teclado): uno se mofaba de ellas diciendo que escribían “a picapollo”. Con la transición a los teclados de computadora, la prescripción ortodoxa no cambió, pero la irrupción de los teclados táctiles de tablets y smartphones es otra cosa: la manera más cómoda de escribir –y, a menudo, la única manera- es usar sólo el dedo índice de la mano dominante. Y ya con la tecnología de reconocimiento de voz, ni qué decir.

2. Ordenar alfabéticamente

Buscar una palabra en un diccionario manual o un nombre en el directorio telefónico requería de esta habilidad. Hoy el diccionario y los lugares se hallan fácilmente en la web, mientras que el directorio impreso de personas ha desaparecido, quedándonos sólo con la sección de “páginas amarillas”. Cualquier programa de procesamiento de texto o datos tiene la función de ordenar alfabéticamente. El único orden que deberemos saber es que la a va antes que la zeta.

3. Sumar y restar mentalmente

No hablemos de las tablas de multiplicación o de la operación de dividir. Pensemos en sumas y restas de cantidades sencillas, cotidianas. Pague una cuenta de $7.50 con un billete de $10.00 y nadie sabrá que el cambio es de $2.50 a menos que acuda a la omnipresente calculadora, ya sea de escritorio o en su teléfono celular (que hay más aparatos que personas). Y si es con tarjeta de crédito, olvide la necesidad de cualquier cálculo, que en ese caso el cargo va directo, sin vuelto.

4. Memorizar números de teléfono

¿Se sabe los números de teléfono de sus contactos frecuentes? Yo no. Y la agenda de mi teléfono celular tampoco me lo recuerda, pues lo que me muestra siempre es el nombre. El colmo es que usted no se sepa su propio número de teléfono.

5. Encontrar direcciones por sí mismo(a)

El diseño ortogonal con que fueron construidas nuestras ciudades facilitaba mucho encontrar una dirección, pero entonces vinieron las nominaciones honoríficas: la 5ª calle oriente pasó a llamarse “Calle Don Fulanito de Tal” y la 8ª avenida sur fue bautizada como “Doña Sutana Menganita”. Después, las urbanizaciones de nombres elegantes con calles nombradas como flores, mares, océanos, volcanes y lagos, sin orden alfabético ni numérico. Si usted no conoce el sitio, tiene que hacer referencia tras referencia a lugares, marcas y rótulos. Haga la prueba pidiendo una pizza a domicilio.

miércoles, 15 de octubre de 2014

A quien corresponda

En relación con mis publicaciones en redes sociales (Facebook, Twitter, Blogger, Google+ y demás), yo, Rafael Francisco Góchez, docente, escritor y músico, de generales conocidas y residente en la República de El Salvador, deseo expresar lo siguiente:

Yo no soy todo lo que escribo en la web, pero eso que escribo viene de lo que soy.

Mis espacios virtuales están abiertos a quien quiera visitarlos voluntariamente con fines lícitos.

Lo que publico lo hago desde la honestidad intelectual. Si en ocasiones me equivoco, no es con mala intención y estoy dispuesto a reconocerlo frente a argumentos válidos.

Procuro expresarme con lenguaje apropiado, sin injurias y con la máxima claridad posible, tratando de fundamentar lo que digo pero consciente de que hay otras formas de pensar distintas a la mía.

Me gusta comentar y que me comenten, toda vez haya respeto de por medio; no obstante, considero odiosa la práctica de invadir muros o cabezas ajenos, pretendiendo conquistarlos, pues una cosa es el sano debate y otra muy distinta el acoso proselitista de cualquier índole.

Hago uso responsable de mi libertad de expresión. Tengo ese privilegio gracias a las luchas y aportes de muchos/as librepensadores a lo largo de la historia. Gracias a ellos/as, puedo administrar ese derecho.

Sé que al actuar de esta manera quedo expuesto a la crítica y también a cierto escrutinio, así como a otros riesgos inherentes (como tergiversaciones, lecturas superficiales, etiquetas, citas fuera de contexto, etc.). Sin embargo, la opción del silencio autoimpuesto no me parece consecuente con mis principios.

Lo que, en definitiva, no puedo controlar es la manera -a veces muy subjetiva o demasiado susceptible- en que las demás personas van a entender, sentir, interpretar o reaccionar ante mis publicaciones.

Si leer algo con lo que no está de acuerdo -aun cuando esté expresado apropiadamente- constituye para usted un irrespeto, le invito a que revise los conceptos de fanatismo e intolerancia y vea si le aplican.

Si, pese a lo dicho anteriormente, le desagradan o incomodan mis ideas, mi estilo o yo mismo, le recomiendo -sin ningún tipo de resentimiento- que no me lea, que se abstenga de ingresar a mis sitios o, si ya me tiene añadido, que haga uso del “ocultar publicación”, “mute”, “unfriend”, “unfollow” o cualesquiera recursos que ofrece la web para evitarle tales incomodidades.

Le agradeceré mucho que tome en consideración la presente.

Atentamente,

RFG

martes, 14 de octubre de 2014

Cosa nuestra

Creer que Dios evitó una tragedia, ¿no es también responsabilizarlo cuando ésta ocurre?

Creer que Dios es mi guardaespaldas personal, ¿no es atribuir a su ausencia todas las desgracias -mayormente injustas- que sufren mis semejantes que no cuentan con esa divina protección?

¿No luce un poco impertinente, egoísta y hasta irrespetuosa con el dolor ajeno la invocación miope de quien, rodeado de cadáveres, da las gracias a Dios por ser el único sobreviviente de un accidente de tránsito en donde murieron horriblemente medio centenar de personas?

Ni el azar, ni las acciones u omisiones humanas, son la Providencia.

El pensamiento mito-mágico no produce soluciones; en cambio, genera demasiadas angustias ante lo inexorable, soberbias derivadas se creerse superior al resto, o sentimientos de abandono por el silencio supremo ante los humanos clamores.

Los fenómenos naturales, enfermedades y accidentes son parte del mundo en que vivimos, siempre han estado y estarán allí; lo que nos compete es prepararnos, investigar, prevenir y minimizar en lo posible la vulnerabilidad.

Las situaciones injustas de origen social son, en todo caso, enormes rocas que mover a base de titánicas empresas.

Y todo eso es cosa nuestra.

Inspirados en lo trascendente, si se quiere, pero cosa nuestra.

sábado, 11 de octubre de 2014

Contra el dolor

Fuimos educados en el dualismo, partiendo al ser humano en dos, cuerpo y alma, despreciando el uno en beneficio de la otra. Nos citaron y recitaron a cada momento que “el espíritu es fuerte, la carne es débil”; que aquél es elevado y ésta, pedestre.

Y de allí, fuimos sumergidos en el ascetismo, según el cual el cuerpo es fuente de bajos impulsos y ha de ser castigado, para así elevar el alma. No nos dijeron que los mayores crímenes de la humanidad provienen, precisamente, del espíritu (envidia, venganza, odio, intolerancia, etc.).

Creyendo en insensateces inmemoriales, se imaginaron que el dolor tenía una finalidad bondadosa, superior, que el sufrimiento redimía y por lo tanto se podía ofrecer en sacrificio para limpiarse místicamente. Escribieron libros y versículos para darle sentido a la desgracia, a veces como purificación y otras como una prueba para ganar maravillas futuras. ¡Qué perniciosa idea!

El dolor es un signo de que algo anda mal... y nada más.

El sufrimiento sólo redime cuando el ser -real o imaginado- ante quien se presenta dicha ofrenda es cruel y se goza en el dolor ajeno. Creer que el dolor salva es justificar una tortura metafísica.

¡Maldito sea el dolor!

Si algo ha de tenerse como indicador del progreso de la humanidad es, precisamente, la lucha contra el dolor y el sufrimiento: sea desde la medicina, la justicia social, la ayuda personal o la búsqueda de la armonía íntima.

El dolor no nos hace más humanos; la lucha contra el dolor, sí.

domingo, 5 de octubre de 2014

Carta abierta a predicadores

Estimados religiosos/as, curas y pastores de las diversas iglesias:

Me dirijo a ustedes con buena fe, asumiendo que realizan sus actividades creyendo sinceramente en las bondades de sus dogmas y rituales.

El motivo de la presente es hacerles ver el grave error que están cometiendo algunos/as de ustedes en sus prédicas, al construir sus discursos sobre la base del anatema, es decir, la maldición o imprecación contra personas o grupos que no comparten sus creencias.

Al hacerlo de esta manera, promueven la intolerancia, olvidándose de que el ser creyente, adepto a una u otra religión, agnóstico o ateo es una opción íntima que obedece a muchísimos factores de la historia personal de cada quien, lo cual -si se ha hecho con el debido discernimiento- es digno de respeto.

Quienes solo saben predicar a partir de un espíritu negativo, que suele ir desde la ironía y el sarcasmo hasta el lanzamiento de prejuiciosos dardos contra el resto de los mortales, no se dan cuenta de que, de esa manera, solo hacen ver su propia debilidad de argumentos y reflejan pobreza de espíritu, pues rebajar al resto no es un medio sano de elevarse moralmente.

La amenaza y la reprobación como medio para conquistar almas es cosa de un oprobioso pasado. Con ellas, su comunidad no crece ni en número ni en virtud. Una invitación alegre y entusiasta sobre la base del amor sería, en todo caso, mucho más efectiva.

Si en vez de alegrarse por los feligreses que asisten a la misa o al culto, se dedican a lamentarse y denigrar a quienes no llegan (muchas veces con críticas llenas de generalizaciones reduccionistas), lo único que logran es generar amargura y frustración, y transmitírsela a sus propios fieles.

La gente que busca la religión lo hace por razones tan diversas como contradictorias. Ustedes, que se han erigido como especialistas en el tema, tienen la gran responsabilidad de orientar esas expectativas por caminos que conduzcan a la paz y armonía personal, para desde allí construir una mejor sociedad.

Que la certeza subjetiva que les da su fe no los lleve al fanatismo que promueve la exclusión y el odio explícito o velado contra quienes no piensan como ustedes.

Atentamente,

RFG



sábado, 4 de octubre de 2014

Cinco consejos funerarios

Hasta el momento, he estado en seis funerales de familiares cercanos: tres de ellos durante la adolescencia y temprana juventud (1979, 1983 y 1986) y los otros en la plena adultez (2008, 2012 y 2014), además de unas cuantas velaciones significativas. Asumo que estaré en otros más, antes de llegar al mío propio.

Algunas muertes fueron muy duras de aceptar por lo inesperadas; en otras, en cambio, ya había conciencia de que podía suceder en cualquier momento y eso, de alguna manera, permitió mayor ecuanimidad.

Durante esas experiencias he visto una amplia gama de dolientes, cada quien con sus reacciones aprendidas o espontáneas: desde el llanto inconsolable, con gritos incluidos en los momentos críticos, hasta una extraña tranquilidad que asombra a quienes van a dar el pésame, en ocasiones más compungidos que el propio familiar.

En cuanto a las ceremonias, el recuento es disímil: desde caóticas hasta muy organizadas. Unas se quedaron solo en lo religioso mientras que otras incluyeron componentes artísticos, filosóficos, políticos o de cualquier otra índole. No faltaron las intervenciones oportunas ni tampoco las impertinentes, así como los imprevistos y situaciones incluso rocambolescas (como descubrir que el ataúd no cabía en el nicho).

Personalmente, he vivido distintos roles y protagonismos: en unas ocasiones contemplativo, en otras participativo; con respetuoso silencio unas veces, o dando extensas palabras de ánimo en otras; generalmente racional y en control de mí mismo, aunque en dos situaciones particulares estuve hundido en un dolor incontrolable.

Desde la experiencia evocada en las líneas anteriores, junto con mis creencias y conocimientos previos, me permito formular cinco recomendaciones funerarias para que, cuando le toque, sus ceremonias transcurran de la mejor manera posible y no generen recuerdos desagradables. Helas aquí, tómelas por el lado amable.

* * *

a) Tenga claro que el funeral es un homenaje a quien en vida fue el difunto/a. En ese sentido, oriente la ceremonia de manera tal que enfatice y se hable principalmente de esa persona, de sus aportes y del mejor recuerdo posible que le va a quedar a sus deudos. Aunque el componente religioso esté presente, este debe ser maduro, sobrio, sano e incluyente. Es de mal gusto usar de excusa al fallecido/a para hacer proselitismo religioso, debates sobre rituales y dogmas, especulaciones acerca del cielo y del infierno, lanzar dardos de exclusión contra quienes no comparten esas creencias, etc. Lo mismo vale para los temas políticos, morales u otros que generen divisiones.

* * *

b) Organice con racionalidad las intervenciones habladas y seleccione con sano criterio a los familiares y amigos que los tendrán a cargo, tanto en la velación o en el cementerio. No ponga a hablar en público a personas cuyo dolor esté fuera de control y nuble o bloquee su capacidad de expresarse con fluidez, eso no es justo para nadie. Cuídese mucho de los espacios para intervenciones espontáneas tipo “si alguien quiere decir algo, ahora es el momento”, pues hay quienes saben cómo comenzar pero no cómo terminar; dado el caso, ponga un tiempo razonable por turno y pida –con amabilidad asertiva- que se respete ese límite (a menos que quiera una ceremonia interminable y desesperante).

* * *

c) Por mucho dolor que haya de por medio, un funeral siempre requiere de diversos trámites que deben realizarse en un tiempo limitado, así como de muchos pequeños detalles de organización; por eso, siempre debe haber personas lúcidas, en pleno uso de sus facultades, que se encarguen de ellos. Procure, entonces, ser usted una de esas personas: ofrézcase, póngase a la orden, ayude, no regatee esfuerzos, no sea bulto.

* * *

d) Aproveche la convocatoria para reforzar sus relaciones fraternales y familiares. Si hay amigos y parientes que hasta ese momento se han dejado ver, luego de muchos años de olvido y alejamiento, no les salga con recriminaciones y recíbalos con un abrazo, sin indirectas ni ironías. De la misma forma, comprenda y no guarde resentimientos si alguna persona que usted esperaba ver allí no pudo o no quiso llegar. Haga que esa muerte sirva para mejorar todas esas relaciones sobre las que se construye la vida, que -como ve- es finita.

* * *

e) Incluya en su presupuesto hogareño un seguro funerario acorde a sus posibilidades, mejor si es en cuotas (porque cada abono le dice al oído “recuerda que eres mortal”). Piense, ubique y pregunte dónde enterraría o cremaría a un difunto/a suyo. Una persona a quien la muerte de un familiar le pilla sin ninguna previsión en este sentido es fácil víctima de usureros, y al dolor por la pérdida se suma la desesperación y angustia de un trámite que pende sobre su psique como espada de Damocles.