viernes, 23 de septiembre de 2011

¡Qué mal, Mafalda!

Me cae mal la "titulitis" de Mafalda. Por supuesto que apoyo la superación y desempeño profesional de las mujeres (y que no se vea como un "generoso permiso"). Obviamente, esta caricatura procede de y se entiende en el contexto de la reivindicación femenina de las décadas de los sesentas y setentas, pero la calidad de persona no la da un título. A una madre, hija, hermana, amiga, etc. se le ama por lo que es, no por su grado académico, y la falta de éste no justifica que se le espete un "mediocre" ciego y desconsiderado ante las virtudes que esta niña es incapaz de reconocer en su mamá.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Para espantar sensatos

Tras una publicación polémica y una conversación privada la semana anterior, es triste ver cómo y cuánto pululan algunas ofertas religiosas primitivas, absurdas, indignas, irracionales y francamente lesivas para la humanidad de las personas, presentadas por varias iglesias de una y otra filiación.

La publicación aludida apareció en la sección de consejos para mujeres de uno de los periódicos de mayor circulación. En esencia, lo que plantea es la sumisión de la mujer en el matrimonio, al estilo literal de Colosenses 3, 18 (“Esposas, sométanse a sus maridos como conviene entre cristianos”) llevando el mandato hasta el lecho, lugar en que ella debe siempre estar accesible, aunque no esté anímicamente dispuesta. Tras la andanada de críticas, el periódico publicó una nota aclaratoria, manifestando que dicha postura era solo la opinión de la fuente consultada, una psicóloga y pastora que, según su propio testimonio, prometió servirle al Señor por el resto de su vida si sus empleados y sus familiares quedaban a salvo en el terremoto de 1986.

Contra tan torcida percepción de lo divino, basta observar que dichos métodos de reclutamiento distan mucho de la imagen de un Dios bondadoso y, por el contrario, recuerdan más a ciertos personajes y organizaciones proclives al mal. Y contra tan retrógrada percepción de la mujer como un sub-ser en función del hombre, ya han argumentado bastante las propias implicadas y si todavía hay quienes aceptan y defienden tales conceptos, será por necedad y fanatismo, contra lo cual no hay argumento posible.

Sin embargo, por paradójico que parezca, en el fondo de esta oscura prédica hay un elemento potencialmente positivo: la legitimidad del pleno disfrute sexual de la pareja cuando coinciden las voluntades de ambos contrayentes, cosa que ni aún así se acepta en otros discursos. Esto me lleva a mirar hacia la acera de enfrente y traer a cuenta la conversación que tuve con alguien que asistió a cierto evento de iniciación.

De lo que me enteré por su medio confirmó lo que ya sabía de primera mano por referencias de otras personas directamente involucradas, tanto como por investigación y lectura de los documentos oficiales en que se basan. Se trata de una persistente línea de corte ascético medieval que considera a la carne como enemiga esencial, de donde se deriva una visión enfermiza de la sexualidad humana, ofreciendo una lista de tozudas prohibiciones, faltas imaginarias y prejuicios basados en la ignorancia. Voces entusiastas e incluso autorizadas predican ajenas a cualquier visión sensata de una moral basada en la razón y en función de la humanidad. El sexo se ve como esencialmente perverso, tan solo practicable con fines de procreación. En los periódicos nacionales de mayor circulación hay columnistas especializados/as que cargan una o dos veces por semana contra las y los impíos, definidos como tales no por su falta de compromiso ciudadano, su insolidaridad o su hipocresía, sino tan solo por sus opciones y prácticas sexuales. Lo más lamentable es que, al confrontar el asidero doctrinario se comprueba su ortodoxia, tanto como sus niveles de intolerancia y resistencia al cambio evolutivo. Discutir con esta gente no se puede, pues no tienen “oídos para oír” y ante el embate de cualquier argumento racional, solo pueden citar -muy a su conveniencia y desde la tradicional antinomia entre fe y razón- la fuente de sus creencias, con lo que se cae en un filosófico círculo vicioso.

Con semejantes opciones y alternativas, es bien difícil rebatir las críticas y sacudir las apatías de quienes viven fuera de los rebaños sagrados, que no necesariamente son gente inmoral pero que -en determinados casos, con sano apoyo espiritual y una estrategia mucho más inteligente- podrían haber tomado decisiones mucho más edificantes. En este sentido, me pregunto por qué pasan casi desapercibidas otras experiencias de crecimiento espiritual como el Discernimiento, criterio éste que bien puede servir incluso a personas razonablemente alejadas de las religiones y sectas dogmáticas, aunque no por ello de Dios.

sábado, 10 de septiembre de 2011

"Dorian Gray" sin retrato

"Now, explain it to me like I'm a four-year-old."
(Personaje de Denzel Washington en la película "Philadelphia", de 1993).

Esta entrada nace a pedido de mis ruidosos alumnos/as de la Promoción 2015 del ESJ, particularmente de Camila (del club de los topetazos, que preguntó por la película), con quienes estamos leyendo "El retrato de Dorian Gray"; sin embargo, esto no excluye que pueda ser de utilidad para el público en general.

Primero, hay que entender que una obra de arte no es su trama o argumento, sino que se realiza concretamente en una forma artística determinada, ya sea a través de la narrativa (personajes, ambiente, acción), del verso (figuras, rima, métrica), de la escena (parlamentos, luces, escenografía), de los sonidos (timbres, tonos, armonías, melodías), de la imagen (composición, colores, profundidad de campo), etc. El resultado depende de cómo se manejen dichos elementos. En este caso, estamos hablando de una novela que es obra maestra de la literatura, con las virtudes artísticas propias del género. No creo que tome menos de veinticuatro horas leerla, hay que imaginarse situaciones y personajes, haciendo muchas reflexiones y relaciones a partir de lo que está escrito, sin dejar de lado el trabajo propiamente literario del autor.

De lo anterior se sigue que toda película tendrá que ser forzosamente basada en la novela, no su simple traslado. En una oración: la película no es la novela. Esto implica hacer adaptaciones para ponerla en imágenes y diálogos con un límite de dos horas, lo cual exige recortar parlamentos y situaciones e incluso -como es lo usual- modificar con mayor o menor libertad los hechos mismos a fin de lograr un final conforme a ciertos estándares cinematográficos.

Este montón de cambios explica por qué una obra maestra de la literatura no necesariamente se convierte en una obra maestra del cine y viceversa. En la mayoría de casos, el cambio de género artístico resulta en una obra menor.

En el caso de la película "Dorian Gray", puedo señalar como principal virtud la ambientación escénica, con una selección de rostros bastante apropiada para los personajes y encuadres estéticamente agradables. En contraparte, creo que las alocuciones de los personajes principales están muy simplificadas, por lo que resultan bastante insulsas. Por otra parte, se ha perdido casi por completo una de las fuerzas principales de la novela, como lo es la pasión (artística) que siente Basil hacia Dorian, imagen de la belleza pura.

Reiterar lo dicho antes resulta ineludible: no crean que ver la película es como leer la obra. Hay demasiadas variaciones en la secuencia de acontecimientos, las motivaciones y debates de los personajes, el "qué, cómo, cuándo y dónde"; por ejemplo, si en el examen escrito de la novela llegase a preguntar cómo y por qué muere Sybil, la respuesta a partir de la película acreditaría un cero, ya que todo fue cambiado. Y no es ese el único caso, la segunda mitad del filme tiene poco que ver con el texto original.

Un aspecto a considerar con especial importancia es que la novela sugiere ciertas situaciones excepcionales en las relaciones entre Dorian, Lord Henry y Basil, así como del oscuro mundo en que se sumerge Dorian, pero precisamente la gracia de esta especie de acertijo está en que nada más las deja planteadas para la imaginación del lector o lectora. En cambio, en la película ya ha habido una interpretación del guionista y del director, por lo que se presentan directamente dichas escenas, convirtiendo lo que en el texto era un abanico de posibilidades en tan solo una de ellas.

Finalmente, téngase presente que la novela se lee en el contexto de la materia desde un enfoque moral: la dualidad entre la imagen exterior y la corrupción interior, relacionado con la vanidad exacerbada más el sinsentido final de una vida dedicada al enfermizo culto a sí mismo. En la película hay algunas escenas sexuales que desvían la atención de los puntos verdaderamente importantes, pues el morbo generalmente obstaculiza el correcto análisis y, por el contrario, fomenta ciertos prejuicios.

En síntesis: ¡novela, sí; película, no!

sábado, 3 de septiembre de 2011

Contra dioses nefastos

“La cuestión central no será si se cree o no en Dios,
sino en qué Dios se cree”

José María Mardones en "Matar a nuestros dioses"

El título del libro “Matar a nuestros dioses”, del teólogo y religioso español José María Mardones (1943-2006), expresa con precisión provocativa su propósito fundamental, derribar ciertas imágenes monstruosas de Dios, que considera erróneas y dañinas -a saber: el Dios del miedo, milagrero e intervencionista (la más difícil de erradicar), hambriento de sacrificios, impositivo y dictatorial, externo y lejano, individualista y violento- y sustituirlas por sus respectivas antítesis, es decir, el Dios del amor, bienintencionado, de la vida, de la libertad, que nos rodea, solidario y pacífico.

Para seguir fructíferamente su línea de pensamiento se requiere receptividad, apertura mental y espíritu librepensador. Aunque el autor –por su filiación, prudencia política y espíritu constructivo- se cuida mucho de no manifestar con tanta vehemencia una postura explícita opuesta a la ortodoxia católica reflejada en los textos oficiales, es evidente que estas consideradas falsas imágenes de Dios contra las que apunta su argumentación provienen de las enseñanzas tradicionales cuya fuente misma hay que ver con ojos críticos (“No estaría mal que aceptáramos los pecados de la Escritura, de la misma Biblia y de cualquier libro sagrado: ofrece imágenes inadecuadas y peligrosas de Dios”).

No obstante lo anterior, el autor fundamenta la imagen de un Dios benévolo, respetuoso y amoroso para con el ser humano, en textos e interpretaciones bíblicas cuidadosamente seleccionados, teniendo presente que en la Biblia no hay una única imagen de Dios y que lo razonable es tomar aquella que sirva de base, en palabras de Mardones, para “una vivencia positiva y sana de la religión. En definitiva, una religión y un Dios presentables en la plaza pública”. Lo interesante de esta propuesta es que depende de la opción humana, con lo cual aparta radicalmente de los nefastos fundamentalismos y fanatismos opresores de conciencias.

Comentario especial merece el subtítulo del libro, “Un Dios para un creyente adulto”. No se trata de que esta imagen progresista de Dios se predique y difunda únicamente entre personas mayores mientras a la niñez y juventud se le sigue presentando su contraparte. Se trata de que la imagen de Dios que se anuncia a las personas de todas las edades sea la de un Dios evolucionado, de modo tal que desde la infancia se pongan las bases para ese “creyente adulto” que se busca, en contraposición al creyente inmaduro, literalista, obcecado, bipolar y primitivo que tanto daño ha hecho en la historia.

Concluyo este comentario con una cita del autor, muestra representativa de su pensamiento y pequeña prueba de compatibilidad para quienes quieran buscar la obra y revisar sus propias convicciones.

“Tanto creyentes como no creyentes, cuando lo hacen con seriedad y de buena fe, son seres que se mueven en afirmaciones sobre el sentido de la realidad y de la existencia que solo pueden sostener razonablemente. No hay pruebas definitivas para nadie sobre la totalidad y sentido de la realidad y de la vida. Y hay razones tanto para la existencia de Dios como también para su no existencia”.