domingo, 25 de octubre de 2015

Malacrianza con buenas maneras

El gran mérito de “Malacrianza” (2014), escrita y dirigida por Arturo Menéndez, es contar cinematográficamente una historia arraigada en la cotidianidad popular de las ciudades salvadoreñas contemporáneas, a partir del personaje Don Cleo y su historia de sencillos anhelos, miedos y luchas que zarcean entre la esperanza y el abandono.

En su contexto cinematográfico, el drama es creíble y la narración sabe mantener el interés por el desenlace, aún cuando este se sugiere desde el mismo título y puede haber más de un spoiler de por medio en la reseña de cartelera.

Sin demérito de lo anterior, es en la parte técnica donde se notan las carencias del medio, falta de oficio revelada en alguna toma gran angular sin corrección de imagen lateral (un fallo incluso si hubiese sido intencional), cierto maquillaje para teatro que a corta distancia se detecta falso, el abuso de tomas con cámara sin trípode (lo cual marea al espectador frente a la pantalla de la sala de cine), ruido ambiental o eco casi bloqueando algunas conversaciones, etc. Son yerros menores, quizá hasta comprensibles, pero hacen las veces de esa vocecita que a cada instante le recuerda al público: “¡hey, es cine salvadoreño, no lo olviden!”

Dicho lo anterior, y como consecuencia de ello, es importante caer en la cuenta de la imposibilidad de verla sin considerar que es una película made in El Salvador, con toda la carga de connotaciones que ello implica, porque no existe ese espectador salvadoreño o salvadoreña que pueda sustraerse del contexto y expectativas socioculturales locales, tampoco así de sus conocimientos previos como para visionar el filme en abstracto sin el filtro de la nacionalidad que condiciona su percepción.

Así, la película se ve con un criterio distinto al estándar usual porque se sabe producida en condiciones cinematográficas adversas. El resultado es bueno, sí, aunque en términos relativos, ya que la recepción está necesariamente condicionada por la viñeta del arte nacional y sus poquísimos antecedentes de cine, mayoritariamente fallidos (que no es el caso).

La acotación anterior viene al caso también como réplica a la invitación que Paolo Lüers hiciera en su columna (sí, el vilipendiado alemán metido a crítico de cine), en donde llamaba a verla no por apoyar al arte nacional, sino porque era buena. Más bien hay que verla porque es arte nacional que, como tal, está muy bueno.

Ya fuera de consideraciones racionales, como quiera que sea, este largometraje de 70 minutos de duración gusta, toca fibras y mueve sensibilidades.

Yo le aplaudo.

domingo, 18 de octubre de 2015

Comedia comedida, risa restringida.

¿Se ha preguntado usted, en estos tiempos de respeto y reivindicaciones, qué chistes no ofensivos (políticamente correctos) puede alguien contar?

Piénselo bien y verá que está difícil.

Quite de su lista, para comenzar, los chistes machistas, falocéntricos y misóginos, aquellos que afectan o ridiculizan conductas atribuidas naturalmente a la mujer, que las dejan muy mal paradas o llevan implícito un “¡qué joden estas viejas!”.

En consecuencia, purgue aquellas historias sobre el suplicio de la vida matrimonial, así como infidelidades de todo tipo, anécdotas de burdel y prostíbulo, seducciones a cual más inverosímiles, acoso sexual y demás.

A continuación, fumigue de su repertorio estándar las burlas homofóbicas: cebarse con minorías tradicionalmente discriminadas por su orientación sexual no es edificante y además contribuye a los prejuicios (como imitar grotescamente el supuesto modo de hablar o caminar de personas afeminadas).

Usted, como contador o contadora de chistes que respete y se respete, tampoco puede hacer mofa de las precarias condiciones socioeconómicas de sectores vulnerables de la población, pues eso es clasismo. Olvídese del indio cholco y bruto, que además habla grencho. No apunte las baterías del humor cáustico hacia parte baja de la pirámide social, aunque eso prive al público de populares Cholys y Tenchis.

Y aunque aquí en la Guanaxia es extrañísimo ver a negros naturales de estos contornos olvidados de la Providencia, eso no le da derecho a volcar su arsenal de chascarrillos racistas y xenófobos, como los chistes de gallegos (el gentilicio, no el diputado) y afrentas a otras nacionalidades.

Tenga además consideración para con los débiles y enfermos mentales, así como quienes padecen algún tipo de discapacidad. No se burle, pues, de tontos, locos y tullidos, por más que se sepa un par de chistes de esos como para desternillarse de risa. Ni hablar de tartamudos y janiches.

Mucho cuidado también con las historias cómicas de niños y niñas ingenuos pero un poco brutos, que de repente eso vulnera de alguna forma varios tratados y declaraciones internacionales, aparte de infligir daño sicológico.

No caben tampoco los escarnios dirigidos a la apariencia física, ya sea por defectos evidentes (narices, por ejemplo), por salirse del estándar social de la belleza (chicas gorditas, hombres panzones, secos de alambre o enanos), por presunta falta de estética en su presentación personal (¿qué culpa tiene la gente de su propia fealdad?) o por semejanzas jayanas que motivan apodos épicos (v. gr.: “Aborto de Pollo” o “Testículo Peinado”).

Hechas las anteriores consideraciones, revise y piense qué queda en el repertorio. ¿Nada, acaso…?

“¡Los políticos!”, exclamará usted con entusiasmo.

Enhorabuena, sí, pero… ¿se acuerda de algún chiste o burla contra esa persistente plaga social que, al mismo tiempo, cumpla con las restricciones enunciadas? ¿Verdad que no es tan fácil? Eso impide decirle “culero” a este edil, “vieja puta” a esa funcionaria y “pendejo” a aquel diputado que no sabe ni leer y a duras penas escribe (pues no cabe burlarse de las limitaciones educativas que por su origen humilde ha de haber tenido, aparte que la estupidez no es ni delito ni pecado).

¿De qué hacer guasa, entonces?

Usted puede esforzarse por contar chistes respetuosos y asépticos, pero seguramente nadie les hallará gracia.

O bien, puede despacharse el repertorio usual, con éxito generalizado, aunque luego le acusen de lesionar la dignidad humana de estos y aquellas.

En serio, ¿no habrá alguna forma airosa de escabullirse de este aparente callejón conceptual sin salida?

jueves, 15 de octubre de 2015

El golpe del 15 de octubre de 1979

Temerosos del eventual triunfo de una insurrección armada (como recién había ocurrido en Nicaragua) el 15 de octubre de 1979 un grupo de oficiales de la Fuerza Armada de El Salvador, con la aquiescencia y asesoría del gobierno de los Estados Unidos de América (presidido por Jimmy Carter), dio un golpe de estado al régimen militar del Gral. Carlos Humberto Romero, sin disparar una sola bala.

La estrategia era evitar el triunfo de la subversión quitándole sus banderas reivindicativas, concediendo algunas demandas entonces consideradas imprescindibles para la transformación de la estructura económica y política del país.

Sin embargo, también querían dejar claro que en esas transformaciones las organizaciones de izquierda no iban a tomar demasiado protagonismo ni mucho menos desbordarse en sus ímpetus revolucionarios.

Tras algunas semanas de escépticas expectativas, relativa tranquilidad y apertura de espacios de expresión pública, el proyecto colapsó, víctima de sus propias incoherencias, indecisiones y contradicciones.

Aunque la oligarquía y la extrema derecha habían perdido temporalmente el control formal del ejército, aumentó la represión política y creció exponencialmente la actividad ilegal de los grupos paramilitares (los infames “escuadrones de la muerte), que no solo asesinaban selectivamente a sospechosos de ser opositores, sino incluso llegaron a cometer masacres en las calles de San Salvador (como la del 22 de enero de 1980).

En pocos meses se sucedieron renuncias y más renuncias de funcionarios progresistas incorporados a un proyecto político que nació muerto.

Por su parte, la naciente guerrilla preparaba ya, bajo un mando unificado impuesto desde Cuba, un levantamiento popular (que nunca se produjo) y su ofensiva final (que resultó ser la inicial).

El 24 de marzo de 1980, bajo un completo caos de autoridad política y violencia generalizada, cae asesinado Monseñor Óscar Arnulfo Romero, un día después de hacer un llamado a las bases del ejército, la guardia y la policía, para que cesaran de matar a su mismo pueblo.

En la práctica, el golpe de estado 15/10/79 sirvió para desengañar pacifistas y optimistas, es decir, para demostrar que ninguno de los sectores enfrentados estaba dispuesto a resolver la coyuntura de forma dialogada, bien porque se negaban a ceder privilegios, bien porque las concesiones eran demasiado pocas.

Esa fue la última oportunidad perdida para evitar la guerra civil.

El Capítulo IX del libro Función política del ejército salvadoreño en el presente siglo, del Tte. Coronel Mariano Castro Morán (Premio Nacional de Ensayo UCA Editores 1983), dedica 90 páginas al análisis de tal golpe de estado, su génesis, características contraditorias y desenlace, debidamente documentado con citas y testimonios.

jueves, 8 de octubre de 2015

23 palabras para vidrios

Según creo, los temas preferidos por el periódico digital El Faro suelen causar depresión en el lector/a. Personalmente, no me gusta el estilo literario (como de novela vanguardista) de redactar noticias que usan. Además, percibo a los periodistas de ese medio como rockstars y algunos un tanto pedantes.

Lo anterior lo antepuse al enlace de la campaña que han lanzado a la ciudadanía, para pedir dinero. El post quedó así y fue compartido por un par de personas más:

¿Quiere financiar la producción de noticias depresivas redactadas como novelas vanguardistas por periodistas "rockstars" (y dos que tres pedantes)? ¡Esta es su oportunidad!
https://youtu.be/h7HbWb2fW_M

Fuera de eso, seguramente tienen sus virtudes, pero una evaluación exhaustiva (o un FODA) no lucen bien y antes arruinan un comentario socarrón.

Likes aparte, me llamaron la atención los graves cargos que un par de personas ligadas a dicho medio me espetaron, cosas de este calibre:

  • Que yo irrespeto su trabajo (el cual, entiendo, es cosa sagrada, exenta de crítica so pena de excomunión).
  • Que mi discurso de generalización es de las peores falacias (un discurso de 23 palabras, académicamente hablando).
  • Que yo las decepciono porque me expreso así, siendo una persona educada (o sea: aplaudir su modo de hacer las cosas sería la consecuencia natural de tener un título).
  • Que yo vivo en Suiza o Disneylandia (Vaya, pero ¿por qué no en Holanda o en el Cirque du Soleil?).
  • Que no me importan las tragedias cotidianas “que nadie quiere contar” (y alguien contó una para ilustrar).
  • Que no hago nada por mi país (a diferencia de ellas, obvio).
  • Que todo va a tener sentido “cuando El Salvador tenga más personas felices que personas sufriendo el discurso de Rafael Francisco Góchez” ("Sic" y signo admiración. Aparte: quizá una coma en el lugar oportuno evitaría esta interpretación, pero hay que respetar el original, porque después se enojan.).

Se diría que las he ofendido en lo más profundo de su dignidad profesional y humana.

Mi abuelita llamaba a esas personas "vidrios", por su delicadeza. Nosotros -de jóvenes setenteros, ignorantes y espontáneos- en situaciones como esta solíamos decir irónicamente: "¡Perdón, flor, si te rocé los pétalos!", pero en estos tiempos de violencias verbales y susceptibilidades extremas es mejor ser cauto con dicha expresión, porque capaz que aparecen otros temas subyacentes, suficiente descrédito autoinfligido.

Ya sin sorna, no sé si sonreír, apenarme o entristecerme por semejante overreaction, ante un comentario de desacuerdo.

Ah, por cierto: entre toda esa maraña de victimismo, dimes y diretes, también fui sicoanalizado... ¡de gratis!

domingo, 4 de octubre de 2015

Cinco mitos futboleros de la prensa guanaca

Mito.
4. m. Persona o cosa a las que se atribuyen cualidades o excelencias que no tienen, o bien una realidad de la que carecen.

Con sus más y sus menos, sin descartar acaso alguna notable excepción, la prensa deportiva salvadoreña nos acomete una y otra vez con conceptos repetidos cíclicamente, que poco o nada tienen de sustento real. Forman parte de un discurso estándar aprendido y recitado por años, que se transmite de generación a generación porque la prensa vieja forma y moldea a la prensa nueva, aunque estos últimos lleguen muy bien titulados. Helos aquí.

- La noble afición

Este sintagma con su elegante epíteto nunca falta en radio, prensa y televisión. Nos quieren pintar el falso cuadro de un pueblo abnegado que sacrifica todo por su equipo. No nos cuentan los constantes insultos, el indomable acoso, el lanzamiento de líquidos semifecales, las lluvias de objetos casi contundentes, las invasiones a la cancha para penquear jugadores, etc.

- El toque fino

Que periodistas veteranos sigan con el cuento que lo propio del futbolista salvadoreño es la habilidad, el toque fino y a ras de piso, la picardía, etc., vaya y pase; pero que lo digan, escriban y repitan jóvenes recién graduados de prestigiosas universidades, ya es sintomático. Aquí, por la falta de adecuada fundamentación, prima el pelotazo y el patadón, la tarascada y el juego subterráneo. Cuenten cuántos pases buenos seguidos dan los equipos de la LMF y se darán cuenta.

- El indio cuscatleco

En tiempos de eliminatorias mundialistas, a falta de argumentos futbolísticos, siempre invocan a que debe aflorar el indio cuscatleco por aquí y por allá. Esto es contradictorio, pues reconoce implícitamente que no hay habilidad ni toque fino, sino la pura garra, el jugar con huevos, al límite de la constante extenuación, emulando las batallas -siempre perdidas pero literariamente enaltecidas- de aquellos indios pipiles que le pegaron un lanzazo en la pierna al conquistador español y los tuvieron en jaque no sé en qué tiempos casi imaginados. Claro: a la hora de los pencazos, el tal indio siempre acaba vapuleado.

- La rivalidad con México

Esa “enemistad producida por emulación o competencia muy vivas” sólo existe aquí en la Guanaxia Irredenta. No es recíproca. Los mexicanos quieren medirse y ser rivales con selecciones de gran envergadura. Su pleito en la zona de Concacaf es con los Estados Unidos. Nosotros somos, si acaso, un lugar ínfimo e incómodo donde hay que jugar de visita cada cierto tiempo, y donde pueden perder también cada tanto, al igual que en toda Centroamérica y el Caribe. No estamos en su liga, no somos el rival a vencer, no le damos sentido a su eliminatoria. A lo sumo, somos buenos golilleros.

- El pasado glorioso de los dos mundiales

El Salvador clasificó al Mundial 1970 porque México era local y tenía plaza fija. Con 7 goles recibidos sin anotar ninguno, fuimos, estuvimos y volvimos con un poco más de pena que de gloria. Luego, doce años después, volvimos a clasificar -casi de carambola- para ir a hacer el mayor ridículo mundialista en España 82. Pero esos dos eventos aún son descritos como “heroicas gestas deportivas” y a ellas se remite el imaginario colectivo, liderado por la prensa, para creer en un pasado grandioso. Hasta un documental hicieron.

Y mientras tanto, seguimos esperando que de la nada surja otro Mágico González que nos saque de la desgracia.

Ese es el mayor mito de todos.