domingo, 23 de julio de 2023

Un discurso inconsecuente

Publicado en ContraPunto.

La legalidad de la candidatura de Nayib Bukele para un segundo mandato presidencial es un tema que está sobrediscutido. Desde que la Sala de lo Constitucional habilitó dicha candidatura, mediante fallo de septiembre de 2021, se han vertido hasta la saciedad todas las argumentaciones posibles de quienes están a favor y en contra.

Ambas posturas tienen su fundamento y su lógica interna, como debe ser en un buen debate. En su elaboración han intervenido respetados juristas y, en ese sentido, es importante que la ciudadanía entienda en qué se basa cada cual, para tener una opinión informada. Sin embargo, dado que son posturas mutuamente excluyentes, es imposible que ambas tengan vigencia simultánea. Llegados a este punto, más allá de la diversidad de opiniones sobre doctrinas y procedimientos, y para evitar una discusión infinita, debe prevalecer el criterio de la instancia que la Constitución misma señala para tal fin, la cual es precisamente la Sala de lo Constitucional.

Ante dicha realidad, hay partidos de oposición que mantienen su discurso sobre la alegada inconstitucionalidad de dicha candidatura, pero al mismo tiempo ya tienen electas a sus propias fórmulas presidenciales y están listos para oficializar ante el Tribunal Supremo Electoral sus inscripciones en la contienda, lo cual es incoherente con su propio planteamiento.

Esto sólo se explica por una de dos causas: o bien, dichos partidos no se creen el argumento de la inconstitucionalidad; o, si se lo creen, son completamente inconsecuentes con dicha creencia. La razón es clara y simple: si realmente creyeran que la competencia está viciada, lo correcto sería no participar en ella; ya que al competir en condiciones que consideran contrarias a Derecho, en verdad estarían legitimando la contienda y a todos sus participantes.

Como referencia de una actitud política coherente en la historia de El Salvador, cabe recordar que ya hubo un caso en donde la oposición en bloque no participó o se retiró de las elecciones, por considerar que estas no ofrecían las garantías mínimas. Fue en 1956, en la época de las dictaduras militares, cuando el teniente coronel José María Lemus llegó al poder como candidato único por el Partido Revolucionario de Unidad Democrática (PRUD), sin que hubiese otras opciones. Esto supuso una mancha de ilegitimidad desde el inicio de su mandato, dentro del cual fueron creciendo cada vez más las protestas sociales hasta culminar con su derrocamiento en 1960.

Volviendo al contexto actual, algunos voceros de la oposición política interpretan que, de consumarse la asunción de un segundo periodo presidencial de Bukele, la Constitución obliga a la insurrección. No es así, según se desprende de la mencionada sentencia de la Sala de lo Constitucional, ya que este cargo le vendría por mandato popular vía elecciones, no por extensión arbitraria de su primer periodo. Pero en cualquier caso, ni en el escenario más delirante y surrealista cabe imaginar a estos personajes opositores liderando una revuelta popular (ni pacífica ni violenta), pues como ya ha quedado evidenciado en numerosos intentos fallidos, carecen de respaldo y medios para congregar o acarrear siquiera cinco mil personas en una plaza pública en un día soleado y feriado.

Queda entonces la interrogante de por qué van a participar en algo que consideran ilegal. Como respuestas, se han vertido especulaciones de todo tipo: desde que su único interés es beneficiarse con los fondos de campaña, provenientes de donantes fervorosos pero ingenuos, hasta que su propósito es invocar a una imaginaria comunidad internacional para que desconozca a Bukele (como ganador previsible, según todas las encuestas) y reconozca como presidente “legítimo” (al estilo del venezolano Juan Guaidó) al que quede en segundo lugar. Ciertamente, aquí el límite es la imaginación.

Sea como sea, lo cierto es que las contradicciones, incoherencias y fantasías que exhibe la actual pero caduca oposición política son un lastre creciente que hace presagiar su propio hundimiento definitivo.

sábado, 22 de julio de 2023

En Pulso Ciudadano

Resumen de mi participación en el programa de opinión política Pulso Ciudadano, del Grupo Megavisión, emitido el viernes 21 de julio por Canal 21. Los textos son paráfrasis y dan la idea central. Al final, está el enlace para la entrevista completa.

· Lista Engel (minuto 4:58)

La lista Engel debe verse en el contexto de la política exterior de los Estados Unidos. La actualización 2023 es un gesto confirmaría un cambio de actitud de la administración Biden hacia el gobierno de Nayib Bukele, desde una hostilidad manifiesta en 2021 hacia una actitud más abierta. Las causas de este cambio serían de orden pragmático.

· Visión de la oposición política (minuto 21:31)

La oposición política no tiene una estrategia electoral apropiada para 2024. No lograron hacer un frente común ni en la candidatura presidencial y menos aún para la elección legislativa. Esta última debería haber sido su prioridad, si realmente pretenden ponerle un límite a Bukele y su partido Nuevas Ideas (al menos, bloquear la mayoría calificada), pero los intereses particulares predominaron por sobre el supuesto interés general y superior de “rescatar la Democracia”.

· Constitucionalidad de la candidatura Bukele (minuto 42:12)

La validez de la candidatura del presidente Bukele para un segundo mandato es un tema sobrediscutido. Ambas posturas, a favor y en contra, muestran fundamento jurídico pero no pueden ser válidas las dos, porque son contradictorias. Para evitar una discusión infinita, en ese caso prevalece la sentencia de la Sala de lo Constitucional. Paradójicamente, la oposición valida dicha candidatura al participar en la elección presidencial (lo coherente, si creen que es ilegal, sería retirarse de esa contienda).

· Apéndice: ¿censura literaria en El Salvador? (minuto 52:32)

Reafirmo lo expresado en mi artículo de ContraPunto y añado un par de comentarios.

Aquí queda la entrevista completa.

Primeras veces

Mi primer artículo publicado se remonta a octubre de 1986: una brevísima entrevista que le hiciera (dos años antes en Costa Rica) al cantautor nicaragüense Luis Enrique Mejía Godoy. Fue en el número 107 de la revista Taller de Letras, de la Facultad de Ciencias del Hombre y la Naturaleza, de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”. Desde entonces hasta la fecha, tengo inventariadas más de 90 publicaciones en periódicos y revistas acerca de diversos temas socioculturales, incluyendo el comentario político. Además de ello, están las más de 700 entradas en mi blog, testimonio vivo de que nunca he podido sustraerme de la tentación de dar mi opinión sobre asuntos del entorno que considero de interés.

En cuanto a apariciones en televisión, mi primera presentación fue en junio de 1989 en la revista matutina “Al día”, del antiguo Canal 12, que incluyó entrevista y canto. Luego, muy ocasionalmente tuve apariciones en muchos canales de televisión, unas en solitario y otras con mi grupo Balada Poética, pero todos circunscritos al ámbito cultural y artístico.

Hoy, a mis 56 años de edad, he dado un paso más: por primera vez, he participado en un programa de opinión política en televisión: Pulso Ciudadano, de Canal 21. Esto es una experiencia muy distinta, por el alboroto, las connotaciones y las consecuencias que el tema implica (posible hate incluido), así como por la preparación específica que requiere (para no llegar a hablar carburo). Me parece que no quedé mal y, además, me entusiasma la idea de que pueda darle continuidad a esta faceta.

sábado, 15 de julio de 2023

Respuestas

Desde antes de que existieran las redes sociales (y seguramente desde siempre), ha habido debate sobre la conveniencia o no de responder a los ataques verbales. Si vienen en forma de injuria, la sabiduría ancestral lo desaconseja, porque uno mismo desciende al nivel del agresor, dándole además una importancia que no tiene. En cambio, si estos no llegan en términos vulgares pero califican en el amplio rango del sinsentido, uno puede irse por el camino de “a palabras necias, oídos sordos” o, por el contrario, aprovechar la coyuntura para soltar un par de tortazos simbólicos, lo cual puede ser útil por tres razones: organización del pensamiento, desahogo y diversión.

Hace unos días publiqué en el periódico digital ContraPunto un artículo titulado “De censuras y dobles raseros”, cuyo objetivo era señalar el doble estándar de quienes protestan contra lo que creen es una censura literaria en un caso, pero la aplauden en otro. Por el planteamiento, sabía que podía esperar algunas reacciones airadas, aunque por ser un asunto literario creí que no iba a pasar a más; no obstante, me sorprendió la gran difusión que tuvo el tuit donde coloqué la publicación (más de 24,000 visualizaciones, aunque curiosamente el artículo en sí no pasa de las 800 vistas).

Por salud mental, no rastreo los comentarios y reacciones (menos aún si tocan a los gremios artísticos y periodísticos, exponencialmente más susceptibles que los políticos), pero a veces es inevitable enterarme de algunos, ya sea porque alguien me los envía para visualizarlos o porque en la publicación misma me etiquetan.

No tengo ánimos de entrar en discusiones estériles, menos aun cuando sostengo palabra por palabra lo que escribí en el mencionado artículo; sin embargo, las respuestas inevitablemente están en mi mente y no me hace bien tenerlas allí revoloteando indefinidamente: me conviene vaciarlas en un texto para pasar página y continuar con mi inherente afición por expresar mis opiniones de manera organizada.

Así pues, me ocuparé de dos tuits en particular.

Recomiendo al paciente lector/a de esta entrada que, si no lo ha hecho aún, lea el mencionado artículo en 👉 este enlace, para tener claro el contexto.

El primero de ellos lo puso este individuo, que en su perfil afirma ser periodista.

Pocas veces se puede encontrar tres fallas en una sola frase de una persona adulta. En primer lugar, yo nunca he ocupado el cargo que menciona (y él tiene mil maneras de saberlo); segundo, su argumento es la falacia ad populum ("todos creen que hubo censura; luego, es verdad"), además de que dicha opinión dista mucho de ser unánime; tercero, etiquetar o "arrobar" a la institución donde laboro representa una queja y solicitud implícita ante ella para que se me censure por emitir mi opinión (lo cual es contradictorio con el periodismo en sí y los valores que él presuntamente defiende, aparte de constituir una declaratoria de enemistad).

El segundo tuit es este, de un valiente usuario(a) anónimo.

Del texto se deduce un exacerbado fanatismo antigubernamental (a nivel enfermizo, considerando que copió y pegó este mismo tuit en varias conversaciones de la red), aunque no sé si eso explique el hecho de que me atribuya insólitas y sorprendentes características demoníacas. Llama la atención que se presuma antidictatorial, cuando prácticamente pide (de forma totalmente impertinente e improcedente) mi remoción laboral por atreverme a escribir artículos en el ejercicio de mis derechos ciudadanos (mismos que, por lo que veo, o no ha leído o no ha entendido). Una efusión verbal de este calibre casi nunca se contesta, a no ser para presentarla como evidencia de intolerancia y estar alerta, por si el enemigo termina de enloquecer.

No quiero concluir esta entrada sin referirme a un tuit que pertenece a otra categoría muy distinta y distante de los antes mencionados. No se trata de un ataque sino un desacuerdo, que viene de un artista e intelectual a quien respeto como tal, pero con quien no sostendría un debate, porque sería eterno.

Esto es una justificación (razonada e incluso fundamentada, si se quiere) del referido acto de censura, que él mismo apoya. Sus palabras validan la tesis central de mi artículo.

Y eso es todo lo que tengo que decir al respecto.

miércoles, 12 de julio de 2023

De censuras y dobles raseros

Publicado en Contrapunto.

A principios del mes de julio de 2023, la editorial guatemalteca F&G Editores publicó un comunicado, asegurando que el gobierno salvadoreño había solicitado a los organizadores de la XX Feria Internacional del Libro de Guatemala (Filgua) que no incluyera en la programación el libro Sustancia de hígado, de la escritora y periodista salvadoreña Michelle Recinos.

Es importante mencionar que, en esta edición de la Filgua, El Salvador fue invitado de honor; razón por la cual el gobierno salvadoreño, a través de la Secretaría de Cultura y la embajada en Guatemala, pudo acordar con los organizadores la agenda de actividades a presentar en el espacio concedido.

La presentación del libro nunca estuvo en cartelera oficial y este sigue en circulación libremente para quien lo desee adquirir; sin embargo, el hecho se vendió en muchos titulares sesgados como un oprobioso acto de censura, aunque lo ocurrido admite otra lectura menos dramática (sustentada en el único reporte periodístico más o menos informado que se publicó al respecto): que el gobierno salvadoreño por alguna razón no consideró oportuno, conveniente ni apropiado aceptar la propuesta de F&G Editores para presentar dicho libro.

Como era de esperar, personas que están pendientes del quehacer cultural salvadoreño (es decir, muy pocas) reaccionaron en redes sociales con indignación y elevados tonos de denuncia que, en síntesis, vienen a decir lo mismo: “¡No a la censura de la dictadura!”

De este episodio, podría ser interesante discutir sobre si realmente hubo o no censura; asimismo, también podría debatirse qué tan trascendente puede ser un cuento que pretende sumarse a la campaña contra el régimen de excepción, habiendo ya cierto sector del periodismo plenamente consagrado a tal activismo.

Sin embargo, dejando esas elucubraciones para quien las quiera retomar, lo que este hecho revela con meridiana claridad es el doble rasero (doble moral o doble estándar) de quienes esta vez explotaron en ira reivindicativa virtual, pero en el pasado cercano no solo guardaron silencio, sino que hasta aplaudieron un acto de censura bastante más claro que el antes referido.

Este otro caso fue el de la presentación del libro Un cuento de mayo, del autor Jairo Lara, evento que había sido anunciado para el 4 de septiembre de 2021 en la Librería y Papelería UCA, de Soho Las Cascadas, pero que fue cancelado por la empresa anfitriona una semana antes de realizarse, sin que hubiera mayor explicación de su parte, más que una enigmática declaración en estos términos: “Rechazamos cualquier tipo de conducta que atente contra los derechos humanos y reiteramos nuestro compromiso de apoyar a la literatura salvadoreña”.

En un primer momento, pudo pensarse que esta suspensión tendría algo que ver con el contenido de dicho libro; sin embargo, Un cuento de mayo retrata las vivencias de unos terremotos ocurridos en 1951 y cualquiera que lo haya leído sabe que es política e ideológicamente inocuo.

¿Por qué, entonces, semejante abrupta cancelación? Atando un par de cabos y conociendo mínimamente el contexto, resulta evidente que este acto de censura no vino ni por el contenido del relato ni por su autor, sino por la fuerte animadversión de los dueños de dicho espacio cultural hacia quien iba a dar las palabras de presentación del libro: el diputado Carlos H. Bruch, del partido Nuevas Ideas, a quien evidentemente no estaban dispuestos a recibir, por motivos políticos.

Las reacciones de protesta por parte de los simpatizantes del partido cian fueron bastante naturales, esperadas dentro de cualquier batalla política (sea que les interesara o no el tema estrictamente literario). En contraparte, lo que no se vio tan bien fueron los aplausos y felicitaciones progres de ciertas personas tenidas como intelectuales, hacia un evidente acto de censura literaria; peor cuando ahora, a la distancia, se rasgan las vestiduras en nombre de la libertad creativa y de expresión… a su conveniencia ideológica.

En conclusión, las condenas por supuestas violaciones a la libertad de expresión se descalifican a sí mismas cuando sólo se hacen de manera conveniente y exclusiva para los intereses propios. Llegados a ese punto, son ruido de fondo... cada vez más inaudible.

martes, 11 de julio de 2023

Paradigmas obsoletos

Publicado en Diario El Salvador.

El concepto de paradigma es bastante amplio y su significado varía según el ámbito en el que se aplique. Referido las humanidades, específicamente las ciencias sociales, un paradigma es un conjunto de creencias desde las cuales se percibe, se interpreta y se responde ante la realidad; en ese sentido, puede considerarse un modelo o patrón mental compartido por personas o colectivos, el cual actúa como un organizador ideológico de los hechos y datos que recibimos del entorno, así como de nuestras reacciones.

La relación entre los paradigmas y la realidad es recíproca, no siempre está claro qué ocurre como causa y qué como consecuencia. Por una parte, se puede pensar que nuevos paradigmas (como ejercicios teóricos o propuestas sociopolíticas) pueden moldear la realidad; sin embargo, la sociedad también puede cambiar debido a su propia dinámica hasta un punto tal que sea inaprehensible desde los paradigmas tradicionales y, entonces, obligue a crear unos nuevos para asimilarla y comprenderla.

Pareciera que la realidad política salvadoreña actual tiene un poco de ambas cosas. La llegada al poder del presidente Nayib Bukele en 2019 evidenció la obsolescencia de algunos elementos paradigmáticos electorales, tales como la preponderancia absoluta de una estructura partidaria histórica por sobre el liderazgo individual o la necesidad imperiosa de mítines multitudinarios para asegurar simpatías y votos. Luego, a partir del inicio de su ejercicio en el poder, su inusual estilo de gobierno parece requerir de nuevos paradigmas políticos que lo expliquen; pues incluso sus detractores internos y externos admiten, explícita o tácitamente, que su gestión no se ajusta al manual (por decirlo de algún modo).

En este tema, sería interesante analizar el aparente cambio de actitud de la actual administración estadounidense hacia el gobierno salvadoreño, la cual pareciera haberse movido de una hostilidad sensible (más notoria a partir de la instalación en 2021 de la Asamblea Legislativa) hacia un discurso más respetuoso y colaborativo en los últimos meses (coincidiendo con la llegada del nuevo embajador). Esto abonaría a la tesis de que los encargados de ver los asuntos latinoamericanos desde el país del norte se habrían desconcertado hasta el punto de recelar del paradigma inicial que los activistas opositores les vendieron (and they bought it), para observar con mente más abierta el panorama sociopolítico salvadoreño.

En cuanto a la oposición política local, la obsolescencia de los paradigmas con que accedieron al poder y gobernaron por décadas quedó evidenciada en los descalabros electorales de 2019 y especialmente de 2021; sin embargo, lo más grave para ellos es que siguen apegados a esos esquemas caducos en su forma de comprender la realidad y de hacer oposición, aparte de que sus figuras más visibles se resisten a aceptar su necesaria jubilación política.

Un dato relevante en este análisis es que esa apuntada persistencia de los paradigmas vencidos también ocurre en personas e instituciones de la intelectualidad que, en otras épocas, eran tenidos como referentes de opinión y análisis. En relación con lo anterior, también cabe señalar que cierto sector del periodismo (que se presenta a sí mismo como la conciencia crítica de la sociedad) ha transformado su profesión en puro activismo, por paradigmas propios, hecho que en combinación con ciertos egos desmesurado les complica severamente su labor analítica y comunicativa.

De cara al presente y al futuro inmediato, queda por ver si la continuidad en el ejercicio del poder de la actual fuerza política durante el próximo quinquenio confirma la necesidad de elaborar, de manera explícita y teóricamente articulada, esos nuevos paradigmas. En esta labor, una intelectualidad que sea capaz de reinventarse y pensar out of the box es la que tendrá la palabra.

sábado, 8 de julio de 2023

El padre Ibáñez

Hace tres décadas y media, cuando puse pie por vez primera como docente en el colegio Externado de San José, el padre Javier Ibáñez Juanpedro ya era una figura respetada en todos los aspectos.

Bajito y silencioso, tenía la peculiar habilidad de lograr que los niños y niñas estuvieran bien atentos en sus clases de Formación Cristiana, que daba con suave estilo expositivo de impecable narrativa.

Disciplinado y organizado como él solo, muchas veces el humo de su cigarrillo delataba su presencia, hasta que entró en vigencia la restricción de no fumar en los pasillos de la institución, disposición que acató con clerical obediencia.

Pronto supe de sus libros de ortografía y de lecturas seleccionadas, ambos bajo el sello de Ediciones Servicios Educativos (en ese entonces propiedad de la institución), los cuales eran muy apreciados por los cultores del buen decir y escribir; asimismo, dejaba ver sus dotes de escritor en las redacciones que preparaba para temas pastorales internos, cuyo lenguaje fluido facilitaba el acceso y el entendimiento del público infantil a los rituales católicos, haciéndolos más cercanos.

Poco a poco fui notando el cariño que sus pequeños alumnos y alumnas le tenían, tanto como el buen recuerdo que graduados de promociones anteriores conservaban de él, privilegio de pocos docentes y sacerdotes. Sin duda, las sencillas pero sinceras tarjetitas de cumpleaños que él tenía por costumbre darles a todos sus estudiantes jugaron un papel importante en la construcción y cultivo de este vínculo.

Cuando tuvimos sala de ajedrez y cuando su tiempo se lo permitía, llegaba a jugar algunas partidas como buen aficionado que era, con la salvedad de decir (en sus palabras relajadas) “tengo la muy mala costumbre de regalar la dama”.

Si hubiera que definir el arquetipo del sacerdote bueno y riguroso, estricto y al mismo tiempo accesible, el padre Ibáñez tendría que ser su viva personificación. Sin apartarse de la doctrina religiosa a la que dedicó su vida, sabía escuchar a quien lo necesitara y dar “consejos que se pueden seguir”, énfasis realista de no poca importancia cuando se trata del complicado arte de la empatía y el acompañamiento ignaciano.

Con el ánimo de amenizar sus misas de primeras comuniones, llegando al cambio de milenio me animé a recuperar el antiguo arte de dirigir coros y, por un buen periodo, con varias generaciones de estudiantes tuvimos el gusto de colaborar con él en esta dinámica. Un hecho memorable en este ámbito fue cuando en 2007 juntamos a todos los coros (más de 70 integrantes) para la misa de celebración de su 50 aniversario de ingreso al noviciado de la Compañía de Jesús. Él se permitió el lujo de manifestar su emoción.

Cuando, en razón de su edad, se vio forzado a dejar las clases, todos notamos en él ese vacío de estar un poco menos cerca de sus discípulos, aunque siempre mantuvo su presencia en las aulas, arreglándoselas para deambular por aquí y por allá, irradiando carisma y colaborando en la formación de sus “periquitos” y “periquitas” (como suele llamárseles a los estudiantes externadistas).

Al llegar la pandemia del Covid-19, se vio obligado a mantener un prudente aislamiento en la casa comunal jesuita de San Antonio Abad donde residía. Allí tuve el extraño privilegio de entrevistarlo a finales de 2020, con motivo del documental del centenario de fundación del Externado. Me recibió llamándome efusivamente “¡Rafa!”, como siempre lo hacía. Huraño con las cámaras, debí ingeniármelas para sacar un buen ángulo mientras él leía las palabras que para la ocasión había preparado, aunque al final capturé un buen gesto. Pasada la emergencia, enfermó de otros males y fue trasladado a la casa jesuita de El Carmen, en Santa Tecla, donde pasó sus últimos días.

El mar de anécdotas que hay entre quienes le conocieron (muchas de ellas visibles en redes sociales) es inmenso. Mi perspectiva es tan solo como compañero de trabajo y padre de familia. Como docente y colega laico, extrañaré su cordialidad, su sigilosa pero permanente presencia, sus bromas para los aficionados del Barça (y del Madrid) y, sobre todo, la imagen de un sacerdote con plena vocación. 

¡Descanse en paz, padre Ibáñez!