jueves, 26 de junio de 2014

¿Negocio redondo en la "salud modelo"?

Mientras no se vea el funcionamiento real de las “ciudades modelo” o charter cities propuestas para Honduras, cuya huella quiere seguir la cúpula empresarial salvadoreña, se podrán decir muchas cosas en calidad de especulaciones y prejuicios a favor o en contra. Sin embargo, cuidado con creerse ingenuamente el discurso con que se quiere vender la idea, especialmente si se tienen en cuenta experiencias anteriores en nuestros países, las cuales -si bien no son idénticas a lo que ahora se propone- aportan indicadores de comportamiento que no pintan un futuro muy halagüeño.

Permítaseme en este artículo elucubrar sobre el sistema de cobertura de salud que podría haber en esas ciudades, a partir de sus leyes especiales de funcionamiento interno.

Lo previsible es que las empresas y sus trabajadores/as no coticen al Seguro Social, sino que dicha cobertura sea ofrecida por un seguro médico-hospitalario privado obligatorio. Para darle sentido de realidad, recordemos que en el periodo 1999-2004 el entonces presidente de El Salvador, Francisco Flores, intentó privatizar la salud bajo este esquema.

La idea se venderá, como siempre se hace, enumerando sus ventajas, principalmente la atención rápida y esmerada; sin embargo, este tipo de seguro siempre opera con un deducible mensual pagado por el usuario/a, da una cobertura del 80% o 90% sobre el exceso de este monto, excluye muchas enfermedades y, sobre todo, tiene un límite monetario de cobertura, más allá de lo cual todo queda a cuenta y cargo del paciente.

En relación con el Seguro Social, es clara su desventaja en cuanto a cobertura, aunque mejora sustancialmente los tiempos de atención y trámites del ISSS, que son prolongadísimos, ya no se diga en comparación con el sistema de salud pública.

Pero detrás de todo esto hay un punto interesante a considerar: la política laboral de contratación por parte de los consorcios que regirán la charter city bien puede ser contar únicamente con personas solteras, sin hijos/as y, sobre todo, siempre menores de 30 años, porque se enferman menos.

Así, la población trabajadora será siempre joven y así también el seguro médico-hospitalario será un negocio redondo para los inversionistas, que obviamente no derivará en la reducción de las primas a pagar por parte de los usuarios/as.

¿Habría lugar para protestar por esto? Por supuesto que no, pues habiéndose firmado un contrato de adhesión, por su "libre y soberana voluntad", su otra opción sería el desempleo y la pobreza.

La pregunta que queda flotando es la siguiente: ¿es ético aprovecharse de la miseria para proponer la sobreexplotación incondicional pero "voluntaria" como única opción?

martes, 24 de junio de 2014

"Ciudad modelo" y los cantos de sirena

En la vecina Honduras están por comenzar la construcción de la primera “ciudad modelo”, como se conoce a la propuesta de charter cities hecha por el economista norteamericano Paul Romer, tomada con ligeras adaptaciones por el gobierno de ese país, que no ha vacilado en hacer incluso reformas constitucionales para despejar el camino de lo que consideran una vía de desarrollo rápido.

Esta semana, la Asociación Nacional de la Empresa Privada (ANEP), propuso para El Salvador ese mismo modelo.

En síntesis, el concepto de charter city es que un consorcio de empresas transnacionales, en una considerable extensión de tierra que les cede un país, edifica sus instalaciones y construyen una ciudad con todos sus servicios básicos, para que vivan allí sus trabajadores/as.

El atractivo para el país sede es la generación de empleos directos donde antes no los había. La pregunta que surge es “¿a cambio de qué?”, pues es sabido que el gran capital no invierte por bondad sino por interés.

La respuesta la da el propio Romer, al distinguir entre las “buenas normas” del capitalismo a ultranza y las “malas normas” que frenan el desarrollo dentro de dicho esquema, como la inestabilidad política y jurídica, así como cierta legislación que, si bien no menciona de manera explícita, claramente alude a los derechos laborales y la intromisión del Estado en el libre mercado.

Por tal razón, la “ciudad modelo” tendrá sus propias normas jurídicas, policía, autoridades, sistema previsional, impuestos y demás regulaciones específicas autónomas, todo lo cual será aceptado “libremente” por la persona que decida trabajar allí, mediante la firma de un contrato de adhesión.

En la práctica, será una ciudad-estado dentro de un país.

Semejante esquema genera más dudas que certezas, algunas de las cuales se pueden señalar a priori:

a) Al estar libres de impuestos nacionales, las ganancias que obtengan las empresas allí establecidas no se reinvertirán en el resto del país (a menos que sea bajo el mismo esquema de charter city).

b) La actividad económica de la población allí residente será endógena, sin extenderse al resto del país, puesto que allí estarán todos los bienes y servicios necesarios para la vida de las personas, provistos por las empresas autorizadas por el gobierno citadino. Nótese que el régimen tributario de sus habitantes también será autónomo.

c) Se prevé la limitación o retroceso en cuanto a derechos laborales e incluso derechos humanos constitucionales (como la libertad de expresión y de movilización). Esto abriría la puerta a abusos laborales, como ha mostrado la experiencia reciente en las maquilas.

d) Una concesión a tan largo plazo (se habla de 100 años) es ceder la soberanía nacional en ese territorio.

e) Al vivir dentro de una ciudad cuyos propietarios son los mismos patronos, a cuyos intereses la persona se ha adherido por contrato, se produciría una alineación -y alienación- prácticamente incondicional del sector obrero, separándolos además ideológica y culturalmente del resto del país.

Desde la lógica del gran capital, la idea es magnífica: un paraíso ultracapitalista donde ellos ponen las reglas a su entera conveniencia, sabedores de que aún las migajas serán tenidas como bendición por el hambriento. Pero esto sólo puede funcionar en un país que sea y siempre siga siendo pobre, pues de otra manera sus pobladores no renunciarían a sus derechos firmando un contrato abusivo.

No nos olvidemos de que, aun cuando para algunos esté pasado de moda, el concepto marxista de “ejército industrial de reserva” es una realidad palpable.

domingo, 1 de junio de 2014

Entregados a la intemperancia

La templanza es una virtud que no poseemos en la Guanaxia Irredenta. Del latín temperantia, esta característica se refiere a la “moderación de los apetitos y el uso excesivo de los sentidos, sujetándolos a la razón”, teniendo también la acepción de “sobriedad” y “continencia”.

Y aquí lo que campea es lo contrario, es decir, la intemperancia.

Fíjese usted cómo manejamos nuestros vehículos automotores, desde los más burdos motoristas de buses y microbuses hasta los cavernícolas que le echan el camión al carril de a la par, pasando por cafres tras el volante de todo tipo de todoterrenos, sedanes y compactos. Es la cultura del acelerón y el frenazo, más las pitadas de “la vieja” y otros insultos por doquier.

Mire nada más cómo nos mesamos los cabellos y comemos las uñas apasionadamente frente a las pantallas de los televisores meridianos, cuando toca un partido de esos equipos españoles a los que les debemos la vida, no obstante que somos insignificantes para ellos. Otras cosas más peligrosas ocurren cuando se juntan las barras bravas del FAS y del Alianza, que hasta la cancha invadieron para penquear a sus propios jugadores.

La religión, en contra de lo que se podría esperar, no ha contribuido a sosegar ciertos impulsos elementales, sino todo lo contrario. Escuche, si su sentido del oído no colapsa antes, a cuanta iglesia o culto evangélico hay instalado en toda zona residencial posible y dese cuenta del desborde de gritos de poseso que dan los predicadores, que transmiten imágenes perniciosas de dioses celosos, crueles y vengativos. Y no digamos ya los músicos que acompañan estas prácticas, con sus alaridos desafinados a todo volumen para que les oigan dos cuadras a la redonda. Pero varias de las iglesias tradicionales e históricas no les van muy a la zaga, con grupos y sectas de fanáticos/as que se olvidan hasta de su familia, evadidos en éxtasis místicos subjetivos que muchas veces no se trasladan a la acción solidaria real. Porque -no lo olvidemos- el exceso de religión también puede llegar a ser nocivo.

De las bebidas alcohólicas y la adicción enfermiza a la comida chatarra, mejor ni hablemos.

En el plano político, ya ni se diga. El intercambio de insultos -poco creativos, además- es siempre la primera opción frente a los adversarios. La repetición mecánica e irreflexiva de viejas consignas es a menudo el único pilar de donde asirse. No vemos virtudes en los rivales ni defectos en los ídolos o idolitos que creamos para luego elevarlos a importantes cargos. Y lo peor es que, cuando nos escupen en la cara, hasta les agradecemos, poseídos por una devoción malsana hacia los colores partidarios.

Así pues, vamos entre amores ciegos y odios primitivos, buscando quién desde afuera de nosotros mismos nos arregle la vida entregando nuestras mejores y peores pulsiones sin medida ni moderación.

Y así, ¿cuándo saldremos del hoyo?