Por conjunción de circunstancias que no tienen que ver con el espíritu del programa, me puse a ver varios capítulos de “Breaking bad”, que según las reseñas es una de las series de televisión más vistas y mejor comentadas en la actualidad.
En efecto, la trama luce interesante y los episodios entretienen: trátase del proceso de volverse hacia el mal del protagonista, un profesor de química de secundaria que, tras diagnosticársele cáncer terminal, opta por dedicarse a la producción de metanfetaminas, entrando en contacto progresivo con el sub-mundo asociado al tráfico de drogas.
Sin embargo, los ambientes oscuros y depresivos allí planteados y sostenidos durante los sucesivos capítulos, las situaciones de violencia y degradación moral de los personajes, más la renuncia a toda posibilidad de redención, se vuelven una especie de resumidero que arrastra los ánimos y a la vez salpica de podredumbre todo cuanto acontece.
Ciertamente, se pueden construir obras maestras a partir de temas oscuros (como en “El padrino” y “Pulp fiction”), y quizá esta teleserie tenga muchos méritos artísticos, pero siento particularmente que la situación del entorno social ya de por sí tiene suficientes aspectos siniestros como para que la ficción acabe de reforzarlos.
Así pues, paso.
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