Publicado en Diario El Salvador.
El término “fascinación” tiene dos acepciones: la primera como “engaño o alucinación” y la segunda como “atracción irresistible”. Un poco de ambas cosas hay en el enfoque y atención que cierto grupo de periodistas locales le dio a figuras emblemáticas de la delincuencia pandilleril durante varios años, no solo a través del periódico digital donde tenían una sección especializada para el tema, sino a través de otros medios: libros, reportajes, documentales, entrevistas, etc.
Aun cuando pueda parecer original, novedosa, disruptiva y hasta revolucionaria, dicha aberración periodística no se la inventaron ellos, sino que tiene un origen más famoso, aunque poco conocido en nuestro contexto: la novela A sangre fría, del escritor norteamericano Truman Capote, publicada en 1966.
Dicho libro trata de un crimen real ocurrido en Kansas en noviembre de 1959: el asesinato del granjero Herbert Clutter, su esposa Bonnie y sus hijos adolescentes, Nancy y Kenyon, a manos de dos ladrones comunes, Richard Hickock y Perry Smith, quienes fueron posteriormente capturados, juzgados, sentenciados a muerte y ejecutados.
En su afán de presentar un panorama completo de los hechos, Capote entrevistó a los residentes del lugar y a los investigadores del caso; sin embargo, la gran novedad de esta obra es que el autor tuvo largas sesiones de conversación con los asesinos mismos en prisión.
El resultado de escuchar atentamente las historias de sus vidas, así como la relación de los hechos desde la perspectiva de los criminales, fue la progresiva construcción de una cercanía emocional entre Capote y los asesinos, llegando a empatizar con ellos. Al final, acabó retratándolos en su novela no como hombres esencialmente malignos o autores desalmados de una masacre sin sentido, sino como seres humanos desgraciados que habían tenido infancias difíciles, pasando por duras experiencias que los habían empujado a cometer errores.
A sangre fría fue el mayor éxito comercial de Capote y con él prácticamente fundó un nuevo género: la novela reportaje o non-fiction novel; incluso hay quienes le atribuyen haber puesto las bases de una suerte de “nuevo periodismo”, con un periodista escritor que cuenta hechos reales en forma novelada, incluso utilizando recursos literarios de vanguardia.
Cuatro décadas después de la publicación de A sangre fría, Hollywood nos presentó dos películas basadas en ella: Capote (2005), que obtuvo cuatro nominaciones al Oscar además del galardón para el actor Philip Seymour Hoffman; y la menos laureada pero igualmente intensa Infamous (2006), la cual incorpora más claramente los rumores de una presunta relación afectiva que Capote habría tenido con uno de los homicidas durante sus visitas a la prisión. En ambas, el protagonista acaba llorando no por la familia Clutter (las víctimas), sino por la ejecución de Smith y Hickock (los victimarios).
De vuelta al presente y viéndolo en perspectiva, quién sabe qué motivos tendría un escritor/a, periodista o cineasta para lanzarse a hurgar con un enfoque tan personal en el mundo del crimen, la mafia o la delincuencia organizada, buscando allí el material de sus publicaciones. Quizá sea una extraña mezcla de las necesidades del ego (validación, reconocimiento, aplauso) con una ideología progre de absolución individual y condena a la sociedad. Tal vez ni siquiera el propio sujeto esté consciente del lento proceso mediante el cual va construyendo esa empatía con la psique del criminal, una fascinación enfermiza que, de una u otra forma, resulta en la justificación de actos abominables.
Lo importante, en todo caso, es que el público (de antes y de hoy) logre detectar la trampa mental de presentar al depredador como víctima, mediante un análisis crítico que nunca, nunca olvide el más elemental sentido de justicia.