sábado, 27 de mayo de 2023

La fascinación por el asesino

Publicado en Diario El Salvador.

El término “fascinación” tiene dos acepciones: la primera como “engaño o alucinación” y la segunda como “atracción irresistible”. Un poco de ambas cosas hay en el enfoque y atención que cierto grupo de periodistas locales le dio a figuras emblemáticas de la delincuencia pandilleril durante varios años, no solo a través del periódico digital donde tenían una sección especializada para el tema, sino a través de otros medios: libros, reportajes, documentales, entrevistas, etc.

Aun cuando pueda parecer original, novedosa, disruptiva y hasta revolucionaria, dicha aberración periodística no se la inventaron ellos, sino que tiene un origen más famoso, aunque poco conocido en nuestro contexto: la novela A sangre fría, del escritor norteamericano Truman Capote, publicada en 1966.

Dicho libro trata de un crimen real ocurrido en Kansas en noviembre de 1959: el asesinato del granjero Herbert Clutter, su esposa Bonnie y sus hijos adolescentes, Nancy y Kenyon, a manos de dos ladrones comunes, Richard Hickock y Perry Smith, quienes fueron posteriormente capturados, juzgados, sentenciados a muerte y ejecutados.

En su afán de presentar un panorama completo de los hechos, Capote entrevistó a los residentes del lugar y a los investigadores del caso; sin embargo, la gran novedad de esta obra es que el autor tuvo largas sesiones de conversación con los asesinos mismos en prisión.

El resultado de escuchar atentamente las historias de sus vidas, así como la relación de los hechos desde la perspectiva de los criminales, fue la progresiva construcción de una cercanía emocional entre Capote y los asesinos, llegando a empatizar con ellos. Al final, acabó retratándolos en su novela no como hombres esencialmente malignos o autores desalmados de una masacre sin sentido, sino como seres humanos desgraciados que habían tenido infancias difíciles, pasando por duras experiencias que los habían empujado a cometer errores.

A sangre fría fue el mayor éxito comercial de Capote y con él prácticamente fundó un nuevo género: la novela reportaje o non-fiction novel; incluso hay quienes le atribuyen haber puesto las bases de una suerte de “nuevo periodismo”, con un periodista escritor que cuenta hechos reales en forma novelada, incluso utilizando recursos literarios de vanguardia.

Cuatro décadas después de la publicación de A sangre fría, Hollywood nos presentó dos películas basadas en ella: Capote (2005), que obtuvo cuatro nominaciones al Oscar además del galardón para el actor Philip Seymour Hoffman; y la menos laureada pero igualmente intensa Infamous (2006), la cual incorpora más claramente los rumores de una presunta relación afectiva que Capote habría tenido con uno de los homicidas durante sus visitas a la prisión. En ambas, el protagonista acaba llorando no por la familia Clutter (las víctimas), sino por la ejecución de Smith y Hickock (los victimarios).

De vuelta al presente y viéndolo en perspectiva, quién sabe qué motivos tendría un escritor/a, periodista o cineasta para lanzarse a hurgar con un enfoque tan personal en el mundo del crimen, la mafia o la delincuencia organizada, buscando allí el material de sus publicaciones. Quizá sea una extraña mezcla de las necesidades del ego (validación, reconocimiento, aplauso) con una ideología progre de absolución individual y condena a la sociedad. Tal vez ni siquiera el propio sujeto esté consciente del lento proceso mediante el cual va construyendo esa empatía con la psique del criminal, una fascinación enfermiza que, de una u otra forma, resulta en la justificación de actos abominables.

Lo importante, en todo caso, es que el público (de antes y de hoy) logre detectar la trampa mental de presentar al depredador como víctima, mediante un análisis crítico que nunca, nunca olvide el más elemental sentido de justicia.

domingo, 21 de mayo de 2023

Estadio Cuscatlán: receta para el desastre


* Descripción de los hechos basada en videos y testimonios publicados en medios informativos y redes sociales.
La noche del sábado 20 de mayo será recordada tristemente en la historia del fútbol. A pocos minutos de iniciado el partido de vuelta de cuartos de final del torneo local, entre los populares equipos Alianza FC y FAS, se produjo una estampida humana que dejó 12 muertos y más de 90 lesionados. No es la primera vez que ocurren desgracias en los estadios del país, pero nunca había habido una de esta magnitud.

Quienes alguna vez hemos asistido a un escenario deportivo y hemos visto las condiciones de infraestructura y logística en que se desarrollan estos eventos, los comportamientos típicos de la masa de aficionados y la casi absoluta ineptitud de la dirigencia del fútbol salvadoreño en el tema de seguridad, entendemos que la tragedia del Cuscatlán era solo cuestión de tiempo.

La cronología del desastre es tan simple como dolorosa y, de acuerdo a la información disponible y testimonios vistos en redes sociales, es así:

· Primero: el cupo del sector de sol general se llena antes de que puedan ingresar todas las personas que tienen entradas compradas. Esto solo se explica porque sobreventa o por falsificación de boletos. De lo primero aún no hay constancia, pues las investigaciones de la Policía Nacional Civil y la Fiscalía General de la República están en curso; pero de lo segundo sí hay evidencia, por denuncias que hicieron en redes sociales algunos aficionados.

· Segundo: como consecuencia de lo anterior, se detiene el flujo de aficionados por el único acceso habilitado, estos no pueden avanzar al interior del recinto porque ya está lleno. Ante tal situación, alguien (¿Directivo del Alianza FC, de la Liga Mayor de Fútbol, de la administración del estadio o el oficial a cargo?) da la orden de cerrar el portón y no dejar entrar más gente. En la descripción de este hecho coinciden varios sobrevivientes.

Cerrar el portón: esta es la decisión crítica.

Por una parte, es una decision lógica en teoría y quizá apegada a cierto protocolo de seguridad, para no sobrepasar el cupo del estadio en ese sector; pero por otra, decisión trágica por no considerar dos características físicas del lugar: primero, que el portón no es una reja por donde pueda circular el aire, sino una gruesa lámina metálica completamente cerrada; segundo, que ese acceso es un túnel donde hay una multitud completamente apiñada.

Como consecuencia del cierre del portón, quienes quedan al fondo comienzan a tener problemas para respirar, con la consiguiente sensación de asfixia.

· Tercero: la multitud desesperada, atascada en el túnel y ya en pánico, intenta forzar el portón para salir y poder respirar; por otra parte, algunos de los fanáticos que están afuera, desesperados por entrar (pues el partido ya comenzó), se unen a la tarea de derribo. En ese momento, ni unos ni otros tienen consciencia de qué va a pasar cuando el portón metálico caiga por la fuerza.

· Cuarto: el portón cede de mala manera y se produce la estampida desde adentro del estadio hacia afuera. La multitud descontrolada provoca la docena de muertes por asfixia y aplastamiento, más casi un centenar de heridos.

Aparte del dolor y luto provocado por la combinación de acciones y omisiones de los responsables del evento, y a falta de que se deduzcan las responsabilidades penales para todos los involucrados (directivos, encargados de logística, falsificadores, revendedores, oficial a cargo, etc.), una tragedia así debería marcar un antes y un después en cuanto a infraestructura y organización deportiva.

Lamentablemente, las personas que suelen estar al frente del fútbol nacional nunca han tenido ni el interés ni la consciencia, ni la voluntad ni las agallas, para hacer cumplir un reglamento estricto, en el cual la seguridad de los aficionados/as esté en primer lugar. Siendo así, si ellos no lo pueden o no lo quieren hacer, tendrá que ser el gobierno quien intervenga para poner orden. Si la FIFA nos sanciona, pues que así sea: arreglamos esto y volvemos en dos años. Lo que no se puede es seguir atentando, por estupidez e ignorancia, contra la vida de los aficionados.

domingo, 14 de mayo de 2023

Qué tan tontos/as somos

Hace unos días, una opinadora política y catedrática universitaria expresó lo siguiente:

“El pueblo salvadoreño es bastante desinformado y fácil de manipular, el país se encuentra entre los 5 países de América Latina y el Caribe con menos coeficiente intelectual”.

Sin mencionar la fuente, dijo que el IQ (Intelligence Quotient) promedio mundial es de 82 puntos y El Salvador tiene 69.63 puntos.

La afirmación la dio en el contexto de una de las líneas argumentales de la oposición política, repetida por varios de sus voceros e instituciones: que la actual popularidad del presidente Bukele se debe a la ignorancia y poca inteligencia de la población.

En esta afirmación, la mencionada señora cometió dos errores, imperdonables para un grado académico como el que ella tiene y la institución a la que de alguna manera representa.

El primero es leer sólo el titular de la noticia, sin investigar a fondo. Sin duda, lo que ella vio es esta publicación del periódico digital El Salvador Gram, la cual remite al sitio Wisevoter.com en donde aparece una tabla mundial de inteligencia por países, donde se indica que tales datos vienen del Ulster Institute for Social Research.

Lo que seguramente no vio es la fuente primaria: el libro The Intelligence of Nations, de Richard Lynn & David Becker, el cual en sus 436 páginas abunda en datos para unos países, pero escasea casi totalmente para otros. En el caso de El Salvador, la única referencia de dónde obtuvieron ese IQ nacional de 69.63 es la prueba TIMSS (The International Math and Science Study) de 2007. De allí lo generalizaron para toda la población y no lo han actualizado desde entonces.

Atendiendo a la fecha de donde proviene el dato, quiere decir que ese pueblo “desinformado y fácil de manipular” al que se refiere la señora Julia Evelyn sería el que, tras 20 años de gobiernos del partido Arena, decidió en 2009 hacer presidente a Mauricio Funes, del partido FMLN, gobierno del cual ella misma fue funcionaria por breve tiempo. Lo curioso es que en aquel tiempo alababan convenientemente la "sabiduría popular" que los eligió.

El segundo error en que este tipo de intelectualoides se empeñan en caer (aparte de su fijación con el IQ, concepto que tiene muchísimo debate y cuestionamientos) es no darse cuenta de que una cosa es la inteligencia académica (como la mencionada prueba TIMSS, que es de matemáticas y ciencias dentro del sistema educativo formal) y otra muy distinta las inteligencias inter e intrapersonales, que son la base para comprender y manejar la propia situación individual, familiar y social, y así tomar decisiones políticas.

Es que una cosa no lleva a la otra, pues de ser así, no habría profesionales bien titulados tomando pésimas decisiones en sus propias vidas (ni haciendo papelón tras papelón en sus apariciones públicas como ”analistas políticos/as”).

El punto es este: aún con las conocidas deficiencias históricas del sistema educativo nacional, la gente es capaz de tomar decisiones políticas en aras de mejorar su propia situación, sabiendo distinguir qué es lo que le conviene en cierto momento histórico.

La actual popularidad del presidente Bukele se basa en la sintonía de sus acciones con el sentir popular, la cual mantendrá en la medida en que responda las expectativas y necesidades de la mayoría, o perderá en la medida en que se aleje de ellas. Así funciona la democracia.

jueves, 11 de mayo de 2023

Apuntes políticos desde el ajedrez

Publicado en Diario El Salvador, 11 de mayo de 2023.

Las relaciones entre ajedrez y política son tan antiguas como el juego mismo. Importantes figuras históricas lo practicaron (Benjamin Franklin, Napoleón y Simón Bolívar, entre otros), no solo por diversión sino porque ambas prácticas representan el combate y comparten formas típicas de razonamiento.

En palabras del connotado maestro y dirigente deportivo sudamericano Uvencio Blanco, “el ajedrez ha servido como una proyección simbólica de los procesos políticos y sociales más importantes; de hecho, podemos evidenciar que las aplicaciones metafóricas del ajedrez a los distintos dominios de la civilización humana datan de antes del siglo XIII y siguen operando en las narrativas modernas a través de diversas disciplinas”.

El ajedrez tiene dos conceptos fundamentales aplicables a la política: táctica y estrategia. La estrategia es el plan general para alcanzar el objetivo último: en el ajedrez, se trata de ganar la partida dando jaque mate, aunque puede haber objetivos estratégicos parciales (como establecer dominio en cierto sector del tablero); en la política, se trata de acceder al poder quitándoselo al adversario.

La táctica, en cambio, es el conjunto de procedimientos concretos para abonar a la causa general. Son movimientos orientados a ganar ventaja material o posicional, pequeños pasos tras la meta final, acciones puntuales que van marcando avances propios y minando la posición del adversario.

La estrategia y la táctica deben adecuarse a las condiciones existentes sobre el tablero, evaluadas con la mayor objetividad posible. En términos sencillos y populares, no se puede “atacar a lo loco” en el sector equivocado, tampoco donde la correlación de fuerzas o el momento no son oportunos.

Aterrizando en el actual escenario político salvadoreño, cabe preguntarse si esa amalgama de sectores llamada “oposición” tiene una estrategia bien definida y si sus tácticas son apropiadas.

La estrategia opositora, a la fecha, no está clara (más allá de que expresen su furibunda animadversión por los tres órganos del Estado); por el contrario, luce confusa e incoherente, comenzando por la indecisión fundamental de participar o no (juntos o por separado) en el próximo evento electoral, hasta el enigma esencial de si lo que quieren es regresar los que estuvieron antes o, en cambio, van a presentar una propuesta realmente distinta (lo cual es incompatible con sus voceros visibles y patrocinadores conocidos).

En cuanto a los recursos tácticos, cualquier ajedrecista intermedio sabe que al oponente se le ataca donde está débil, no donde está fuerte. Por ello, no se entiende que la oposición se empeñe en ir, sin ningún matiz ni discreción, contra lo que la población percibe como el mayor logro del presente ejercicio gubernamental, como es la desarticulación de las estructuras criminales que por décadas sometieron al país (hecho reconocido por los activistas opositores más propensos al ejercicio analítico). En esto no hay que confundirse: una cosa es abogar por casos de errores puntuales en capturas, que puede ser causa justa, y otra muy distinta es emprenderla maliciosamente contra toda la política de seguridad.

Otro ejemplo de tácticas fallidas son las que atienden amenazas imaginarias, que llevan a maniobras innecesarias en detrimento de otros aspectos realmente importantes. Es curioso cómo la oposición gusta de librar batallas fantasmas, producto de su paranoia, como el caso de la libertad de expresión, donde insisten en vender un panorama sombrío a su conveniencia, pese a que objetivamente nunca antes como ahora hubo más canales activos para expresar la diversidad de opiniones de todos los sectores.

Ciertamente, el ajedrez aplicado a la batalla política es un valioso instrumento para desarrollar un auténtico pensamiento crítico, dentro del cual la autocrítica es imprescindible. Pero ni lo uno ni lo otro parece ser el fuerte de esta amorfa oposición política.

miércoles, 10 de mayo de 2023

Happy students


Every now and then, something unexpected happens in your daily routine, something funny that adds a sort of color and happiness when you are completely off-guard in the middle of the work.

Yesterday, two students entered dancing to the classroom, laughing and shaking a middle-size speaker that spread the music. They looked like two little girls, even though they are teens.

I have never seen that scene during my 35-years career as a teacher and, I must say, I was gratefully impressed, because it was a vision about how life is supposed to be for young people, far away from any adult-life bitterness and concerns.

Thank you for that, Sopia & Co.