miércoles, 27 de diciembre de 2006

Are you watching closely?

Esta es una de las raras ocasiones en las cuales, queriendo hacer una reseña, me esfuerzo en lo contrario; por lo tanto, cesaré de inmediato en mi búsqueda de adjetivos para describir la gratísima experiencia cinematográfica de haber visto "The prestige" (traducida como "El mago" o "El gran truco"). ¿Es este un comentario o crítica "impresionista", que dice más del espectador que del objeto artístico? Sí, pero cualquier otro intento de reseña académica apenas sería, con toda probabilidad, un mediocre insulto a la inteligencia del espectador y una magra descripción del arte e ingenio fijados en el filme, disfrutable sólo en la megapantalla; mientras que toda crítica o pretensión de esclarecer sus claves derivaría, lamentablemente, en una disección diametralmente opuesta al gusto de su contemplación.

Dicho esto y finalizando lo nunca empezado, dos son las únicas cosas a las que en este momento les hallo sentido:

a) Recomendar ver esta película en la sala de cine a cuanta persona de digno criterio sea posible, advirtiéndole en ello que, si espera a verla en DVD vía pantalla chica, perderá cierta parte de la gracia.

b) Celebrar el atino de quien, a su vez, me la recomendó a mí y mi familia. Me refiero, no faltaba más, al gran Mr. Aguacatote Deluxe, quien con esto pone cierto contrapeso en la balanza de las recientes reseñas de su proscrito "blog".

lunes, 25 de diciembre de 2006

Brecht entre Jenny, Columbo y la WWF.

Una de las mejores películas de todos los tiempos -sea considerada dentro de su propio género, sea vista más universalmente- es “The princess bride” (1987), traducida como “La princesa prometida” o “La princesa Botón de Oro”. Entiendo que, en su tiempo, no fue un gran éxito de taquilla y más pronto que tarde llegó a la programación regular de los canales de televisión por cable, donde frecuentemente se puede disfrutar del repetido y renovado placer de su apreciación.

A excepción del luchador profesional de la entonces WWF, Andre The Giant, en el papel del gigante Fezzik (cuyo puño cerrado equivalía, fuera de trucos, a una cabeza humana promedio), el elenco principal era joven y desconocido; aunque, siguiendo su trayectoria, los podemos ver compartiendo fama en posteriores películas y series memorables; por ejemplo: Cary Elwes, aquí Westley, es Lord Arthur Holmwood en “Drácula”, de Coppola; Fred Savage, aquí el nieto, es el de “Los años maravillosos” (serie de la cual, por nunca haberla visto, asumo que me perdí); y Robin Wright, la princesa Botón de Oro (traducción exacta y apropiada que mejora notablemente el “ranúnculo” que dio el diccionario bilingüe al ingresarle “buttercup”)... ¡no es otra que la célebre Jenny de Forrest Gump! Seguramente para disimular aquel conjunto de novateces, los productores insertaron a algunos famosos en papeles pequeñísimos: Billy Crystal como un excéntrico hechicero (¿hay alguno que no lo sea?) y, sobre todo, el gran teniente Columbo, Peter Falk, como el abuelo narrador.

He aquí, entonces, que una producción “menor” (costó siete millones y recaudó quince), llegó a convertirse en un clásico. ¿Cómo, por qué, acaso tengo la clave?

Según veo, las fortalezas son, en primer término, el guión ágil e ingenioso de William Goldman, más una puesta en escena sobria e inteligente del director Rob Reiner, que incluye la técnica brechtiana del distanciamiento: romper la ilusión en que caería el espectador al creer que la trama es la realidad.

Para lograr este importante objetivo, cada cierto tiempo se recupera la conciencia de que aquello es ficción, mediante los “cortes” que impone el narrador y su nieto al interrumpir el relato. Al mismo tiempo y en ellos, se juega con las hipótesis, especulaciones, cambios de rumbo y comentarios a propósito de la historia, es decir: ¡representa el ideal de la perfecta lectura!

En total consonancia con lo antes dicho, las actuaciones ni siquiera se asoman al terreno de lo melodramático. Todo lo anterior da por resultado una apreciación estética libre de sobresaltos emotivos que, no obstante, resulta apasionante y enternecedora en su justa dimensión, sin quitar por ello espacio a los sutiles toques cómicos distribuidos equilibradamente por aquí, allá y acullá.

Las varias veces que la he visto son el mejor testimonio no sólo de la alta estima en que la tengo sino, especialmente, de su calidad.

viernes, 22 de diciembre de 2006

Sinapsis

Entre 1989 y 1991 existió "Sinapsis", un grupo musical amparado en los instrumentos y locales del entonces "decanato de estudiantes" de la UCA.

Junto conmigo estaban "Guayo" Quijano (guitarra electroacústica), David "Chele" Aguirre (guitarra eléctrica), Carlos "Guasa" Membreño (sintetizador), Carlos "Grillo" Rodríguez (batería) y dos pianistas no simultáneos: Jaime Morales, quien apenas estuvo unas semanas, y Juan Carlos Carranza. Las chicas del coro fueron varias y efímeras (Ángela Escobar, Consuelo Reyes y alguien llamada Glenda). La voz líder, entretanto, siempre fue la de Napoleón "Ney" Vásquez, quien hacía pasos de baile espectaculares en medio de las interpretaciones y, cuando alguna vez olvidaba las letras, cantaba "en alemán".

El repertorio alternaba mis canciones originales con algunas otras de un género que podríamos llamar "rock & canto nuevo", tales como "Niños eléctricos" (Miguel Ríos), "Las cosas que he visto" (Eros Ramazotti) y "Mujer poetisa" (Roy Brown). Nuestras presentaciones ocurrieron, mayoritariamente, en el Auditorium universitario y algunas salidas esporádicas fuera del alma mater (una de ellas, la del Seminario "San José de la Montaña", nos permitió sacudir, a base acordes, las mismas entrañas del poder eclesial).

Fotos nuestras no tengo, pero sé que las hay en algunos archivos de las jornadas culturales de homenaje a los mártires de la UCA. Aquí la letra de una de aquellas canciones:

MANIFIESTO

No,
no me gusta ser vocero
del oprobio y de la muerte.
En mi canto no hay engaños
que lastimen a mi gente.

No,
no comparto los esquemas
ni las voces ni los cultos
que se alegran con el llanto
y se adornan con el luto.

No,
no permito las paredes
que limitan mis sentidos,
porque la creación vivida
no es sujeto de presidios.

No,
no tolero las miradas
que destellan municiones,
ignorando la exigencia
de las voces de millones.

Desacato los poderes
que construyen estandartes
donde el canto se deforma
detrás de fríos altares.

Manifiesto el aire puro
enemigo de injusticias,
sembrador de la sonrisa,
preparando el desayuno
para el viejo, para el niño,
la mujer, la nueva estirpe,
esta raza que aún sigue
queriendo un mejor destino.

miércoles, 20 de diciembre de 2006

"Monólogo de un mártir"

Muro de la memoria, parque Cuscatlán.

En 1987 don Paco Escobar nos animaba a versificar, aunque fuera por puro ejercicio académico. Allí hice algunos experimentos que, de cuando en vez, servían para ponerles música. Esta canción resume una línea de pensamiento ingenua-idealista, típica de mí, la cual desembocó más ampliamente en un guión teatral: "Asfixia 2000", pese a lo cual no formó parte del "soundtrack". Veinte años después, no la considero impropia.

MONÓLOGO DE UN MÁRTIR

El tiempo ha caminado
con los misterios que en su paso lleva,
la lluvia ha remojado
las frentes que anidaron las ideas
de cuando perseguimos,
amando, una promesa que perdimos.

Hoy suenan las palmadas
de los retoños que a la vida llegan,
reviven alboradas

sus risas inocentes y sinceras,
que nunca conocimos
el día que a luchar nos decidimos.

Tranquilos nos marchamos,
mas presentíamos perder la vida:
sin pena la brindamos
y sin saber de quienes nos querían,
aunque había en el lodo
reflejos del amor que llena todo.

No importa que la tierra
a nuestros brazos aprisione firme,
sin sangre en nuestras venas,
sin nadie que nos vuelva a ver felices,
pues aún el sueño limpio
se siente ilusionado a ser vivido.

Aquí nos encontramos
por cruel encargo de los que nos matan:
viviendo sepultados,
queriendo mantener nuestra esperanza,
sin darla por perdida
y sin imaginar que nos olvidan.

El habla se me acaba
y poco a poco va muriendo el grito,
tal vez por la mañana
ya sean más constantes los queridos
alientos de los años
que nunca nos dejaron contemplarlos.

sábado, 16 de diciembre de 2006

Masa coral

Curioso por ver cómo se integraban en el gran espectáculo algunas miembros de coro colegial que ocasionalmente convoco, asistí a un concierto de la Orquesta Sinfónica Juvenil y el Coro Nacional reforzado con adolescentes novatos, presentación de admisión gratuita en la zona peatonal de un conocido centro comercial.

Entiendo que las primeras piezas corrieron a cargo de los sinfónicos y cantores más fogueados y, a continuación, se integraron los torrentes juveniles debutantes.

De las ejecuciones clásicas puedo decir que sonaron muy bien, pese los contrarios esfuerzos de los operadores de la consola. En cambio, de las canciones más populares, donde se integró la multitud coral adolescente, sólo cabe reconocer el mérito de haber reunido a más de dos centenares de jóvenes para cantar al unísono.

Sospecho que las principales fallas fueron organizativas, la convocatoria tardía y el tiempo no alcanzó para un mínimo arreglo a dos voces, lo que defraudó un poco mis expectativas.

En cuanto a la orquesta, se notó mucho su paso de lo sublime a lo mundano cuando ejecutó los temas aparentemente más fáciles que los clásicos (“Amigos para siempre”, “Gracias por la música”, “Patria querida”, “Imagine”, “Que canten los niños”, etc.), pues los arreglos no eran finos y su coexistencia con instrumentos modernos, como la batería y el bajo eléctrico, requería mayor delicadeza auditiva que su simple superposición rítmica y sonora.

Cabe recordar que este fue, por cierto, el mérito que hace tres décadas tuvo el maestro hispano-argentino Waldo de los Ríos, cuya habilidad consistió, precisamente, en llevar hasta las masas a Beethoven y Mozart, colocando los aparatos “pop” de tal forma que, estando ahí, se sintieran sin apenas notarse y sin quitar protagonismo a las cuerdas, vientos y metales.

Pero, tal como lo comenté en una conversación previa con alguno de los jóvenes músicos, ese sutil criterio no está al alcance de los sonidistas locales, amigos del ecualizador “en hamaca” (bajos y altos al tope, medios abajo) y socios inseparables del “feedback” más inoportuno. Por su cuenta corrió, como no podía ser de otra forma, el volver inaudibles las estrofas que debieron interpretar unas niñas solistas.

Unas pocas pero constantes pringas de lluvia obligaron a finalizar el evento cuando aún quedaban por interpretar dos canciones, las cuales imagino en el mismo formato que las ya comentadas.

Y como, por una parte, los adolescentes son mucho más susceptibles que cualquier otro ser de este mundo ante los comentarios críticos y, por otra, no pienso renunciar a mi vocación de ser sincero, considero que la mejor respuesta ante las venideras preguntas de “¿qué le pareció el concierto?” será... ¡remitirlos con todo entusiasmo a estos párrafos que aquí mismo finalizan!

__________

Posdata: me dice un informante que, luego de pasada la amenaza pluvial, se ejecutaron los números restantes.

viernes, 15 de diciembre de 2006

¡Zóquela!

“Zocar” es sinónimo regional de “apretar”. La exclamación vulgar “¡zóquela!” adviene cuando una persona se encuentra en una situación inesperada, dificultosa, irremediable e irreversible; debiendo hacerle frente lo mejor posible y con los medios a su alcance... o sencillamente aguantar hasta que pase el duro trance.

Advirtamos que, aun cuando el verbo es el mismo, su significado cambia cuando alguien "está zocando", es decir, se halla muy tenso o nervioso por la incertidumbre ante el resultado de una alternativa importante. En este caso, el término sólo se refiere a la contracción instintiva de ciertos sectores del cuerpo ante semejantes disyuntivas. El verbo en participio también conserva su sentido original de adjetivo, más externo y menos anímico, cuando se aplica a un partido con marcador estrecho y titánica lucha ("estuvo zocado") o incluso para referirse al buen acoplamiento entre los instrumentos musicales de un grupo ("suena zocado").

Por el contrario, la expresión anímica que origina este análisis debe su origen semántico a un hecho genital: proviene de la actitud del macho latinoamericano al buscar o incluso forzar una relación sexual; el cual, una vez consumada la penetración, refuerza su dominación hacia la hembra al pensando o diciendo (con perdón): “de todos modos, ya la tenés adentro, así que... ¡zocala!” (refiriéndose al miembro viril insertado, cuyas denominaciones son, generalmente, palabras de género gramatical femenino).

Curioso es que, en el uso común, este imperativo se utiliza más en conversaciones de hombre a hombre, adjudicando implícitamente una situación homosexual al interlocutor. Sin embargo, por costumbre y uso reiterado cada vez se extiende más entre las chicas, cuyo desconocimiento del origen de esta expresión idiomática las hace caer en chabacanería involuntaria.

jueves, 14 de diciembre de 2006

Memoria de Toño

Creo que las amistades son circunstanciales y no imperecederas, a diferencia de como suele prometerse recíprocamente en las despedidas. Sin embargo, lo valioso es que aquella compañía se sienta verdadera en el momento en que ocurre: tal fue el caso de mi amigo y compañero de estudios universitarios, Toño Dimas, el personaje de esta fotografía digna de un cartel de “más buscado”, quien decidió marcharse de estos contornos por su propia voluntad, una tarde-noche sabatina de Junio de 1990.

Fueron casi dos años de aquel nexo, tan auténtico como para confiar mis primeros experimentos literarios a su crítica implacable; pasar buena parte de la tarde en el cubículo de instructores de la UCA, hablando de temas triviales e intelectuales (que acaso fueran lo mismo), frente a una pétrea pared gris que le inducía a una depresión magníficamente ocultada; compartir planes y proyectos (grupo de rock, furtiva visita relámpago, obra de teatro, maestría después de la licenciatura); o fundar el “comité pro-rescate” de un su amor imposible, destinataria de poemas enfermizos y presa de un radicalismo que, al menos de nombre, aún ostenta (y gracias a cuya imprudente agenda personal la contrainsurgencia estatal nos cateó amablemente las casas).

La saturación de trabajo que tuve yo en aquel año me hizo verlo cada vez menos en sus últimas semanas, tanto que apenas encontrábamos espacio para un intercambio rápido de comentarios en los pasillos de la UCA. No imaginaba cuánto había profundizado él en su amalgama de ideas existencialistas, románticas y nihilistas (todas a la vez), hasta que conocí la brutal noticia de su suicidio.

En su momento, escribí párrafos catárticos, las “cartas a posteriori" de mi primer libro, dedicado a su memoria. Pero desde entonces, de cuando en vez, reaparecen las mismas preguntas:

¿Habría yo explorado tales sombríos caminos, de no haberme su muerte así sacudido?

¿Habríamos podido modificar su decisión, si quienes lo conocíamos la hubiéramos sospechado con tal gravedad?

¿Realmente lo conocimos?

miércoles, 13 de diciembre de 2006

Las OTI

En el último cuarto del siglo XX fue muy famoso el Festival de la Canción Iberoamericana, conocido por las siglas OTI, organizados por las televisoras continentales y de la península ibérica. En él, participaban todos los países y, en años específicos ganaron canciones memorables, como la española María Ostiz con "Canta, cigarra" (1976) y el nicaragüense Guayo González, que hizo universal el "Quincho Barrilete" de Carlos Mejía Godoy (1977).

Al interior de cada país había, también, sus respectivos concursos para elegir al representante nacional. El evento presentaba la oportunidad para que los compositores dieran a conocer sus creaciones e intentaran el camino al éxito, aunque éste fuera efímero.

El Festival OTI nacional comenzó con célebres polémicas y, entrando a los noventas, acabó muy desacreditado, porque poco a poco se fue convirtiendo en medio de promoción de imagen de ciertos artistas que a los organizadores, por razones diversas, les interesaba potenciar; porque siempre hubo un compromiso institucional con la visión conservadora de los patrocinadores, quienes muchas veces hacían de jurado; y porque fueron predominando criterios artísticos cada vez más miméticos y menos inteligentes, en unos y otros. Habría que añadir, además, cierto clima de antropofagia artística.

Pese a todo lo anterior, alguna memoria agradable tengo de mis participaciones, así como aprendizajes significativos. Gracias a "Ideas que vienen mientras voy caminando" (1985) y "Somos" (1986) tuve el convencimiento de que, mientras cantara yo mis propias canciones, no llegaría muy lejos. Con "Siempre un cantor estará" (1987), en la poderosa voz de Marco Antonio Chacón, aprendí dos cosas: la primera, que nunca hay que ir a grabar la pista preliminar a un estudio cuyo propietario sea otro competidor, pues te copiará ideas y tendrá tiempo para mejorarlas; la segunda, que la diferencia entre los instrumentos tocados por uno mismo en la sala de grabación y los reales en el escenario puede llegar a ser mucha, especialmente con músicos nocturnos. De mi experiencia en 1988 con "El amor viví" ya conté algo en la entrada de este blog "Canción oculta restaurada".

Mi última participación en las OTI nacionales fue "Oración", pieza emotivamente ejecutada en 1989 por Manuel Gómez, una de nuestras mejores voces. Entonces tuve la certeza de que una canción, por buena que fuese, no pasaría de ese tercer lugar que nos otorgaron, si en ella había una pizca de reflexión, aun poética, sobre el contexto: estábamos en guerra civil y los fanatismos originarios todavía inflamaban las conciencias.

Pero, como alguna frase célebre debe decir: "lo importante no es el premio, sino haberlo merecido".


ORACIÓN

Letra y música: Rafael Francisco Góchez
Canta: Manuel Gómez

Que se diluya el tiempo de la niebla,
que mueran de una vez las frustraciones
y que palpiten fuerte las fronteras
para que se marchiten los rencores.

Que crezcan hacia el sol las armonías
-nuevas vidas, vidas nuevas-
que finalicen ya las maldiciones y las penas.

La vida que se gasta en los combates
que pueda recobrar sus ilusiones
y pueda liberarse de pesares
para que sean verdad sus proyecciones.

La tierra que es privada de la lluvia
cante y nutra, nutra y cante
una canción distinta de las marchas militares.

Que se transformen las heridas
En las raíces redentoras
En los anuncios de alegría
Que vitalicen nuestras horas,
nuestro afán por existir.

Que representen cosas del olvido
las duras realidades del ayuno,
que sea útil tanto sacrificio
para fertilizar el buen futuro.

La inquebrantable fe por los anhelos
-libre cielo, cielo libre-
nunca permita, nunca, traicionar a nuestra estirpe.

Que se transformen las heridas
en las raíces redentoras
en los anuncios de alegría
que vitalicen nuestras horas,
nuestro afán por existir.

Y si es posible un poco de silencio
Para escuchar las voces olvidadas
El testimonio vivo de los muertos
Que resucitan entre la alborada.


martes, 12 de diciembre de 2006

Irse en la de choto

La etimología del término salvadoreño “de choto” es un misterio. Tal vez haya allí algún nahuatismo, como en muchas las palabras regionales que comienzan con la anecdótica “ch” (chero, chuco, choyudo, etc.), pero hasta hoy lo único claro es su significado principal: “de gratis”.

En cambio, la expresión idiomática “irse en la de choto” tiene más anécdota: hasta la década de los setentas, las alcaldías municipales tenían la sanitaria costumbre de recolectar a los ebrios consuetudinarios fondeados en las aceras de la ciudad, transportándolos hasta las bartolinas hasta que cesara su condición alcohólica. Para ello, casi siempre utilizaban una especie de furgoneta generalmente blanca, conocida también como “la chelona”, ante cuya presencia siempre bien avisada, los bolitos que aún podían tenerse en pie no dudaban en pegar carrera (o, al menos, intentarlo).

El razonamiento popular estableció, entonces, que el transporte desde donde el borrachín estaba tirado hasta el reclusorio era “de gratis”; aunque, en realidad, todo esto se lo cobraban al "cliente" en la multa requerida para salir o mediante trabajos forzados.

Así, decir “me fui en la de choto” calza cuando alguien reconoce haber tenido malas consecuencias de una acción cometida por equivocación, desconocimiento, ingenuidad o falta de previsión. Es equivalente a exclamar “la regué”, “la cantié” o incluso otra más categórica que, por mantener la elegancia de este espacio, prefiero no explicitar.

lunes, 11 de diciembre de 2006

Dream team

Equipo de baloncesto del Colegio Salesiano "Santa Cecilia", campeón invicto en los Juegos Deportivos Estudiantiles, categoría "Juvenil - A", 1983. En cuclillas, desde la izquierda: Roberto "el Guardia" Hernández, Miguel "Yisus" Torres, Mauricio "Cocoliso" Cruz, Jorge "Canito" Rivera, Jorge Navas y Héctor "el Socio" Solano. Parados: Jorge Kattán, Francisco "Billy" Quiteño (entrenador), Carlos "Cucha" Mendoza, RFG, Mario "Caballo" Vásquez y Edgar "el Chafa" Díaz. Falta el Eduardo "el Zurdo" Barrera.

Contrario a la creencia popular, mi relativa elevada estatura no se deriva de haber jugado baloncesto sino todo lo contrario: me animaron a hacerlo, precisamente, por ser "alto", pues ya en aquella época, a mis quince años en 1982, medía de largo exactamente lo que ahora: 1.91 m.

La dificultad, de cara a la afición, era que durante toda mi vida mis intereses habían sido musicales y no deportivos, por lo que el arte del basketball era para mí tan desconocido como la acupuntura.

Pese a mi carencia total de técnica y por razones que tal vez no he querido indagar a fondo, me involucré en la aventura de entrenar con el primer equipo del colegio y, a los pocos días... me fue recomendado primero un período de maduración en "Juvenil - A".

Así lo hice y, aunque pasé la mayor parte de la temporada en el banquillo, recuerdo aquella experiencia con muchísimo cariño: éramos un verdadero equipo, no teníamos adicciones indeseables y, pese a bromas y disgustos, nos sentíamos respetados.

Cuando Billy, el entrenador, estuvo a punto de dejar el puesto por problemas con su horario con la universidad, acordamos entrenar en el único horario posible; es decir, de 5:30 a 6:30 a.m., antes de la jornada académica. A esa hora, el ingreso al colegio sólo podía hacerse por una puerta detrás del altar mayor de la iglesia principal, por lo que se nos puso como condición que no desfilásemos por el templo enfundados ya en los pantaloncillos de entreno... ¡ni tampoco rebotando el balón!

Después de conquistado el campeonato, hubo un almuerzo de despedida que, en ese entonces, nadie consideró como el final de un ciclo. Pero pasada por la balanza de los años, vivencias como la de este mi "Dream team" son las que tiñeron mi conflictiva adolescencia de una sensación de felicidad que, curiosamente, crece con los años.

domingo, 10 de diciembre de 2006

Nosotros, a crayón.


Este retrato de Carmen y yo, dibujado el 21 de Julio de 2004 por alguien a quien no conocemos, es una artesanía posibilitada por el ocio mientras esperábamos cierto trámite en un centro comercial. Un “artegrafista” de esta especialidad ambulante ofrecía esta posibilidad a un precio razonable y no nos pareció mal. El resultado va a medias: ni somos tan nosotros ni tampoco nos desparecemos demasiado, pero mientras no tengamos otra para comparar, es ésta nuestra caricatura oficial.

jueves, 7 de diciembre de 2006

Césped capilar

Supongo que toda persona reflexionará en algún momento de su vida sobre la caída capilar o el cese de su crecimiento. Sin que me interese referirme a la millonaria industria que da tratamiento y remedio, efectivo o no, a este así llamado “problema”; tampoco analizaré los presuntos efectos estéticos, psicológicos, románticos o de cualquier otra índole (superficiales, en todo caso, puesto que “lo esencial es invisible a los ojos”, priva el espíritu sobre la carne, la verdadera belleza es interior, etc.).

Por otra parte, en estos días de menos trabajo profesional, estoy batallando con un sector del jardín trasero de la casa, donde en las últimas semanas el césped ha venido a menos, cual si imitase al cabello de la parte superior de mi cabeza. Supongo que la causa ha de ser multifactorial: poca retención de la humedad, tierra muy endurecida y sol escaso. Las replantaciones, hasta el momento, no han tenido el éxito deseado y me apresto a probar con tierra importada del vivero, previa excavación breve, sin darle tregua con el agua y, en caso de desesperación, podar los árboles circunvecinos (o redirigir la luz con espejos).

Si el comportamiento de este mi cabello en desbandada pudiera compararse con tal raquítico césped, el fracaso estaría anunciado, dado que el contacto de mi cuero cabelludo con el sol es bastante normal y por allí arriba la sequedad no es tanta. Por otra parte, aunque hay quienes lo ofrecen, el transplante de contados pelillos, emulando el trabajo de jardinería, ni me convence ni está en cualquier presupuesto sensato.

Así pues, mi actitud será doble y complementaria: me empeñaré en tener algo de éxito con la grama, al igual que procuraré mantener el coco parejo, es decir, auto-aplicándome periódicamente la rasuradora eléctrica en su máxima capacidad de corte.

miércoles, 6 de diciembre de 2006

Entrevista contraproducente

Que es infinitamente más interesante leer “Cien años de soledad” y “El otoño del Patriarca” que mirar con lupa a Gabriel García Márquez como persona, lo prueba “El olor de la guayaba” (1982), conversaciones entre el Nobel colombiano y Plinio Apuleyo Mendoza.

Inmersa en esa escuela de mal gusto que pretende esclarecer los nexos entre personajes y acontecimientos de la vida real y sus obras, la entrevista es amena, sí, pero intrascendente. La figura del escritor detrás de los universos literarios es digna de aplauso, respeto y admiración, sí, pero bastante menor a la par de Arcadios, Patriarcas, Aurelianos y Melquíades(es). Y, a diferencia de estos, “Gabo” no ha pronunciado en estas páginas una tan sola frase memorable.

Hay, en cambio, algunos deslices que lo bajan un poco del pedestal: descalificar “El señor presidente”, de Asturias; presumir, en cierto modo, de su largo y único matrimonio, mientras rechaza aventuras extramaritales por razones que nada tienen que ver con la fidelidad conyugal; insistir demasiado el valor de obras repetitivas y extendidas innecesariamente (como “El coronel no tiene quién le escriba” y “Crónica de una muerte anunciada”), mientras parece que le molestara aceptarse como el autor de “Cien años...”; comentar detalles de su estilo de vida “burgués”, como dirían aquellos, sin que ello riña con su publicitada amistad con Fidel y la revolución cubana proletaria; hacer su personal recuento de supersticiones, creídas tan en serio...

En fin, que no es falta privativa ni tampoco su culpa (él sólo responde lo mejor que puede) y cualquiera de nosotros acaso daría peor imagen sin tener ni la centésima parte de mérito. Pero mientras mi devoción por el par de libros mencionados al principio crece exponencialmente a medida que los releo, el valor de la efigie que tengo de su autor tal vez haya decrecido... en un uno por ciento.

martes, 5 de diciembre de 2006

Reseña de idiotas

Reseña de:
“Manual del perfecto idiota latinoamericano”.
Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa.
(Barcelona, Plaza & Janés, 1996)

Evacuemos rápido las tesis de este “opúsculo de carácter agresivo” (“panfleto”, según ellos mismos y la RAE):

- En Latinoamérica, desde el nacimiento de sus países hasta finales del siglo XX, prácticamente no se aplicó el esquema liberal; por el contrario, lo que hubo fueron estados corruptos, populistas, demagogos, oligárquicos, etc., que causaron grandes desastres económicos y políticos.

- No se puede culpar al capitalismo del atraso y pobreza de los países latinoamericanos, pues estos han sufrido debido, principalmente a sus propias malas decisiones.

- Las propuestas de solución marxistas, socialistas, centralistas, etc., que han fracasado en todas partes del mundo, vienen a ser remedios peores que la misma enfermedad, como lo demuestran los desgraciados países en donde se han aplicado (énfasis y dedicatoria especial para la Cuba de Fidel).

Por lo tanto y en conclusión:

- El único camino hacia el desarrollo es el liberalismo económico.

Hasta ahí, nada extraordinario.

Pero el propósito del libro no es dar una explicación serena, tranquila, mesurada y académica; por el contrario, explícito es su objetivo burlón, cáustico, provocativo: de ahí el título y el estilo; de ahí el cientos de veces reiterado sustantivo “idiota” (ojo: nombre, no adjetivo) para aludir a quien aún se empeñe en creer lo que ellos entienden como patrañas pseudo-redentoras de la izquierda, en todas sus variantes.

Con todo, quizá lo más interesante no sea entrar en un estéril debate entre sordos, sino reflexionar sobre esta pregunta: “¿a quién está dirigido realmente el libelo?”.

No, por cierto, al “idiota” revolucionario allí definido: éste lo acribillaría al menor contacto o respondería ladrando descalificaciones de todo calibre.

Tres son, a mi criterio, los tipos de lector que hallarán algún interés en deglutir este repetitivo mamotreto:

1. Quienes no necesitan leerlo para creer en sus tesis, puesto que ya las sustentan aún sin saberlo: políticos, empresarios, ideólogos y votantes “neoliberales” o “de derecha”.

2. Los “ex de izquierda”: apóstatas, renegados, evolucionados, reciclados, etc. (de todos los cuales hay muchísimos ejemplares en el tinglado local).

Y, por supuesto:

3. Los ilustres librepensadores, como este que escribe, interesados (o que se divierten) en escuchar los argumentos de uno y otro bando, para extraer de ahí sus propias conclusiones (o, aburridos de escuchar sus fútiles diatribas, cambiar de canal).

Por lo tanto, si Ud. no se halla ni se imagina contenido en alguna de estas categorías y, por contra, se considera (o se imagina) como “gente de izquierdas”, va por ahí manifestándose puño izquierdo en alto (o ve con mayor simpatía y aun cierta nostalgia que otros vayan), habla mal de la Coca-cola y el McDonald's (incluso o especialmente cuando almuerza ahí), no mueve un dedo (o no deja de moverlo) sino hasta que la comandancia o comisión política del partido revolucionario se lo indica, tiene la colección completa de artículos del Che Guevara (boina, arete, collar, camiseta, pulsera y hasta portalápices, todo copyright) y, en época de elecciones, es de los que conmina a sus amigos con frases cerradas (“no votar por nosotros, incluso no ir a votar, es votar por el enemigo”)... ¡mejor ahórrese un buen disgusto y ni se le ocurra leerlo!

lunes, 4 de diciembre de 2006

Mercenario... ¿"Che"?

Prometo para próximos días (meses) unos párrafos amplios sobre “Titanes en el Ring” (pilar de mi cultura televisiva primigenia, junto a “Los Picapiedra”, “Los tres chiflados” y “Ultraman”). Entretanto, confieso que nunca pude aceptar el juicio negativo que mi padre y mi hermana mayor lanzaron contra uno de los personajes-tipo de aquel célebre programa: el Mercenario Joe, luchador del bando de los “rudos” o “villanos”, quien según ellos representaba (y caricaturizaba como “malo”) al icono revolucionario latinoamericano, Ernesto “Che” Guevara.

Mis argumentos de niño inocente debieron basarse en algo así como que ellos estaban viendo oscuras intenciones donde no las había. Obviamente, ni sabía ni me interesaba nada de política argentina, pues -aparte de este programa- mi relación con el país del sur se limitaba a la edición semanal de la revista "Billiken" y las caricaturas de Mafalda. Menos aun me preguntaba por la percepción que los distantes pibes podían tener sobre el tema ni, faltaba más, de la presunta ideología de Martín Karadagián, contra quien una vez el soldado apátrida se enfrentó en lucha de parejas... y éste acabó “comprando sus servicios” con un fajo de billetes en una esquina del ring, para vapulear a no sé quién en un tres contra uno.

Más serenamente y décadas después, debo admitir la verdad de aquella observación familiar, pues... ¿quién le quita la pinta de guerrillero (boina, bigote, metralleta, estrellita)? Y, sobre todo... ¡el habano! Pero esta comprobación, lejos de invitarme a cualquier apostasía luchística, no hace más que aumentar mi interés por escuchar más opiniones sobre el tema.

Chupando cultura

No hay impertinencia más grande que un sobrio en una mesa de borrachos.
“Gotas muertas”, RFG.

Peor que los flujos de alcohol y cerveza quizá sea lo que se habla alrededor de ellos, algo así como el feedback permanente de nuestra cultura del subdesarrollo, todo en una particular mezcla de machismo y homofobia, que redunda en misoginia. Que los “chupaderos” sean establecimientos legítimos y prósperos, bien cabe. Que, cuando el tema es el fútbol, cambie un poco el tono de la conversación, es posible. Pero que de ahí el macho salga ideológicamente bien apertrechado, sea el ciudadano común o los de la cantina intelectual, ni dudarlo.

domingo, 3 de diciembre de 2006

Esnobismo pedante

"Esnob" es la "persona que imita con afectación las maneras, opiniones, etc., de aquellos a quienes considera distinguidos"; en tanto "pedante" es una persona "engreída y que hace inoportuno y vano alarde de erudición, téngala o no en realidad." Este par de palabras engendraron hace ya una década cierta agujita intelectual, "¿Hambre de cultura o esnobismo pedante?", la cual traigo a cuenta como resultado del rediseño de mi sitio web ( larga historia), así como de la observación de ciertos hábitos (sin provocación). Aquí está el texto completo en PDF.

viernes, 1 de diciembre de 2006

Canción oculta restaurada

En 1987 Eugenia Abrego, una niña de octavo grado de un grupo musical escolar que yo dirigía, me mostró una melodía que se había inventado, con una letra adolescente y, como tal, aún en proceso. Luego de algunos acomodos de notas, acordes y palabras, emergió una versión regularizada y armónica.

Aprovechando el espacio de las eliminatorias nacionales para el Festival OTI, le pedimos a Ana Ruth Turish, famosa en ese tiempo, que nos la cantara allí. Ella prefirió otra pieza que consideró más competitiva, aunque tuvo la gentileza de cantárnosla frente a una grabadora manual y sólo con mi guitarra de fondo, para ver si, con eso, hallábamos otra vocalista que se hiciera cargo en el certamen.

Como la coautora era menor de edad y yo ya participaba con mi propia canción en el evento, decidimos inscribirla con un ampuloso heterónimo, Fernando Gavidia Flores, y hallamos a Letty, una cantante madura a quien el tema le quedó bastante bien, aunque el estilo no fue el que habíamos pensado (todavía me pregunto si ella sospechó que el tal compositor era sólo una invención espectral).

Inquieto por escuchar la canción tal como la había imaginado al principio, sintetizadores en mano me di a la tarea de recuperar el arreglo original, pero... ¿cómo hacer con la voz, si de Ana Ruth había perdido toda pista? ¡Volví entonces a aquel “cassette” antiguo para digitalizar el contenido y acomodarlo a los nuevos compases!

La voz original de Ana Ruth fue grabada en el sótano de la capilla del Colegio "Santa Cecilia", donde ensayábamos con el coro de "Juventud 75" (la reverberación era preciosa e inevitable). La mezcla con los instrumentos ocurrió... ¡con quince años de diferencia y en ausencia de la cantante! El resultado está aquí en archivo ZIP y no sé si la historia de su génesis sea más o menos interesante que la canción. Para mí, que empatan.