miércoles, 27 de abril de 2011

De unas y otras santidades

Esté feliz cada quien con sus creencias religiosas y políticas, que son cosas de fe, no de razón. Pero en la medida que sea posible, voto por que lo que creamos o dejemos de creer se fundamente o al menos se apoye en el conocimiento de ciertos hechos.

Muy pronto Juan Pablo II será beato y seguramente su canonización no tardará mucho. Entretanto, la causa de Monseñor Romero seguirá literalmente "durmiendo el sueño de los justos", con la excusa de su inconveniencia por razones políticas.

Para iluminar un poco este debate, transcribo a continuación el testimonio de María López Vigil sobre el primer encuentro entre Monseñor Romero y Juan Pablo II, publicado en “Piezas para un retrato” (UCA Editores, San Salvador, 1993; páginas 282-285). El libro lo tengo en mi mano y no tengo razones para dudar de lo allí plasmado.

Con esto, reivindico mi librepensamiento.

* * *

- Compréndame, yo necesito tener una audiencia con el Santo Padre...

- Comprenda usted que tendrá que esperar su turno, como todo el mundo.

Otra puerta vaticana se le cierra en las narices. Desde San Salvador y con el tiempo necesario para salvar los obstáculos de las burocracias eclesiásticas, Monseñor Romero había solicitado una audiencia personal con el Papa Juan Pablo II. Y viajó a Roma con la tranquilidad de que al llegar todo estaría arreglado. Ahora, todas sus precauciones parecen desvanecidas como humo. Los curiales le dicen no saber nada de aquella solicitud. Y él va suplicando esa audiencia por despachos y oficinas.

- No puede ser -le dice a otro- , yo escribí hace tiempo y aquí tiene que estar mi carta...

- ¡El correo italiano es un desastre!

- Pero mi carta la mandé en mano con...

Otra puerta cerrada. Y al día siguiente otra más. Los curiales no quieren que se entreviste con el Papa. Y el tiempo en Roma, a donde ha ido invitado por unas monjas que celebran la beatificación de su fundador, se le acaba. No puede regresar a San Salvador sin haber visto al Papa, sin haberle contado de todo lo que está ocurriendo allá.

- Seguiré mendigando esa audiencia -se alienta Monseñor Romero.

Es domingo. Después de misa, el Papa baja al gran salón de capacidad superlativa donde le esperan multitudes en la tradicional audiencia general. Monseñor Romero ha madrugado para lograr ponerse en primera fila. Y cuando el Papa pasa saludando, le agarra la mano y no se la suelta.

- Santo Padre -le reclama con la autoridad de los mendigos-, soy el Arzobispo de San Salvador y le suplico que me conceda una audiencia.

El Papa asiente. Por fin lo ha conseguido: al día siguiente será. Es la primera vez que el Arzobispo de San Salvador se va a encontrar con el Papa Karol Wojtyla, que hace apenas medio año es Sumo Pontífice. Le trae, cuidadosamente seleccionados, informes de todo lo que está pasando en El Salvador para que el Papa se entere. Y como pasan tantas cosas, los informes abultan. Monseñor Romero los trae guardados en una caja y se los muestra ansioso al Papa no más iniciar la entrevista.

- Santo Padre, ahí podrá usted leer cómo toda la campaña de calumnias contra la Iglesia y contra un servidor se organiza desde la misma Casa Presidencial.

No toca un papel el Papa. Ni roza el cartapacio. Tampoco pregunta nada. Sólo se queja.

- ¡Ya les he dicho que no vengan cargados con tantos papeles! Aquí no tenemos tiempo para estar leyendo tanta cosa.

Monseñor Romero se estremece, pero trata de encajar el golpe. Y lo encaja: debe haber un malentendido. En un sobre aparte, le ha llevado también al Papa una foto de Octavio Ortiz, el sacerdote al que la Guardia mató hace unos meses junto a cuatro jóvenes. La foto es un encuadre en primer plano de la cara de Octavio muerto. En el rostro aplastado por la tanqueta se desdibujan los rasgos indios y la sangre los emborrona aún más. Se aprecia bien un corte hecho con machete en el cuello.

- Yo lo conocía muy bien a Octavio, Santo Padre, y era un sacerdote cabal. Yo lo ordené y sabía de todos los trabajos en que andaba. El día aquel estaba dando un curso de evangelio a los muchachos del barrio...

Le cuenta todo al detalle. Su versión de Arzobispo y la versión que esparció el gobierno.

- Mire cómo le apacharon su cara, Santo Padre. El Papa mira fijamente la foto y no pregunta más. Mira después los empañados ojos del Arzobispo Romero y mueve la mano hacia atrás, como queriéndole quitar dramatismo a la sangre relatada.

- Tan cruelmente que nos lo mataron y diciendo que era un guerrillero... -hace memoria el Arzobispo.

- ¿Y acaso no lo era? -contesta frío el Pontífice.

Monseñor Romero guarda la foto de la que tanta compasión esperaba. Algo le tiembla la mano: debe haber un malentendido. Sigue la audiencia. Sentados uno frente al otro, el Papa le da vueltas a una sola idea.

- Usted, señor Arzobispo, debe de esforzarse por lograr una mejor relación con el gobierno de su país.

Monseñor Romero lo escucha y su mente vuela hacia El Salvador recordando lo que el gobierno de su país le hace al pueblo de su país. La voz del Papa lo regresa a la realidad.

- Una armonía entre usted y el gobierno salvadoreño es lo más cristiano en estos momentos de crisis.

Sigue escuchando Monseñor. Son argumentos con los que ya ha sido asaeteado en otras ocasiones por otras autoridades de la Iglesia.

- Si usted supera sus diferencias con el gobierno trabajará cristianamente por la paz.

Tanto insiste el Papa que el Arzobispo decide dejar de escuchar y pide que lo escuchen. Habla tímido, pero convencido:

- Pero, Santo Padre, Cristo en el evangelio nos dijo que él no había venido a traer la paz sino la espada.

El Papa clava aceradamente sus ojos en los de Romero:

- ¡No exagere, señor Arzobispo!

Y se acaban los argumentos y también la audiencia.

Todo esto me lo contó Monseñor Romero casi llorando el día 11 de mayo de 1979, en Madrid, cuando regresaba apresuradamente a su país, consternado por las noticias sobre una matanza en la Catedral de San Salvador.

María López Vigil

lunes, 25 de abril de 2011

¿Y esta letra?

Muchas canciones han sido señaladas por tener letras tontas, la más reciente de ellas un engendro adolescente llamado "Friday", que no dista mucho de otro super éxito menos vilipendiado de título "Hello". Sin embargo, es curioso que una de mis canciones favoritas de The Beatles, "Hello, goodbye", tenga precisamente una letra que a primera vista parecería vacua e intrascendente.

You say yes, I say no.
You say stop and I say go, go, go.

You say goodbye and I say hello.
Hello, hello,
I don't know why you say goodbye, I say hello.

I say high, you say low.
You say "why?" and I say "I don't know".

You say "goodbye" and I say "hello"...

(y repite mil veces).

A mi parecer, el detalle aquí es que la letra trasluce y connota una actitud ante la vida, una manera positiva de encarar las relaciones humanas y los proyectos. Quizá por eso esta canción es clásica. ¿O será nada más porque son Los Genios de Liverpool...?

jueves, 21 de abril de 2011

El arte de echar a perder el arte

No: ni son vándalos artísticos ni tampoco malos ejecutantes. Son un par de autores (y seguramente sus respectivos equipos técnicos) capaces de elaborar interesantísimas historias que gustan, seducen y cautivan, en las que todo va bien… hasta que -enamorados de sí mismos, cual semidioses en pleno acto de soberbia y creyendo añadir una pincelada de genialidad- dejan ir el hachazo que las mata. Helos aquí:

- Orhan Pamuk, Premio Nobel de Literatura, autor de “Me llamo rojo”, libro citable en más de un párrafo, tan capaz de contar una historia llena de inquietantes enigmas y sugerentes escenas, como de arruinarla con reiteradas y empalagosas enumeraciones, abusando hasta el hartazgo de parábolas e historias con pretendido y aún misterioso significado… ¡vaya manera de añadir páginas por gusto!

- Roman Polanski, director de “The ghost writer” (además de célebre prófugo de la justicia norteamericana, en su momento), una buena película de suspenso al nivel de las mejores de su género (pensemos por ejemplo en “Reversal of fortune” y “Fracture”)… si no fuera porque tiene uno de los peores finales que puedan concebirse. Habría que revisar el libro en el que se basa para repartir culpas con mayor justicia, pero esa última escena en donde el personaje se comporta de la manera más tonta imaginable, como si no hubiera vivido todo lo que pasó antes, con nulo aprendizaje de la experiencia inmediatamente anterior (transcurso en el cual, por cierto, mostró bastante más agudeza de la que cabría esperar en el ridículo trance final)… ¡es tan impertinente como aquel “domingo siete” del cuento!

miércoles, 20 de abril de 2011

Mi "top five" de "Los Picapiedra"

La teleserie "Los Picapiedra", producida por Hanna-Barbera entre 1960 y 1966, marca sin duda la época de oro de esta compañía. Contrario a lo que suele suceder, el doblaje al español es bueno, aunque si nos vamos a la ideología subyacente seguramente hallaremos demasiados elementos a favor del status quo y estereotipos machistas. Comoquiera que sea, he aquí mi lista de episodios memorables, llenos de situaciones cómicas hasta el ridículo, frases célebres y nostalgia por las buenas caricaturas que ya no se hacen. Como siempre, el orden va según como se me fueron ocurriendo.

· Rocko y las Rocallosas ("Pebbles's birthday party", 1964)

Encargado de organizar una fiesta infantil y otra para Logia, contrata a un proveedor de entretenimiento que manda los espectáculos para adultos donde los niños y viceversa. Las bailarinas exóticas saliendo de cada puerta posible son casi surrealistas. Por su parte, el pobre Rocko merece nuestras condolencias. Frase célebre: "¿Y si me equivoco, qué importa? Al fin y al cabo, soy el único proveedor aquí." Escena memorable: Rocko frustrado ante los Búfalos Mojados diciendo "¡Oh, cómo odio trabajar con niños tan grandes!".

· La piscina compartida ("The swimming pool", 1960)

Pedro y Pablo deciden hacer una piscina, la mitad en el patio de cada quien, experimentando todo tipo de pleitos por el derecho a usarla. Escena y frase memorable: cuando Pedro encuentra repleta la piscina, llena de amigos de Pablo, quien le dice "¡Búscate un huequito y méeetete!".

· El otro yo de Pedro

En el transcurso de una pelea con Vilma, esta le dice furiosa: "¡Oh, Pedro: no sé cómo te soportas a ti mismo!". Cuando él dice que está muy feliz consigo mismo, brota su Otro Yo, un Pedro en tonos de gris que habla como dentro de un vaso, haciéndole la vida imposible hasta que el Pedro original acepta su error.

· Vilma, la feliz ama de casa. ("The happy household", 1962)

La cancioncita de ♫ "¿Quiere que su esposo / sea siempre muy dichoso? / Al verlo muy furioso / dele algo muy sabroso... ¡de Rocafill!" ♫ es tan, pero tan desagradable... La conversación entre el productor del programa y su rival de la competencia es igualmente divertida ("¡Pero hijo, no puedes hacer eso, me arruinarías el programa...! ¡Ah, eso es lo que quieres!"). La escena clave es cuando Pedro intenta comerse la cena congelada.

· Happy Aniversary ("The hot piano", 1961)

Queriendo reivindicarse de sus tradicionales olvidos de aniversario, Pedro intenta comprarle a Vilma un piano. Habiéndose ido de espaldas por el precio de uno nuevo, hace caso a la propuesta del 88 Uñas, quien le vende por $50 un piano... ¡robado! La frase célebre es la cara de tonto que pone Pedro cuando dice: "Pero yo no soy el 88 uñas...". El humor negro está que Pedro sólo se acuerda de la fecha del aniversario porque cae en el "Día del Basurero". La escena clave es el majestuoso canto del "Happy aniversary" a ritmo de la "Guillemo Tell" de Rossini. ¡Disfrútenlo!

domingo, 10 de abril de 2011

Pese al prejuicio

Quien más sabe de este prejuicio es mi peculiar ahijada (TT), a quien nunca fui a ver a sus presentaciones de danza porque -pese al respeto y reconocimiento por el esfuerzo y el mérito estético que en tal arte pueda haber- la danza, como la ópera, no calan en mi gusto ni en mi sensibilidad. De ahí que no tuviera yo especial prisa por ver "Black Swan" y seguramente lo hubiera hecho antes de haber sabido que el tema del ballet clásico era nada más una excusa para dejar ver los enormes problemas mentales en que puede incurrir una persona llevada por la exacerbada obsesión perfeccionista.

En cuanto al thriller o suspense, uno anticipa las revelaciones si -por casualidad y como este escribiente- vio en su infancia el segmento "Lucy comes to stay", de esa antiquísima película de terror y demencia llamada "Asylum" (conocida también como "House of crazies", de 1972), pero esto no le quita la gracia sino que la acrecienta por saber cómo será el planteamiento cinematográfico. En cambio, no fueron de mi agrado ciertos efectos especiales de deformaciones corporales grotescas, muy al estilo alienígena y algo impertinentes, que en una sala atestada fácilmente pueden inducir a la risa y, con ello, romper la concentración. Pese a su belleza, el final trágico-apoteósico me recordó la reacción del público ante el primer final de "El lago encantado", de Les Luthiers. Yo hubiera preferido algo más oscuro en lugar de la cegadora pantalla blanca, pero esto no menoscaba su condición de obra maestra, propicia para todo tipo de análisis simbólicos, psicológicos, familiares, profesionales y eróticos.

sábado, 9 de abril de 2011

El tutor adecuado

Confieso que en el umbral de la adicción a Internet había dejado de ver películas desde hace meses (tengo varias en lista de espera), pero habiendo tomado conciencia del inminente problema, hoy apagué por un par de horas la computadora y me dediqué a apreciar esta laureada obra, "The King's speech": sobria, sutil, histórica y por momentos finamente divertida.

En el plano de los recuerdos personales, evoqué mi 2º grado de primaria en el Colegio "Champagnat", donde tuve de compañero de aula a un niño tartamudo hasta el extremo, cuya mirada reflejaba un terrible temor en cada intento por hablar, incluso para pronunciar su propio nombre (cosa de no extrañar teniendo el padre que tuvo: uno de los personajes más nefastos y temidos de la historia nacional). Aquel niño es ahora diputado desde hace varias temporadas y parece haber superado casi por completo ese problema, aunque se notan leves resabios.

Volviendo al filme, además de la interesante estrategia seguida por el tutor real, me llamó la atención cierto fresco y casi inadvertido alegato contra la "titulitis" (¡que hay casos en que vale más la experiencia!), así como un comentario del protagonista sobre lo buen orador que era Hitler y sobre todo que en la película hayan elegido música del genio alemán Beethoven como fondo dramático para el discurso en que se centra todo el filme: ¡nada menos que el anuncio de la guerra contra Alemania!

domingo, 3 de abril de 2011

Solicitudes para cuando me esté muriendo

Estimados amigos y amigas, gente que me conoce y me tiene algún tipo de estima:

Primero que cualquier otra cosa, declaro que al momento de redactar este texto (3/4/11) me encuentro gozando de muy buena salud y en plena posesión de mis facultades. Sin embargo, es un hecho incuestionable que tal bendita condición es transitoria, pues ya sea mañana o dentro de otros cuarenta y tantos años este cuerpo perecerá sin remedio: es ley universal y es muy sabio estar preparado (maneras de morir hay muchas y a veces pareciera que la vida se las ingenia para escapársenos de modos inagotables y creativos).

Si mi final es fulminante y repentino por causas naturales, sociales, automovilísticas o apocalípticas, tanto menos sufrimiento. Pero ustedes y yo hemos visto cómo a veces la extinción va lenta por la vía de una enfermedad terminal que avanza y carcome sin remedio, dolorosamente; o también porque cierto accidente no hizo bien su trabajo y dejó para más tarde lo que debió ocurrir primero.

Así pues, el propósito de esta carta es dejar constancia de ciertas peticiones y voluntades por si llegare a encontrarme en la indeseada eventualidad de una postración prolongada de carácter terminal, desde la cual no pueda defenderme de posibles razonamientos y conductas insensatas –aunque bienintencionadas- de parte de quienes me rodean.

No soy supersticioso, así que descarto cualquier relación entre la publicación de esta carta abierta y lo que después pudiera ocurrirme; así, que nadie salga de bayunco diciendo: “¡Uy, en cuanto escribió esa su carta toda rara le cayó la enfermedad, él solo se echó sal!”. Como mal menor, preferiría que dentro de algunos lustros se dijera: “Miren qué tipo más lúcido, cómo anticipó su situación, hagámosle caso”. Y con algo de suerte, este texto quedará como mera anécdota y no será necesario acudir a él para orientar futuros comportamientos.

Pero basta de preámbulos, vamos a lo que interesa.

En primer lugar, rechazo gastos médicos innecesarios, presuntuosos, necios e inalcanzables.

Si no hay excesivos cambios en mi modo de vida, es de esperar que mis posibles enfermedades graves habrán de tratarse en el Instituto Salvadoreño del Seguro Social (ISSS). Limitaciones, quejas y críticas aparte, creo que allí harán lo posible por mi salud y tendré los tratamientos a que tengo derecho. Ojo: no pido que jamás acudan a la medicina privada, pero tampoco quiero que paguen exorbitantes cantidades por los mismos tratamientos que pueden dárseme en el ISSS, bajo el argumento prejuicioso de que “allí no atienden bien”.

Como yo lo percibo, la única diferencia sustancial entre el ISSS y un hospital privado es la enorme cuenta por pagar que le queda a la familia después de muerto el cliente. Aún más grave sería la situación si en el ISSS me desahuciaran con base en criterios estrictamente hospitalarios y, reacios a aceptar la realidad, familiares y amigos me llevaran indefenso a una clínica particular donde, por conveniencia monetaria, les dieran un supuesto diagnóstico-pronóstico más favorable, diciéndoles lo que quisieran escuchar, aunque se llegue al mismo e inevitable final.

En segundo lugar, respeten mis creencias.

Si me conocen bien, ya saben cuál es mi postura intelectual sobre lo trascendente (aquello “que está más allá de los límites de cualquier conocimiento posible”). No deseo ser objeto de peticiones patéticas de milagros, como si tuviéramos derecho a solicitar la alteración del orden establecido y como si la muerte no fuera el final natural de la vida. A lo sumo -si les sienta bien y por respeto a las creencias ajenas- aceptaría virtuales rogatorios discretos por la paz de mi espíritu y peticiones de resignación para ustedes mismos/as. Pero si quieren caerme mal, pónganse en plan fanático fundamentalista y vengan a hacer escandaloso proselitismo, tembladera incluida, preguntándome si quiero ir al cielo o al infierno y conminándome a que acepte el supuesto pasaporte.

En tercer lugar, esperaría y admitiría visitas reales, además del permanente chat que ojalá tenga en mi laptop o como se llame el aparato que para entonces me permita la comunicación virtual.

Eso sí: bienvenidos/as sean toda vez que vengan para hablar de lo que siempre hemos conversado, evitasen hacer un molesto interrogatorio médico y no me pusieran esa cara de lástima contagiosa, pues la degradación de los exteriores a todos nos llega y no debería ir en menoscabo del tan pregonado valor interior.

Por último, un anexo necesario: no abrigo esperanzas de que vea la eutanasia legal en mi país, dada la idiosincrasia de quienes lo gobiernan. Obviamente, no deseo llegar a una situación en que quisiera solicitarla legal o ilegalmente. No obstante, poniéndome en esa terrible e hipotética circunstancia... ¡que nadie se extrañe (y usted mucho menos) si le pidiere tal gracia!