Gloria Marina Fernández
(1937 - 2012)
Amigos y amigas:
Así como nos alegramos ante un nacimiento, es normal sentir tristeza ante la muerte de un ser querido.
Como seres humanos, estamos hechos de razón y de emoción. Por un lado, de nuestros impulsos básicos viene el deseo de prolongar nuestra existencia día a día y así creemos que siempre contemplaremos un amanecer nuevo; sin embargo, por otra parte, nuestro pensamiento racional nos hace saber que no somos inmortales, que nuestra estancia en este mundo es limitada y aún más: que es preferible que así sea, pues si no tuviéramos límite en nuestros días, tampoco tendrían razón de ser nuestros proyectos, trabajos y anhelos más queridos.
Nacer y morir son parte de los hechos de la vida y así hay que aceptarlo. Nos movemos y oscilamos entre nuestro deseo perenne de permanencia y la conciencia de nuestra condición efímera, pasajera. Siendo que ambos impulsos son nuestros, intrínsecamente humanos, ambas fuerzas deberían estar en cierto equilibrio, pero culturalmente no se nos educa de manera balanceada. En efecto: no se nos educa para comprender y aceptar el fin de nuestros días.
En momentos como un funeral, aun con el dolor por la pérdida de alguien con quien compartimos años y experiencias vitales, nos falta resignación, resignación humana. Cuando una muerte llega de manera trágica e imprevista, el impacto emocional es tan fuerte que puede desbalancearnos, golpearnos de tal modo que nos cueste superar el hecho y seguir adelante. Pero cuando la muerte llega como fin natural de la existencia humana, deberíamos ser más ecuánimes.
En ese momento de despedida, ¿por qué no recordar los momentos felices, las buenas experiencias vividas y tantas cosas favorables que nos unieron con la persona difunta? Si nuestra vida junto a ella tuvo algún sentido, seguramente no nos faltarán anécdotas bonitas a las cuales referirnos. Si hay o no hay algo después de este paso, ese supuesto más allá ya será otra historia. Por mí, lo vivido es lo real y eso es suficiente para decir aquí un adiós pleno de satisfacción por toda esa vida que estuvo a nuestro lado.