sábado, 27 de mayo de 2023

La fascinación por el asesino

Publicado en Diario El Salvador.

El término “fascinación” tiene dos acepciones: la primera como “engaño o alucinación” y la segunda como “atracción irresistible”. Un poco de ambas cosas hay en el enfoque y atención que cierto grupo de periodistas locales le dio a figuras emblemáticas de la delincuencia pandilleril durante varios años, no solo a través del periódico digital donde tenían una sección especializada para el tema, sino a través de otros medios: libros, reportajes, documentales, entrevistas, etc.

Aun cuando pueda parecer original, novedosa, disruptiva y hasta revolucionaria, dicha aberración periodística no se la inventaron ellos, sino que tiene un origen más famoso, aunque poco conocido en nuestro contexto: la novela A sangre fría, del escritor norteamericano Truman Capote, publicada en 1966.

Dicho libro trata de un crimen real ocurrido en Kansas en noviembre de 1959: el asesinato del granjero Herbert Clutter, su esposa Bonnie y sus hijos adolescentes, Nancy y Kenyon, a manos de dos ladrones comunes, Richard Hickock y Perry Smith, quienes fueron posteriormente capturados, juzgados, sentenciados a muerte y ejecutados.

En su afán de presentar un panorama completo de los hechos, Capote entrevistó a los residentes del lugar y a los investigadores del caso; sin embargo, la gran novedad de esta obra es que el autor tuvo largas sesiones de conversación con los asesinos mismos en prisión.

El resultado de escuchar atentamente las historias de sus vidas, así como la relación de los hechos desde la perspectiva de los criminales, fue la progresiva construcción de una cercanía emocional entre Capote y los asesinos, llegando a empatizar con ellos. Al final, acabó retratándolos en su novela no como hombres esencialmente malignos o autores desalmados de una masacre sin sentido, sino como seres humanos desgraciados que habían tenido infancias difíciles, pasando por duras experiencias que los habían empujado a cometer errores.

A sangre fría fue el mayor éxito comercial de Capote y con él prácticamente fundó un nuevo género: la novela reportaje o non-fiction novel; incluso hay quienes le atribuyen haber puesto las bases de una suerte de “nuevo periodismo”, con un periodista escritor que cuenta hechos reales en forma novelada, incluso utilizando recursos literarios de vanguardia.

Cuatro décadas después de la publicación de A sangre fría, Hollywood nos presentó dos películas basadas en ella: Capote (2005), que obtuvo cuatro nominaciones al Oscar además del galardón para el actor Philip Seymour Hoffman; y la menos laureada pero igualmente intensa Infamous (2006), la cual incorpora más claramente los rumores de una presunta relación afectiva que Capote habría tenido con uno de los homicidas durante sus visitas a la prisión. En ambas, el protagonista acaba llorando no por la familia Clutter (las víctimas), sino por la ejecución de Smith y Hickock (los victimarios).

De vuelta al presente y viéndolo en perspectiva, quién sabe qué motivos tendría un escritor/a, periodista o cineasta para lanzarse a hurgar con un enfoque tan personal en el mundo del crimen, la mafia o la delincuencia organizada, buscando allí el material de sus publicaciones. Quizá sea una extraña mezcla de las necesidades del ego (validación, reconocimiento, aplauso) con una ideología progre de absolución individual y condena a la sociedad. Tal vez ni siquiera el propio sujeto esté consciente del lento proceso mediante el cual va construyendo esa empatía con la psique del criminal, una fascinación enfermiza que, de una u otra forma, resulta en la justificación de actos abominables.

Lo importante, en todo caso, es que el público (de antes y de hoy) logre detectar la trampa mental de presentar al depredador como víctima, mediante un análisis crítico que nunca, nunca olvide el más elemental sentido de justicia.

domingo, 21 de mayo de 2023

Estadio Cuscatlán: receta para el desastre


* Descripción de los hechos basada en videos y testimonios publicados en medios informativos y redes sociales.
La noche del sábado 20 de mayo será recordada tristemente en la historia del fútbol. A pocos minutos de iniciado el partido de vuelta de cuartos de final del torneo local, entre los populares equipos Alianza FC y FAS, se produjo una estampida humana que dejó 12 muertos y más de 90 lesionados. No es la primera vez que ocurren desgracias en los estadios del país, pero nunca había habido una de esta magnitud.

Quienes alguna vez hemos asistido a un escenario deportivo y hemos visto las condiciones de infraestructura y logística en que se desarrollan estos eventos, los comportamientos típicos de la masa de aficionados y la casi absoluta ineptitud de la dirigencia del fútbol salvadoreño en el tema de seguridad, entendemos que la tragedia del Cuscatlán era solo cuestión de tiempo.

La cronología del desastre es tan simple como dolorosa y, de acuerdo a la información disponible y testimonios vistos en redes sociales, es así:

· Primero: el cupo del sector de sol general se llena antes de que puedan ingresar todas las personas que tienen entradas compradas. Esto solo se explica porque sobreventa o por falsificación de boletos. De lo primero aún no hay constancia, pues las investigaciones de la Policía Nacional Civil y la Fiscalía General de la República están en curso; pero de lo segundo sí hay evidencia, por denuncias que hicieron en redes sociales algunos aficionados.

· Segundo: como consecuencia de lo anterior, se detiene el flujo de aficionados por el único acceso habilitado, estos no pueden avanzar al interior del recinto porque ya está lleno. Ante tal situación, alguien (¿Directivo del Alianza FC, de la Liga Mayor de Fútbol, de la administración del estadio o el oficial a cargo?) da la orden de cerrar el portón y no dejar entrar más gente. En la descripción de este hecho coinciden varios sobrevivientes.

Cerrar el portón: esta es la decisión crítica.

Por una parte, es una decision lógica en teoría y quizá apegada a cierto protocolo de seguridad, para no sobrepasar el cupo del estadio en ese sector; pero por otra, decisión trágica por no considerar dos características físicas del lugar: primero, que el portón no es una reja por donde pueda circular el aire, sino una gruesa lámina metálica completamente cerrada; segundo, que ese acceso es un túnel donde hay una multitud completamente apiñada.

Como consecuencia del cierre del portón, quienes quedan al fondo comienzan a tener problemas para respirar, con la consiguiente sensación de asfixia.

· Tercero: la multitud desesperada, atascada en el túnel y ya en pánico, intenta forzar el portón para salir y poder respirar; por otra parte, algunos de los fanáticos que están afuera, desesperados por entrar (pues el partido ya comenzó), se unen a la tarea de derribo. En ese momento, ni unos ni otros tienen consciencia de qué va a pasar cuando el portón metálico caiga por la fuerza.

· Cuarto: el portón cede de mala manera y se produce la estampida desde adentro del estadio hacia afuera. La multitud descontrolada provoca la docena de muertes por asfixia y aplastamiento, más casi un centenar de heridos.

Aparte del dolor y luto provocado por la combinación de acciones y omisiones de los responsables del evento, y a falta de que se deduzcan las responsabilidades penales para todos los involucrados (directivos, encargados de logística, falsificadores, revendedores, oficial a cargo, etc.), una tragedia así debería marcar un antes y un después en cuanto a infraestructura y organización deportiva.

Lamentablemente, las personas que suelen estar al frente del fútbol nacional nunca han tenido ni el interés ni la consciencia, ni la voluntad ni las agallas, para hacer cumplir un reglamento estricto, en el cual la seguridad de los aficionados/as esté en primer lugar. Siendo así, si ellos no lo pueden o no lo quieren hacer, tendrá que ser el gobierno quien intervenga para poner orden. Si la FIFA nos sanciona, pues que así sea: arreglamos esto y volvemos en dos años. Lo que no se puede es seguir atentando, por estupidez e ignorancia, contra la vida de los aficionados.

domingo, 14 de mayo de 2023

Qué tan tontos/as somos

Hace unos días, una opinadora política y catedrática universitaria expresó lo siguiente:

“El pueblo salvadoreño es bastante desinformado y fácil de manipular, el país se encuentra entre los 5 países de América Latina y el Caribe con menos coeficiente intelectual”.

Sin mencionar la fuente, dijo que el IQ (Intelligence Quotient) promedio mundial es de 82 puntos y El Salvador tiene 69.63 puntos.

La afirmación la dio en el contexto de una de las líneas argumentales de la oposición política, repetida por varios de sus voceros e instituciones: que la actual popularidad del presidente Bukele se debe a la ignorancia y poca inteligencia de la población.

En esta afirmación, la mencionada señora cometió dos errores, imperdonables para un grado académico como el que ella tiene y la institución a la que de alguna manera representa.

El primero es leer sólo el titular de la noticia, sin investigar a fondo. Sin duda, lo que ella vio es esta publicación del periódico digital El Salvador Gram, la cual remite al sitio Wisevoter.com en donde aparece una tabla mundial de inteligencia por países, donde se indica que tales datos vienen del Ulster Institute for Social Research.

Lo que seguramente no vio es la fuente primaria: el libro The Intelligence of Nations, de Richard Lynn & David Becker, el cual en sus 436 páginas abunda en datos para unos países, pero escasea casi totalmente para otros. En el caso de El Salvador, la única referencia de dónde obtuvieron ese IQ nacional de 69.63 es la prueba TIMSS (The International Math and Science Study) de 2007. De allí lo generalizaron para toda la población y no lo han actualizado desde entonces.

Atendiendo a la fecha de donde proviene el dato, quiere decir que ese pueblo “desinformado y fácil de manipular” al que se refiere la señora Julia Evelyn sería el que, tras 20 años de gobiernos del partido Arena, decidió en 2009 hacer presidente a Mauricio Funes, del partido FMLN, gobierno del cual ella misma fue funcionaria por breve tiempo. Lo curioso es que en aquel tiempo alababan convenientemente la "sabiduría popular" que los eligió.

El segundo error en que este tipo de intelectualoides se empeñan en caer (aparte de su fijación con el IQ, concepto que tiene muchísimo debate y cuestionamientos) es no darse cuenta de que una cosa es la inteligencia académica (como la mencionada prueba TIMSS, que es de matemáticas y ciencias dentro del sistema educativo formal) y otra muy distinta las inteligencias inter e intrapersonales, que son la base para comprender y manejar la propia situación individual, familiar y social, y así tomar decisiones políticas.

Es que una cosa no lleva a la otra, pues de ser así, no habría profesionales bien titulados tomando pésimas decisiones en sus propias vidas (ni haciendo papelón tras papelón en sus apariciones públicas como ”analistas políticos/as”).

El punto es este: aún con las conocidas deficiencias históricas del sistema educativo nacional, la gente es capaz de tomar decisiones políticas en aras de mejorar su propia situación, sabiendo distinguir qué es lo que le conviene en cierto momento histórico.

La actual popularidad del presidente Bukele se basa en la sintonía de sus acciones con el sentir popular, la cual mantendrá en la medida en que responda las expectativas y necesidades de la mayoría, o perderá en la medida en que se aleje de ellas. Así funciona la democracia.

jueves, 11 de mayo de 2023

Apuntes políticos desde el ajedrez

Publicado en Diario El Salvador, 11 de mayo de 2023.

Las relaciones entre ajedrez y política son tan antiguas como el juego mismo. Importantes figuras históricas lo practicaron (Benjamin Franklin, Napoleón y Simón Bolívar, entre otros), no solo por diversión sino porque ambas prácticas representan el combate y comparten formas típicas de razonamiento.

En palabras del connotado maestro y dirigente deportivo sudamericano Uvencio Blanco, “el ajedrez ha servido como una proyección simbólica de los procesos políticos y sociales más importantes; de hecho, podemos evidenciar que las aplicaciones metafóricas del ajedrez a los distintos dominios de la civilización humana datan de antes del siglo XIII y siguen operando en las narrativas modernas a través de diversas disciplinas”.

El ajedrez tiene dos conceptos fundamentales aplicables a la política: táctica y estrategia. La estrategia es el plan general para alcanzar el objetivo último: en el ajedrez, se trata de ganar la partida dando jaque mate, aunque puede haber objetivos estratégicos parciales (como establecer dominio en cierto sector del tablero); en la política, se trata de acceder al poder quitándoselo al adversario.

La táctica, en cambio, es el conjunto de procedimientos concretos para abonar a la causa general. Son movimientos orientados a ganar ventaja material o posicional, pequeños pasos tras la meta final, acciones puntuales que van marcando avances propios y minando la posición del adversario.

La estrategia y la táctica deben adecuarse a las condiciones existentes sobre el tablero, evaluadas con la mayor objetividad posible. En términos sencillos y populares, no se puede “atacar a lo loco” en el sector equivocado, tampoco donde la correlación de fuerzas o el momento no son oportunos.

Aterrizando en el actual escenario político salvadoreño, cabe preguntarse si esa amalgama de sectores llamada “oposición” tiene una estrategia bien definida y si sus tácticas son apropiadas.

La estrategia opositora, a la fecha, no está clara (más allá de que expresen su furibunda animadversión por los tres órganos del Estado); por el contrario, luce confusa e incoherente, comenzando por la indecisión fundamental de participar o no (juntos o por separado) en el próximo evento electoral, hasta el enigma esencial de si lo que quieren es regresar los que estuvieron antes o, en cambio, van a presentar una propuesta realmente distinta (lo cual es incompatible con sus voceros visibles y patrocinadores conocidos).

En cuanto a los recursos tácticos, cualquier ajedrecista intermedio sabe que al oponente se le ataca donde está débil, no donde está fuerte. Por ello, no se entiende que la oposición se empeñe en ir, sin ningún matiz ni discreción, contra lo que la población percibe como el mayor logro del presente ejercicio gubernamental, como es la desarticulación de las estructuras criminales que por décadas sometieron al país (hecho reconocido por los activistas opositores más propensos al ejercicio analítico). En esto no hay que confundirse: una cosa es abogar por casos de errores puntuales en capturas, que puede ser causa justa, y otra muy distinta es emprenderla maliciosamente contra toda la política de seguridad.

Otro ejemplo de tácticas fallidas son las que atienden amenazas imaginarias, que llevan a maniobras innecesarias en detrimento de otros aspectos realmente importantes. Es curioso cómo la oposición gusta de librar batallas fantasmas, producto de su paranoia, como el caso de la libertad de expresión, donde insisten en vender un panorama sombrío a su conveniencia, pese a que objetivamente nunca antes como ahora hubo más canales activos para expresar la diversidad de opiniones de todos los sectores.

Ciertamente, el ajedrez aplicado a la batalla política es un valioso instrumento para desarrollar un auténtico pensamiento crítico, dentro del cual la autocrítica es imprescindible. Pero ni lo uno ni lo otro parece ser el fuerte de esta amorfa oposición política.

miércoles, 10 de mayo de 2023

Happy students


Every now and then, something unexpected happens in your daily routine, something funny that adds a sort of color and happiness when you are completely off-guard in the middle of the work.

Yesterday, two students entered dancing to the classroom, laughing and shaking a middle-size speaker that spread the music. They looked like two little girls, even though they are teens.

I have never seen that scene during my 35-years career as a teacher and, I must say, I was gratefully impressed, because it was a vision about how life is supposed to be for young people, far away from any adult-life bitterness and concerns.

Thank you for that, Sopia & Co.

viernes, 28 de abril de 2023

Periodistas, "youtubers", autopercepción y audiencias.


Publicado en Diario El Salvador (28 de abril de 2023)

Hace unos días, un grupo de medios digitales anunció la iniciativa “El Filtro”, un proyecto que dice tener como objetivo “realizar una verificación de hechos, detectar errores y noticias falsas” en los medios de comunicación.

El ejercicio así anunciado parece loable; sin embargo, al revisar su declaración de intenciones se ve que el objeto de su escrutinio no son los medios tradicionales, sino específicamente un grupo de comunicadores, youtubers e influencers, que según el criterio de los filtradores comparten contenido en redes sociales “sin tomarse la molestia de verificar o analizar la evidencia”.

Esto ha traído a la superficie una espinita latente en cierto sector del periodismo, acostumbrado a ejercer a sus anchas “el cuarto poder” (término popularizado en el siglo XIX en referencia a la enorme influencia de la prensa sobre los tres poderes formalmente establecidos: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial).

En apariencia, el punto en discordia sería la fidelidad a la verdad de unos (los periodistas) versus la propensión a desinformar de otros (los youtubers), cosa que se derivaría de los estudios especializados de los primeros como garantía de calidad de la información, desvalorizando per se el trabajo de los segundos.

Así, hemos escuchado desde frases discretamente desdeñosas (“un periodista sí puede ser youtuber, pero no todos los youtubers son periodistas” o “los periodistas somos creadores de contenido, pero no cualquier contenido”) hasta comparaciones tan osadas como impertinentes (“nadie tiene derecho de abrir una clínica sin ser médico; si quieren jugar al periodismo, estudien y aprendan un método de trabajo”). También han emergido antiguos decálogos del periodista, lo cual evidencia una percepción bastante noble y ciertamente idealizada de su propio oficio.

Ahora bien: más allá de los egos personales o celos profesionales, es un hecho que cada día son más personas las que optan por informarse a través de medios digitales en detrimento de los tradicionales. Estas nuevas formas de compartir y comentar la vida cotidiana no necesariamente compiten con el periodismo, más bien lo complementan, incluso a veces lo aventajan en cuanto a su capacidad de conectar con el público, ganar su atención y hacerse comprender.

Por otra parte, la afamada credibilidad de los medios tradicionales (nacionales e internacionales) ha venido en declive por justas razones, principalmente porque se presentan como objetivos, imparciales y críticos cuando en realidad siguen agendas políticas bastante evidentes, con sesgos flagrantes, actuando en muchos casos como activistas más que como periodistas.

Lo dicho anteriormente no vuelve a los youtubers más confiables por definición, pues entre ellos hay variedad de estilos y diversidad de intenciones: algunos son muy ingeniosos e interesantes, algotros son sensacionalistas y engañosos; los hay muy acuciosos con sus contenidos, mientras otros simplemente se basan en el “dicen que dicen”. En ese terreno, cada quién sabrá ganarse el aprecio o el rechazo del respetable.

No obstante, si de credibilidad y confiabilidad hablamos, recordemos que históricamente los primeros en crear y esparcir desinformación, hacer redacciones tendenciosas, lanzar propaganda encubierta, diseñar fake news y producir todos esos males informativos que impactan negativamente la percepción ciudadana no fueron los youtubers, sino algunos medios y periodistas históricos que faltaron a la ética profesional.

Así pues, en vez de emprenderla contra los mensajeros alternativos digitales contemporáneos, los quejosos/as deberían hacer un ejercicio de humildad y autocrítica, a fin de entender que la confianza de la audiencia no les vendrá ni del medio en que publican ni del título obtenido (mucho menos de la pedantería que exhiben), sino de una conexión auténtica con la vida, la realidad y el sentir de la ciudadanía, dignificando así la formación académica recibida.


domingo, 23 de abril de 2023

Daños colaterales


El término “daño colateral” se refiere a los perjuicios accidentales, no intencionales, causados a terceros como resultado de una operación militar, ya sea en sus bienes materiales o su integridad física. Estos daños han existido desde la más lejana antigüedad, pero el término como tal lo acuñó el ejército de los Estados Unidos en el contexto de la guerra de Vietnam. Actualmente su uso (literal o figurado) se ha ampliado a otros ámbitos, incluso en la medicina (donde son llamados “efectos adversos” de un medicamento, que en algunos casos pueden ser devastadores).

En la actual coyuntura sociopolítica de El Salvador, donde está vigente la medida constitucional del régimen de excepción desde marzo de 2022 para apresar a todos los miembros de las pandillas criminales, las autoridades han usado el término para referirse a aquellas personas capturadas erróneamente, sin ser miembros de dichas estructuras delincuenciales; es decir, son inocentes que psaron meses en prisión mientras se hacían las averiguaciones (algunos de los cuales llegaron a fallecer por diversas causas).

Se tiene entonces, por un lado, la presente política de seguridad del gobierno, que ha logrado desarticular casi por completo la actividad de las pandillas (con la subsiguiente reducción al mínimo de homicidios y demás delitos cometidos por estas estructuras); pero, en contraparte, también hay un conjunto de afectaciones a personas inocentes, producto de esa misma política.

¿Qué cabe hacer ante tal panorama? La verdad es que no existe una respuesta simple ni fácil.

Como punto de partida, sin faltar el respeto al dolor de las personas injustamente afectadas por la medida, es necesario aceptar que toda acción humana es susceptible de errores y que la probabilidad de cometerlos aumenta según sea el número de individuos involucrados en su implementación. Por supuesto, se trata de evitar estos yerros lo más que se pueda, pero en el campo de lo real se sabe que van a ocurrir y que se tendrá que lidiar con ellos.

Lo anterior crea la necesidad de hacer una evaluación permanente de la cuantía de los daños colaterales de la acción tomada, en contraposición a los beneficios objetivos y resultados de la misma.

Tomando como referencia la tasa de homicidios en El Salvador durante el periodo 2009-2018 (64 por cada 100,000 habitantes), en el país hubo aproximadamente 41,000 asesinatos en una década (casi 340 al mes, 11 al día). En contraparte, durante el régimen de excepción el promedio de homicidios ha bajado drásticamente a 2.3 por cada 100,000 habitantes. Ojo: pasar de 64 a 2 (o a lo sumo 3) no es cosa baladí, aparte de la reducción significativa de otros delitos graves como la extorsión.

Visto en una perspectiva temporal y desde un ángulo inverso, numéricamente hablando, el costo estimado en vidas humanas por no aplicar esta política de seguridad (bajo el argumento de sus imperfecciones) habría sido de 4,100 asesinatos anuales, aparte de continuar sin esperanza en la debacle social de las décadas anteriores.

Ahora bien: está claro que estos datos, aunque objetivos, no resuelven el dolor de los inocentes que han sufrido directamente los daños colaterales, pues ninguna explicación alivia el sufrimiento de las personas capturadas injustamente, tampoco de sus familiares.

No obstante, al ser la aplicación de esta política de seguridad una decisión consciente en defensa de la ciudadanía en general, el Estado debe redoblar esfuerzos para minimizar los errores en su aplicación y, además, considerar a futuro hacer una reparación simbólica de los daños colaterales, en los casos que corresponda.

miércoles, 19 de abril de 2023

El respeto a la opinión ciudadana

 


* Publicado en Diario El Salvador (18 de abril de 2023, página 25).  

El concepto de democracia (“sistema político en el cual la soberanía reside en el pueblo, que la ejerce directamente o por medio de representantes”) es más amplio y exigente que la sola realización de elecciones periódicas, pero no puede prescindir de un componente fundamental, sin el cual perdería su sentido: “la participación de todos los miembros de un grupo o de una asociación en la toma de decisiones”.

La Declaración Universal de Derechos Humanos establece que toda persona tiene tales derechos y libertades “sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”.

Dicho lo anterior, es curioso ver cómo en el contexto político actual hay cierto sector, que gusta de posar como intelectual, que reclama para sí el tener una influencia política privilegiada en virtud de sus títulos académicos, menospreciando la opinión mayoritaria del soberano, que es ese conjunto heterogéneo de personas al que llamamos pueblo.

Ese tipo de pensamiento elitista lo vemos particularmente en los análisis que ciertas personas e instituciones hacen de las encuestas de opinión pública, cuando se esmeran en desacreditar los datos por ellos mismos recolectados, atribuyendo el resultado a la supuesta ignorancia, desinformación o engaño de la población encuestada, incluso estableciendo correlaciones estadísticamente inválidas.

Su tesis de fondo (más o menos oculta por decoro) es que la población que así se ha manifestado no tiene el mismo derecho que los ilustrados para opinar de política y dar su voto a quien consideren que mejor vela por sus intereses, porque una minoría iluminada sabría qué es lo mejor para unos y otros, aunque no sea capaz de convencer al conglomerado social de la validez, sensatez y conveniencia de sus propuestas.

La presunta superioridad de la élite por encima del vulgo no es una idea política nueva, pues ya desde la antigüedad griega Platón se decantó por la República de los Sabios, una sofocracia en donde gobernarían los filósofos (sistema que él consideraba superior a la democracia).

Pero en este punto hay un error esencial. Es cierto que la sabiduría es una cualidad imprescindible en los gobernantes y, por otra parte, está claro que la formación académica superior es una aspiración legítima y deseable para toda persona; sin embargo, no hay evidencia de que la sabiduría se derive mecánicamente de la simple acumulación de saberes, más bien sobran ejemplos de opiniones y acciones insensatas producidas por personas bien tituladas.

El problema es que se confunde conocimiento con sabiduría, lo cual ya no es sostenible a partir de la conceptualización de las inteligencias múltiples (Howard Gardner, 1983). Recordemos que según este enfoque las personas tienen diversas capacidades en distintos campos de acción (verbal, matemático, espacial, auditivo, kinestésico, intrapersonal, interpersonal y naturalista). De aquí se sigue que la sensatez y la sabiduría no vienen dadas por la inteligencia académica sino por la inteligencia emocional, la cual involucra fundamentalmente lo intrapersonal (comprensión de sí mismo) y lo interpersonal (comprensión de las demás personas).

Ojo: no se trata de desacreditar a la academia, pues la educación formal proporciona valiosas herramientas para la vida personal y social; el punto es entender que tener un grado académico no implica necesariamente que la persona produzca un análisis más objetivo de su situación personal, social o política, libre de prejuicios y distorsiones ideológicas.

Así pues, al hablar de democracia es preciso entender que todos los miembros de una sociedad tienen el derecho a opinar a partir de sus propias vivencias y experiencias particulares, siendo cada opinión igualmente respetable y válida para el recuento general, sea cual sea su nivel educativo formal. Pretender lo contrario es esencialmente antidemocrático.

miércoles, 5 de abril de 2023

Para enmarcar

En mi séptimo ejercicio como coach del equipo de debate del colegio Externado de San José, creo que esta ha sido la ocasión en la que más he logrado balancear mi ímpetu con la autonomía del grupo, en el sentido de intervenir lo menos posible para que sean ellos quienes realicen la mayor parte del trabajo de preparación de los argumentos, si bien aún hay una parte importante de corrección y ajustes que me corresponde hacer (pero sin desvelarme).

Es así como en la XIV edición del Certamen de Debate Intercolegial, organizado por la ESEN, tenemos oficialmente el tercer lugar, conscientes de nuestros aciertos y sabedores de que no todo fue perfecto, pero contentos porque hicimos un esfuerzo muy respetable. Gracias Óscar, Camilo, Helena e Ingrid, por su dedicación y esmero para sumar un galardón más a esta bonita colección colegial de experiencias exitosas (que ninguna hay que darla por sentada antes de trabajarla arduamente). Gracias también a Leonardo y Ximena, por sus aportes como redactores auxiliares.

Posdata: Óscar ganó el premio al mejor orador, con una expresión del discurso tras la cual todos queríamos pasarnos ya mismo a las CBDC.

lunes, 30 de enero de 2023

Charla degradada

La evidencia meridiana de esta estafa intelectual la tuve de primera mano, como parte de la audiencia en una charla particular que se nos vendió como "de realidad nacional", la cual no fue sino una perorata hepática, una diatriba que podríamos haber leído perfectamente en las páginas editoriales de los periódicos más rancios.

La frase de apertura y la de cierre, por parte del ponente, dejaron en claro que iba a haber cero objetividad y sí mucha animadversión personal hacia el blanco de sus críticas. Cualquier asomo de imparcialidad quedó anulado no solo con palabras sino con gestos. Jamás se escuchó una reflexión que pusiera por encima el interés superior de la población (digamos, el cese de la masacre de baja intensidad a la que estuvo sometida durante las últimas tres décadas), de donde podría haber surgido un balance para entender el qué y el porqué de las cosas.

La parte indignante vino cuando el ponente, supuestamente por poner un ejemplo ilustrativo, elogió la disciplina y el compromiso "laboral" de miembros de estructuras criminales enquistados en una empresa obligada a aceptarlos y, además, legitimó implícitamente el delito de extorsión (tanto así que él mismo debió hacer la aclaración espontánea de "con esto no lo justifico, sólo lo explico").

La respuesta ante cualquier cuestionamiento, como podía esperarse, fue que la gente está dormida o engañada, cuando no sumida en la más profunda ignorancia. Dato curioso: esa misma gente, cuando en tiempos pasados las conveniencias y preferencias eran otras, era elogiada por su sencillez y sabiduría.

Tan carente de sentido fue esa exposición de bilis que ni siquiera levanté la mano para participar desde el público, pues comprendí que no había nada que hacer más que lamentarse por la degradación presenciada.

¡Descansen en paz el otrora sentido crítico del ponente y el prestigio de la institución a la cual representa!