miércoles, 6 de marzo de 2024

Apuntes para una oposición sana

Publicado en Diario El Salvador
Han concluido las elecciones y es momento de preguntarse sobre la viabilidad de la oposición política de cara a los próximos años, viendo el amplio respaldo popular a la gestión del presidente Nayib Bukele y su bancada legislativa, la reconfiguración de los municipios entre Nuevas Ideas y el conjunto de partidos alternativos pero aliados, la confirmación de la caída sostenida de los otrora grandes institutos políticos Arena y FMLN y, finalmente, el poco o nulo impacto de los partidos opositores emergentes.

Un primer elemento imprescindible para considerar es que, teóricamente y en una sociedad democrática, la oposición política es necesaria, entendida esta como la contraparte argumentativa que desde su óptica puede notar fallos y áreas de mejora del gobierno, proponiendo iniciativas razonables y honestas orientadas a mejorar la gestión pública en beneficio de la población. Conforme a la anterior definición, y teniendo en cuenta discursos y acciones concretas, está claro que la actual oposición ha estado muy lejos de este ideal y, por el contrario, se ha esmerado en decir que no prácticamente a todo y a toda costa, como un infantil capricho. De ahí que cualquier oposición que pretenda ser opción elegible, tendría que aspirar a mucho más que ser simples haters.

Ahora bien, aparte de la necesaria madurez y actitud constructiva, la oposición política no será viable mientras siga estando contaminada por partidos y voceros caducos. En este sentido, aunque legalmente hayan cumplido los requisitos para seguir existiendo, los partidos Arena y FMLN deben aceptar que ya concluyeron sus ciclos históricos (con más pena que gloria) y deberían buscar una salida si no digna, al menos humilde y hasta cierto punto elegante, disolviéndose por voluntad propia en sendas asambleas generales, conforme a sus estatutos.

De igual manera, ciertas figuras opositoras con voz pública (llámense analistas, articulistas o influencers en redes sociales) deberían retirarse de la escena política, en un sano ejercicio de autocrítica y por el bien de su propia causa, pues su presencia y exposición solamente atrae el repudio de la gente. Esto no tiene que ver necesariamente con la edad, sino con enfoques y planteamientos, pues de nada sirve que un personaje sea o se vea joven externamente si su retórica es de un pasado muy obsoleto.

Finalmente, es claro que ninguna oposición va a prosperar si pretende revertir políticas y logros concretos de este gobierno, que han sido entendidos y bien aceptados por la población. El mayor de ellos es la política de seguridad pública, la cual ha aliviado grandemente la espantosa situación de angustia y terror pandilleril a la que el pueblo se vio sometido durante las décadas anteriores. Claro que esta política no ha sido perfecta, pues ha tenido algunos errores procedimentales y costos humanos no intencionales; sin embargo, el discurso opositor nunca fue hacer sugerencias para mejorarla, sino ir con todo en contra de ella para eliminarla. De esa forma, la misma oposición validó la percepción generalizada de que solo iban tras los votos de los afectados para recuperar su anterior estatus, además de seguir una agenda ideológica objetivamente dañina. En términos sencillos, cualquier futura oposición tiene que entender, como imperativo categórico, que los logros en seguridad no se tocan.

En este ejercicio de pensamiento, no se trata de diseñar una oposición a la medida del gobierno, sino de proyectar una gestión opositora propositiva que le convenga al país, a fin de que todos los sectores sean capaces de aportar y sumar esfuerzos, a diferencia de aquella mezquina tradición política de bloqueos, obstrucciones y prebendas mutuas a la que nadie sensato quiere volver.


domingo, 25 de febrero de 2024

Bukele entra a la política en EE.UU.

Publicado en ContraPunto

¿Qué propósito y significado tiene la participación de Nayib Bukele como orador invitado en la reunión anual de la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC, por sus siglas en inglés), realizada en Washington DC del 21 al 24 de febrero de 2024? Tal es la pregunta que debió quedar para la reflexión en la esfera del análisis político nacional, más allá de la anécdota, los extractos de su discurso, las reacciones favorables de sus partidarios y las usuales rabietas de sus detractores.

En primer lugar, hay que entender el porqué de darle una vitrina como la de la CPAC al presidente del país más pequeño del continente americano, que no tiene visos de ser potencia militar ni económica. Algunos podrán argüir, con simpleza, que este es el resultado del trabajo sostenido que los lobistas contratados por Bukele han hecho en la esfera política republicana desde 2020. Puede ser, pero por más cabildeos que pudieran hacerse, tal invitación no se habría dado si no fuese porque la figura de Bukele debe tener algo atractivo que ofrecer a los organizadores, en un trato de mutuo beneficio para ambas partes.

¿Cuál sería, entonces, ese atractivo? Una explicación plausible es que Bukele representa el éxito continental concreto de una gestión que refuerza la visión conservadora en un área de mucha preocupación para ellos: la seguridad pública. Importantes ciudades de los Estados Unidos han experimentado, en los últimos años, un crecimiento de la criminalidad que, en parte, se explica por la relajación e incluso negligencia en la aplicación de las leyes (como ha ocurrido, por ejemplo, en recientes oleadas de smash and grab, vandalismo organizado, frente a la pasividad policial y las políticas tolerantes progresistas del partido Demócrata). En el horizonte, esto conecta con otros dos temas de la campaña republicana: tráfico de drogas e inmigración ilegal.

En este debate, hay que tener presente la ideología conservadora y su acción social, dentro de la cual lo que interesa es detectar y castigar al delincuente; mientras que, en contraparte, el progresismo de izquierdas pone el enfoque en tratar de entender los motivos del delincuente y, de una u otra forma, acaba justificándolo por el contexto sociocultural u otras razones, suavizando el control social ejercido por las autoridades. Es así como la política de seguridad aplicada por Bukele en El Salvador emerge como un claro ejemplo de efectividad conservadora, avalada por cifras y aceptación popular, frente al fracaso de décadas de políticas progres malamente aplicadas en el contexto de un estado corrupto.

El sentido de que este importantísimo sector, con fuertes vínculos con el partido Republicano, le haya abierto la puerta a Bukele para entrar a la política interna estadounidense fue claramente expresado por el senador del estado de Florida, Marco Rubio, quien escribió lo siguiente (en un artículo publicado el 23 de febrero de 2024 en el sitio Informe Orwell):

Mientras más próspero se vuelva El Salvador, más se convertirá en un modelo a seguir para sus vecinos en nuestra región. Esto ayudará a los Estados Unidos, porque a medida que el crimen y la emigración disminuyan en América Latina y el Caribe, tendremos que preocuparnos menos por el cruce de pandilleros y drogas mortales en nuestra frontera sur.

Este reconocimiento explícito le sirve a Bukele como respaldo frente a los ataques de ciertos sectores de la izquierda estadounidense (traducidos no solo en recelos y acosos, sino en pasadas sanciones para sus funcionarios: lista Engel y ley Magnitsky). Así, Bukele entra a la escena política norteamericana como un líder conservador fuerte, que representa estabilidad en la región y ofrece el beneficio esencial de siempre haber manifestado ser un aliado de los Estados Unidos, dentro del respeto a la soberanía de las naciones.

martes, 20 de febrero de 2024

El mal perder

Publicado en La Noticia SV

Si hay un término que calza a perfección con la actitud de la oposición política en El Salvador, tras conocerse los resultados de la elección presidencial y especialmente la legislativa del 4 de febrero, es precisamente el “mal perder”. En términos simples, esto es un conjunto de reacciones anormales ante la derrota, que van más allá de la natural frustración que cualquier persona puede sentir en esa situación, negándose a aceptar la pérdida a base de manifestaciones emocionalmente inmaduras y viscerales, tales como culpar a otros (personas, reglas, circunstancias menores) o alegar supuestas trampas, elaborando explicaciones y excusas bastante distanciadas de la realidad.

El abrumador caudal de votos obtenido por el presidente Nayib Bukele (85 %) y su partido Nuevas Ideas (69 %) parece haber sido un golpe demasiado duro para políticos, analistas, perio-activistas y voceros opositores, quienes ahora transitan y oscilan entre las diferentes etapas de un duelo anunciado (negación, negociación, ira y depresión), sin asomarse aún a la fase de aceptación para superar el trauma. Lo más penoso de su situación es que tales resultados no son ninguna sorpresa, puesto que todas las encuestas y sondeos de opinión se los habían anunciado una y otra vez de manera sostenida en el tiempo y en las magnitudes, incluyendo los de instituciones claramente opuestas al gobierno.

La expresión máxima de inmadurez política de la oposición, producto de su incapacidad para gestionar saludablemente sus trastornos emotivo-cognitivos, es la petición de anular las elecciones, exigencia extemporánea y sin fundamento. Si bien es cierto que el Tribunal Supremo Electoral falló miserablemente en la transmisión de actas para el escrutinio preliminar, esto nada tiene que ver con la voluntad popular depositada en las urnas durante ese día, cuya custodia e integridad jamás fueron vulneradas.

El escrutinio final ordenado por el máximo tribunal electoral, urna por urna y voto por voto, ha permitido conocer finalmente dicha voluntad y traducirla en resultados, a la vista de autoridades, testigos y observadores nacionales e internacionales. Claro está que este recuento extraordinario no ha sido perfecto y ha tenido los incidentes propios de toda elección nacional desde hace 40 años; sin embargo, los pretendidos argumentos opositores para querer anular la voluntad popular han sido a cual más insólitos y descabellados: desde pedir la anulación de votos porque fueron marcados con plumón y no con crayola (o porque la papeleta había perdido la marca del doblez), hasta decir que los integrantes de las mesas de escrutinio estaban haciendo mal el recuento porque no les habían puesto aire acondicionado o les hacían bullying.

En este juego político poselectoral, cabe preguntarse si la actitud de la oposición es producto de una estrategia diseñada por dos o tres cabezas frías, que saben la precaria realidad en la que se encuentran pero quieren sostener la maltrecha moral de sus simpatizantes y hacer algo de ruido en los medios internacionales con agenda anti-Bukele, así sea a base de negacionismo extremo; o, por el contrario, tal conjunto de insensateces se debe a que los aspirantes a líderes opositores han llegado a creerse sus propias falacias, quedando completamente enajenados ante el hecho duro y estadístico que la gente los rechaza cada vez más y que los intentos de emerger con nuevas vestiduras no han tenido el éxito esperado.

El mal perder es un trastorno tóxico y perjudicial, principalmente para quienes lo sufren sin reconocerlo, pues impide cualquier posibilidad de superación futura en tanto bloquea la autocrítica y el reconocimiento de los propios errores, siendo así imposible reformular estrategias y tácticas basadas en la realidad. Persistir en ese error no les traerá más que perjuicios y extinciones progresivas, por más atención y portadas que les dediquen sus medios afines.

jueves, 8 de febrero de 2024

Titanio

Titanio nos regaló 15 años de alegrías compartidas, con su precioso color café con destellos negros y su peculiar carácter: fuerte con los ajenos, tremendamente dócil y fiel con nosotros. No era un salchicha convencional, tenía ciertos rasgos más gruesos (como fornido y chato), pero pasaba los estándares de teckel. Su vida en compañía de su hermano adoptivo, Friso, fue bastante buena, tanto como para ganar espacio entre las memorias agradables. Envejeció con paciencia y diría que hasta con estoicismo. ¡Adiós, Titanito, digno y hermoso perro! 🙃

jueves, 1 de febrero de 2024

Ruido y silencio electoral

Publicado en Diario El Salvador

El silencio electoral es un concepto que se refiere a la prohibición de realizar propaganda política en el periodo previo a las elecciones, con la intención de facilitar que los votantes tengan un tiempo de reflexión, libre de ruido mediático, para ponderar con más tranquilidad las propuestas y candidaturas, a fin de depositar en las urnas su decisión consciente. Esta disposición está vigente en muchos países y, en nuestro caso, el Código Electoral la establece en su artículo 175, prohibiendo “a los partidos políticos o coaliciones y a todos los medios de comunicación, personas naturales o jurídicas” hacer dicha propaganda “durante los 3 días anteriores a la elección y en el propio día de la misma”.

Antes del surgimiento de internet y las redes sociales, era relativamente fácil detectar el quebrantamiento de esta norma, bastaba rastrear los medios tradicionales locales (periódicos impresos, radio, cine y televisión) para, a partir del hallazgo de alguna irregularidad, aplicar las sanciones correspondientes. Ciertamente, la prohibición no impedía que muchos candidatos e instituciones dirigieran mensajes en los cuales llamaban implícitamente al voto a su favor, diciendo sin decir lo que todo mundo entendía, pero esas sutilezas eran de poca importancia. Ahora, tras la irrupción y normalización de los medios digitales como principal fuente de información, el cumplimiento del silencio electoral se ha vuelto particularmente difícil, por varias razones asociadas a la naturaleza misma del ciberespacio.

Entre las principales grietas por donde se puede colar la propaganda política en un periodo prohibido, ruido nocivo para el discernimiento, están las cuentas anónimas, donde es generalmente difícil probar su vinculación con personas e instituciones a quienes se pudiera sancionar. En cualquier caso, el tipo de propaganda esparcida por dichos sujetos ocultos no siempre es explícita (llamando al voto por un partido específico), sino muchas veces vertida en pura y llana desinformación para atacar y desacreditar a candidatos e instituciones en particular.

Un espacio especialmente vulnerable para la proliferación de este ruido electoral en el periodo de silencio son las nefastas cadenas de Whatsapp, a través de las cuales circulan innumerables falsedades —en forma de textos, fotos y videos con apariencia de verdaderos— que encuentran pasto en la ingenuidad y buena fe de las personas, quienes muchas veces contribuyen a esparcir esas bolas o bulos como una reacción puramente emocional ante la gravedad del supuesto contenido. Este es el sustituto digital (potenciado hasta el infinito) de los antiguos volantes, hojas impresas con desinformación que eran introducidas casa por casa —bajo la puerta, en lo oscuro y casi clandestinamente— por los actores políticos más desesperados.

Frente a estas realidades, habría que meditar con sumo cuidado qué reformas al Código Electoral serían necesarias, sensatas y viables para velar por el cumplimiento del silencio electoral en el mundo digital. La limitante más fuerte en este ámbito es que las plataformas por las cuales se transmite la información digital (Meta, X, Google, etc.) son gigantes tecnológicos que, en la práctica, están fuera del alcance de las leyes y sanciones de un país que no es potencia mundial. Por otra parte, tampoco tendría sentido querer hurgar en los chats privados de las personas durante el silencio electoral, en busca de propaganda declarada o velada.

No obstante lo anterior, más allá de las leyes existentes y los esfuerzos necesarios para su cumplimiento, este tema pasa fundamentalmente por la educación y la madurez del electorado, pues en última instancia es cada persona la que tiene el poder de rechazar la propaganda electoral impertinente, valorando y esforzándose por preservar su valioso tiempo de reflexión final antes de ir a votar.

sábado, 27 de enero de 2024

Tres preguntas para la reflexión en el silencio electoral


Comparto estas tres preguntas para orientar la reflexión personal en los días previos a las elecciones, cuando por ley se establece la prohibición de propaganda política a fin de alentar el voto como producto de una decisión consciente.

Es conveniente hacerla una vez para cada tipo de elección (presidencial, legislativa y municipal). Tenga en cuenta que las decisiones se basan en una compleja interacción de elementos racionales y emocionales, ninguna es de despreciar, lo importante es que uno pueda justificar ante uno mismo (a su manera, en sus palabras) la decisión de votar en positivo, es decir, a favor de cualquiera de las opciones que se le presentan.

Bien vistas, son de sentido común, pero precisamente en su sencillez está la gracia y en los porqués está la sustancia.

  • Si gana este candidato (o partido), ¿qué cosas mejorarían, seguirían igual o empeorarían en el país? ¿Por qué creo eso?
  • ¿Qué tanto confío en este candidato (o partido) y por qué?
  • Este candidato (o partido) ¿se merece mi voto? ¿Por qué?

domingo, 21 de enero de 2024

Messi y una semiestafa consentida

Publicado en ContraPunto

Hay aclaraciones no pedidas que no necesariamente son culpas confesadas, sino precauciones necesarias en un contexto donde cualquier cosa que uno diga puede ser y seguramente será usada en su contra, “haters” al acecho. Comienzo, pues, negando cualquier posible acusación de ser anti Messi; por el contrario, he participado desde el inicio en la fundada admiración a uno de los tres mejores futbolistas de todos los tiempos, por lo que su reciente venida al país es, lejos de toda duda, un hecho histórico cuya importancia traspasa las fronteras deportivas.

En esta línea, confieso que me tentó ir al partido de su actual equipo, el Inter de Miami, contra nuestra maltrecha y maltratada Selecta, convocado para el pasado 19 de enero en el Estadio Cuscatlán. Lo que me detuvo no fue el precio en sí (US$ 200 la localidad más accesible, que me pudo quedar en 12 cuotas sin intereses), sino el resultado de analizar objetivamente la relación costo-beneficio de esa inversión en entretenimiento y emociones.

En primer lugar, vi que no iba a ser un partido jugado al cien, sino prácticamente el entreno con público de un equipo —el Inter Miami FC— que apenas iba a iniciar su pretemporada, con jugadores aún lejos de su forma física óptima, frente a otro —la Selecta, prácticamente un “trabuco”— que ni siquiera tenía entrenador a dos semanas del compromiso y además está en su racha más larga de no conocer la victoria. Esto, de entrada, no auguraba un encuentro de gran nivel futbolístico como para justificar el desembolso del billete, más considerando que la expectativa obvia era que Messi jugase entre 45 a 60 minutos, si acaso.

En segundo lugar, tuve que hacer un ejercicio de honestidad para recordar la realidad futbolística actual de quiénes venían, en contraste con cualquier recuerdo nostálgico e idealizado. Hablando en oro, el Inter Miami FC es un equipo de la Major League Soccer que terminó penúltimo en su conferencia, mientras que sus figuras ya están en la última fase de su carrera profesional: Messi y Suárez con 36 años, Busquets con 35 y Alba con 34. Si bien son veteranos de envidiable palmarés y el nivel de la liga gringa es muy superior a la nuestra (ya quisiéramos tener media docena de jugadores cuscatlecos en la MLS, pero no hay ni se vislumbran, salvo que los nacionalicemos), lo que se veía venir era un equipo de medio pelo, a años luz de distancia de aquel glorioso FC Barcelona de la temporada 2014-2015; sin embargo, los organizadores pusieron los precios como si de este último se tratase y, calculando que hayan vendido el 80 % de las localidades, se embolsaron una taquilla de entre 5 y 6 millones de dólares.

En tercer lugar, ya en la plataforma para comprar el boleto (sí, admito que ingresé y pese a los anteriores razonamientos estuve a punto de darle clic), me encontré con la desagradable sorpresa de que, por cada boleto comprado, la empresa expendedora del ticket digital iba a cobrar US$ 25 por el solo hecho de emitirlo. Este cargo no fue anunciado previamente y me pareció, además de publicidad engañosa, excesivo y abusivo. Digamos que fueran 30,000 personas al evento, la empresa se embolsa US$ 750,000 dólares del puro aire, un “palito de pisto” que de solo pensarlo da grima.

Con estas tres razones me bastó para desistir de cualquier intento de hacerme presente al estadio, pues desde antes ya estaba planteado el cuasiatraco: me hacen pasar un entreno como partido, vendiéndome al Inter como el Barsa y, de ribete, me bolsean veinticinco dólares adicionales al precio ya de por sí carísimo. Aceptar este trato es exactamente lo que planteo en el título: una semiestafa consentida, que se reveló en toda su plenitud cuando inició el segundo tiempo del juego y, ante la salida de Messi y los estelares, mucha gente comenzó a retirarse del estadio.

A lo anterior hay que añadir un par de detalles de mal gusto: primero, que no haya habido rueda de prensa ni antes ni después del partido, ni siquiera una entrevista en el pasillo de Messi ni los ex Barsa (vamos, ni siquiera del cuerpo técnico); segundo, que Messi se retirara de la banca hacia los camerinos faltando cinco minutos para terminar el juego, una auténtica falta de respeto deportiva.

Al final del día y dicho lo dicho, como salvadoreño a punto de haber caído en esa treta parcial (porque sí, lo importante es que vino Messi y fue todo abrazos con el Mágico y cara de admiración con Nayib), sólo me quedan dos pequeñas satisfacciones reivindicativas: la primera, los dos quites que nuestro portero Mario González le hizo al astro argentino (único momento realmente emocionante mientras La Pulga estuvo en el césped); la segunda, la cara de disgusto que deben haber puesto los directivos del Inter Miami FC al ver la multitud de camisetas rosadas “chabeleadas” que compró y lució la afición, sin que a ellos les quedara un cinco por sus derechos de marca.

martes, 2 de enero de 2024

Paso a la esperanza


Publicado en Diario El Salvador

El devenir humano está lleno de ciclos, periodos de tiempo que se repiten por causas naturales, sociales, psicológicas o espirituales en los cuales hay emociones básicas asociadas con su inicio y finalización. Uno de los ciclos más universales lo representa el cambio de año, época donde las personas tienen la sensación de que comienza algo distinto, viéndolo como una oportunidad para alzar vuelo con nuevos bríos. Las celebraciones de Navidad y Año Nuevo tienen lugar en fechas muy cercanas al solsticio de invierno, ese momento en que el sol tiene mayor distancia angular con respecto al ecuador en el hemisferio norte, por lo que se ve menos elevado en el horizonte y de allí en adelante comienza nuevamente a ascender. La mayoría de culturas ven a este fenómeno como “un período de renovación y renacimiento, que conlleva festivales, ferias, reuniones, rituales u otras celebraciones”.

En el campo político también existen ciclos, en cuyos inicios la población generalmente manifiesta y deposita sus expectativas ciudadanas. En la historia de El Salvador, pueden reconocerse varios de estos momentos históricos de esperanza popular que, tristemente, no prosperaron: unos fueron abortados por clamorosos fraudes electorales, como los de 1972 y 1977; otros fueron decepcionados por mezquinos intereses, como el de 1992 con la finalización de la guerra civil; y otros fueron traicionados miserablemente, como en la década 2009-2019.

Ahora en 2024, estamos a las puertas de un nuevo ciclo: un evento electoral particularmente distinto, pues estas podrían ser las primeras elecciones claramente afirmativas en la historia del país, a diferencia de otras que solo sirvieron para repudiar partidos o votar por el menos malo. Lo previsto, de acuerdo a todos los sondeos de preferencias y sensaciones percibidas en el entorno social, es que se respalde y renueve con una mayoría abrumadora la gestión de un gobernante; pero no porque las otras candidaturas sean percibidas negativamente (que también lo son) sino, principalmente, porque él es percibido muy positivamente por la población, habiendo estado en el cargo por cuatro años y medio sin sufrir el paradigmático desgaste político y, por el contrario, viendo aumentar su caudal electoral del 53 % en 2019 al 66 % en 2021 y muy probablemente arriba del 75 % en 2024.

Al respecto, cabe traer a cuenta la encuesta electoral del IUDOP, presentada el mes pasado, que formuló la siguiente pregunta a las personas entrevistadas: “Imagine que el presidente Nayib Bukele gana las elecciones del próximo año. Cuando piensa en esa posibilidad, ¿qué es lo primero que siente: esperanza o temor?” El 71.2 % respondió “esperanza”. Basándose en este dato, es posible afirmar que la población inicia el año en un estado de esperanza colectiva, definida como el “estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea”.

Este fenómeno político merece una explicación académica bien articulada, que vaya más allá de la superficialidad del pensamiento opositor que lo atribuye —entre el simplismo y la negación— al engaño, la ignorancia o la propaganda. Nótese que, al presentarse la posibilidad de renovar un mandato presidencial, la esperanza ya no descansa tanto en las emociones volátiles de la primera vez, sino que necesariamente se fundamenta en situaciones objetivas, logros concretos y prospecciones (“exploración de posibilidades futuras basada en indicios presentes”).

Lo dicho anteriormente va bastante más allá de lo que están dispuestos a admitir algunos miembros de la intelligentsia, con demasiada frecuencia alejados del sentir de la población; pero también representará, en caso de concretarse, un reto y un compromiso aún mayor del elegido para responder a las legítimas demandas y expectativas de la gente, que después de mucho tiempo parece haberse animado a creer en algo de manera sostenida.

miércoles, 13 de diciembre de 2023

El sistema D'Hondt y la próxima Asamblea


Publicado en ContraPunto.

Para la elección de la próxima Asamblea Legislativa, convocada para el 4 de febrero de 2024, en El Salvador se usará un método distinto al usual para asignar el número de diputados/as correspondiente a cada partido político en cada departamento del país. Este es el sistema D’Hondt, el cual viene a sustituir al método Hare (conocido como “cocientes y residuos”) usado hasta hoy.

Ambos métodos, D’Hondt y Hare, son fórmulas utilizadas en países con sistemas de democracia representativa en donde se ponen en juego varias curules al mismo tiempo, a las cuales optan candidatos de diversos partidos políticos (o independientes) en circunscripciones electorales determinadas.

Aquí en El Salvador, por ejemplo, el departamento de La Libertad tendrá 7 escaños en el congreso y estos deberían distribuirse proporcionalmente al número de votos obtenidos por cada partido, lo cual presenta la dificultad intrínseca de tener que aproximar los porcentajes reales a números enteros que se correspondan lo más cercanamente posible con la voluntad de los votantes.

Si un partido lograse, por poner un caso, la mitad de los votos válidos, esto ya supone una dificultad de inicio, pues no se le pueden asignar 3½ escaños de los 7 en disputa: es necesario aproximar hacia abajo (3) o hacia arriba (4), lo cual implica cierta distorsión o ajuste del porcentaje cabal. Es allí donde entran las fórmulas matemáticas.

El método Hare

En términos sencillos, el sistema de cocientes y residuos (Hare) establece un valor para cada diputación, algo así como un “precio a pagar en votos” (cifra que resulta de dividir el número de votos válidos entre el número de escaños). Digamos que en La Libertad hubiese 315,000 votos válidos, esto significaría que cada una de las 7 curules en juego tendría un “valor” de 45,000 votos (esto es el “cociente”). Si un partido lograse 180,000 votos, le corresponderían 4 curules; otro que tenga 90,000 lograría 2 curules y un tercero que obtenga 45,000 se agenciaría el escaño restante.

Pero en la realidad, las cifras no son múltiplos exactos del cociente. Puede ser que el partido más votado tenga 200,000 votos y, al haber “pagado” 180,000 en 4 diputaciones, le queden 20,000 de remanente (“residuo”). Esto no le alcanza para un quinto escaño por cociente, pero podría obtenerlo si dicho residuo es mayor que los residuos de los demás partidos políticos en contienda (luego de que cada uno hubiese “canjeado” sus respectivos votos según el cociente). Este mecanismo también permite que un partido pequeño alcance una sola diputación aún si no logra llegar al cociente, si su residuo es mayor que el remanente de los demás al considerar la última plaza disponible.

El método D’Hondt

Este mecanismo, a usar por primera vez en el país, asigna las diputaciones por etapas o pasadas sucesivas, tantas como el número de escaños en juego. En la primera tanda, la primera curul se le da al partido que tiene más votos válidos; a continuación, se configura la segunda tanda con los mismos votos válidos de los partidos que no obtuvieron nada en la primera, mientras que al partido que logró la diputación en la tanda anterior se le divide su caudal inicial entre la cifra resultante de sumarle uno al número de diputados logrados por dicho partido hasta ese momento (1 + 1 = 2). Establecida esa cantidad, se procede de la misma forma dándole la segunda curul al partido que tenga el mayor número de votos. El procedimiento se repite hasta completar todos los escaños en juego.

Sirva el siguiente ejemplo, para un departamento de 5 diputaciones.

RONDA 1:
Partido “A” → 150,000 votos
Partido “B” → 70,000 votos
Partido “C” → 20,000 votos
El Partido “A” gana este primer escaño y pasa a la siguiente tanda con 75,000 votos (150,000 ÷ 2).

RONDA 2:
Partido “A” → 75,000 votos
Partido “B” → 70,000 votos
Partido “C” → 20,000 votos
El Partido “A” gana este segundo escaño y pasa a la siguiente tanda con 50,000 votos (150,000 ÷ 3).

RONDA 3:
Partido “A” → 50,000 votos
Partido “B” → 70,000 votos
Partido “C” → 20,000 votos
El Partido “B” gana este escaño y pasa a la siguiente tanda con 35,000 votos (70,000 ÷ 2).

RONDA 4:
Partido “A” → 50,000 votos
Partido “B” → 35,000 votos
Partido “C” → 20,000 votos
El Partido “A” gana este otro escaño y pasa a la siguiente tanda con 37,500 votos (150,000 ÷ 4).

RONDA 5:
Partido “A” → 37,500 votos
Partido “B” → 35,000 votos
Partido “C” → 20,000 votos.
El Partido “A” gana este escaño.

En resumen, el Partido “A” gana 4 escaños, el Partido “B” se queda con 1 y el Partido “C” con ninguno.

En términos porcentuales comparativos, queda así:

- Partido “A”: logra el 80 % de los escaños con el 62.5 % de los votos.
- Partido “B”: logra el 20 % de los escaños con el 29 % de los votos.
- Partido “C”: no logra ningún escaño con el 8 % de los votos.

En este caso, si se hubiese aplicado el sistema Hare (cocientes y residuos), la distribución final habría quedado así: 3 escaños para el Partido “A” contra 2 escaños para el Partido “B”, mientras que el Partido “C” seguiría sin obtener ninguno.

Diferencias posibles

Para la elección de 2024, hay 6 departamentos que aportarán únicamente 2 diputados cada uno (La Unión, Cuscatlán, Chalatenango, Morazán, San Vicente y Cabañas). Con el antiguo sistema Hare, si el Partido “A” tuviese el 70 % de los votos válidos y el Partido “B” apenas el 30 %, cada uno tendría un diputado (en virtud de que el residuo de “A” sería menor que el de “B”).

En cambio, con el sistema D’Hondt el Partido “A” obtendría ambos diputados (ya que en la segunda franja para la asignación llegaría con el 35 %, más que el 30% del “B”). En este escenario, el sistema Hare le exige al Partido “A” superar el 75 % (más un voto) para agenciarse las dos curules, mientras que en el sistema D’Hondt le bastaría llegar al 67 %.

Con los números de votos de la elección 2021 y usando el sistema Hare, en el departamento de San Salvador el partido Nuevas Ideas logró 17 diputados, Arena 3, FMLN 1, GANA 1, Nuestro Tiempo 1 y Vamos 1. Si se hubiera usado el sistema D’Hondt, Nuevas Ideas habría subido a 19 diputados, dejando a los minoritarios Nuestro Tiempo (4 %) y Vamos (2 %) sin curules.

Es claro que el sistema D’Hondt favorece a los partidos grandes por sobre los pequeños y, en ese sentido, se dice que propicia la gobernabilidad porque realiza el poder de los grandes y evita las trabas, negociaciones y prebendas que los muy pequeños podrían significar. Esto es, simplemente, un tributo a lo pragmático, en detrimento de lo simbólico.

A ver qué pasa.

lunes, 4 de diciembre de 2023

Reelección, legalidad y legitimidad

Publicado en Diario El Salvador

Sin duda, el tema primordial en la agenda política nacional durante varios meses ha sido la habilitación de la candidatura presidencial de Nayib Bukele para el periodo 2024-2029. La discusión —necesaria, amplia y extendida— fue resuelta de manera favorable y oportuna por las instancias correspondientes, pero entre la agitación y vehemencia de las posturas antagónicas e incluso viscerales al respecto hay dos conceptos importantes que, considerados en su dualidad y complementariedad, merecen especial atención: legalidad y legitimidad, palabras que tienen la misma raíz y con frecuencia se usan como sinónimos, pero que en realidad son bastante distintos.

Un acto es legal si está “prescrito por la ley y conforme a ella”, pero solo adquiere la cualidad de legítimo si es permitido “según justicia y razón”, siendo reconocido por la colectividad como algo correcto, apropiado, sensato. Así, para que algo sea aceptado en el devenir humano, especialmente en lo político, debe tener ambas características: ser legal y, además, ser legítimo. En esta conceptualización es importante enfatizar dos cosas: una, que no todo lo legal es legítimo; otra, que no todo lo legítimo es legal.

Para ilustrar la diferencia, recordemos a aquel funcionario de elección popular que, a principios del milenio y en estado de ebriedad, lesionó de bala a una agente policial. No fue a la cárcel porque la Asamblea Legislativa de entonces le mantuvo el fuero constitucional, amén de otras triquiñuelas judiciales. El proceso fue legal, estrictamente hablando, pero completamente ilegítimo. En contraparte, pensemos en la víctima de un delito de agresión, que publica su caso en contra del victimario en redes sociales. Esta denuncia puede ser legítima, lícita, justa; pero si no acude a un tribunal competente con las pruebas necesarias, tal proceder carece de legalidad y no obtendrá justicia.

Volviendo al plano político, en cuanto a la reelección presidencial, destacados juristas ya han aclarado de manera suficiente que la legalidad de esa opción viene dada por la sentencia de septiembre de 2021 de la Sala de lo Constitucional, la cual interpretó varios artículos de la Carta Magna basándose en la jurisprudencia establecida por salas anteriores. Bien puede decirse que los anteriores magistrados (aquellos conocidos como “los magníficos”) diseñaron, zanjaron y pavimentaron el camino para que los actuales magistrados lo recorrieran y fundamentaran esta decisión.

Ahora bien: una cosa es la habilitación legal de la reelección y otra muy distinta la aceptación que dicha opción tenga. Si el próximo 4 de febrero la gente llegase a respaldar un segundo mandato de Bukele con amplia mayoría en las urnas, esto le daría legitimidad, pues representaría la clara y directa voluntad del soberano, que es el pueblo salvadoreño, para continuar en la ruta trazada por el actual gobernante. En cambio, si el resultado fuera muy ajustado aun siéndole favorable, la legitimidad del acto legal en cuestión quedaría en entredicho.

Así planteado el escenario, cabe preguntarse si habría un criterio estadístico para determinar dicha legitimidad, en una posible victoria de Bukele. Considerando que él ganó la presidencia en 2019 con el 53 % de los votos y, además, que gracias a él su partido Nuevas Ideas logró el 66 % de apoyo en las elecciones legislativas de 2021 (hecho esencial e imprescindible para la implementación de las políticas actuales), es razonable plantear que una reelección que tenga menos de los dos tercios favorables de la votación sería interpretada como un cuestionamiento a su legitimidad; por el contrario, si Bukele llegase a vencer con un porcentaje arriba de ese 66 % de referencia (1.8 millones de votos, calculados sobre la elección anterior y contando a los partidos aliados) entonces no habrá político, analista, periodista, comentarista o académico serio que pueda cuestionar la legitimidad de su reelección, ante un mandato popular de tal contundencia y magnitud.