sábado, 15 de julio de 2023

Respuestas

Desde antes de que existieran las redes sociales (y seguramente desde siempre), ha habido debate sobre la conveniencia o no de responder a los ataques verbales. Si vienen en forma de injuria, la sabiduría ancestral lo desaconseja, porque uno mismo desciende al nivel del agresor, dándole además una importancia que no tiene. En cambio, si estos no llegan en términos vulgares pero califican en el amplio rango del sinsentido, uno puede irse por el camino de “a palabras necias, oídos sordos” o, por el contrario, aprovechar la coyuntura para soltar un par de tortazos simbólicos, lo cual puede ser útil por tres razones: organización del pensamiento, desahogo y diversión.

Hace unos días publiqué en el periódico digital ContraPunto un artículo titulado “De censuras y dobles raseros”, cuyo objetivo era señalar el doble estándar de quienes protestan contra lo que creen es una censura literaria en un caso, pero la aplauden en otro. Por el planteamiento, sabía que podía esperar algunas reacciones airadas, aunque por ser un asunto literario creí que no iba a pasar a más; no obstante, me sorprendió la gran difusión que tuvo el tuit donde coloqué la publicación (más de 24,000 visualizaciones, aunque curiosamente el artículo en sí no pasa de las 800 vistas).

Por salud mental, no rastreo los comentarios y reacciones (menos aún si tocan a los gremios artísticos y periodísticos, exponencialmente más susceptibles que los políticos), pero a veces es inevitable enterarme de algunos, ya sea porque alguien me los envía para visualizarlos o porque en la publicación misma me etiquetan.

No tengo ánimos de entrar en discusiones estériles, menos aun cuando sostengo palabra por palabra lo que escribí en el mencionado artículo; sin embargo, las respuestas inevitablemente están en mi mente y no me hace bien tenerlas allí revoloteando indefinidamente: me conviene vaciarlas en un texto para pasar página y continuar con mi inherente afición por expresar mis opiniones de manera organizada.

Así pues, me ocuparé de dos tuits en particular.

Recomiendo al paciente lector/a de esta entrada que, si no lo ha hecho aún, lea el mencionado artículo en 👉 este enlace, para tener claro el contexto.

El primero de ellos lo puso este individuo, que en su perfil afirma ser periodista.

Pocas veces se puede encontrar tres fallas en una sola frase de una persona adulta. En primer lugar, yo nunca he ocupado el cargo que menciona (y él tiene mil maneras de saberlo); segundo, su argumento es la falacia ad populum ("todos creen que hubo censura; luego, es verdad"), además de que dicha opinión dista mucho de ser unánime; tercero, etiquetar o "arrobar" a la institución donde laboro representa una queja y solicitud implícita ante ella para que se me censure por emitir mi opinión (lo cual es contradictorio con el periodismo en sí y los valores que él presuntamente defiende, aparte de constituir una declaratoria de enemistad).

El segundo tuit es este, de un valiente usuario(a) anónimo.

Del texto se deduce un exacerbado fanatismo antigubernamental (a nivel enfermizo, considerando que copió y pegó este mismo tuit en varias conversaciones de la red), aunque no sé si eso explique el hecho de que me atribuya insólitas y sorprendentes características demoníacas. Llama la atención que se presuma antidictatorial, cuando prácticamente pide (de forma totalmente impertinente e improcedente) mi remoción laboral por atreverme a escribir artículos en el ejercicio de mis derechos ciudadanos (mismos que, por lo que veo, o no ha leído o no ha entendido). Una efusión verbal de este calibre casi nunca se contesta, a no ser para presentarla como evidencia de intolerancia y estar alerta, por si el enemigo termina de enloquecer.

No quiero concluir esta entrada sin referirme a un tuit que pertenece a otra categoría muy distinta y distante de los antes mencionados. No se trata de un ataque sino un desacuerdo, que viene de un artista e intelectual a quien respeto como tal, pero con quien no sostendría un debate, porque sería eterno.

Esto es una justificación (razonada e incluso fundamentada, si se quiere) del referido acto de censura, que él mismo apoya. Sus palabras validan la tesis central de mi artículo.

Y eso es todo lo que tengo que decir al respecto.

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