Publicado en Diario El Salvador (28 de abril de 2023)
Hace unos días, un grupo de medios digitales anunció la iniciativa “El Filtro”, un proyecto que dice tener como objetivo “realizar una verificación de hechos, detectar errores y noticias falsas” en los medios de comunicación.
El ejercicio así anunciado parece loable; sin embargo, al revisar su declaración de intenciones se ve que el objeto de su escrutinio no son los medios tradicionales, sino específicamente un grupo de comunicadores, youtubers e influencers, que según el criterio de los filtradores comparten contenido en redes sociales “sin tomarse la molestia de verificar o analizar la evidencia”.
Esto ha traído a la superficie una espinita latente en cierto sector del periodismo, acostumbrado a ejercer a sus anchas “el cuarto poder” (término popularizado en el siglo XIX en referencia a la enorme influencia de la prensa sobre los tres poderes formalmente establecidos: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial).
En apariencia, el punto en discordia sería la fidelidad a la verdad de unos (los periodistas) versus la propensión a desinformar de otros (los youtubers), cosa que se derivaría de los estudios especializados de los primeros como garantía de calidad de la información, desvalorizando per se el trabajo de los segundos.
Así, hemos escuchado desde frases discretamente desdeñosas (“un periodista sí puede ser youtuber, pero no todos los youtubers son periodistas” o “los periodistas somos creadores de contenido, pero no cualquier contenido”) hasta comparaciones tan osadas como impertinentes (“nadie tiene derecho de abrir una clínica sin ser médico; si quieren jugar al periodismo, estudien y aprendan un método de trabajo”). También han emergido antiguos decálogos del periodista, lo cual evidencia una percepción bastante noble y ciertamente idealizada de su propio oficio.
Ahora bien: más allá de los egos personales o celos profesionales, es un hecho que cada día son más personas las que optan por informarse a través de medios digitales en detrimento de los tradicionales. Estas nuevas formas de compartir y comentar la vida cotidiana no necesariamente compiten con el periodismo, más bien lo complementan, incluso a veces lo aventajan en cuanto a su capacidad de conectar con el público, ganar su atención y hacerse comprender.
Por otra parte, la afamada credibilidad de los medios tradicionales (nacionales e internacionales) ha venido en declive por justas razones, principalmente porque se presentan como objetivos, imparciales y críticos cuando en realidad siguen agendas políticas bastante evidentes, con sesgos flagrantes, actuando en muchos casos como activistas más que como periodistas.
Lo dicho anteriormente no vuelve a los youtubers más confiables por definición, pues entre ellos hay variedad de estilos y diversidad de intenciones: algunos son muy ingeniosos e interesantes, algotros son sensacionalistas y engañosos; los hay muy acuciosos con sus contenidos, mientras otros simplemente se basan en el “dicen que dicen”. En ese terreno, cada quién sabrá ganarse el aprecio o el rechazo del respetable.
No obstante, si de credibilidad y confiabilidad hablamos, recordemos que históricamente los primeros en crear y esparcir desinformación, hacer redacciones tendenciosas, lanzar propaganda encubierta, diseñar fake news y producir todos esos males informativos que impactan negativamente la percepción ciudadana no fueron los youtubers, sino algunos medios y periodistas históricos que faltaron a la ética profesional.
Así pues, en vez de emprenderla contra los mensajeros alternativos digitales contemporáneos, los quejosos/as deberían hacer un ejercicio de humildad y autocrítica, a fin de entender que la confianza de la audiencia no les vendrá ni del medio en que publican ni del título obtenido (mucho menos de la pedantería que exhiben), sino de una conexión auténtica con la vida, la realidad y el sentir de la ciudadanía, dignificando así la formación académica recibida.