miércoles, 11 de octubre de 2023

Raza e identidad nacional

Publicado en Diario El Salvador.

El 12 de octubre aún está marcado en los calendarios de varios países como el Día de la Raza o Día de la Hispanidad, denominaciones que conmemoran la fecha de la llegada del navegante Cristóbal Colón a la isla de Guanahani (actual archipiélago de las Bahamas), hecho que en la cultura popular se conoce como “el descubrimiento de América” (pese a que Colón, en sus cuatro viajes y hasta su muerte, siempre creyó haber estado en las Indias Orientales, en el Asia).

En El Salvador, la festividad se instauró en 1915 mediante decreto legislativo, “como recuerdo de gratitud y admiración al descubridor del Nuevo Mundo”, en sintonía con la propuesta continental del funcionario español Faustino Rodríguez-San Pedro, quien eligió la fecha como símbolo de la unión iberoamericana, iniciativa que fue aceptada de inicio por prácticamente todos los países implicados.

Aunque desde el principio su denominación suscitó algunas polémicas, no fue sino hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX cuando esta se cuestionó fuertemente y de manera bastante generalizada, a la luz de una revisión crítica de la historia, tanto así que para 1992 y la celebración del quinto centenario del así llamado “descubrimiento” (que es, en sí, un término eurocéntrico), el lema contestatario más recordado fue la pregunta retórica “500 años ¿de qué?”

En diferentes momentos de su historia, los países latinoamericanos han ido modificando la denominación y el sentido inicial de la conmemoración aludida, sustituyéndola en algunos casos por una visión más respetuosa e integradora. En nuestro país, la Asamblea Legislativa suprimió en 2021 la “Fiesta de la Raza”, por considerar que dicho concepto lesiona la dignidad de los pueblos indígenas, que sufrieron terribles vejaciones durante la conquista y colonia española.

Sin embargo, más allá de la perspectiva que se asuma al momento de visualizar y entender los hechos ocurridos hace 500 años, es importante ser fieles a la historia y reconocer nuestra identidad nacional como un mestizaje étnico y cultural, forjado a lo largo de siglos. En este tema no caben los simplismos, pues tan nuestras son las raíces de los pueblos originarios (pipiles, mayas, lencas y otros) como aquellas que provienen de la vertiente peninsular española, sin olvidar el aporte afrodescendiente (aunque mucho menor en comparación con países vecinos) y otras etnias que a través de la historia se han fundido en el crisol de la salvadoreñidad (como la de ascendencia árabe, entre otras).

En consonancia con lo anterior, es curioso notar cómo aquellas que consideramos “nuestras tradiciones”, expresadas en diversas formas de folclore (bailes, trajes típicos, gastronomía, mitos y leyendas, etc.) no se remontan mayoritariamente al pasado prehispánico sino a las épocas colonial y posteriores. Piezas musicales y coreográficas tradicionales como “Las cortadoras” y el “Pregón de los nísperos” aluden a la recolección del café, cultivo que se introdujo a gran escala en el país hasta mediados del siglo XIX. El sentido de las danzas de los Historiantes (moros y cristianos) y El Torito Pinto viene de España: la primera referida a la guerra de reconquista de casi ocho siglos en la península ibérica y la segunda, la representación de la tauromaquia. El Cipitío no va con taparrabo sino con cotón de manta, sombrero de palma y caites, tal como se les mandó vestir a los indios una vez finalizada la conquista. Y así hay muchos otros ejemplos.

Lo dicho anteriormente no es para minimizar nuestras raíces indígenas, sino para evidenciar nuestra identidad mestiza, lo cual requiere de honestidad histórica e implica la aceptación y el respeto por las diversas fuentes vitales que nos han alimentado durante nuestra historia y nos han llevado a ser lo que somos: un colectivo multicultural en donde ya no caben las discriminaciones injustas ni las intolerancias obsoletas.

sábado, 30 de septiembre de 2023

Un espacio más

Ya impulsado al riesgoso arte del comentario político (que insisten en ponerme "analista"), atendí la invitación de Radio Fuego 107.7 FM, para conversar sobre temas de actualidad (panorama electoral y estado de excepción), así como un brevísimo repaso a mi trayectoria como escritor. Siento que estuve a la altura.

Hoy en #BuenosDiasElSalvador nos tomamos #UnCafeCon Rafael Góchez escritor y analista político

Hoy en #BuenosDiasElSalvador nos tomamos #UnCafeCon Rafael Góchez escritor y analista político

Publicado por Fuego 107.7 en Viernes, 29 de septiembre de 2023

domingo, 24 de septiembre de 2023

Migración inversa y burbuja inmobiliaria

Publicado en ContraPunto

Hace algunos meses, un joven profesional me comentaba acerca de sus planes para formar familia, con simultánea ilusión y desazón, este último sentimiento provocado por la enorme dificultad de adquirir una casa propia acorde a sus expectativas y a precio razonable. En pláticas informales con diversas personas al hablar del tema, la conclusión ha sido siempre generalizada: los precios de las viviendas están elevadísimos y las cuotas son inaccesibles, incluso para aquellos afortunados que califiquen como sujetos de crédito. El corolario apareció en un tuit reciente de un periódico digital: “Sector inmobiliario enloquece y elevan las viviendas a precios irreales”, mencionando casos concretos en colonias populosas y populares.

El término “burbuja inmobiliaria” se utiliza, desde hace un par de décadas, para describir el incremento sensible de los precios de bienes inmuebles, percibido por los posibles compradores como excesivo o injustificado, muchas veces puramente especulativo. En este tema, como en casi todo, opera la simple y primitiva ley de la oferta y la demanda: si hay suficientes personas con el dinero y la voluntad de comprar a semejantes precios (a lo sumo, con un moderado regateo), la oferta se adecúa a esa demanda y los precios se mantienen altos. Si, por el contrario, los montos solicitados por las viviendas no encuentran suficientes clientes con los recursos monetarios para pagarlos, la oferta supera a la demanda y necesariamente los precios bajan.

De acuerdo a lo anterior, la pregunta clave en esto es, entonces, la siguiente: ¿de dónde sale tanta gente comprando viviendas a esos precios?

Una de las hipótesis más mencionada es que hay una significativa cantidad de salvadoreños que trabajan y residen en el exterior, especialmente en Estados Unidos y Canadá, interesados en regresar al país a corto o mediano plazo, en muchos casos con miras a vivir aquí su retiro laboral. Esto se explicaría principalmente por dos factores: el primero, el peso de la raíz sociocultural (clima tropical incluido); el segundo, la notable mejora de la seguridad ciudadana en el país que los vio nacer. Dicho en otras palabras: el anhelo de muchos compatriotas por volver a su tierra en condiciones favorables parece ser ahora mucho más factible. El término acuñado desde la esfera gubernamental para describir este fenómeno es “migración inversa”.

Para indagar más sobre esta hipótesis, consulté con una persona experimentada que trabaja en el rubro de bienes raíces, quien maneja inmuebles de amplio rango de precios: desde viviendas moderadamente sencillas hasta casas y apartamentos que podrían considerarse relativamente lujosos. Me dijo que, efectivamente, la clientela formada por salvadoreños en el exterior es un factor que ha influido en la creación de esta burbuja, por cuanto el valor de cambio del dólar en El Salvador no es el mismo que en Estados Unidos, pues cien mil dólares representa un valor muchísimo más elevado aquí que allá (digamos diez años de salario contra dos, para alguien con un empleo donde gane moderadamente bien).

Sin embargo, la agente de bienes raíces consultada me aclaró que no es tan cierta la queja local frecuente de que los hermanos lejanos compran al precio que sea; sino que ellos generalmente investigan, comparan, buscan referencias y toman decisiones informadas, para no dejarse sorprender por intermediarios informales que quieran domárselos. Otro elemento que mencionó es que, al parecer, la efervescencia inmobiliaria de la primera mitad del año está tendiendo a aminorar, no en cuanto a que bajen los precios alcanzados sino que ya no están aumentando al mismo ritmo que lo hicieron hace algunos meses.

Así explicado el fenómeno, queda la interrogante de cuáles van a ser las opciones de vivienda accesible para aquellas personas que, como el joven profesional mencionado al inicio del artículo, quieren pero no pueden independizarse e iniciar su propio núcleo familiar. Los especialistas en el tema, tanto del sector público como del privado, son los llamados a hacer propuestas viables y además sostenibles en el tiempo y en el espacio.

miércoles, 20 de septiembre de 2023

Hablando con prudencia

Este día fui invitado al programa matutino "Las cosas como son", que conduce el periodista Natan Váquiz, para conversar largo y tendido sobre temas políticos. Hay varias citas de lo que dije, frases que hay que poner en su debido contexto, pero en general considero haber hablado con prudencia y tratado de fundamentar lo dicho. No sé qué tantos haters pueda haber ganado (espero que no muchos), pero creo importante ejercer la ciudadanía expresando mis opiniones con respeto y algo de sensatez. Cruzo los dedos por que, si en el futuro hay más oportunidades así, esté a la altura de las circunstancias.


👉🏽 Entrevista completa.

Charla histórica

En el 202º aniversario de nuestra independencia patria, tuve la oportunidad de hablar largo y tendido sobre la independencia y la identidad nacional, en el programa Debate TCS, que se transmite a las 8:00 p.m. por los canales 5 (en cable) y 35 (en señal abierta). Dejo aquí el enlace de la nota resumen, en donde hay extractos de mi intervención, así como la entrevista completa.

👉🏽 Nota informativa.

👉🏽 Entrevista completa.

sábado, 16 de septiembre de 2023

Requisitos discriminatorios

Publicado en ContraPunto.

Toda persona que anda en busca de una oportunidad laboral seguramente ha experimentado ese instante emocional e íntimo, al momento de ver un anuncio de plaza vacante y leer los requisitos para aplicar a dicho empleo, celebrando como una pequeña pero esperanzadora victoria cada una de las características solicitadas que está segura de cumplir e incluso lanzándose con optimismo al reto de asumir aquellas de los cuales duda tener al cien por ciento (entre ellas, las que son de dudosa medición objetiva, como el “espíritu colaborativo y de superación”).

Sin embargo, en estos afanes no todas son alegrías, pues también hay que rumiar con amargura esas otras condiciones de la convocatoria que descartan a la persona de entrada, no siendo por habilidades técnicas específicas e imprescindibles para el puesto, sino exigencias realmente antojadizas, objetivamente discriminatorias, francamente ambiguas o incluso que tocan aspectos del propio ser y su dignidad.

Evidentemente, si alguien sabe desde el inicio a qué tipo de empleo y en qué tipo de institución se está postulando, la misma persona ajusta sus expectativas a esa realidad y decide aplicar o no al puesto. No tiene ningún sentido, por ejemplo, que un farmacéutico pida trabajo como ingeniero civil, tampoco que alguien envíe una solicitud para puesto de electricista si no sabe ni cómo cambiar un foco. El problema viene cuando en las convocatorias hay requisitos que nada tienen que ver con la calificación profesional o las habilidades necesarias para desempeñar el trabajo requerido, tales como la edad, el sexo o la profesión religiosa.

En el caso de la discriminación por edad (cuyo término acuñado y registrado en el diccionario es “edadismo”), es frecuente encontrar en las convocatorias restricciones tipo “no mayor de 35 años” y a veces menos, lo cual no obedece sino a una burda lógica empresarial de sumisión, en tanto se considera a las personas de mayor experiencia y edad como proclives al conflicto si estas tienen que defender sus derechos laborales.

En el caso del sexo, pedir que el candidato sea hombre o la postulante sea mujer generalmente se debe a los estereotipos sociales en cuanto a las profesiones, excepto en casos muy específicos en donde puede tener sentido este requisito (por ejemplo, si busca una dependiente para la sección de ropa íntima femenina en un almacén, o si quiere un custodio para un centro penal destinado exclusivamente a población masculina).

En cuanto al tema religioso, exigir una determinada profesión de fe para poder aplicar a un empleo no solo es inverosímil en una sociedad secular supuestamente fundamentada en las libertades, entre ellas la religiosa, sino que también es ilegal. Una sentencia de 2008, de la Sala de lo Constitucional salvadoreña, esclarece que el Estado y los particulares están obligados a “no adoptar medidas coercitivas para que [una persona] manifieste sus creencias” y también los inhibe para “investigar sobre las creencias de los particulares”.

En este último caso, se podría argüir que si el empleador fuese una institución confesional en donde el puesto estuviese directamente relacionado con la propagación de sus creencias fundamentales (por ejemplo, una iglesia que busque un director para sus escuelas dominicales en donde se adoctrina a los asistentes), el requisito de profesar la misma religión del convocante sí tendría sentido; sin embargo, sería discriminación injustificada si una universidad, cualquiera sea su filiación, incluyese esta exigencia específica para contratar docentes, confundiendo su rol con el proselitismo.

Si lo que se quiere es construir una sociedad fundamentada en la integración y el respeto a la diversidad, persistir en requisitos como los apuntados no abona en nada; por el contrario, dicha actitud refuerza prejuicios e impone de facto limitaciones al derecho al trabajo. En este sentido, conviene pensar en crear o ajustar la normativa al respecto, tarea que corresponde al Ministerio de Trabajo y, de ser necesario, a la Asamblea Legislativa.

jueves, 14 de septiembre de 2023

El sentido de celebrar la independencia

Publicado en Diario El Salvador

Las celebraciones de la independencia ocurren en todos los países que alguna vez fueron colonias de pasados imperios, celebrando así el nacimiento de ese colectivo como nación. Sin embargo, por realizarse de manera casi automática, muchas veces se olvida actualizar su sentido, siendo necesario volver a reflexionar sobre la identidad nacional y su historia.

Hasta hace unos setenta años, el discurso oficial dictaba una visión romántica de la independencia, según la cual un grupo de nobles patriotas —liderados por el presbítero José Matías Delgado y henchidos de ideales— arriesgaron sus vidas para darle al pueblo la ansiada libertad, quebrando así el yugo español. La visualización de ese mito está en un famoso cuadro del pintor chileno Luis Vergara Ahumada, donde se ve a Delgado arengando a la extasiada multitud (brazo extendido señalando al futuro), composición gráfica que llegó al pueblo impresa en los antiguos billetes de cinco colones.

Sin embargo, a mediados de los años cincuenta comenzó una calculada labor de demolición de la cultura tradicional (entendida como “ideología” en el sentido de representación falsa de la realidad), aparejada al surgimiento de las organizaciones políticas y militares de izquierda. El primer símbolo artístico relevante que representó ese quiebre fue el poema-discurso “Patria exacta”, de Oswaldo Escobar Velado (agria y desgarradora contracara de la “Oración a la bandera”); mientras que el libro más demoledor fue la monografía El Salvador, de Roque Dalton, publicada por el sello cubano Casa de las Américas en 1963 (prácticamente la base y preludio académico de Las historias prohibidas del Pulgarcito, su obra contracultural más representativa).

Como resultado de lo anterior, durante las convulsas décadas de los setentas y ochentas las celebraciones patrias fueron cayendo en descrédito ante muchos sectores de la población. Los próceres perdieron su aura mística y pasaron a ser vistos como una élite criolla de gestores de una independencia conveniente solo para sus intereses económicos, los fundadores del estado semifeudal oligárquico que se perpetuó por décadas a base de negarle sus derechos a las mayorías. En este afán, hasta hubo activistas radicales de izquierda que quemaron la bandera nacional, en señal de repudio al statu quo.

Finalizada la guerra civil, las celebraciones de la independencia resurgieron en medio de los escombros de la demolición que supusieron 12 años de matanza inútil y más de 80,000 víctimas mortales. El azul y blanco fue abrazado entonces de manera universal por los salvadoreños en un soñado reencuentro.

Tristemente, las dos décadas y media de progresiva decepción política y descomposición social que siguieron a la firma de los Acuerdos de Chapultepec fueron creando una mancha degradante para el orgullo nacional. Identificarse como salvadoreño implicó evocar irremediablemente a la capital mundial de los homicidios y el reino de la más salvaje impunidad, provocando incontables expresiones de desazón; sin embargo, nuestros símbolos patrios pervivieron como una declaración implícita de perseverancia y fidelidad a los ideales de un mejor destino.

Hoy, a 202 años del acta de independencia de Centroamérica, el entusiasmo por la celebración de la existencia de este colectivo llamado República de El Salvador ya no depende de los dudosos motivos por los que actuaron los próceres. Nuestras celebraciones y símbolos han sobrevivido a tantas estocadas porque los colectivos no pueden existir sin una identidad, aunque sus orígenes hayan sido polémicos. Gestos tan sinceros como el canto fervoroso del Himno Nacional, enarbolar jubilosos nuestra bandera y declarar con orgullo nuestra nacionalidad en cualquier rincón de la tierra representan ahora la esperanza vigente en la inmensa mayoría, por recorrer el camino definitivo hacia la emancipación de los grandes males históricos que han bloqueado sus más caras aspiraciones.


jueves, 31 de agosto de 2023

No más arcas abiertas

Publicado en Diario El Salvador.

“En arca abierta, hasta el justo peca”, rezaba el antiguo dicho popular en boca de los abuelos, en referencia a la falta de candados, controles o cerraduras en una caja de caudales expuesta, situación ante la cual cualquier pasante podía estirar la mano y embolsarse un par de reales sin temer consecuencias punitivas.

El citado refrán (aplicable a cualquier acto delictivo) plantea un contrasentido, pues si una persona es realmente justa —es decir, “que obra según justicia y razón”— su convicción moral debería inhibirla de actuar de modo incorrecto; de ahí que un justo que peque sea un oxímoron, una contradicción intrínseca que sirve para resaltar la invitación al delito que supone ese indefenso cofre ajeno.

La experiencia humana de siglos indica que, cuando el único freno de un acto ilícito es la propia conciencia, las probabilidades de cometer la falta o delito aumentan exponencialmente, más aún si se cuenta con la ausencia de vigilancia alguna que disuada o penalice tal acción.

En El Salvador, como en toda la región, la gran arca abierta durante décadas ha sido la de la administración pública, desde las más altas oficinas hasta las más sencillas. Si hay algo que no ha distinguido entre colores políticos, niveles educativos, estratos económicos, géneros y edades, es precisamente la corrupción, práctica enquistada en nuestra idiosincrasia como “la cultura del más vivo”, a tal punto que prácticamente se llegó a considerar tonto al honesto.

Por la multiplicidad de argucias y triquiñuelas implicadas en la corrupción, es difícil saber el monto concreto de lo mal habido. La inmensa mayoría de ello, tanto de los “tiempos de conciliación” como del grotesco periodo democristiano, solo quedó difusamente registrado en la vox populi y en la casi olvidada memoria colectiva de los setentas y ochentas. Hace una década, el economista Salvador Arias hizo un esfuerzo académico por calcular el monto de la sangría a las arcas del Estado durante los gobiernos areneros en el periodo 1989-2009, estimándola en 37 mil millones de dólares. En cuanto a la década efemelenista 2009-2019, basado en el solo indicador de lo atribuido a sus dos expresidentes prófugos, no parece ser un monto tan menor.

Llegados al aquí y al ahora —cuando desde la primera magistratura del Estado se ha relanzado la bandera anticorrupción, ya emblemática desde la pasada campaña presidencial, y se persiguen esos oprobiosos actos— es el momento de sentar precedentes sólidos y consolidar una cultura de cero tolerancia a la corrupción que pueda surgir en el presente.

Todo partido político (en cuanto institución para acceder al poder), si bien congrega personas con genuina vocación de servicio, también tiene el riesgo inherente de atraer gente interesada primordialmente en lograr su propio beneficio por medios deshonestos. Por ello, nunca deben bajar la guardia ni creerse inmunes a este mal.

Actos de corrupción los ha habido en todas las instituciones humanas, sean estas públicas o privadas; de naturaleza política, religiosa, social o de cualquier otra índole. La gran diferencia entre unas y otras viene dada por cómo estas instituciones lidian con ese mal: si encubriéndolo (tentación frecuente) o exponiéndolo y castigando con firmeza y prontitud a quienes incurren en actos deshonestos, del rango y cuantía que sean.

La exigencia popular es que las autoridades actuales, a diferencia de lo que hicieron sus antecesores en el ejercicio del poder, honren su compromiso anticorrupción de modo constante, enérgico y sin distinguir colores políticos, así sean los propios; pues la construcción de un país próspero, como la población sueña y se lo merece, pasa necesariamente por la depuración permanente de todas sus instituciones, más allá de coyunturas o situaciones mediáticas puntuales.

lunes, 14 de agosto de 2023

Wrestling

Publicado en ContraPunto.

Presenciar y tomar partido en peleas ajenas tiene un atractivo particular para los seres humanos, fenómeno cuya explicación involucra factores instintivos que están con nosotros desde tiempos inmemoriales. Desde la antigüedad, han existido modalidades deportivas consistentes en enfrentamientos individuales entre atletas, siendo una de ellas la lucha grecorromana y, desde hace un par de siglos, su derivación escénica transformada en entretenimiento deportivo, que hoy conocemos como wrestling o lucha libre.

En la actualidad, la empresa de lucha libre profesional más grande y reconocida en el mundo es la World Wrestling Entertainment (WWE), con un estimado de 40 millones de telespectadores en 150 países y una capitalización de mercado de 6.87 billones de dólares (US$ 6,870,000,000). Esta marca tiene la capacidad de convocar a decenas de miles de personas en continuos espectáculos presenciales, dentro y fuera de los Estados Unidos, aparte de millones de suscriptores por plataformas de streaming y pay-per-view.

Muchas personas ajenas a la lucha libre o wrestling no se explican el éxito de este fenómeno mediático, deportivo y económico; tampoco entienden la euforia que nos provoca a quienes seguimos este deporte en el cuadrilátero (desde la lejana infancia, con los recordados Titanes en el Ring). El principal argumento que los indiferentes y escépticos suelen esgrimir en contra de la fanaticada es que, en dichos combates, los golpes son falsos y los resultados están previamente acordados. Esta observación no es del todo cierta y, además, refleja una profunda incomprensión del tema.

En cuanto a los golpes y movidas, si bien es cierto hay muchos que son evidentemente fakes, también hay otros que requieren de extrema precisión y habilidad técnica, tanto para darlos como para recibirlos. Que un tipo de 225 libras de peso se lance desde una altura de más de dos metros para aterrizar sobre tu cuerpo tendido en la lona no es cosa menor; esto para no hablar de los silletazos y aporreos sobre todo tipo de superficies (mesas, escaleras o el suelo mismo, a veces sin protección alguna). Estas constantes sacudidas son un reto atlético para los luchadores, así como una permanente exposición a lesiones.

Comoquiera que sea, toda esa secuencia de golpes, fingidos o no, que ocurre sobre el ring no es por sí misma la atracción para los creyentes (pues, para golpes reales, están el boxeo o las artes marciales mixtas). Si el combate mueve las emociones de la multitud y tiene sentido, es porque este desarrolla un guion que cuenta una historia debidamente preparada.

De ahí que el éxito de la lucha libre no dependa solamente de lo que los atletas presentan dentro del cuadrilátero, sino también de la capacidad creativa de los guionistas para armar una novela que genere interés en la pelea y, sobre todo, de las cualidades escénicas y el carisma de los luchadores para encarnar y darle credibilidad a su personaje, conectando con el público para provocar simpatías o antipatías, pero jamás indiferencia.

En el fondo de la afición a la lucha libre está el fenómeno psicológico de la identificación con los personajes, es decir, lo mismo que ocurre con toda forma de ficción literaria, cinematográfica, teatral o de cualquier otra índole (incluso los videojuegos). Diversos teóricos han analizado este concepto multidimensional de identificación, distinguiendo en él varios procesos, entre ellos la empatía emocional y cognitiva (ponerse en el lugar de los personajes), la atracción y el deseo temporal de ser como ellos, así como ser partícipe de la narrativa expuesta.

Un elemento esencial en el wrestling, y muy particularmente el de la WWE, es el manejo de los arquetipos, que son “imágenes o esquemas congénitos con valor simbólico que forman parte del inconsciente colectivo”, representados en sus personajes más icónicos, a los cuales se les construye una espectacularidad impresionante desde la misma entrada al escenario, que implica un diseño artístico de gran nivel.

Como se ve, la lucha libre profesional es un universo increíblemente complejo, mucho más allá del debate superficial sobre la veracidad de los golpes. Explicarlo es un trabajo intelectual, pero vivirlo es un privilegio emocional que los mortales podemos permitirnos, incrustándonos por unas horas en ese apasionante mundo ficticio de héroes y villanos.

lunes, 7 de agosto de 2023

Analistas, comentaristas y activistas

Publicado en Diario El Salvador

Los programas dedicados a la política ocupan casi totalmente los espacios de discusión, debate o reflexión en los medios de comunicación masiva. En radio, televisión o internet hay multitud de ellos. El único tema distinto que se le acerca en cuanto a cobertura es el fútbol, pero a bastante distancia en cuanto a cantidad de tiempo de emisión.

Ya sea en formato de exposición, entrevista, diálogo, discusión, debate o tertulia, a estos programas acuden personas relacionadas con distintas áreas del quehacer nacional. Entre ellos, hay una especie muy particular que generalmente usa la etiqueta de “analista político”, término en el que conviene profundizar y estar alerta.

Un análisis es el “estudio detallado de algo” y requiere la “distinción y separación de las partes” o aspectos involucrados, a fin de “conocer su composición”. Siendo rigurosos con el significado del término (y dentro de las limitaciones de tiempo típicas de estos programas), de un analista político se esperaría que diera un panorama lo más completo posible acerca de un hecho o situación puntual del contexto, llámese coyuntura o estructura. Esto implica explicarle al público el qué y el porqué del asunto, así como la lógica de los diferentes puntos de vista involucrados. Si bien puede hacer una valoración de los hechos, la prioridad de su análisis es ilustrar o exponer ordenadamente y de manera comprehensiva las cosas.

Un comentarista, en cambio, hace un “juicio, parecer, mención o consideración” de algo a partir de su experticia o experiencia. En el idioma inglés existe el vocablo “pundit”, alguien que “hace comentarios o juicios en forma autoritativa” (es decir, que presume autoridad). En ciertos casos, este podría considerarse un analista, pero muchos medios estadounidenses prefieren el término “political commentator” para designar este tipo de invitados o panelistas. Aunque debe fundamentar sus opiniones para ganar credibilidad, el comentarista no profundiza tanto en el análisis y, en cambio, se concentra en expresar sus valoraciones y reacciones, generalmente dirigidas (aunque no restringidas) a un público afín.

Por su parte, el activista es un “militante de un movimiento social, de una organización sindical o de un partido político que interviene activamente en la propaganda y el proselitismo de sus ideas”. Como tal, el activismo es válido y además necesario, pues de esa manera se impulsan las propuestas para realizar cambios sociales. El activista no necesariamente está reñido con el análisis, pero se entiende que su trabajo es promover una agenda preestablecida por el partido u organización que representa; en ese sentido, no cabe esperar de él o ella tanta objetividad, mucho menos imparcialidad o independencia de criterio.

Teniendo clara esta distinción, es evidente que en los actuales programas políticos de la radio, televisión y ciberespacio salvadoreños desfilan indistintamente unos y otros, etiquetados como analistas cuando en realidad la mayoría de ellos son comentaristas y especialmente activistas. Con estos últimos, el problema es que no siempre aparecen declarados, sino muchas veces solapados en ese concepto ambiguo de la así llamada “sociedad civil”, cuando no escudados en investiduras supuestamente impolutas.

En consonancia con lo anterior, y como gesto de respeto al público, los productores de estos programas tendrían que ser más cuidadosos con las etiquetas con que presentan a sus invitados. Sería bueno normalizar el uso del término “comentarista político” y reservar el de “analista” para quienes realmente lo son. Y para los demás, así como no hay ningún problema en colocarle la viñeta a un militante de un partido específico (con o sin el chaleco puesto), nadie tendría que molestarse si lo presentasen como activista, seguido del correspondiente adjetivo.