jueves, 23 de abril de 2015

El "jingle" de la discordia

Jingle: anuncio publicitario cantado, en donde el producto es el protagonista. Su eficacia depende de que logre fijarse en la memoria de la audiencia; por eso, tiene que ser claro, corto y fácilmente identificable.

Con motivo de la beatificación de Monseñor Romero, la Conferencia Episcopal de El Salvador encargó esta canción promocional para el evento.

La pieza se conoció a mediados de abril a través de redes sociales y de inmediato fue fustigada.

Una de las críticas principales es que la canción suena como un jingle comercial tipo Teletón o partido político mesiánico. Esto se debe, sencillamente, a que es un jingle y, como tal, ha sido hecho por las mismas personas que hacen los jingles comerciales de la Teletón y partidos políticos mesiánicos. Es lo que, según el estándar publicitario nacional, “funciona” a nivel de radio y televisión. Es su estilo, no pueden ocultarlo, no quieren evitarlo y no saben hacer otra cosa.

En ese sentido (y sólo en ese) es comprensible aunque dolorosamente inaceptable, pues con esto Monseñor Romero se vuelve, en cierta forma, un producto de marketing; de ahí los adjetivos de “trivial”, “edulcorado” y “descafeinado” que el jingle atrae y necesariamente evoca.

Otras críticas apuntan a cuestionar quiénes cantan y cuán comprometidos están o pudieran estar con la causa de Monseñor Romero, pero esto me parece un tanto impertinente, pues estamos hablando de un producto comercial que se basa en la contratación de cantantes y músicos que no tienen por qué comulgar con el trasfondo ideológico.

Ahora bien: en cuanto a los rostros que se presentan, es evidente el interés de la Telecorporación Salvadoreña (TCS) por darle el protagonismo a sus artistas, apropiándose del “producto” en cuestión. Esto sí es lamentable, pues la etiqueta de “artistas unidos” no calza cuando se omite deliberadamente a los de la acera de enfrente, ideológicamente hablando.

Finalmente, en cuanto a la letra “no confrontativa”, estoy bastante convencido de que fue la propia Conferencia Episcopal quien dio los lineamientos para elaborarla. Subrayo las partes en que detecto la visión oficial que se quiere enfatizar.

Del pobre fue la voz,
lo hizo con amor,
un legado nos dejó;
al hombre devolvió
derecho y dignidad:
amar la vida hasta el final.
Romero nos abrió las puertas al amor:
una nueva civilización
donde la vida se entrega
porque vale la pena
.
Nadie le fue indiferente,
a su paso entre la gente.
Y aunque fue querido
al mundo dio un giro.
Un solo El Salvador
cantando a una voz,
no hay olvido ni rencor.
¡Romero, mártir por amor!

Aunque literalmente no falta a la verdad ni dice cosas falsas, es una letra criticable por muchas razones estéticas, históricas e ideológicas, dependiendo de cada quien; sin embargo, también es verdad que las otras letras que se han hecho (especialmente por parte de sectores afines a la izquierda) tampoco están exentas de crítica, principalmente por la manipulación política que evidentemente existe en muchas de ellas.

Mi conclusión es que de Monseñor Romero es muy difícil, cuando no imposible, hacer una obra que deje contentos a todos los sectores de un país lleno de fanatismo, intolerancias y resentimientos que no escampan con el tiempo.

__________

Posdata: en este enlace de la Revista Factum, Orus Villacorta recapitula el espíritu general de la inconformidad vertida y también hace sus propias valoraciones.

lunes, 6 de abril de 2015

Monseñor Romero: la huella de un mártir.

Este es el reportaje sobre Monseñor Romero que emitió la Cadena Univisión el 5 de abril de 2015. Es un trabajo que supuso una apropiada investigación, no se queda nada esencial por fuera, es ameno, técnicamente bien producido y bastante equilibrado. Dura unos 45 minutos, hay que verlo para cultivar la virtud de hablar con conocimiento de causa.

domingo, 5 de abril de 2015

De cuando fuimos perseguidos

Y MONSEÑOR ROMERO NOS ECHÓ UNA MANO EN LA DENUNCIA


Luego de la muerte de mi hermana Delfy el 22 de mayo de 1979 (durante fue un ataque armado de los Cuerpos de Seguridad estatales contra una manifestación opositora que se dirigía a la Embajada de Venezuela), nuestra familia comenzó a recibir amenazas anónimas en forma de llamadas telefónicas, telegramas y cartas, una de las cuales yo mismo recogí del piso bajo la puerta donde había sido deslizada. En ella, el remitente lamentaba que Delfy hubiera sido "engañada y utilizada" por los grupos subversivos y, al mismo tipo, aconsejaba que mis otras dos hermanas no siguieran esa misma ruta. En otras cartas, también se le insistía a mi padre -el poeta y docente Rafael Góchez Sosa- que se callara, en alusión al poema “Amigos: mi hija no está muerta”, divulgado en esos días por varios medios.

En los primeros días del mes de junio de ese año, el portón del Liceo Tecleño (institución educativa que mis padres dirigieron por 27 años) amaneció pintado con un señalamiento y una amenaza directa de la Unión Guerrera Blanca (UGB), uno de los temidos Escuadrones de la Muerte del régimen: “Aquí trabajan unos subversivos”, certificado con una mano blanca. Temíamos que en cualquier momento mi padre o cualquier otro miembro de la familia fuese asesinado, como de hecho estaba ocurriendo con mucha gente así perseguida.

La noche del sábado 30 de junio de 1979, a eso de las 11:30 p.m., mis hermanas me despertaron con esta exclamación: “¡Nos están disparando!” Yo no había escuchado la ráfaga, pero rápidamente me pusieron al tanto de la situación: frente a nuestra casa (en ese entonces, cerca del Cafetalón tecleño), un comando armado había disparado varias veces contra nuestras paredes, puertas y ventanas.

La instrucción que dieron mis padres fue correr hasta el fondo de la propiedad y huir saltando el muro hacia el solar de una vecina. De nuestro lado había escalera, pero era necesario saltar desde lo alto del muro de dos metros en la pura oscuridad hacia la ruta de escape. Mi padre tenía 52 años; mi madre, 42; mis hermanas, 20 y 19; y yo, 12. A esas edades, el salto inevitable no se planteaba tan difícil, sobre todo en huida; peo lo sorprendente es que mi abuela, de 79 años, también pudo hacerlo sin sufrir ninguna lesión, justo en el momento en que el escuadrón criminal se estacionaba nuevamente frente a nuestra casa y procedía a rociar por segunda vez el inmueble con balas calibre 9 milímetros.

Permanecimos el resto de la noche refugiados donde esa vecina, desde donde escuchamos tres nuevas arremetidas de los tiradores, en intervalos aproximados de media hora. Los sicarios nunca intentaron entrar a la casa, quizá porque sólo tenían la orden de amedrentar, pero las balas llegaron hasta el fondo de la propiedad, como comprobamos después. El total de disparos superó al centenar. La vecina dio aviso telefónico a la Policía Nacional pero le respondieron con excusas inverosímiles aunque comprensibles (dado que el ataque era de origen estatal, no iban a capturarse a ellos mismos).

En su habitual denuncia de los hechos represivos de la semana, Monseñor Romero lo dijo así:

También hay una denuncia de una amenaza que me llega a último momento, y dice que desde hace como tres semanas en el Liceo Tecleño, donde el señor Rafael Góchez Sosa trabaja, le pusieron la mano blanca de la UGB. Y anoche le ametrallaron su casa (…), desde las 11:30 p.m. hasta las 2:30 de la mañana de este día, domingo. Él reside con toda su familia en esa casa, y por la gracia de Dios no les ha pasado nada, aunque pasaban ametrallando a cada rato con un intervalo de media hora. ¡Como que vivimos en la selva!

(Homilía del 1 de julio de 1979, Catedral Metropolitana.)

Después de ese atentado, una de mis hermanas y yo fuimos enviados por unos días a Guatemala, mientras el resto de la familia permaneció en El Salvador. Luego nos reunimos nuevamente y tratamos de continuar con nuestras actividades normales, con las precauciones que se podían tener (que tampoco garantizaban nada, en realidad).

Esos días fueron de constante zozobra y mucha fortaleza familiar, no solo ante la amenaza patente sino también ante el rechazo o alejamiento de muchas personas que eludían el solo hecho de cruzarse con nosotros por la calle.

Es muy probable que el golpe de estado del 15 de octubre de 1979, propiciado por la administración Carter como último recurso para quitar las banderas de la insurgencia, haya desarticulado algunas estructuras de represión ilegal donde estaban nuestros nombres (quizá no como prioridad).

Lo que vino después fue la vorágine. Nosotros sobrevivimos a esos años, muchísima gente no lo logró. ¡Jamás hay que olvidar lo ocurrido!

¡Tan bien que iba!

Me senté a ver Hector and the search for happiness (2014) princpalmente porque alguien me la recomendó. En general, aunque no tiene tan mala nota, mucha crítica en internet no le ha sido favorable, básicamente por el prejuicio de ser una especie de película de autoayuda, cosa que de por sí produce algunas alergias; sin embargo, el tráiler me pareció divertido, así que opté por dedicarle su respectivo par de horas.

El planteamiento es válido: un psiquiatra insatisfecho con su vida, pese a tenerlo “todo” (trabajo, pareja y un estátus socioeconómico bastante desahogado), que decide viajar a lejanos confines para investigar qué es eso que la gente llama “felicidad” y también para intentar reencontrarse con alguien o algo de su propio pasado, que no ha podido superar.

En este periplo, hay situaciones cómicas y otras no tanto, como para casi perder la vida. La reflexión sobre el tema plantea, como es natural, más preguntas que respuestas definitivas. Las diversas perspectivas sobre la felicidad, según la realidad que cada quien vive, son aportes valiosos.

El desarrollo de la historia va bastante bien… hasta que comienza el desenlace, los últimos quince minutos del filme. Es allí donde todo se echa a perder. Aparece la cursilería a raudales con lacrimógena superficialidad y momentos Kodak, donde emerge la receta estandarizada de superventas de superación personal: “todos tenemos la obligación de ser felices” (¡Oh, cielos, ya veo, lo he comprendido! ¿Cómo es que no me di cuenta antes?).

Francamente, les hubiera quedado mucho mejor con un final abierto, gestos sugerentes en vez de eslóganes, caminos por recorrer en lugar de casillas prefabricadas.