jueves, 30 de enero de 2014

"Clamor de las hojas"

En 1988, por mediación de mi vecino músico Milton Hernández, conocí a Nora Méndez. Estudiábamos en la UCA y nuestras inquietudes musicales nos llevaron a hacer algunos trabajos en conjunto. En esa época existía el Festival de la Canción Universitaria, un espacio en el que se presentaba música original de los estudiantes y vimos allí una buena ocasión para cantar.

La canción la fui escribiendo entre los pasillos universitarios y el local del Decanato de Estudiantes, donde ensayamos varias veces. El contexto de la época era de una guerra civil ya demasiado prolongada, inserta en una historia que por siglos había venido frustrando los anhelos y utopías de la población. El resultado de esas reflexiones fue la canción "Clamor de las hojas", cuyo título aludía a uno de los hechos sangrientos de la época, pero también a una antigua idea de trascendencia y perpetuación vital de los mártires a través de la naturaleza.

A dúo con Nora, ganamos el primer lugar en el certamen y, con la cantidad simbólica de dinero que nos dieron, fuimos a un estudio de grabación, el de la radio "Súper Estéreo", donde trabajaba nuestro compañero de universidad y músico Roberto Salamanca, quien nos ayudó con la grabación y mezcla e incluso aportó un requinto de guitarra con distorsión al final de la pieza.

Del audio original, apenas conservo una grabación análoga con bastante hiss y varios detalles técnicos por mejorar, pero los distintos devenires nos hicieron imposible completar esa tarea pendiente con la cantante original.

Un cuarto de siglo después, sentí la necesidad de rescatar aquella canción, para lo cual conté con la colaboración de Camila Ventura, con quien también la presentamos en el encuentro de cantautores "El que la hace, la canta", en el mismo Auditorio "Ignacio Ellacuría" de la UCA el 23 de febrero de 2013, ya en otro contexto, sin guerra civil pero con la misma pregunta latiendo desde nuestra historia ancestral:

Pregunta el desvelo:
"¿será posible el futuro...?"
Muertos del ayuno,
¿habrá un rayito de cielo?

domingo, 19 de enero de 2014

¿Para qué reforzar lo siniestro?

Por conjunción de circunstancias que no tienen que ver con el espíritu del programa, me puse a ver varios capítulos de “Breaking bad”, que según las reseñas es una de las series de televisión más vistas y mejor comentadas en la actualidad.

En efecto, la trama luce interesante y los episodios entretienen: trátase del proceso de volverse hacia el mal del protagonista, un profesor de química de secundaria que, tras diagnosticársele cáncer terminal, opta por dedicarse a la producción de metanfetaminas, entrando en contacto progresivo con el sub-mundo asociado al tráfico de drogas.

Sin embargo, los ambientes oscuros y depresivos allí planteados y sostenidos durante los sucesivos capítulos, las situaciones de violencia y degradación moral de los personajes, más la renuncia a toda posibilidad de redención, se vuelven una especie de resumidero que arrastra los ánimos y a la vez salpica de podredumbre todo cuanto acontece.

Ciertamente, se pueden construir obras maestras a partir de temas oscuros (como en “El padrino” y “Pulp fiction”), y quizá esta teleserie tenga muchos méritos artísticos, pero siento particularmente que la situación del entorno social ya de por sí tiene suficientes aspectos siniestros como para que la ficción acabe de reforzarlos.

Así pues, paso.

domingo, 5 de enero de 2014

Ha de ser por el invierno

La extensión física de "Anna Karenina", de Tolstoi, debe andar por unas 800 páginas, divididas en 249 capítulos repartidos en ocho partes. De la trama principal se derivan no pocas hebras que por momentos llegan a hacer olvidar que la novela trata de la tragedia sentimental de Anna.

Mi interés por leer esta obra nació de ver la película de 2012, protagonizada por Keira Knightley, porque pensé que su forma escrita había de ser una gran cosa, con todo su tejido y recursos literarios, ya que vista en su puro argumento peliculero, francamente no pasa de ser un novelón sentimental (si bien el filme tiene aciertos escénicos y aportes visuales).

Sin embargo, luego de la prolongada lectura no sentí ese sabor de haber estado ante la prometida grandeza universal que a este clásico se le atribuye.

Consciente de las naturales ampliaciones que han de encontrarse en el texto literario, mi impresión general es que Tolstoi se excede en digresiones, divagaciones y elementos secundarios, tanto como para pensar que le habrían bastado poco más de la mitad de las páginas para plantear con equilibrio tal universo de ficción.

No sé si lo anterior se deba a que la obra fue escrita y pensada para otros tiempos, tanto así que no me parece descabellada la hipótesis de que en los inviernos rusos decimonónicos el pasar de la existencia se siente diferente a lo que estamos acostumbrados en cuanto a celeridad y extensión temporal.