viernes, 29 de junio de 2012

Manipulación alfanumérica

De la pegadiza y tradicional cola en los bancos de antaño, con el respectivo par de horas de espera, pasamos hace unos años al tiquete con número correlativo, que permitía esperar no necesariamente de pie los engorrosos trámites a los que uno se ve sometido.

Sin embargo, de unas semanas para acá la cosa ha cambiado, no sé si para bien o para mal.

Antes, en la pantalla electrónica uno podía ver qué número se estaba atendiendo, por ejemplo un sofisticado “6”, y sentir la honda decepción al leer un burlón “84” en el papelito oficial que acreditaba el turno propio.

Ahora, en cambio, el orden de llamada va así: C-145, R-023, Q-001, B-054. No hay manera de saber cuántos faltan para el ansiado llamado y ¡ay de quienes intenten averiguarlo!

No sé si de por medio habrá habido un estudio psicológico-industrial para determinar que tal desconocimiento contribuye a evitar el estrés propio de toda cuenta regresiva. Quizá sea para "disciplinar" a la gente que llega a tomar un número y se retira a hacer otras diligencias para regresar después y aprovechar mejor el tiempo.

Mas por lo que sea, a algunos nos crispa los nervios el estar escuchando combinaciones alfanuméricas que bien podrían salir de una mente calenturienta del tipo “según como se le van ocurriendo”, sensación que es más angustiosa después de la primera hora de espera en donde, además, uno ve o cree ver a personas que, habiendo entrado después, son atendidas primero, quizá por el tipo de trámite, pero en todo caso antes que uno.

Lo peor de todo es que si uno busca una actividad edificante para pasar la espera, como leer un buen libro… ¡lo más probable es que se pierda el turno sin siquiera saberlo!

viernes, 22 de junio de 2012

A mis maestros

No me resulta difícil hacer una lista de maestros gratamente recordados y creo oportuno expresarlo en este día que se celebra en su homenaje. Los ha habido muy buenos, regulares en sentido normal y también muy malos, pero como uno es quien selecciona qué recuerdos quiere tener, me quedo con los primeros.

De mis años en el colegio "Champagnat" puedo mencionar al Hermano Rufino Idiazábal (1909-2002), un señorón navarro con absoluto aspecto de abuelito regañón, y al profesor Santos Baltasar Moreno, de quien ya comenté una anécdota antes en este blog, hombre bajito de estatura pero con sabia vocación; y por supuesto a Gustavo Granadino, director técnico del grupo musical en que estuve durante varios años.

De mi bachillerato industrial (opción electromecánica) en el Colegio Salesiano "Santa Cecilia" recuerdo al Teacher Méndez, no por sus teorías conspirativas anticomunistas en las clases de sociales, sino por su devoción hacia las artes clásicas y su incansable promoción cultural; a Billy Quiteño, mi entrenador de baloncesto en la categoría Juvenil "A", a quien agradezco su paciencia y voto de confianza deportivo; y al profesor Rafael Andino, especialista en física y matemáticas, quien supo conectar con nosotros, que no éramos precisamente alumnos dóciles.

De mis tiempos universitarios en la UCA, el reconocimiento es para quienes fueron los pilares de la carrera de Letras: Ana María Nafría, don Paco Escobar y don Lito Rodríguez, quienes son referencia ineludible en cuanto a teoría y práctica.

Sin embargo, mis verdaderos maestros siempre estuvieron en casa, pues mi padre Rafael Góchez Sosa y especialmente mi madre Gloria Marina Fernández fueron el mayor ejemplo de abnegación, haciendo jornadas maratónicas que incluían fines de semana, a fin de sacar adelante el Liceo Tecleño, en donde invirtieron un cuarto de siglo de sus vidas. Es por ellos que la profesión docente nunca me fue extraña y siempre supe valorar más allá de la sola remuneración (¡que también es justa y necesaria!).

Por todos ellos es que me gusta el Himno al maestro, visión idílica de la profesión y ciertamente con lenguaje de ese que antes se llamaba "genérico", pero ¿qué seríamos sin las utopías?