sábado, 27 de enero de 2024

Tres preguntas para la reflexión en el silencio electoral


Comparto estas tres preguntas para orientar la reflexión personal en los días previos a las elecciones, cuando por ley se establece la prohibición de propaganda política a fin de alentar el voto como producto de una decisión consciente.

Es conveniente hacerla una vez para cada tipo de elección (presidencial, legislativa y municipal). Tenga en cuenta que las decisiones se basan en una compleja interacción de elementos racionales y emocionales, ninguna es de despreciar, lo importante es que uno pueda justificar ante uno mismo (a su manera, en sus palabras) la decisión de votar en positivo, es decir, a favor de cualquiera de las opciones que se le presentan.

Bien vistas, son de sentido común, pero precisamente en su sencillez está la gracia y en los porqués está la sustancia.

  • Si gana este candidato (o partido), ¿qué cosas mejorarían, seguirían igual o empeorarían en el país? ¿Por qué creo eso?
  • ¿Qué tanto confío en este candidato (o partido) y por qué?
  • Este candidato (o partido) ¿se merece mi voto? ¿Por qué?

domingo, 21 de enero de 2024

Messi y una semiestafa consentida

Publicado en ContraPunto

Hay aclaraciones no pedidas que no necesariamente son culpas confesadas, sino precauciones necesarias en un contexto donde cualquier cosa que uno diga puede ser y seguramente será usada en su contra, “haters” al acecho. Comienzo, pues, negando cualquier posible acusación de ser anti Messi; por el contrario, he participado desde el inicio en la fundada admiración a uno de los tres mejores futbolistas de todos los tiempos, por lo que su reciente venida al país es, lejos de toda duda, un hecho histórico cuya importancia traspasa las fronteras deportivas.

En esta línea, confieso que me tentó ir al partido de su actual equipo, el Inter de Miami, contra nuestra maltrecha y maltratada Selecta, convocado para el pasado 19 de enero en el Estadio Cuscatlán. Lo que me detuvo no fue el precio en sí (US$ 200 la localidad más accesible, que me pudo quedar en 12 cuotas sin intereses), sino el resultado de analizar objetivamente la relación costo-beneficio de esa inversión en entretenimiento y emociones.

En primer lugar, vi que no iba a ser un partido jugado al cien, sino prácticamente el entreno con público de un equipo —el Inter Miami FC— que apenas iba a iniciar su pretemporada, con jugadores aún lejos de su forma física óptima, frente a otro —la Selecta, prácticamente un “trabuco”— que ni siquiera tenía entrenador a dos semanas del compromiso y además está en su racha más larga de no conocer la victoria. Esto, de entrada, no auguraba un encuentro de gran nivel futbolístico como para justificar el desembolso del billete, más considerando que la expectativa obvia era que Messi jugase entre 45 a 60 minutos, si acaso.

En segundo lugar, tuve que hacer un ejercicio de honestidad para recordar la realidad futbolística actual de quiénes venían, en contraste con cualquier recuerdo nostálgico e idealizado. Hablando en oro, el Inter Miami FC es un equipo de la Major League Soccer que terminó penúltimo en su conferencia, mientras que sus figuras ya están en la última fase de su carrera profesional: Messi y Suárez con 36 años, Busquets con 35 y Alba con 34. Si bien son veteranos de envidiable palmarés y el nivel de la liga gringa es muy superior a la nuestra (ya quisiéramos tener media docena de jugadores cuscatlecos en la MLS, pero no hay ni se vislumbran, salvo que los nacionalicemos), lo que se veía venir era un equipo de medio pelo, a años luz de distancia de aquel glorioso FC Barcelona de la temporada 2014-2015; sin embargo, los organizadores pusieron los precios como si de este último se tratase y, calculando que hayan vendido el 80 % de las localidades, se embolsaron una taquilla de entre 5 y 6 millones de dólares.

En tercer lugar, ya en la plataforma para comprar el boleto (sí, admito que ingresé y pese a los anteriores razonamientos estuve a punto de darle clic), me encontré con la desagradable sorpresa de que, por cada boleto comprado, la empresa expendedora del ticket digital iba a cobrar US$ 25 por el solo hecho de emitirlo. Este cargo no fue anunciado previamente y me pareció, además de publicidad engañosa, excesivo y abusivo. Digamos que fueran 30,000 personas al evento, la empresa se embolsa US$ 750,000 dólares del puro aire, un “palito de pisto” que de solo pensarlo da grima.

Con estas tres razones me bastó para desistir de cualquier intento de hacerme presente al estadio, pues desde antes ya estaba planteado el cuasiatraco: me hacen pasar un entreno como partido, vendiéndome al Inter como el Barsa y, de ribete, me bolsean veinticinco dólares adicionales al precio ya de por sí carísimo. Aceptar este trato es exactamente lo que planteo en el título: una semiestafa consentida, que se reveló en toda su plenitud cuando inició el segundo tiempo del juego y, ante la salida de Messi y los estelares, mucha gente comenzó a retirarse del estadio.

A lo anterior hay que añadir un par de detalles de mal gusto: primero, que no haya habido rueda de prensa ni antes ni después del partido, ni siquiera una entrevista en el pasillo de Messi ni los ex Barsa (vamos, ni siquiera del cuerpo técnico); segundo, que Messi se retirara de la banca hacia los camerinos faltando cinco minutos para terminar el juego, una auténtica falta de respeto deportiva.

Al final del día y dicho lo dicho, como salvadoreño a punto de haber caído en esa treta parcial (porque sí, lo importante es que vino Messi y fue todo abrazos con el Mágico y cara de admiración con Nayib), sólo me quedan dos pequeñas satisfacciones reivindicativas: la primera, los dos quites que nuestro portero Mario González le hizo al astro argentino (único momento realmente emocionante mientras La Pulga estuvo en el césped); la segunda, la cara de disgusto que deben haber puesto los directivos del Inter Miami FC al ver la multitud de camisetas rosadas “chabeleadas” que compró y lució la afición, sin que a ellos les quedara un cinco por sus derechos de marca.

martes, 2 de enero de 2024

Paso a la esperanza


Publicado en Diario El Salvador

El devenir humano está lleno de ciclos, periodos de tiempo que se repiten por causas naturales, sociales, psicológicas o espirituales en los cuales hay emociones básicas asociadas con su inicio y finalización. Uno de los ciclos más universales lo representa el cambio de año, época donde las personas tienen la sensación de que comienza algo distinto, viéndolo como una oportunidad para alzar vuelo con nuevos bríos. Las celebraciones de Navidad y Año Nuevo tienen lugar en fechas muy cercanas al solsticio de invierno, ese momento en que el sol tiene mayor distancia angular con respecto al ecuador en el hemisferio norte, por lo que se ve menos elevado en el horizonte y de allí en adelante comienza nuevamente a ascender. La mayoría de culturas ven a este fenómeno como “un período de renovación y renacimiento, que conlleva festivales, ferias, reuniones, rituales u otras celebraciones”.

En el campo político también existen ciclos, en cuyos inicios la población generalmente manifiesta y deposita sus expectativas ciudadanas. En la historia de El Salvador, pueden reconocerse varios de estos momentos históricos de esperanza popular que, tristemente, no prosperaron: unos fueron abortados por clamorosos fraudes electorales, como los de 1972 y 1977; otros fueron decepcionados por mezquinos intereses, como el de 1992 con la finalización de la guerra civil; y otros fueron traicionados miserablemente, como en la década 2009-2019.

Ahora en 2024, estamos a las puertas de un nuevo ciclo: un evento electoral particularmente distinto, pues estas podrían ser las primeras elecciones claramente afirmativas en la historia del país, a diferencia de otras que solo sirvieron para repudiar partidos o votar por el menos malo. Lo previsto, de acuerdo a todos los sondeos de preferencias y sensaciones percibidas en el entorno social, es que se respalde y renueve con una mayoría abrumadora la gestión de un gobernante; pero no porque las otras candidaturas sean percibidas negativamente (que también lo son) sino, principalmente, porque él es percibido muy positivamente por la población, habiendo estado en el cargo por cuatro años y medio sin sufrir el paradigmático desgaste político y, por el contrario, viendo aumentar su caudal electoral del 53 % en 2019 al 66 % en 2021 y muy probablemente arriba del 75 % en 2024.

Al respecto, cabe traer a cuenta la encuesta electoral del IUDOP, presentada el mes pasado, que formuló la siguiente pregunta a las personas entrevistadas: “Imagine que el presidente Nayib Bukele gana las elecciones del próximo año. Cuando piensa en esa posibilidad, ¿qué es lo primero que siente: esperanza o temor?” El 71.2 % respondió “esperanza”. Basándose en este dato, es posible afirmar que la población inicia el año en un estado de esperanza colectiva, definida como el “estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea”.

Este fenómeno político merece una explicación académica bien articulada, que vaya más allá de la superficialidad del pensamiento opositor que lo atribuye —entre el simplismo y la negación— al engaño, la ignorancia o la propaganda. Nótese que, al presentarse la posibilidad de renovar un mandato presidencial, la esperanza ya no descansa tanto en las emociones volátiles de la primera vez, sino que necesariamente se fundamenta en situaciones objetivas, logros concretos y prospecciones (“exploración de posibilidades futuras basada en indicios presentes”).

Lo dicho anteriormente va bastante más allá de lo que están dispuestos a admitir algunos miembros de la intelligentsia, con demasiada frecuencia alejados del sentir de la población; pero también representará, en caso de concretarse, un reto y un compromiso aún mayor del elegido para responder a las legítimas demandas y expectativas de la gente, que después de mucho tiempo parece haberse animado a creer en algo de manera sostenida.